El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

Rolando Monterrosa: “Fuimos una generación condenada a muerte”

por Redacción


Dirigió durante una década El Diario de Hoy. Eran los años de la guerra civil. En esta entrevista, Rolando Monterrosa hace un repaso de esos años de agitaciones y turbulencias.

Contactar a Rolando Monterrosa no es tarea fácil. Su teléfono puede sonar treinta mil veces. Pero nadie lo descuelga. Nadie lo contesta.

La primera vez que le llamamos fue en enero. Lo hicimos durante tres días, a toda hora, hasta el cansancio. La línea sonaba y sonaba. Pero nadie dijo aló-hola-diga. Nada. Pasaron los días, los meses. Volvimos a llamar esporádicamente. Pero no hubo respuesta. Creímos que el número estaba en desuso. Hasta que, hace unos días, volvimos a marcar los mismos dígitos y se escuchó la voz de un hombre, gastada por el tiempo, que reconoció ser poco amigo de los teléfonos. Hubo recuerdos y risas, y se concertó una cita para el día siguiente.

Rolando nos recibió con una camisa color azul, tipo polo, con un estampado donde se lee EDH. Es la empresa en la que trabajó casi toda su vida. Fue periodista. Al principio, como casi todos, fue reportero de calle. Eran los años setenta. Luego, en los años ochenta, se convirtió en jefe de prensa. Fueron dos décadas de balas y sangre, de terror y muerte, de guerras continuas: en Guatemala, en Nicaragua, en El Salvador. Por eso, cuando Rolando habla de la generación de periodistas a la que él perteneció, hace una marcada distinción con la generación de reporteros de postguerra: «Nosotros hicimos un periodismo de supervivencia, estábamos condenados a muerte, cuando salíamos del periódico, le metíamos la pata al carro y nos tirábamos semáforos en rojo hasta llegar a la casa».

Ahora Rolando tiene ochenta años. Vive solo. Camina con dificultad y mira con dificultad. Tiene una pierna lisiada y uno de sus ojos dañados. Pero los achaques físicos no limitan sus ímpetus creadores. Asegura que lee y escribe todos los días. Ahora está redactando sus memorias.

Rolando nos hizo pasar a una oscurecida sala. Enfrente había un módulo con una hilera de libros. También una pequeña estatua de Buda y un cuadro con la estrella de David. Rolando dice que años atrás practicó el budismo zen y ahora el Judaísmo.

En las repisas también había fotografías de sus padres y abuelos. Pero sobre todo de su padre Manuel Monterrosa. «Mi papá fue diplomático. Estuvo como primer secretario en la embajada de Nueva York. En ese entonces yo tenía como siete u ocho años».

Su relación con el periodismo comenzó por ese tiempo. Rolando dice  que en Nueva York se envició con las historietas y su habitación se llenó de libros y pasquines. «Yo me envicié de tal manera que mi mamá se preocupó y me prohibió que los siguiera leyendo.  Yo tenía grandes promontorios en mi cuarto de historietas y una vez que regresé de la escuela me los había tirado todos a la basura».

Regresó a El Salvador siendo un adolescente. Estudió bachillerato en el colegio García Flamenco y luego quiso estudiar periodismo. Pero su madre se opuso y terminó estudiando derecho. Pero el destino lo llevó, finalmente, a dirigir la redacción de El Diario de Hoy.

¿Cómo llegó al periodismo?

A mí me fascinaba escribir desde que estaba pequeño. Y no lo hacía mal. El hecho de haberme familiarizado tanto con la literatura me permitió tener un vocabulario más amplio para expresarme con más ventaja que otras personas. Aprendí a leer a los cuatro años. Un día le dije a mi madre que quería estudiar periodismo. Pero ella me dijo que el periodismo estaba tirado. Era verdad. Así estaba por aquella época. Entonces comencé a estudiar derecho en la Universidad de El Salvador. Uno de mis compañeros fue David Escobar Galindo. Íbamos y regresábamos a la Universidad juntos, porque éramos vecinos en el Barrio San Miguelito.

