El cadáver del comandante Miguel Castellanos quedó destrozado, lleno de agujeros, anegado de plomo y sangre. El automóvil en que se conducía evidenciaba la brutalidad del ataque: estaba plagado de perforaciones. Todo ocurrió con rapidez. Primero fue un concierto de balas: ráfaga tras ráfaga. Luego hubo silencio. Los sicarios huyeron dejando a un hombre muerto en medio de una desértica calle de San Salvador.
El comandante Miguel Castellanos era un personaje terriblemente odiado; había sido amenazado de muerte innumerables veces. Las primeras advertencias le llegaron pocos días después de desertar de la guerrilla, en abril de 1985, en plena guerra civil. Desde entonces fue considerado un traidor, un enemigo que debía ser aniquilado.
La guerrilla intentó asesinarlo muchas veces. Pero Miguel Castellanos no era presa fácil. Tenía protección del gobierno de José Napoleón Duarte y se movía con cautela, cambiaba de automóvil y transitaba por diferentes direcciones. Nunca pasaba dos veces por el mismo lugar. Pero la tarde del 16 de febrero de 1989 no se salvó. Fue asesinado de una manera brutal: más de 50 balas de fusiles AK-47 y M-16 atravesaron su automóvil y su cuerpo.
Desde inicio de la guerra, en 1981, Miguel Castellanos perteneció a la jerarquía guerrillera de El Salvador. Era uno de los principales estrategas de las Fuerzas Populares de Liberación (FPL), de los que planificaba operaciones, de los que coordinaba atentados. Pero en abril de 1985 desertó y se entregó al gobierno. Después creó un centro de estudios y comenzó a criticar a sus excompañeros.
Se convirtió en un prominente analista político. Escribía en los periódicos y participaba en debates televisivos. Su tesis era que la guerrilla salvadoreña no tenía posibilidades de llegar al poder a través de las armas, que debían aceptar el diálogo con el gobierno, que la negociación era la mejor salida. Pero a la guerrilla no le caían en gracia esos planteamientos.
Miguel Castellanos viajó por distintos países, americanos y europeos, explicando el origen y el pensamiento de la guerrilla salvadoreña. Conocía sus interioridades, sus ideas, sus planes. Sabía cómo operaba y cómo subsistía. Y no tuvo reparo en decirlo. Por eso fue acusado de traidor. Pero no solo eso. La guerrilla lo acusaba de haber entregado a distintos comandos urbanos. Muchos excompañeros de Miguel Castellanos habían sido capturados o asesinados, extrañamente, después de su deserción.
Un joven guerrillero
Napoleón Romero García era un joven con inquietudes sociales y políticas. Nació en San Salvador en 1949. Estudió bachillerato Instituto General Francisco Menéndez. Cuando se graduó de secundaria comenzó a trabajar en varios oficios. A veces pasaba por la Universidad Nacional y compraba revistas en los quioscos instalados en los entornos del centro de estudios. Le interesaba la realidad nacional.
En 1969 ingresó a la universidad como estudiante de psicología. Ahí tuvo sus primeros contactos con miembros del Partido Comunista Salvadoreño (PCS). Ese mismo año participó en una asamblea estudiantil donde discutieron si apoyaban la guerra contra Honduras. Al final los comunistas apoyaron al gobierno del general Fidel Sánchez Hernández y eso provoco una irreversible escisión.
Tiempo después fue invitado a un centro de estudios por un joven llamado Atilio Cordero. Ahí leyeron a Carlos Marx y a Lenin. Tuvo acceso a literatura prohibida, a libros que entraban de manera clandestina al país, a revistas de pensamiento de izquierda. También hacía trabajo político: repartía propaganda y adoctrinaba a los obreros y sindicalistas.
La actividad era intensa, le demandaba mucho tiempo y sus estudios de psicología fueron relegados a un segundo plano. En una ocasión, Atilio Cordero le reveló que pertenecía a una organización guerrillera llamada FPL y le propuso que se integrara como colaborador. Le dio a elegir entre dos caminos: continuar como académico o ser un verdadero revolucionario.
El planteamiento era radical. Pero Miguel Castellanos le pidió a Cordero unos días para pensarlo. Así lo hizo. Lo pensó. Y días después era parte de las FPL. Solicitó integrar un comando urbano, pero lo dejaron trabajando a nivel de masas. Transcurría marzo de 1974.
En noviembre de ese año conformó una célula guerrillera con Medardo González, Armando Flores y Carlos Fonseca. La denominaron Universitarios Revolucionarios 19 de Julio UR-19. Elaboraron estatutos y objetivos. Era un movimiento estudiantil combativo, militarista, alejado de las ideas políticas de los comunistas. El pacifismo no tenía nada que ver con ellos. Las ideas maoístas de Salvador Cayetano Carpio, el máximo jefe de las FPL, comenzaban a encarnarse y a tomar forma.
Los comunistas no estaban de a cuerdo con ellos. Los consideraban trotskistas y anarquistas, alejados de la línea política de los soviéticos (respaldada por los cubanos) que era hacer la revolución en el terreno político a través de un partido que compitiera en elecciones. Pero Cayetano Carpio había roto con los comunistas porque en su cabeza la revolución solo era posible con las armas a través de una guerra prolongada.
Tres años después, en 1977, el joven Napoleón Romero ya no era conocido como Napoleón Romero. Ahora se llamaba Miguel Castellanos. Para entonces había pasado a la clandestinidad y dirigía el movimiento estudiantil desde la oscuridad. Su rostro dejó de figurar en los actos públicos.
