Soy un salvadoreño que vive en una ciudad fantasma. Aquí la delincuencia impera, la vida es cara, la economía está estancada y el vandalismo aumenta. Estoy en Detroit –Michigan, Estados Unidos-, donde hoy es más difícil conseguir un empleo. Pero no siento miedo. Estoy bien y espero que la situación pueda mejorar. Yo, al menos, me esmero a diario para trabajar por mi familia. Contaré mi historia, lo que he vivido y observado, pero lo haré bajo el anonimato.
Dos meses han pasado desde que –oficialmente- Detroit se declaró en quiebra. La ciudad que despuntó durante años por el auge de su industria, y que abrió las puertas al mundo del automóvil, sufre hoy la decadencia de una economía que agoniza a causa de la mala gestión de sus finanzas.
Llegué a Detroit cuando la guerra civil estalló en El Salvador. Tenía 17 años. Acompañado de mi padre, dejé atrás el inicio de un conflicto, para venirme a encontrar con una Detroit repleta de fábricas, de negocios.
Tal y como la espuma, sentí que la economía subía a gran velocidad, tanto que tocaba una puerta y ahí había una oportunidad de trabajo. Aprendí nuevos idiomas, conocí otras culturas y disfruté de la riqueza de la ciudad. Pero en los años siguientes noté que la economía desaceleraba. Los negocios se fueron de pique, algunos a cerrar, y las fuentes de empleo a desaparecer.
Los latinos comenzaron a ocupar los puestos de trabajo que eran desechados por los afroamericanos y de otras nacionalidades que mejor optaron por emigrar.
La población latina que se abstiene a partir creó un corredor de interacción conocido como El “Barrio Mexicano” o “Mexican Town”, ubicado al suroeste de Detroit, y que se convirtió en el punto donde conviven, habitan y trabajan.
La crisis ha puesto muchas cosas caras, como la comida. La salud pública no sé cómo está funcionando: prefiero pagarle a un privado que sé me atenderá mejor. Tengo amigos que han preferido salirse de la ciudad, buscar en otros Estados lo que ya no encuentran acá, pero tomar esa decisión es jugársela por partida doble, más cuando uno ya hasta raíces ha echado. Pero lo que afecta aún más a los latinos que buscan empleo es el no tener un documento legal, como un permiso de trabajo o una licencia de conducir. Y acá, más en este tiempo, es importante tener un vehículo para moverse porque el servicio público de transporte trabaja de lo peor.
Detroit se caracteriza hoy por ser una de las grandes ciudades estadounidenses cuyo sistema de tren ligero no funciona. Los residentes se quejan del servicio de transporte público, conocido como SPOTTINESS. Este problema se suma a otros servicios públicos que decaen: solo un tercio de sus ambulancias operan, los camiones de los bomberos y los carros de los agentes policiales no pueden ser utilizados porque no reciben mantenimiento.
El gobernador de Michigan, Rick Snyder, aceptó que el mal estado de los vehículos es el efecto de no tener presupuesto.
En una ciudad en la que su población no llega ni a los 700,000 habitantes, de los que Cancillería de El Salvador desconoce el dato exacto de cuántos pueden ser salvadoreños, el vandalismo ha cobrado vida. Gente desocupada, sin oficio ni trabajo alguno, a diario, acecha a la población y saquean las casas deshabitadas.
La Policía quizás es como la de El Salvador: lenta y hay que esperar mucho. Tardan hasta cinco horas en llegar y atendernos. Los ladrones nos abren los carros, casi en nuestra cara, o le dan fuego a las viviendas, pero al llamar a la Policía para que haga algo, nunca aparecen. Una vez llamé al 911 porque entraron a mi casa a robar, me sacaron equipos eléctricos, pero aparecieron horas después. Estaba tan molesto, que les dije que a la próxima vez yo iba a capturar a los ladrones por mí mismo.
Detroit navega en medio del crimen. Su tasa de violencia fue en 2012 de 200,000, la más alta en todo Estados Unidos. El FBI, basado en una encuesta, maneja que solo un 70% está relacionado a drogas.
Aunque sé que hay lugares sanos, así también los hay peligrosos, en los que al oscurecer se suelta la conocida pandilla de “los sureños”. Antes vivía en un suburbio ubicado al norte de Detroit. Ahí si es sano, al menos antes lo era. Pero hoy, no sé si volver sea una opción. Uno de mis miedos es perder lo que hasta hoy es mío, mi casa es un ejemplo y lo que he conseguido en mi empleo como cocinero. Mis amigos, los que han preferido irse de esta ciudad, al tiempo regresan, porque dicen que en otros lugares la renta y las casas es más cara. Acá, dicen, el precio de las casas deshabitadas, viejas y un poco arruinadas, ha bajado. No lo sé. No estoy muy seguro si vale comprar una casa que ande en menos de $9,000. He visto que hay propiedades a la venta en sitios de subastas públicas como Ebay, y esas páginas de compras por Internet. Y también un par de veces escuché que hay unas cuantas que están muy bonitas y sus precios andan por los $10,000
En el centro de Detroit, tener una vista panorámica de rascacielos pareciera un pequeño París en Estados Unidos. Así los describen algunos: La Torre Comerica, o el Centro del Renacimiento; el Teatro Nacional o el Detroit Opera House son solo algunos de esos edificios que fueron construidos con una arquitectura, impresionante e imponente.
Pero hoy, la bancarrota ha llevado a que, de a poco, los edificios sean ruinas. Cerca 78,000 inmuebles están en abandono, sin contar las casas que se regatean en internet, esperando a ser compradas.
Algunos hogares su precio es sorprendente. Desde hace meses, no varía. Se mantienen en los $10,000. Al ingresar al sitio Trulia.com, pueden apreciarse viviendas de dos pisos, en buen estado, en barrios aparentemente tranquilos.
Otras, dependiendo la semana, suben unos cuantos miles. Tal vez, de $15,000 que valían hoy se encuentran en $32,000.
Sin embargo, no es del todo sabedor si estas viviendas están ubicadas dentro de los barrios cuyo alumbrado público no funciona: a alta deuda de $18.500 millones que acarrea Detroit ha dejado a un 40% de los barrios a oscuras.
Par mejorar las finanzas, los encargados de sacara esa ciudad de la crisis esperan que los casinos sean los que levanten la economía; es decir, el estimado que esperan es de $180 millones en ingresos anuales por impuestos del casino, lo que equivaldría a $15 millones mensuales.
El pasado julio, el gobernador Snyder declaró a Detroit en quiebra y anunció que se debió acudir al Capítulo 9 de la Ley de Bancarrota Federal para pedir auxilio fiscal.
«Ahora es la oportunidad de frenar 60 años de decadencia», fueron las palabras de optimismo que compartió para no generar incertidumbre.
Llevo 32 años en esta ciudad, la conozco y por eso creo que estoy acostumbrado a ella. Sé que la Detroit de hoy no es la de antes. Es difícil que alguien de afuera pueda instalarse acá. Pero yo no, yo estoy seguro de seguir acá, trabajando, y no pienso moverme.