¿En qué año fue eso?

A mediados de los sesenta. Pero por ese tiempo me dieron una paliza sin qué ni para qué. Un día nos detuvieron unos policías y nos pidieron que nos identificáramos. Yo me identifiqué de machito. Les dije que era estudiante universitario. Ah, este hijueputa es comunista, dijeron. Y se me echaron todos encima y me dieron una paliza.  Me llevaron a la Celda 18 que era famosa en El Castillo. La cosa fue que me dio tanta vergüenza estar preso que no di mi nombre, sino otro. Y mi familia no me encontraba en ningún lugar, ni en hospitales, ni en cárceles, ni en ninguna parte, porque yo había dado otro nombre… Un preso que estaba en la misma celda salió  como a los 15 días y en un envoltorio de cigarrillos puse un mensaje para que mi tío, Rosendo Morán Monterrosa, que era un médico, respondiera por mí. Mis papás estaban fuera del país. Mi papá había sido trasladado a Washington. Entonces aproveché para irme a estudiar a la Escuela Oficial de Periodismo de Madrid.

¿Qué aprendió en Madrid?

Tuve la oportunidad de tener muy buenos maestros, uno de ellos era Jaime Campmany… Había editorialistas del ABC. Todos eran monárquicos. Estoy hablando del período del generalísimo Francisco Franco, caudillo por la gracia de Dios y para la gloria de España. ¡Jaja! Lo novedoso era que en una dictadura tan severa como la de Franco había profesores de excelente calidad que te enseñaban a redactar. Yo aprendí a redactar muy bien. Yo le daba mis textos a Jaime y él me los corregía. Recuerdo que un día me encontré con Enrique Altamirano en una recepción en la ciudad universitaria. Me acerqué a él. Le dije que era salvadoreño y que estaba estudiando periodismo. Me dijo que lo fuera a ver tan pronto como llegara a El Salvador y así fue como entré en El Diario de Hoy en 1970.

¿Qué se encontró?

Todavía se hacía la madera con tipos de madera. En esa época, otros países estaban bien avanzados en el periodismo, pero aquí estábamos en un estado primitivo. Todavía teníamos máquinas de escribir Royal, Remington, Corona, y luego pasamos a las máquinas eléctricas, IBM, Oliver, y después que dimos un solo salto hacia la era digital.

¿Usted llegó como jefe?

No. Yo llegué haciendo calle con otros periodistas.

En los años setenta surgen los grupos guerrilleros  y los secuestros…  

Yo entrevisté a la esposa de Regalado Dueñas, que era una señora muy guapa. Hice una semblanza de Ernesto. De ahí vino el secuestro de Roberto Poma, de Borgonovo Pohl. Todo eso lo cubrí como reportero de calle.

Foto D1. Miguel Lemus

Foto D1. Miguel Lemus

¿Cómo era la dinámica de trabajo?

Estaban los que tenían las fuentes tradicionales. Francisco Romero cubría policial y Peñate Zambrano el ejército. Lo hacían muy bien. Eran grandes cazadores de noticias. De ahí estábamos nosotros que cubríamos otros aspectos. A mí me tocó cubrir los festivales internacionales de  música que hacían aquí, que, en parte, estaban patrocinados por la familia Regalado Dueñas.

¿Cómo era la relación con los Altamirano?

Tanto don Napoleón como don Enrique tenían una costumbre, visitaban todos los días todas las áreas del periódico, especialmente la redacción, conocían los nombres de cada uno de nosotros y con quienes estábamos casados. Era una empresa familiar, muy orientada por los sentimientos. Para despedir a alguien tenía que haber cometido una falta gravísima, por ejemplo, llegar borracho. No solo borracho, porque casi todos llegaban bolos, pero hacer escándalo o pelearse adentro del diario. Eso sí era penado gravemente. Pero los que llegaban con olor a níspero, no.

