La pobreza de la comunidad Victoria viuda de Alas es como el filo del cuchillo de un carnicero. Las casas construidas con varas de bambú, bahareque, retazos de plástico lodoso, cartones y láminas agujereadas causan la misma herida que se siente cuando uno se imagina a la madre en un ataúd un 1 de enero de cualquier año. Ese mismo sentimiento negro puede sufrirlo si un día decide asomar la cabeza desde la ventana de su lujoso carro último modelo o bien desde cualquiera de los buses de las rutas 29, 41, 7, 11 o 9 y observa al éxodo humano que pobló ese terreno del Estado ubicado sobre el bulevar del Ejército, en Soyapango.
Pero, si usted viaja en uno de los más de doce buses del Sistema Integrado del Transporte (SITRAMSS), por $0.33 su percepción de la realidad cambiará y la escena que avergüenza los ideales de equidad de los salvadoreños se convierten en una verdad liviana –con menos peso que una pluma- vista por los ojos de un turista. Ese es uno de los espejismos que tienen los pasajeros al abordar el nuevo modelo de transporte colectivo que ha iniciado formalmente el 12 de mayo. Mientras viajan cómodos, con relativa seguridad, rápido, sin baches lunares que los muevan de una esquina a otra del asiento, sin motoristas que les griten que hagan tres filas en un pasillo estrecho porque van con ropa y cuál es el miedo, la Alameda Juan Pablo II se vuelve una especie de vitrina nunca antes vista. Es como si la visitara por primera vez como ser de otro planeta y la realidad cambiara según el color de quién la ve o es incapaz de reflejarse en los espejos como el sanguinario Drácula de Bram Stoker.
Y del tiempo ni se hable. La obsesión con el reloj se queda en chiste inocente desde la estación ubicada en Soyapango hasta el Reloj de Flores porque normalmente un vehículo particular tarda unos quince a veinte minutos si se incluyen congestionamiento y semáforos en rojo. Ahora, sin embargo, es posible llegar en menos de diez minutos sin haber atropellado a alguien en el intento. Las ventajas parecen ser muchas en comparación a los costos y las críticas que durante la construcción del proyecto llovieron al FMLN y a los funcionarios de las administraciones presidenciales de Mauricio Funes y Salvador Sánchez Cerén.
¿Y qué puede cuestionarse ahora? A ojo de pájaro parece que los cuchillos no pueden ocuparse contra el SITRAMSS. Al menos los pasajeros no. Pero donde unos ganan otros pierden. Mientras los buses articulados parece que van a alzar el vuelo el tráfico es insoportable en los dos carriles del bulevar del Ejército –sobre todo en las horas pico- que se vuelve un cuello de botella para todos los buses que llegan de San Martín, Ilopango, Soyapango y el interior del país. Y los conductores sacan la bestia que llevan dentro para arremeter contra ese invento que los ha afectado.
Pero en los carriles segregados la vida es un paraíso. René Torres, un trabajador que todos los días viaja desde Soyapango hasta la plaza Salvador del Mundo siente que el proyecto le ha caído como anillo al dedo. Hasta hace solo cinco meses tardaba hora y media desde su municipio hasta San Salvador; ahora solo invierte diez minutos mientras se ahorra el estrés y la amargura.
-Vale la pena- dice con aire decidido refiriéndose a los $0.33 de la tarifa más $1 de la tarjeta que debe comprarse en las estaciones o en puntos móviles.
El pasaje levanta críticas pero no tan fulminantes. Carlos Rosales trabaja en el centro de San Salvador y hace una sugerencia: en vez de costar 0.33 mejor que sean 0.25 dólares porque así las cuentas de la recarga de $1 salen exactas y no sobra $0.01 en la tarjeta.
-Así salen cuatro pasajes- señala minutos después de bajarse de un autobús que provenía de la capital. Pero él es más ambicioso y compara el tímido avance que significa el SITRAMSS con otros sistemas como el del metro de Barcelona, España. –Para eso nos faltan mil años-, opina y añade que la movida estratégica de los gobernantes de turno ha sido acertada no obstante “las críticas y los retrasos”.
