📸:D1/Gabriel Aquino
Desde hace 19 años, Karla Janet Valencia recorre los pasillos del Mercado Central en San Salvador, sorteando el bullicio de clientes y el aroma de hierbas medicinales que ella misma vende. Ciega desde los 20 años, Karla es una mujer de piel blanca y cabello lacio que ha encontrado su lugar entre las ventas de cápsulas, jarabes y medicina natural. Su vida cambió cuando perdió la vista, pero su espíritu de lucha la llevó a buscar caminos en el arte y la música antes de que la oscuridad la envolviera por completo.
“A los 20 años mi abuelo murió de un ataque al corazón. Murió en mis brazos y no pude darle los primeros auxilios”, recuerda Karla quien en ese momento aun tenia el 25% de visión. “Después de su muerte, me quedé completamente ciega. El doctor me dijo que fue un choque nervioso y se me inflamaron los ojos; ya no había vuelta atrás”. Karla habla de este episodio con una mezcla de tristeza y resignación, como si aquel día hubiese marcado un antes y un después en su vida.
Antes de la ceguera, Karla estudió música en el Centro Nacional de Artes (CENAR) y participó en obras de teatro en la Escuela Santa Luisa. “Siempre me gustó actuar y salir en pequeñas obras. Hace poco iba a trabajar con un director, pero las puertas se cerraron. Iba a interpretar papeles como el de Yocasta, en Edipo Rey”, menciona con cierta nostalgia, dejando entrever su amor por el arte, un sueño que ha quedado suspendido.
Cuando perdió la vista, encontró en el Mercado Central un lugar para reinventarse. Comenzó vendiendo frutas secas y productos artesanales, hasta que la competencia la llevó a especializarse en medicina natural. “Mi madre me dio un puesto y empecé a vender en el edificio 5, pero el 2 de agosto se quemó. Ahora estoy en el edificio 9, conocido como el Cristo Negro”, cuenta la madre de dos hijas.
“Aquella mañana me dijeron que el mercado se estaba quemando, perdimos mucho, no solo productos. Había personas con ocho puestos que lo perdieron todo. Nos prometieron apoyo, pero dos meses después, la zona sigue sin limpiar y el mal olor es insoportable”. Como a Karla, la situación tiene preocupados a decena de vendedores, ya que han sido trasladados a un área menos transitada y las ventas han caído drásticamente.
Con la voz llena de incertidumbre, Karla pide apoyo a las autoridades. “Necesitamos que limpien la mitad del edificio para poder regresar. El lugar donde estamos no tiene luz ni agua, y nuestras ventas apenas alcanzan para cubrir los gastos”, explica. Además, se enfrenta a la presión de mantener a sus hijas y cuidar de su madre, quien sufre de arritmia cardíaca.
Karla sueña con algún día volver a involucrarse en el arte y enseñar a otros que, aunque la oscuridad la rodee, su espíritu sigue iluminado por la esperanza y el deseo de un futuro mejor.