¿Cómo se convirtió en jefe de prensa de El Diario de Hoy?

En 1974 me casé por primera vez y necesitaba más ingresos. Mi sueldo había crecido casi el doble, me pagaban 500 colones mensuales, pero ya con una mujer era cosa seria. No me ajustaba. Vino don Chico de Sola y me dijo que tenía un proyecto, me explicó que era COEXPORT… don Chico pensó en que no se podía seguir protegiendo la industria local porque no íbamos a progresar, había que salir a competir fuera de Centroamérica. Creó COEXPORT y me puso como director ejecutivo. Ahí trabajé durante varios años. Cuando ya Napoleón Duarte estaba en el poder, me buscó don Enrique Altamirano para que me hiciera cargo de la jefatura de redacción. Negocié mi salario y fue así como regresé como jefe de redacción.

¿Qué le pidieron hacer en el periódico?

Lo que hicimos fue lo que no se estilaba: cada reportero se iba a la calle y tomaba sus iniciativas y hacía lo que quería. Yo empecé a reunirlos a todos, todos los días, a eso de las nueve de la mañana. Nos reuníamos y asignábamos fuentes. Las fuentes intocables estaban en posición de Peñate Zambrano y de Chico Romero. Lo que yo impuse en aquella época fue que no se limitaran al papelito que le dan a uno en las conferencias de prensa. Repregunten, repregunten, repregunten, les decía. Y con eso dábamos una información muchísimo más amplia que La Prensa Gráfica.

Dicen que si alguien escribía mal una nota, usted la hacía pedazos en la cara de ellos.

Jaja. No, esa es leyenda negra que me han creado. Yo tuve una cosa, podrá ser virtud o lo que quiera, pero nunca le llamé la atención a un periodista delante de sus compañeros. Pero si alguien fallaba le decía: “vení, andá a mi cubículo”. Y todos los babosos viendo. Ya en mi cubículo le decía: “puta, no jodás, cómo podés decir que los hechores se dieron a la fuga con rumbo desconocido”; porque esa la frase clásica. “Puta, no jodás, crees vos que van a dejar su tarjeta de presentación”. ¡Jajaja!

Entiendo que el presidente Duarte le retiró toda la publicidad a El Diario de Hoy, ¿qué hablaban con Enrique Altamirano?

Hubo un choque frontal con Duarte al grado que en un discurso dijo que él era un buen ciudadano porque no leía El Diario de Hoy. Anunció que iba a suspender todas las suscripciones de las oficinas públicas. Aquello fue como magia. Los de la sección comercial se pusieron felices porque nuestra circulación subió casi el doble al día siguiente de las declaraciones de Duarte. Además, mejoramos nuestra credibilidad, porque nosotros sacamos todas las picardías que hubo. Hicimos muchos reportajes de investigación.

Foto D1. Miguel Lemus

Foto D1. Miguel Lemus

¿Por ejemplo?

Por ejemplo la del IRA. Nosotros publicamos que los grandes contingentes de latas de leche, que eran del IRA, aparecían en el Mercado Central o en La Tiendona a precios mucho más elevados de los que se encontraban en las tiendas distribuidoras del IRA, los cuales tenían un precio controlado. Cosas así.

Usted dice que perteneció a una generación de periodistas que estaban amenazados a muerte, ¿sufrió usted algún atentado? 