De Soyapango a la estación del Hospital Médico Quirúrgico tarda unos veinte minutos. En ese lapso de tiempo hasta los pasajeros han cambiado de actitud: de los empedernidos que se centran en la ventana o cierran los ojos con cara de cansancio y amargura ahora son amables que quieren conversar del último gol de Messi con los catalanes, cómo limpiar el pelo de los gatos sobre la alfombra, las mil maneras de vender una aspiradora y hasta de bueyes perdidos en la madrugada. En el trayecto se observa un cartel pegado –por veteranos de guerra- en la Alcaldía que administra Nayib Bukele en la que aseguran que si Monseñor Romero estuviera vivo ya lo habría mandado a matar la cúpula del FMLN pero los pasajeros parecen más concentrados en ser amables y preguntar por la próxima parada. Parece que la irascible actitud de los salvadoreños ahora es afabilidad en su expresión más pura y santa.
El tedio sustituye a las cuentas alegres cuando se termina el carril segregado y comienza el recorrido improvisado desde MetroCentro hasta la Plaza Salvador del Mundo. El bus lleva el mismo ritmo y rutina que uno normal, es decir, que las paradas, semáforos y el peligro que llevan consigo los cafres del volante. El recorrido completo tarda unos 45 minutos.
Pero este viaje no comenzó en Soyapango sino con la compra de una tarjetita en la terminal del Parque Infantil:
¿Y ya la tiene la tarjetita?, fue la primera pregunta al entrar la estación.
-No-
-Voy a enseñar cómo funciona.
El recargo de la tarjeta es un pequeño atraso con el ingreso a la estación. Muchas personas apresuradas por llegar a sus destinos, se acumulan alrededor de dos mujeres que hacen hasta maniobras para atender a todos con la mayor rapidez posible. Son las encargadas de vender y recargar las tarjetas SUBES.
Una luz roja muestra que la entrada está bloqueada. Luego de pasar la famosa tarjeta, la luz cambia a color verde y se puede acceder. Luego de tres meses de prueba, la mayoría ya sabe cómo movilizarse y utilizar el nuevo sistema. Pero no hacen falta los que todavía necesitan orientación y no han terminado de conocerlo. Algunas caras todavía muestran dudas, incertidumbre.
Al entrar solo se puede observar un espacio amplio y suficiente espacioso para los usuarios. Casi al final de la estación, una señorita nos indica dónde tenemos que ubicarnos para tomar el autobús.
– Para Soyapango, aquí, justo en la línea amarilla, por favor.
El orden que se mantiene para el abordaje es notorio. A pesar de ser una hora pico, todos contribuyen a mantener el orden y, con un poco de paciencia, se alistan para recibir el tan esperado SITRAMSS. Hay filas designadas para el Parque Infantil y otras para el Salvador del Mundo, último destino establecido por el Viceministerio de Transporte (VMT). Las coordinadoras están pendientes de ubicar a la gente en la fila correspondiente según el destino.
7: 45 am. El camino desde el Parque Infantil hasta Soyapango comienza.
La entrada al padrón fue fácil. Claro, cabe comentar que, a diferencia de otros, el bus no iba lleno, todavía sobraban asientos vacíos y por eso la entrada no fue costosa. El interior, por el momento, es limpio y sin mayores arreglos. El color gris y amarillo predomina.
Dos pequeñas pantallas en la parte superior explican a los usuarios las rutas, teléfonos de consulta y experiencias de algunos motoristas. Se percibe una sensación de seguridad y modernización. Los pasajeros se notan tranquilos, cómodos y despreocupados. Parece que ya han olvidado la existencia de los demás autobuses que siempre han utilizado.
En la parte superior de las puertas, se puede observar una luz verde y roja, al igual que en la entrada a la estación. El bus no avanza hasta que la luz roja se activa, es decir cuando las puertas están completamente cerradas. Esto con la intención de mantener la seguridad de los pasajeros.
Muchas personas intentan subirse al autobús en paradas no autorizadas a lo largo del trayecto, pero reciben una respuesta negativa del conductor al ver que quieren pagar su pasaje con monedas y no han adquirido la tarjeta.
El recorrido se vuelve eso, un recorrido, un paseo. Se convierte en una nueva experiencia, algo desconocido, un recurso que las personas todavía están conociendo y aprendiendo a usar.
7:55 am. Llega a la estación de Soyapango.
10 minutos tardó el viaje hasta aquí, es un tiempo poco creíble, pero una realidad.
La terminal está bastante colmada de personas esperando su transporte. Después de que cada bus emprende su camino hasta el Parque Infantil o el Salvador del Mundo, las filas no tardan más de cinco minutos en llenarse de nuevo. Sin duda, una buena parte de los habitantes de la zona hacen uso del sistema.
Ahí, se intenta mantener siempre el orden, a pesar de que es una parada más saturada. Las expresiones de las personas que observan y pasan a la par de la estación, todavía es de admiración y de querer descifrar cómo funciona.