El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

Las piñatas de la MS y Barrio 18 en San José de La Montaña

por Redacción


Los miembros de la “autodefensa” de San José de La Montaña aseguran que no buscan venganza y que no son un grupo de exterminio social. Ellos buscan la legalización de su organización, puesto que su objetivo es defender su comunidad.

Aunque el número les desagrada, ya se cumplen 18 meses que los habitantes del cantón San José de La Montaña, en Zacatecoluca, se declararon “territorio libre”, después que un grupo de 70 pandilleros del Barrio 18 facción Revolucionaria les mantuviera atemorizados. Sus pobladores, un día de diciembre de 2015 decidieron organizarse y hacer frente a las pandillas. Desde ese día sus hombres patrullan el cantón bajo el concepto de “cuidamos a quién nos cuida”.

Desde 2015, lo que pareció un simple intercambio de información entre pobladores y agentes de la Policía Nacional Civil (PNC) de Zacatecoluca, se ha convertido en un polémico modelo que actualmente es debatido a nivel nacional.

Un grupo de 60 campesinos y pescadores armados con garrotes, piedras, hondas, machetes y cuatro pistolas (dos regaladas recientemente) protegen a un aproximado de 200 familias –unas 750 personas−, del asedio de la pandilla Barrio 18. Esto es tomado por funcionarios del gobierno como una “amenaza”, algo “ilegal”. Para la alcaldía del lugar, es algo irrelevante porque a 18 meses de su funcionamiento no han correspondido a ninguna solicitud realizada por el grupo de “autodefensa”, según dicen los mismos pobladores.

Pero ellos no buscan sed de venganza. La “autodefensa” de San José de La Montaña, aseguran, no es un grupo de exterminio social. Ellos buscan la legalización de su organización, puesto que su objetivo es defender su comunidad. Saben que no es tarea sencilla, ya que dicen que existe información que miembros de pandillas puedan estar reagrupándose en la zona de Tecoluca, en San Vicente, y que han comenzado a observar sus movimientos. Ellos no quieren asesinar. Ellos quieren la legalidad de su autodefensa.

Foto D1. Salvador Sagastizado. Patrullaje de grupo de "autodefensa"

Foto D1. Salvador Sagastizado. Patrullaje de grupo de «autodefensa»

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Los días en la zona rural, y en especial en las costeras, empiezan desde muy temprano en la mañana. Aunque no se escuchan los pasos porque las personas de este lugar caminan descalzas, estos se levantan antes de las cinco de la mañana. Desayunan cuando tienen cómo y esperan a que desde temprano les vaya bien en su desempeño en la pesca, agricultura o ganadería.

Y aunque a las nueve de la mañana ya suene a casi media jornada cumplida, en un cantón como San José de La Montaña, un hombre toca las puertas, de lámina o juncos y dice:

– Buenos días, disculpe que la moleste vecina, pero estoy solicitando colaboración para darles desayuno a los soldados. A lo mejor tiene unos 25 centavos o con lo que usted pueda.

Una mujer, que empuña una escoba y carga un niño que come un mango maduro, responde:

– Dinero no tengo, pero podría darle unos huevos que nos sobraron.

El hombre le responde: Todo es útil vecina.

La mujer entra a su vivienda muy pobre, armada de juncos y mecate, y saca de una mesa improvisada con varas de bambú tres huevos. Los da sonriente, casi sin pesar. Aunque sabe que es lo poco o único que tiene.

El hombre, que viste con un pantalón negro de sastre con tres parches en sus rodillas, una camisa azul y unos zapatos unas dos tallas más grande que la suya, lleva entre sus manos $2.75, una bolsa con frijoles, la mitad de un chile verde, dos tomates y los tres huevos. Entra a una casa, en la que hay sacos con arena y unos uniformes militares colgados, y dice “vaya compañeros”. En la casa hay seis hombres más, cuatro son elementos de la Fuerza Armada (FAES) y dos agentes de la Policía Nacional Civil (PNC).

