miércoles 16 de octubre del 2024

(Parte II) Poder policial con sello de mujer

por Redacción


La jefa de la región paracentral de la PNC, Verónica Uriarte, relata su travesía de dos años por el desierto del Sahara occidental. Asegura que este viaje ayudó a templar su personalidad como mujer de autoridad, sin perder su carisma como ser humano. Después de 17 años de servicio, afirma que aún tiene desafíos y metas por cumplir. Lea la segunda entrega de sus memorias.

Yo estuve dos años en el Sahara Occidental. En el 2004 apliqué para la ONU, a raíz del referéndum en esa región, Naciones Unidas organizó un programa de intercambio de visitas familiares. Trasladamos por una semana a familias desde el campamento de refugiados hasta ciudades como Argelia, Mauritania o Marruecos, y los traíamos de vuelta. Debido a la invasión no podían reunirse de por vida, así que el consuelo que les quedaba eran los viajes organizados por la ONU.

Era gente que había vivido toda su vida en el desierto que nunca había tomado un avión; iban colgados de la ventana; había que luchar para que se sentaban. ¿Cómo no se van a impactar si en sus pueblos solo hay una calle que uno ve hasta donde le alcanza la vista solo hay desierto?

Algo similar sucedió conmigo en el proceso de adaptación. El primer día que llegué fue una impresión terrible. A mí me gusta mucho ver Los Picapiedras, cuando llegué era una ciudad idéntica a la de la caricatura, con casas cuadradas de piedra y con ventanas a nivel de suelo.

Culturalmente hablando, la barrera no fue el idioma, la comida o el clima, fue el grado de machismo que Alicia Méndez, mi compañera de viaje y yo, encontramos.

Los hombres caminan juntos de la mano, y las mujeres atrás. Cuando llegábamos a las casas de las familias a hablarles de los programas, las mujeres no podían estar en la sala ni dirigirnos la palabra a nosotros. Los mismos hombres, cuando la veían a una como encargada del diálogo, hacían mala cara. Pero ni modo, no les quedaba de otra que someterse a ese pequeño poder que ostentaba.

Con policías egipcios imponernos bastante porque a la hora de planificar otmaba la batuta tu te vas para allá no yo quiero ir aquí pero no porqué, me nombró segundo jefe de la unidad mayor participación en unidad. Fue diferente al principio, uno con una sonrisa y buen tono de acuerdo con necesidad.

Frente al hotel donde nos alojábamos había un café. La primera vez que entramos todo el mundo empezó a irse. Llegábamos mucho cuando había partidos de fútbol y siempre pasaba lo mismo, hasta que un día nos dijo un mesero que ellos se iban porque las mujeres no podían tomar café en un lugar público. Otras en la misma circunstancia no hubiera retornado, pero más bien llegamos más seguido. Le preguntábamos a los hombres qué equipos estaban jugando y cómo iba el marcador. Con el tiempo ya no se iban y terminábamos departiendo. Se acostumbraron a nosotras poco a poco.

Un día iba caminando por la calle, era un día que yo me desperté con un nivel de estrés más alto de lo acostumbrado, preguntándome qué hacía yo ahí.  En eso un joven me tiró una cuenteada en buen español,  y yo le contesté en buen salvadoreño: “¿vos qué…. te has creído?”, le dije.   “Aquí las mujeres se quedan calladas, más bien me deberías de agradecer”, contestó. Mire yo iba con mi sueter y me le fui encima a correr detrás de él.  Alicia iba detrás de mi y se me quedó, así que yo seguí.  Pasé corriendo frente al hotel, yo detrás de él. Cuando la policía nos vió me siguió. ¡Éramos una sola fila de gente corriendo uno detrás del otro!

Hubo momentos difíciles como este, pero indudablemente fue parte de la escuela de mi vida. La sociedad es pobre pero feliz, no tienen prisa. Para la hora del té encienden el carbón, ponen el agua y cuecen el té. Durante esta ceremonia la gente platica, no es como acá que cuando uno toma café apresuradamente.  Aquí el té puede durar hasta tres horas, quizás por eso sabe y se disfruta mejor.

Al final de mi misión se encontraron los sentimientos. Era una gran alegría presenciar los encuentros familiares, pasar ahí una semana. Sin embargo llegaba la despedida y la tristeza afloraba. ¿Cómo se va a sentir uno cuando, por ejemplo, una madre de 80 años que había dejado a su hijo de tres años y 30 después se lo encuentra con esposa e hijos, y saber que nunca van a poder estar juntos?

A los cinco días había que llevar devuelta a la mujer, hecha un mar de lágrimas. Uno se contagia tanto de la alegría como de la tristeza, de las lágrimas. Después de todo ese tiempo es algo que no alcancé a superar.

