Cuando Don Julio Rosales ha finalizado el cuido de sus cultivos, emerge de entre los maizales para recorrer diariamente los alrededores de la cascada San Benito, donde halla turistas extraviados entre la espesura de los árboles en busca de la caída de agua más cercana a la capital salvadoreña. Con su cuma en mano y la amabilidad que lo distingue, ayuda a cualquiera que se encuentre perdido entre las veredas rústicas de La Libertad para guiarlos en este nuevo espacio único para aventureros.
La mayoría de turistas provienen de los Estados Unidos y suelen perderse por horas en el lugar, dando caminatas en círculos mientras falla Google Maps. En sus recorridos diarios por la zona, Don Julio los encuentra para guiarlos entre los espacios verdes y empinados, donde se observan diferentes tipos de insectos, ganado e incluso venados, que silenciosos se han acostumbrado a su presencia cotidiana.
«Mucho gringo viene a perderse por aquí, es bien curioso cómo con sus celulares se meten al monte buscando la cascada, algunos incluso quitan los alambres para meter sus motos y el problema es que ahí no hay superficies planas. Todo es de bajada, entonces ya he visto hasta carros en medio del monte y ahí doy con que son los turistas», cuenta Rosales.
La cascada está ubicada entre las playas Las Flores y San Diego, en el distrito de Tamanique, en La Libertad. Antes solía ser un lugar visitado por pandillas y delincuentes pero, después de varias capturas y arrestos, el sitio fue redescubierto por los mismos habitantes y ahora por los turistas extranjeros. Los viajeros se lanzan a caminar los 15 kilómetros de recorrido para disfrutar el atractivo de la cascada, cuya belleza consiste en una caída de agua natural que supera los 80 metros de altura.
En tanto, Don Julio se abre paso entre los matorrales con el filo de su cuma, así como abrió su camino entre el dolor que dejó la violencia años atrás en el corazón de su familia. Certero y con pocas palabras, explica cómo en el pasado los jóvenes de su comunidad dejaron de visitar la cascada por un tiroteo donde perdió a su hijo mayor y a uno de sus sobrinos.
«Hace unos siete años, mi hijo mayor venía junto a mi sobrino. Ellos eran adolescentes y se encontraron a unos muchachos que les pidieron todo lo que tenían. Ellos solo tenían sus ropas y sus sandalias, y a pesar de que los habían visto por años por aquí no dudaron en quitarles la vida. Hoy por eso suelo andar por aquí paseando, para que otros no tengan el mismo destino», reveló Rosales sobre sus caminatas diarias
Actualmente, los habitantes del cantón Tepeagua, el hogar de Don Julio, viven una rutina diferente a la acostumbrada con la llegada de los turistas que buscan la cascada para pasar un momento ameno en sus vidas. El campesino de 53 años no cobra un solo centavo por su ayuda; su guía es una muestra de su fortaleza y espíritu solidario, que busca compartir con los demás la belleza natural a la que está acostumbrado cada vez que pasa por la cascada San Benito.