La pandemia de la COVID-19 ha vuelto más cauteloso que de costumbre a Carlos López Mendoza, el connotado vocero de Cruz Roja Salvadoreña, institución de socorro con más de 136 años de historia. Por seguridad propia, y las personas que lo visitan, el rescatista de 81 años prefiere que lo encuentren en lugares abiertos, dentro de las instalaciones de la sede central de la entidad en la que ha laborado por 46 años.
“Don Carlitos”, llamado así de cariño por el personal de Cruz Roja, bajó con entusiasmo las gradas que conectan con su oficina en la sede central de la entidad, y caminó con paso entusiasta a un pasillo que va a dar al Centro de Operaciones de Emergencia (COE), su base de trabajo desde la que monitorea, con la ayuda de equipos modernos, diversas amenazas climáticas a través de imágenes de satélite, además de la situación de la pandemia, en base a las cifras del gobierno.
López Mendoza recuerda cómo varios años atrás, ese centro de operaciones no contaba con tantos recursos, los cuales fueron dotados por parte de la ayuda internacional. En lo que ahora hay computadoras y monitores con imágenes de satélite, antes había promontorios de papeles: “Todo esto me va a hacer falta”, reconoce.
El 11 de enero pasado, Cruz Roja anunció que López Mendoza había decidido jubilarse de su labor en la institución, en donde empezó a fungir como socorrista voluntario en 1974, para luego ser jefe de brigada, jefe departamental y jefe de la zona central. Desde principios de los años 90, ejerció el rol de vocero del organismo de socorro, puesto que le permitió ser un rostro conocido y respetado en nuestra sociedad, por su arrojo y abnegación, mostrado en diversas emergencias que a lo largo de la historia, han puesto en riesgo la vida de miles de salvadoreños.
“Es una jubilación, no un retiro. Yo no me puedo retirar”, aclara de manera jovial Don Carlitos, nacido el 2 de abril de 1939, en el barrio El Calvario de San Salvador, hijo de una familia oriunda de Zacatecoluca, en La Paz. Si bien renunció a Cruz Roja y su jubilación empieza a tener vigencia hasta el 1 de febrero, el rescatista dijo que puede continuar llegando a la institución como voluntario, y desempeñar la función que los directivos crean convenientes.
Luego de una visita al COE, López Mendoza se dirigió hacia la parte de atrás de una ambulancia. Un lugar poco convencional para atender a la prensa, y que le recuerda a todas las ocasiones en las que acompañó a salvadoreños que se debatían entre la vida y la muerte, a causa de diversas contingencias.
“Recuerdo que las ambulancias solo tenían una camilla, un lugar donde nos sentábamos y dependía completamente de nosotros, llevar con vida a la víctima. A lo más teníamos guantes. Hoy, prácticamente, las ambulancias son clínicas móviles”, mencionó.
Lo que lo hizo contemplar el retiro
Durante décadas, Carlos López Mendoza no tuvo reparos en poner en riesgo su vida, para salvar a otros, pero la pandemia le hizo llegar a comprender que él era una persona de riesgo. El 16 de marzo de 2020, Cruz Roja le pidió que se quedara en su casa, para evitar un posible contagio.
Ya en la cuarentena domiciliar, empezaron a llegar otros achaques de salud, los cuales confiesa, no había sentido antes. Esto llevó a su familia, especialmente sus nietas, a pedirle que dejara de trabajar tanto y cuidara su salud. Aunque admite que fue una decisión difícil, Don Carlitos sostiene que siente tranquilidad al saber que su familia lo respalda.
“A todos les digo, que si sirvo de algo, ya no voy a poder hacer lo que hacía hace 20 años, pero en algo puedo ayudar y ya lo estoy haciendo”, expresó.
Su historia en el rescatismo
Con la sencillez que lo caracteriza, Carlos López Mendoza enfatiza que no fue a la universidad, pero que su trabajo como rescatista y vocero, le dejaron un gran cúmulo de lecciones valiosas. Debido al origen humilde de su familia, tuvo que aportar a su hogar, a través de oficios como albañilería, carpintería y relojería.
Otro de sus trabajos fue en una empresa de distribución de leche, como repartidor a restaurantes. En 1970, recuerda que visitó al último cliente de su jornada, cuando un niño llegó corriendo a pedir ayuda para su madre, que estaba a punto de dar a luz otra vez, y al poco tiempo llegó una ambulancia de la Cruz Roja.
Agrega que estuvo siguiendo muy de cerca la emergencia, y que alcanzó a preguntarle a uno de los rescatistas: “¿Cómo se hace para entrar a Cruz Roja?”, y aún cuando el voluntario le dejó en claro que no habría paga de por medio, le contestó: “Cuando pueda, me voy a meter”.
La oportunidad de entrar a la entidad se dio el 24 de enero de 1974, luego de responder un anuncio en el que estaban buscando voluntarios, y después de pasar un curso para rescatistas. Ese mismo año, su bautismo de fuego como rescatista fue atender los estragos que dejó el huracán Fifí en Centroamérica.
Dos años más tarde y aún con poca experiencia como rescatista, Cruz Roja Salvadoreña decidió enviarlo como apoyo de rescate a las zonas afectadas por el terremoto del 4 de febrero de 1976 en Guatemala. A pesar de la distancia, él asegura que su brigada fue la primera en llegar a atender a las víctimas.
