Vivir una copa del mundo es el sueño de todo amante del fútbol. Es concretar un anhelo que, para algunos, llega con mucho esfuerzo y ahorro, y para otros con un golpe de suerte. El caso de Eduardo Montes Granados es la mezcla de ambos factores. El primer campeonato del mundo al que asistió llegó por medio de una invitación, el resto ha sido por su previsión. Doce mundiales, desde Inglaterra 66 hasta Sudáfrica 2010, son los campeonatos mundiales que este salvadoreño ha disfrutado.
Siempre lo soñó y recuerda –perfectamente- el día que un amigo le preguntó cómo iría. Con certeza le respondió: “no sé cómo. A pata, en tren, en avión o en sueños pero voy a ir”.
Así fue. Con más de once países recorridos, ver a la selección salvadoreña en los dos únicos mundiales en los que ha participado -1970 y 1982-, arreglárselas con el idioma, accidentarse en un estadio, cientos de “souvenirs”, más de 60 rollos fotográficos utilizados en cada campeonato y miles de recuerdos en la maleta son parte de las anécdotas que acompañarán siempre a este salvadoreño que ha visitado desde la Alemania Federal hasta la histórica Hiroshima, en Japón, por los campeonatos de fútbol.
Montes Granados, el “trotamundiales” contó a Diario 1 sus experiencias más allá del deporte rey.
Esto sucedió luego de la final de Inglaterra 66. Así comienza una infinita lista de anécdotas imborrables para Montes.
Salimos del estadio y era una gran algarabía, como estábamos en la casa del campeón. Yo no le iba a ningún equipo pero ver y sentir la emoción de toda la gente, ver ese imponente estadio (Wembley, Londres), y no había ni lugar para una mosca, eso me impresionó.
Cuando terminó la partida nos fuimos con un amigo inglés del señor –que me había invitado a esa final- a un restaurante y tomamos.
–Un «whisky» en las rocas– pedí al bartender.
Él me ofreció el whisky pero sin hielo. Nosotros aquí estamos acostumbrados a un poco de licor con cubos de hielo, entonces, bien amablemente le dije que por qué no le ponía hielo. No terminé de decirle cuando me dijo que era un patán, que era un estúpido, que no debería de estar en Inglaterra, que no sabía cómo se hacían los manjares.
Yo no sé ni a qué hora se me salió en español: hijo de mil sesenta madres y le tiré el trago porque estaba como “agua pa’ chocolate”. Se metió mi amigo y me preguntó qué había pasado, yo le expliqué que solo le había pedido hielo y que el bartender me había insultado solo por eso.
Solo fui a la final. Al siguiente día nos regresamos. Para mí fue algo fenomenal. Cuando llegué al estadio se me salía el corazón, ver aquel monumento, y solo era el parqueo, no había entrado ni a la cancha. Yo miraba todo y me pellizcaba para saber si era yo el que estaba ahí.
Yo iba que me quería comer el estadio, quería tocarlo, morderlo. Era un loco. Parecía un niño de cinco años con su sorbete o chupabesitos que no halla qué hacer.
Tenía 31 años cuando fui a mi primer mundial. Todo comenzó cuando un día entró a mi oficina un cliente, que era el presidente del Alianza en aquellos años, platicando de fútbol y me preguntó que si me gustaba ese deporte. Obviamente respondí emocionado que sí y le mencioné que yo soñaba con ir algún día a un mundial.
– ¿Cómo? – me preguntó.
– Ahhh… No sé. A pata, en tren, en avión o en sueños pero voy a ir.
–Lo voy a invitar al campeonato de fútbol– me dijo.
Cuando me dijo eso me enojé. ¿Usted cara de qué me ha visto? , le dije. Me destapé. No me gusta que jueguen con mis sentimientos, no venga con eso. Usted sabe que yo no puedo, usted sí puede hacer todo lo que usted quiera y me está entusiasmando para hacerme a saber qué, así que me levanté y dije: con permiso.
Nunca creí que me iba a ofrecer eso. La propuesta fue en enero, allá por junio me mandó a llamar. Él tenía sus centavitos, y de repente, un día apareció su motorista.
–Licenciado, manda a decir el señor fulano de tal…
– ¿Qué quiere? – le interrumpí, molesto.