Esa es la base que el Grupo de Apoyo a la Comunidad (GAC) que la PNC y FAES mantienen en el cantón San José de La Montaña, desde junio de 2016, después que la comunidad se emancipara de un grupo de 70 pandilleros del Barrio 18, facción Revolucionaria, que se habían tomado el lugar para convertirlo en el centro de operaciones de esa estructura y de guarida de prófugos de los municipios de Soyapango, Ilopango, Zacatecoluca, San Vicente y Jiquilisco.

Foto D1. Salvador Sagastizado. Base GAC San José de La Montaña

Foto D1. Salvador Sagastizado. Base GAC San José de La Montaña

No siempre se contó con este apoyo y a la fecha es de manera intermitente, ya que la patrulla de seis o cinco efectivos del GAC tiene bajo su responsabilidad más de 8 kilómetros lineales de playas que comprenden la isla de Tasajera, los cantones San Sebastián La Zorra, San José de La Montaña, entre otros.

Los miembros del grupo de “autodefensa” del cantón San José de La Montaña sabe que el GAC no es suficiente para frenar a los pandilleros, por eso tomaron la organización de su propio mecanismo de defensa y alerta desde hace aproximadamente 18 meses. Unos 60 campesinos y pescadores, armados con garrotes, piedras, hondas, machetes y cuatro pistolas, enfrentaron a un grupo de 70 pandilleros del Barrio 18 facción Revolucionaria armados con pistolas 9 milímetros, revólveres especiales, escopetas y fusiles M16 y AK47.

No hubo balas entre pandilleros y los “autodefensas”. No hubo muertos. La pandilla se doblegó ante la fuerza y valor de estos 60 hombres que se cansaron de ser extorsionados.

Los pandilleros prometieron regresar y “matar” a todos los hombres de ese lugar. Ese retorno se escucha cada vez más cerca y el grupo de “autodefensa” lo lamenta. Se escuchan voces de grupos de pandilleros que migraron al cantón El Pichiche, desde ahí se supone que los pandilleros dejan amenazas colgadas en los cercos.

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Soyapango es una ciudad grande. Ahí caminan a diario miles de personas. Un hombre de apariencia pobre, que no encaja con el aspecto de los habitantes del oriente de San Salvador, camina, como perdido, y se detiene cada cuadra. Abrumado. Ve una piñatería y sin miedo saluda “buenos días”, saludo que es correspondido por una señora que se limpia las manos en un delantal. “Quisiera encargar una piñata”, dice el hombre. La mujer presta atención, toma un cuaderno que ya cuenta con pocas páginas en blanco y un bolígrafo. El hombre le dice “quisiera dos piñatas, una que parezca pandillero y diga MS (Mara Salvatrucha) y el otro tenga un 18”. La mujer se asusta y tira el cuaderno y dice con contundencia “No. yo no hago nada de eso. Está loco”. El hombre la intenta convencer. La mujer con voz baja y temblorosa le dice: “por favor váyase. Usted quiere que me maten”. El hombre se retira apenado.

Después de unos segundos una mujer más joven sale corriendo, buscando a aquel hombre con aspecto de campesino. “Le habla la señora de las piñatas”, le dice. El hombre ingresa de nuevo en aquel local. Y es interrogado por la propietaria de las razones por las que quiere aquellas piñatas tan peculiares.

“Mire yo soy de San José de La Montaña, en Zacatecoluca”; la mujer sentada dice desconocer la existencia de ese lugar y deja que prosiga. “Ya anduve en las piñaterías de Santa Cruz Porrillo, Zacatecoluca, y todos los lugares cerca y nadie las quiere hacer. Todos tienen miedo. Nadie me vuelve a hablar, prefieren cerrar y todo”, dice. “Pues sí”, le contesta la señora, “quién va a querer hacer eso”.