Él cuenta que en ese entonces, los cuerpos de socorro no disponían de todas las herramientas para remover escombros y detectar si las víctimas soterradas estaban con vida. Luego del terremoto, pasó un mes completo en Guatemala, experiencia que le dejó un gran aprendizaje de vida y pudo percibir el aprecio de los habitantes del vecino país.
Un parteaguas en su carrera fueron los 12 años de conflicto armado, momento en el que el Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), decidió por primera vez enviar al país una delegación de expertos para preparar a los socorristas en una situación de conflicto, y lo que implica atender heridos de ambos lados en contienda.
En pleno conflicto armado, ocurre el terremoto que destruyó gran parte de San Salvador, el 10 de octubre de 1986. En el evento sísmico, su casa ubicada en el Barrio San Jacinto, contiguo a la Escuela Nacional de Comercio (ENCO), fue reducida a escombros.
López Mendoza recordó que esa situación lo puso en la encrucijada de ayudar a su familia y encontrar otro lugar para vivir, o ayudar a los millares de capitalinos afectados, pero gracias a la ayuda de su hija mayor, consiguieron una vivienda provisional, y su familia le pidió que fuera a ayudar a los compatriotas que estaban sufriendo en esos momentos.
“Ahí aprendí que no solo es el voluntario el que se sacrifica, sino que sacrifica a la familia”, sentenció.
Vocero, gracias a la prensa
Los convulsos años 80 continuaban y Carlos López Mendoza se encontraba destacado en la sede central de la Cruz Roja, que en ese entonces se ubicaba en el centro de San Salvador. Los periodistas solían llegar en búsqueda de reportes de emergencias atendidas, pero no había nadie que les brindara información, así que le pedían a él brindar declaraciones.
“Después que compartía información, los periodistas me ponían como vocero de Cruz Roja. A mi me fue gustando la idea de comentar sobre las emergencias de Cruz Roja, el reconocimiento se lo debo en mayor parte a la prensa y aprendí mucho de ustedes” relató Mendoza, y agregó que gracias a esa experiencia, desde 1991 existe en Cruz Roja la figura del “vocero”, la cual le fue asignada a él.
Sus nuevas responsabilidades implicaron además escribir boletines y trabajar en su expresión oral. Con mucha gratitud, recuerda a pasantes universitarios de horas sociales y a periodistas como René Hurtado y Roberto Aldana, como aquellos que le ayudaron a mejorar su redacción y a saber cómo expresarse con la prensa.
Entre risas, mencionó que incluso llegó a agarrar cámaras fotográficas, un día que el
fotógrafo de Cruz Roja no había llegado al trabajo: “En aquel entonces las cámaras eran pequeñas, ahora no sé como funcionan esas animalas”, reconoció en forma jocosa.
Además del progreso en la manera en cómo comunicar las estadísticas que maneja la institución, otro cambio que López Mendoza atestiguó con el paso de los años, fue la relación de Cruz Roja con otros cuerpos de socorro. Al principio, dijo, había un espíritu de competencia y ver quién llegaba y atendía primero a las víctimas de una emergencia, pero en estos días, hay un mayor sentido de cooperación, ayudado también por la integración que han tenido entidades como Comandos de Salvamento, Cruz Verde y la misma Cruz Roja, al Sistema Nacional de Protección Civil.
Jubilación y riesgos actuales
El hombre que fue testigo de terremotos, guerras civiles e inundaciones por más de cuatro décadas, es de la idea que la coyuntura actual es más complicada para los socorristas: “Nunca había visto un período de emergencias tan significativo como hasta hoy, y para atenderlo, no es tan fácil como poner una venda, sino que es necesaria la prevención para prevenir contagios”, subrayó, en alusión a la pandemia de la COVID-19.
También destacó que en los últimos años, ha habido un incremento de emergencias relacionadas con accidentes de tránsito, y confesó que ha sentido el impulso de salir con una ambulancia cuando escucha la alarma y las sirenas, pero sabe que no puede hacerlo.
Aún y cuando el sistema de pensiones se encuentra privatizado, él prefirió quedarse con el Instituto de Pensiones de los Empleados Públicos (INPEP), el cual le recomendó poner la renuncia en Cruz Roja a principio de año, para que así su jubilación entre en vigor en febrero. Por su parte, Cruz Roja planea un acto de reconocimiento a la trayectoria de López Mendoza, con observancia escrupulosa a los protocolos de bioseguridad que impidan contagios de COVID-19.
Pero aún y cuando reitera que seguirá siendo voluntario y que llegará a las instalaciones de Cruz Roja cuando lo consideren pertinente, Don Carlitos sostiene que no se puede retirar, ya que él funge desde 2001 como el Embajador de los Voluntarios ante Naciones Unidas, nombrado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).
Este es uno de varios reconocimientos a los que ha sido sujeto en su carrera, entre los cuales también se destaca la designación de Hijo Meritísimo de El Salvador, por parte de la Asamblea Legislativa, el 7 de julio de 2017.
En su etapa de voluntario, López Mendoza espera contar con la oportunidad de poder transmitir sus conocimientos a las nuevas generaciones: “Es un deber moral que tenemos los socorristas con experiencia, de transmitir a las nuevas generaciones, lo que implica ser voluntario y salvar vidas. Es necesario que los ayudemos y orientemos para que tengan el espíritu de salvar vidas, que no se trata de hacerse publicidad, sino poder hacer algo por los demás”, concluyó.
[cycloneslider id=»206890″]