–Que le mande una foto con todo y el pasaporte, que se van a ir al campeonato mundial– dijo.
Me quedé helado. Estático. No hallé qué hacer. Pase adelante, le dije al empleado. Y usted está jugando conmigo, le pregunté o cree que yo soy pen… y le dije la palabrota.
–Dígale al señor que no juegue conmigo– volví a decirle.
– ¡Nooo! Si él me ha ordenado que venga. Háblele por teléfono si quiere– Le llamé y me dijo: sí, mándeme las “babosadas” con él.
– Usted me agarra de improvisado, yo no tengo ni cinco centavos. Yo no tengo ni visa. No tengo nada– insistí.
No se preocupe, dele las cosas al muchacho, dijo. Nos vamos a la final del mundial y colgó.
Me convenció. Nos montamos en su camioneta y llegamos a Miami, después nos subimos a un Jumbo, que jamás me había subido a uno de esos aviones ni sabía qué era, y llegamos a Inglaterra.
Ver a su país, al “Mágico” y el único gol de El Salvador
Mi país fue tan simple… no sé cómo explicarlo. En México ‘70, por ejemplo, me acuerdo de la “Araña” Magaña (Raúl Alfredo Magaña, guardameta de la selección nacional), que estaba discutiendo y ¡en un campeonato mundial! pues eso no es un jueguito cualquiera, de cipotillos, por eso a mí nunca me cayó bien él.
Vinieron los jugadores de El Salvador y se pusieron a discutir sobre un “foul”. El árbitro señaló que el «foul» era para México, el jugador mexicano ni corto ni perezoso le pegó a la pelota, le dio un pase a un compañero y “Araña” Magaña venía para discutir para quién era el «foul» cuando va viendo que ya llevaban la pelota y el árbitro corriendo junto al jugador mexicano cuando “zás” le pegó. Fue gol. La meta estaba sola.
Yo diciendo “desgraciado porque te saliste” y de ahí ya no me acuerdo porque me dio tanta rabia que me puse a tomar… Quería ir a meterme al camerino para pegarle una bandeada.
Bueno…en la goleada de El Salvador- Hungría de México ‘82 nos pusimos a llorar, a tomar vino y salimos del estadio donde era mejor decir que uno no era salvadoreño. Salimos tristes, desesperados y desesperanzados de ahí. “Pelé” Zapata metió el único gol, el del honor.
El “amaño”
Una vez fui a ver una partida entre Perú y Argentina –en el 78 (mundial celebrado en Argentina)- y había un portero argentino nacionalizado peruano, buen portero. Tenía que ganar Argentina a Perú para clasificar a la siguiente ronda y tenía que ser por seis goles de diferencia. Nosotros dijimos: “imposible, se quedó Argentina”.
Durante el partido nos dimos cuenta que al portero se le pasaban unos goles que ¡por Dios! Seis a cero fue el marcador. Amañado el partido. Ese día hubo festejo por todos lados, los argentinos estaban en su casa y esos sí que tienen una afición tremenda.
A los mundiales de Inglaterra 66, México 70, Alemania Federal 74, Argentina 78 y España 82 fui solo. Al de México 86 le dije a mi señora que nos íbamos al campeonato pero que nos iríamos en carro.
En 1970 conocí un muchacho en México, nos hicimos amigos y le supliqué si podía comprarme las entradas para el mundial que se celebraría otra vez en México. Me dijo que sí. Me fui a ver con él para que me entregara las entradas y resultó que me tenía listos dormitorios, su casa, comida –que nunca repitió– y no dejó que me fuera al hotel. Iba con mis dos hijos y mi esposa, éramos cuatro y el señor nos tuvo a todos en su casa durante todo el mes.
Cuando terminó el partido de esa final, que fue entre Argentina y Alemania (Federal), en aquellas pantallas gigantes que ponen salió el mensaje: “Gracias por habernos acompañado en el mundial los esperamos en Italia 90.
Mi esposa dijo: nos vemos en Italia 90. Me le quedé viendo y mi amigo mexicano se volvió a mí y me dijo: ya te fregaron…
SEGUNDA ENTREGA: Las memorias de Eduardo Montes sobre los otros seis mundiales a los que asistió.