La guerra
En una entrevista con el periodista Javier Rojas, realizada en 1986, el comandante Miguel Castellanos aseguró que Fidel Castro fue quien convenció a las cinco organizaciones político-guerrilleras para que se unificaran e hicieran la guerra. Los cubanos habían cambiado de opinión después del derrocamiento de Salvador Allende en Chile y la victoria de los sandinistas en Nicaragua. Los optimismos estaban por los aires. Fidel Castro vio ese escenario y limó los roces entre los comandantes guerrilleros salvadoreños. A cambio les prometió armas que serían trasladadas por Nicaragua.
Para entonces, Miguel Castellanos se había convertido en coordinador ejecutivo de la Comisión Política de las FPL. Estaba en el centro de la acción, donde se tomaban las decisiones más importantes. Viajó a Cuba, a Vietnam, a la URSS, y se reunió con destacados líderes políticos de estos países. Recibió una formación política y militar más sólida, y participó en fuertes operativos.
Pero algo comenzó a cambiar en el pensamiento de Miguel Castellanos en enero de 1983. Ese mes viajó a Nicaragua para participar en una reunión del Comité Central de las FPL en la Residencial Las Colinas de Managua. La jornada fue intensa, de críticas y autocríticas, de mucho debate sobre la guerra salvadoreña. Hubo mucha tensión, sobre todo entre Salvador Cayetano Carpio y Mélida Anaya Montes, primer y segunda responsable de esa organización guerrillera.
Meses después, en abril de ese mismo año, Mélida Anaya Montes fue asesinada brutalmente: recibió más de 86 puñaladas. Varias hipótesis se tejieron en torno al asesinato. Seis días después Salvador Cayetano Carpio se suicidó. Fue por eso que la conjetura que tomó más fuerza fue que este último había ordenado el asesinato de Anaya Montes.
Esos acontecimientos marcaron a Miguel Castellanos. Le hicieron tomar conciencia que la guerrilla era una pequeña dictadura donde existía poco margen de disensión, que muchas veces lo mejor era callar por miedo a represalias. La violencia entre los mismos compañeros le pareció abominable. Eso ya no representaba los ideales por los que había tomado las armas y mucho menos la revolución por la que estaba dispuesto a dar su vida.
Deserción
Miguel Castellanos fue capturado por las Fuerzas Armadas el 11 de abril de 1985, cuando planificaba con otros comandantes el atentado en la Zona Rosa. Luego desertó de la guerrilla y se entregó al gobierno a cambio de protección. Creó el Centro de Estudios de la Realidad Nacional (CEREN) y comenzó a participar en foros y debates públicos.
Una serie de conjeturas surgieron entorno a la deserción de Miguel Castellanos. El escritor y periodista Horacio Castellanos Moya escribió un reportaje en la revista mexicana Proceso donde planteó algunas de esas hipótesis. Una, dijo, era que el comandante no había soportado las torturas infligidas por sus captores. Otra fue que los militares lo habían chantajeado con perdonarle la vida y entregarle a su pareja sentimental, Claudina Calderón, una guerrillera que había sido desaparecida un año antes, a cambio de colaborar con el gobierno.
En la entrevista con el periodista Javier Rojas, el comandante Miguel Castellanos explicó que los motivos de su deserción de la guerrilla fueron de orden político, ideológico y direccional. En cuanto a lo político, señaló que las condiciones habían cambiado en los últimos años. La mayor muestra, dijo, eran las elecciones de 1984, donde todo se resolvió por la vía democrática en las urnas. Ya no era como en los setentas, donde toda alternativa electoral había sido aplacada con fraudes y violencia.
Explicó, además, que estaba harto de la violencia, que había dejado de creer que para resolver la injusticia social era necesaria la dictadura del proletariado. En sus viajes a la Unión Soviética, Vietnam, Cuba y Nicaragua se había encontrado con un escenario diferente al que se pintaba en los manuales de marxismo; se topó con una forma de gobierno que parecía una dictadura con máscara, donde, al igual que en los gobiernos fascistas, existía un poder absoluto que era intolerante a todo tipo de oposición. También señaló que el FMLN había perdido su autonomía ante los cubanos y los sandinistas.
En un artículo, publicado en Diario Latino el 15 de julio de 1986, un año después de su deserción, Miguel Castellanos recordó que en 1980 el FMLN tenía mucho optimismo en la victoria. Pero que después del fracaso de la ofensiva de 1981 se dio una desmoralización y frustración en muchas organizaciones. Algunos dirigentes plantearon entrar en un diálogo-negociación para ganar tiempo y espacio, pero la mayoría de las organizaciones rechazó la propuesta porque significaba un rotundo fracaso.
También recordó que a finales de 1981, Román Mayorga Quiroz, exrector de la Universidad José Simeón Cañas (UCA) y miembro de la Primera Junta de Gobierno surgida tras el golpe de Estado del 15 de octubre de 1979, planteaba que el diálogo y la negociación eran una necesidad para resolver la guerra. Pero el FMLN calificó esas posiciones como absurdas y ridículas.
Cinco años después, Miguel Castellanos retomó la propuesta de Mayorga Quiroz y le recomendó a sus excompañeros dialogar y negociar. Pero no lo escucharon. El 16 de febrero de 1989 lo mataron cuando se conducía en su automóvil en la 43 Avenida Sur y Sexta Décima Calle Poniente de San Salvador. Tres años después el FMLN puso fin a la guerra tras una serie de diálogos y negociaciones que sostuvo con el Gobierno.