El béisbol, considerado el ‘deporte rey’ en Nicaragua, sigue sin parar con ambiente de jolgorio en algunos estadios, y con apenas medidas de prevención para evitar el contagio del coronavirus SARS-coV-2.
La liga semiprofesional Germán Pomares Ordoñez reúne a 18 equipos de los diferentes departamentos de Nicaragua, pero vive dos realidades desde antes de la pandemia del coronavirus.
Por un lado, al Estadio Dennis Martínez, en Managua, acuden apenas aficionados, no así en las ciudades del interior del país, donde hay menos entretenimiento, y los campos se desbordan, según constató EFE.
En el Dennis Martínez, considerado «el mejor de Latinoamérica» por la Confederación Panamericana de Béisbol (Copabe), en un día de libranza acudieron unos 200 aficionados, un poco más del 1 % de su capacidad.
En la entrada del campo, un guarda de seguridad, sin ningún tipo de protección, recibe a los aficionados y les rocía agua con cloro en las manos; ese es el único procedimiento de higiene en ese moderno estadio situado en el centro de Managua, y que cuenta con 15.000 butacas.
En el estadio casi nadie usa mascarilla, ni siquiera los policías que resguardan el local.
Los vendedores ofrecen comida y bebidas de un sitio a otro a los pocos aficionados, sin guardar la distancia, y sin usar tapabocas ni guantes.
La COVID-19 parece no inquietar en ese escenario que fue la joya de la corona de los XI Juegos Centroamericanos de Managua, en diciembre de 2017, última vez que alcanzó lleno total.
De pronto, en el tiempo de descanso, el anunciador oficial del estadio divulga un mensaje sobre cómo prevenir la COVID-19, en el que hace énfasis en el lavado constante de manos con agua y jabón.
Mientras se escucha el anuncio, los jugadores de Los Indios del Boer, los «mimados» de la capital, y Las Brumas de Jinotega, se apilan en la banca de su madriguera, sin ninguna protección, aunque sí con una botella de alcohol gel con la que de vez en cuando se desinfectan las manos.
El drama que se vive en el interior de ese coliseo, que los disidentes al gobierno que preside el sandinista Daniel Ortega no visitan a raíz del estallido social de abril de 2018 que dejó cientos de muertos y decenas de miles en el exilio, contrasta con el lleno de los estadios del resto de ciudades donde los aficionados se apiñan para ver jugar a los suyos.
El ambiente en los campos del interior del país es de jolgorio, con música popular y lanzamiento de petardos.
Desde antes que el árbitro cante el ‘play ball’, los aficionados hacen largas filas para ver jugar a sus equipos entre medio del humo de los asados y el ofrecimiento de cervezas heladas en un país en el que la temperatura oscila sobre los 35 grados centígrados en buena parte del día en esta época del año.
Aunque los organizadores tratan que los aficionados mantengan la distancia antes de ingresar a los estadios, se impone la ansiedad por entrar y sentarse en el mejor lugar, debido a que las butacas no están enumeradas.
Las precauciones para evitar el contagio del coronavirus SARS-coV-2 en esos estadios prácticamente no existen, y si las hay son inaplicables ante la realidad en esos campos de juego donde los aficionados están uno sobre otros, y mezclados con los vendedores de comida y bebidas alcohólicas y no alcohólicas.
A diferencia de la liga de fútbol, que se juega a puerta cerrada, el béisbol vive en el interior del país un universo paralelo.
Hasta ahora, sólo el jugador Robbin Zeledón, de 21 años, se ha negado a seguir jugando por temor al contagio, y la Comisión Nicaragüense de Béisbol Superior lo suspendió por un año «por abandono».
El comisionado de la liga de béisbol, Carlos Reyes, ha dicho que la COVID-19 aún no es un problema en Nicaragua, en donde el Gobierno reconoce sólo 14 casos confirmados, con cuatro fallecidos, desde el 18 de marzo pasado.
El mandato del Gobierno es no interrumpir las actividades deportivas a causa de la pandemia, por considerar que la medida es innecesaria.
El jueves pasado, el presidente Ortega se declaró en contra de la campaña ‘Quédate en casa’ porque, a su juicio, destruiría la economía local que se ha contraído en los dos últimos años y que es mayoritariamente informal.