El viaje valió la pena. Antes yo era hiperactiva, en el Sahara Occidental aprendí a ser paciente. Supe hacerme valer en una sociedad completamente distinta, donde las mujeres son vistas como algo inferior.

Los retos e ilusiones de una mujer con poder

Yo trabajé toda mi vida: con mi mamá desde pequeña, en una empresa desde los 17 años, como una mujer madura y de familia en ANTEL y la PNC. En mis 17 años con la policía he llegado hasta donde estoy por lo que he aprendido de las personas cercanas a mí.

Pocos saben esta parte de mi vida, pero yo he sido seleccionada nacional de boliche por 21 años. Fui campeona centroamericana en dos ocasiones, y campeona mundial en tres, con la policía de bomberos, en Suecia 97, Canadá, 99 e Indianapolis 2001. Dejé de jugar por una caída donde me quebré el disco de la columna, por poco no vuelvo a caminar.

Usted puede pensar ¿A una mujer con poder como yo, se le subirán los humos? Más bien entre más años y sabiduría he acumulado, tengo los pies más puestos sobre la tierra y me abro a nuevos desafíos.

En mi ámbito laboral, pienso que muchos de los problemas de violencia e inseguridad se podrían resolver si la comunidad de involucra de lleno y se desarrolla un trabajo conjunto con ellos. Nosotros colaboramos pero no podemos hacer todo, hay responsabilidades que debe tomar la comunidad. Ese creo yo que es uno de los grandes retos de la PNC: incursionar y ser parte  de la comunidad.

Nosotros analizamos la situación delincuencial con base en estadísticas y de ahí se proyecta el trabajo, pero para mí hay otra faceta: la social. Cuando llegamos a una comunidad se conocen ciertos datos de los delitos, pero siempre nos dicen que hay más. Si la comunidad no denuncia, no se no puede prevenir sobre lo que no sabe.

Uno de los flagelos son las pandillas.  En una comunidad trabajadora, de gente honrada, incursiona  un grupo pequeño de jóvenes, incluso menores de edad. Es ahí donde se ve la falta de autoridad de adultos. Por eso insisto en que se debe realizar una labor conjunta. Los maestros tienen que retomar el papel que les corresponde. Antes la disciplina era tal que a uno le revisaban hasta el lustrado de zapatos antes de entrar al instituto, ahora ingresan a los  centros educativos vestidos como quieran. El trabajo preventivo, sobre todo con la niñez, es el que hay que impulsar.

Por eso yo no creo en la tregua. Hace poco hicimos un operativo en San Rafael Cedros, donde detuvimos a 44 pandilleros.  En nuestra labor no estamos haciendo un trato con nadie y no podemos apoyar pactos con delincuentes. Las alianzas que hay que fortalecer son con los ciudadanos que quieren trabajar con nosotros. Yo hago mi trabajo y tengo mi filosofía que tengo que cumplir sin esperar que los demás la tengan que aceptar. Nos debemos a los proyectos comunitarios, no a los pandilleros.

Si se pierde de vista el trabajo integral con la ciudadanía honrada, de seguro vamos al camino que se rumora desde que empezó la tregua: que las pandillas se conviertan en estructuras de crimen organizado, como los cárteles mexicanos. Ya hay embriones de esto, los conocemos y tomamos las acciones correspondientes. En una lucha permanente como esta se necesitan aliados.

Muchos solo toman en cuenta a la policía como la autoridad que reprime y pega, pero esa no es mi filosofía de trabajo. La parte represiva es muy importante, pero debe haber un equilibrio entre esto y la prevención.

La primera que existe es mental, paradigmas de nosotras mismas, antes de hacer las cosas creemos que no pero es capaz de hacer todo lo que proponga, compromiso con uno mismo. Si yo necesito saber a donde quiero llegar para saber qué voy a hacer.

Hace un tiempo me invitaron a una ponencia, se llamaba “Una rosa entre pistolas”. Ahí dije que las mujeres cometemos un gran error: queremos llegar a Santa Ana pero agarramos el bus de San Miguel. Dimos la gran vuelta para estar en Santa Ana, llegamos cansadas, con el tiempo perdido.

Yo sé que mientras no me llegue mi jubilación seguiré entregando lo mejor de mí para servirle al pueblo, a los sectores menos favorecidos, desde esta jefatura o si Dios me lo permite, como directora de la PNC ¿Quién me impide soñar con eso?

He cometido muchos errores, y los seguiré cometiendo, aunque uno trata de equivocarse lo menos posible.  Lo importante a la hora de tomar decisiones y afrontar retos es proyectar el camino y si es del caso hacer ajustes en el trayecto. Las cosas no siempre salen como uno quiere, pero yo manejo un absoluto: si se rompe la barrera mental, la principal para mí, la mujer puede hacer lo que quiera, puede tener poder, el poder para servir.