Al principio hubo un laberinto de dudas. Pero el 16 de enero de 1992, en el Castillo de Chapultepec, México, la certeza de poder finalizar el conflicto armado y dejar de matarse con el enemigo se volvió casi una certeza.
La idea de poder vivir en un país democrático, con espacios políticos, donde se respetaran los derechos humanos y la libertad de expresión comenzó a volverse creíble.
Todos los ojos del mundo estaban puestos en ese evento que ponía fin a una guerra civil que se había convertido en el último escenario de la Guerra Fría.
Ahí, en el Castillo de Chapultepec, había presidentes de distintos países, delegaciones de importantes diplomáticos y organizaciones de alto prestigio. ¿Por qué desconfiar?
Ana Guadalupe Martínez estaba junto a sus compañeros de guerrilla. Ella había sido una de las principales cabezas que incendiaron el país para —según su criterio— lograr espacios políticos y cambiar una realidad que les parecía injusta.
Ahí, junto a los demás comandantes guerrilleros, y frente a los que habían sido sus enemigos mortales durante 12 años, comenzó a creer que el camino de las armas había llegado a su fin. La presencia de importantes testigos le hacía pensar que los acuerdos que estaba firmando se cumplirían.
Y, sin embargo, toda la alegría, todo el entusiasmo, no le impedía que en su cabeza estallaran constantemente, como en un campo de batalla, una infinidad de incertidumbres. Firmó el acta de los Acuerdos de Paz. Sí. Pero su memoria era un mar de imágenes que le hizo recordar de dónde venía y las luchas que había librado.
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I. PREGUERRA
Todo comenzó cuando estudiaba bachillerato, a finales de los años sesenta. Por ese entonces se había desarrollado una actividad muy grande por parte de los maestros con Andes 21 de Junio y sus reivindicaciones como gremio. Los estudiantes de los últimos años, incluida mi persona, nos habíamos enterado por primera vez de que en el país había huelgas, actividades reivindicativas y de reclamo. En el caso mío venía de una familia que no tenía una vinculación política más que la de mis tíos. Ellos eran maestros y, por supuesto, participaban en todas esas actividades. Yo me fui enterando y dando cuenta de esa realidad que para mí era nueva y extraña. Eso fue creando un interés y un marcado sentimiento de preguntas y dudas. Entré a la Universidad y eso se profundizó.
Fraude: el agotamiento de la vía pacífica
Lo que me terminó de involucrar en todo esto fueron las elecciones presidenciales de 1972, en donde el ingeniero Napoleón Duarte y Guillermo Ungo ganaron las elecciones, pero se las robaron. Ya yo podía votar y había participado como vigilante. Pero ver todo ese cuadro de rechazo, de fraude, de gente que reclamaba el respeto a la voluntad popular, terminó de definir mi posición y de decir que no había opción democrática, pues el voto no servía para nada. Entonces comenzamos a participar en organizaciones clandestinas y ahí es como entré al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), que era una de las organizaciones que ya se estaba comenzando a activar como guerrilla. Esa es mi historia personal.
Las cárceles clandestinas
Eso fue entre los años 1973 y 1974. Ya yo participaba en una célula clandestina y empecé a trabajar en la guerrilla. Dejé de estudiar. Llegué hasta cuarto año de Medicina y en el proceso de construcción de lo que iba a ser el movimiento guerrillero, el ERP, a mí me designan para ir a organizar a los jóvenes estudiantes en San Miguel. Ahí me capturan, ya habían capturado a otros jóvenes. Ellos sabían que yo estaba participando. Uno de los jóvenes me delató. Incluso, anduvo con la Policía buscándome. Me encontraron, me capturaron y me desaparecieron. Estuve secuestrada durante nueve meses en una cárcel clandestina, en el cuartel central de la Guardia Nacional. Salí librada porque los compañeros capturaron a un prominente empresario y pidieron mi libertad a cambio de su liberación.
Torturas
Era tremendo estar en esas cárceles… La primera medida era sacar información y la información se sacaba torturando a la gente. Ninguno de los que fuimos capturados pudo escapar de la tortura y la presión psicológica: te vamos asesinar, te vamos a ir a matar a tu familia, que en el caso mío terminó siendo cierto porque asesinaron a mi hermano y a su esposa y quedaron dos niñitos huérfanos. Él no tenía nada que ver con la guerrilla. Pero usaban las formas de represión más brutales para detener algo que ya se veía que era indetenible: la lucha del pueblo salvadoreño por instaurar una democracia.
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II. GUERRA
El Salvador se desangró durante 12 años en una guerra civil. Ana Guadalupe Martínez se convirtió en una de las máximas jefas del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) y dirigió la guerra con otros comandantes guerrilleros. Decenas de miles de salvadoreños murieron durante los años del conflicto armado. A finales de los años ochenta las condiciones geopolíticas cambiaron y la posibilidad de finalizar la guerra a través de un diálogo fue tomando fuerza.