Cuando asumí como jefe de redacción me asignaron una cherokee blindada con un motorista y un guardaespaldas con su metralleta y todo. Me iban a traer y me iban a dejar a mi casa todos los días. Por entonces yo acababa de ser padre de mi segunda hija y la mamá tuvo miedo cuando me vio bajar de la cherokee blindada. “Te van a matar porque estás en El Diario de Hoy”, me dijo. Y de hecho era así. Posteriormente hablé con guerrilleros que me dicen que Joaquín Villalobos tenía una lista de El Diario de Hoy que éramos los objetivos básicos porque éramos los portadores del pensamiento oligárquico y había que descabezarlo. La mente oligárquica y prooligarquica había que descabezarla y eso era matando a los periodistas. Hay una anécdota que me contaban: dicen que en los tiempos de guerra Schafik le dijo a Joaquín Villalobos “no jodás, no matemos periodistas porque eso nos da mala prensa en todo el mundo. Cae un periodista y todos los periodistas del mundo hacen causa común”. Pasaron los años, vinieron los famosos Acuerdos de Paz, y Joaquín se convirtió en un analista político que escribía en El Diario de Hoy. “Vaya, dicen que dijo Schafik, yo durante la guerra defendí a estos cabrones y ahora Joaquín Villalobos se sienta con Kike Altamirano y el hijueputa soy yo”. ¡Jaja! Schafik era pintoresco, pero era el único comunista de corazón que yo conocí, autentico, que creía en lo que estaba haciendo.

Entonces, ¿nunca sufrió atentados? 

Tuvimos atentados. Nos pusieron dos bombas. Una de ellas lanzó el portón principal hasta el fondo del periódico. Afortunadamente no causó daños personales. Nos hicieron fogatas que eran con dedicatorias de Joaquín Villalobos. Nosotros le decíamos gavetilla porque tenía la quijada como de gaveta. Dicen que decía: díganle a Rolando que ya no me saque esa foto. ¡Jaja! Y de hecho nos mandó fotos en las que no se le notaba mucho el defecto de la quijada, pero nosotros, una y otra vez, por joder, volvíamos a publicar la foto.

¿Dicen que desde El Diario de Hoy se conspiraba?

No. Conspirar no. Pero sí había gente que aportaba ideas como Francisco Peccorini, Matías Romero, Antonio Rodríguez Porth. Era un tanque de pensamiento e intercambiábamos ideas de cómo abordar ciertos procesos como la propaganda que salía de El Salvador a través de los corresponsales que siempre fueron más afines con la guerrilla que con el ejército. Eso es lo que se hacía. Pero no había conspiraciones de ninguna clase. No se podía conspirar con una fuerza que estaba en las montañas. Lo único era tirarles el ejército encima. Siempre se les consideró subversivos. Peñate Zambrano tenía una frase. Les llamaba “delincuentes terroristas”. Yo le decía: puta, si sos terrorista sos delincuente. ¡Jaja!

¡Jaja! ¿Qué otros cambios impulsó usted en el periódico?

Llevé periodistas jóvenes. Contraté mujeres que dieron muy buen resultado. Había una chiquitina que había trabajado en el Excélsior de México que era muy buena. Se metía en medio de las balaceras y llevaba testimonios, llevaba buen material. Entonces comenzaron a llegar mujeres al diario. Antes, en las redacciones, solo había hombres.

¿Qué tan cierto es que en esa época algunos periodistas estaban a sueldo en instituciones públicas?

Hubo casos de esos, pero no vamos a decir que todos los periodistas estaban así. Sabíamos que algunos estaban pisteados. El funcionario se aprovechaba al decir: puta, si a estos pobres pendejos no les pagan bien. Así que les daban su pistillo y los tenían amarrados. Pero eso no era muy frecuente.

¿Había bohemia?

Sí. Yo gozaba estar en el diario. Salíamos bien tarde con un ejemplar, de los primeros que tiraba la máquina, bajo el brazo. Ese era nuestro gusto. A la 1 de la madrugada nos íbamos al restaurante México, al Migueleño, al Izalco, donde te servían una botella de Smirnoff con un bistec encebollado o lomo de aguja por 10 o 15 colones. Era caro, pero nosotros hacíamos la cabuda.

¿Cómo son sus días ahora, don Rolando?

Sigo leyendo. Leo, incluso, libros que me recuerdan mi infancia como Las mil y una noches.  Escribo todos los días. Ahora estoy trabajando en mis memorias.

Foto D1. Miguel Lemus

Foto D1. Miguel Lemus