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“Es que mire, señora”, le dice el hombre, “son para celebrarle a los niños. Ellos no tienen miedo de eso. Nosotros no tenemos miedo a esos maliantes. Esas piñatas son para que los niños entiendan que una vez sufrimos por esos delincuentes y nunca más les vamos a agachar la cara”. La señora se queda callada y le contesta: “esta bueno. Yo se las voy a hacer. Venga mañana y se las voy a regalar”. El hombre sonríe y agradece. “Deje su nombre y traiga bolsas negras de esas de basura”, le dice la señora.

Minutos más tarde la dueña se reúne a sus dos empleadas y les informa el encargo. Las dos mujeres, que son las encargadas de hacer las piñatas, también se asustan y se niegan. “No, eso no lo hago. Si quiere hágalas usted o écheme, pero no”.

La señora cerró como es habitual a las cinco de la tarde. Ese día no se fue, se quedó adentro de la piñatería. Ella juntó el papel de diario y alambre. Comenzó a enredar retazos y a elegir el papel.

Al siguiente día, el hombre llega temprano, antes de lo pactado. La mujer tiene escondidas las dos piñatas. Las mete en dos bolsas negras, las amarra y con temor las entrega. El hombre tranquilamente las lleva a San José de La Montaña.

Cuando llega a su cantón, hay ambiente de fiesta. Dos personas extrañas comen punches, camarones y chacalines. Son dos hombres robustos de piel blanca. El hombre se acerca y los saluda “Buenas tardes señor alcalde” le dice a Mauricio Vilanova, alcalde de San José Guayabal. Y da la mano al otro, Guillermo Gallegos, diputado del partido GANA y presidente de la Asamblea Legislativa. Ambos corresponden con sonrisas y vuelven a tomar asiento.

“Ustedes son los únicos que hablan nuestro mismo idioma”, dice el hombre y rompe el silencio de aquella mesa que estrena un mantel, platos y dos pares de cubiertos para los invitados. Y agrega: “nosotros sabemos que la Policía no puede andar cuidando a todos. Sabemos que parte importante es que nosotros mismos nos cuidemos y eso es lo que queremos”.

Explica el mecanismo del grupo de “autodefensa” de San José de La Montaña y el acalde Vilanova se muestra sorprendido por los resultados en poco tiempo y por la valentía mostrada por los 60 campesinos y pescadores. Gallegos calla y analiza.

El legislador pregunta sobre la legalidad de las dos armas con las que cuenta la comunidad. Las licencias son presentadas. Y el diputado en ese momento, se compromete con apoyar esa iniciativa, a título personal. “No hay duda que están en su derecho”, dice y además se compromete con dar continuidad a la iniciativa presentada en el primer órgano del Estado para legalizar los grupos de “autodefensas”.

Los habitantes emocionados agradecen. Y dan un recorrido por los manglares, muestran la huella dejada por la estructura de la pandilla que habitó por más de un año ese sector. “Acá trajeron a varios desaparecidos. Los mataron, pero primero los torturaron” relataban. Algunos niños, originarios de la zona, escuchan.

Foto D1. Salvador Sagastizado.

Foto D1. Salvador Sagastizado.

“Les queremos enseñar”, dice Luis. “Acá los niños no tienen miedo ni a números, ni a letras”, al referirse a las pandillas Mara Salvatrucha y Barrio 18. Son dos piñatas que simulan dos pandilleros que visten pantalones y camisas flojas, una pañoleta amarrada en la frente, una tiene MS y otra 18, los rostros también tienen “los números” y “las letras”. Los niños se abalanzan. No pegan. Arrancan, muerden, tiran, rompen.

Los miembros de la “autodefensa” de San José de La Montaña reafirman no es un grupo de exterminio social. De hecho no registran ni un solo enfrentamiento armado entre pandilleros y civiles. Ellos buscan su legalización. Buscan apoyo. Saben que no es tarea sencilla, ya que dicen que miembros de pandillas se reagrupan en la zona. Ellos no quieren asesinar. Ellos quieren la legalidad de su autodefensa.