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III. ACUERDOS DE PAZ
Los Acuerdos de Paz fueron un proceso. No es cierto que de repente se le ilumina la cabeza a un dirigente y dice: vamos a sentarnos a dialogar. En la medida que la lucha se fue desarrollando y que la participación de la gente y de los grupos organizados se fue desarrollando también otros sectores de la población empezaron a pronunciarse para finalizar el conflicto. Y los primeros actores que empezaron a hablar de que había que buscar otro método que no fuera el violento fue la Iglesia Católica. Para ellos no iba a haber un vencedor. Ni el Ejército iba a aniquilar a la guerrilla, ni la guerrilla iba a lograr una victoria militar sobre el Ejército.
El camino a la paz
Empezar el diálogo de paz no fue fácil por la desconfianza. Veníamos de un período de fraudes electorales, de no tener respuesta política a las demandas de libertades de expresión y de organización, de no tener respeto a los derechos humanos. Todo ese contexto nos generaba mucho rechazo. ¿Cómo íbamos a creerle a ellos a la hora de irnos a sentar y dialogar y creer que iban a cumplir? La Iglesia Católica jugó el rol de iniciar los diálogos para poder llegar a un acuerdo. Pero como había tanta duda, tanto rechazo y, sobre todo, falta de credibilidad y confianza, era casi imposible. Hasta que participó Naciones Unidas, en un contexto más amplio, más internacional, más de respaldo. Entonces empezamos a creer que era posible llegar a un acuerdo que se respetara, porque lo que no queríamos era entregar las armas, firmar un papel y que las cosas no cambiaran, sino lograr que lo que se firmara en los Acuerdos de Paz se cumpliera.
Los acercamientos
Al principio no hubo sentadas frente a frente, sino que Naciones Unidas ideó un método que le llamó el método del Péndulo, que iba a la delegación del gobierno y hablaba con ellos, hacía una síntesis, luego venía donde nosotros y nos contaban más o menos el tipo de ideas que podía tener el gobierno y que nosotros podíamos aceptar. A veces nosotros los rechazábamos y decíamos que no era eso lo que queríamos. En ese primer esfuerzo Naciones Unidas se fue construyendo una idea de qué era lo que quería cada uno por su lado y empezaron a hacer pequeños resúmenes que indicaban que era posible llegar a acuerdos por lo que ambas partes habían manifestado.
Frente a frente
Llegó el momento que hubo la firma del acuerdo en Ginebra. Fue el primer acuerdo que se firma que tenía que ver con el fin del conflicto, democracia, respeto a los derechos humanos y reforma militar y policial… A partir de ese acuerdo, la siguiente reunión fue cara a cara. No fue fácil. Eran horas y horas y horas de repetirnos los reproches. Nosotros a ellos y ellos a nosotros. Nosotros sacándoles a bailar todo lo que habían hecho con el país, toda la violación a los derechos humanos, todo lo que había sufrido la gente. Y ellos, por su parte, diciéndonos toda la destrucción que le habíamos hecho al país, todos los puentes destruidos y cosas que se provocaron en las zonas con mayor presencia guerrillera. En fin, fue un período de catarsis, de decirse lo que cada uno pensaba del otro, pero como estaba Naciones Unidad en frente nos tuvimos que aguantar y tolerar. Fue un período largo. No fue fácil. Fueron meses. Pero después comenzó la construcción de soluciones al tema de los derechos humanos, al tema de la reforma electoral y Naciones Unidas aportó técnicos para ir construyendo los acuerdos
La firma final
Yo tenía dudas de si se podía llevar a la práctica todo lo que habíamos acordado. Estábamos prácticamente desarmando a la gente que había luchado durante tantos años y que había perdido familia y bienes. Otros habían lisiados y nosotros los estábamos llevando a entregar las armas con la idea de que lo que se había firmado iba a cumplirse. Esa duda en mi persona estaba presente en el momento de la firma del 31 de diciembre de 1991 en la oficina Naciones Unidas, en Nueva York. Ya el 16 de enero que se firmó en Chapultepec con toda la comunidad internacional presente, ya pensaba que no podía ser que eso no se lograra y que se tratara de evadir y engañar. Pero finalmente se logró y ahora hay una nueva policía, hay derechos humanos, hay un modelo electoral que ha cumplido la voluntad popular expresada en el voto. Eso queríamos nosotros: una sociedad democrática. Nuestra lucha siempre fue por construir un país democrático, plural, con respeto a todas las corrientes de pensamiento y para que nunca se matara a nadie por sus ideas.