Las lágrimas de Paulina Zamora, cariñosamente conocida como “Nina”, explican todo lo que significó para ella pisar el escaño más alto del podio en Lima, haciendo que el público presente supiese de la existencia de El Salvador tras la premiación de fitness coreográfico en los Juegos Panamericanos 2019.
Llegar a ser la mejor del continente americano implicó mucho sacrificio, como superar el dolor de las rodillas rotas, alejarse de su familia y soportar el frío de París durmiendo en el sofá de una desconocida para sacar adelante sus estudios universitarios, y deconstruir todo lo que pensaba acerca del “pole dance” o baile del tubo, asociado para muchos en El Salvador a “puteríos” o bien reducido a un baile erótico relacionado con saciar el morbo masculino dentro de la heteronorma.
La salvadoreña se enamoró del pole art o pole sport después que se viera obligada a abandonar la gimnasia al romperse ambas rodillas, lo que le truncó una prometedora carrera en esta disciplina deportiva cuando tenía 14 años. Luego, a los 17, cuando finalizó su bachillerato, emigró a Francia para continuar sus estudios, y fue en dicho país en el que comenzó a ver el tubo como arte, marcada, en parte, por su carrera universitaria.
Contrario a lo que muchos piensan, Nina pudo emigrar a Europa, no por acaudalada. Lo hizo aplicando a una media beca, que le permitió, con sacrificio, sacar una Licenciatura en Artes Plásticas en la Universidad de la Sorbona, Francia, entre 2009 y 2012. El resto tuvo que costeárselo trabajando como bartender desde las 6:00 de la noche a las 6:00 de la mañana, quedándole poco tiempo de descanso para ir a estudiar.
Durante un tiempo vivió a las afueras de París, alquilando un sofá en casa de una señora musulmana, que la obligaba a usar camisa manga larga dentro del apartamento, según contó en una entrevista al Instituto Nacional de los Deportes de El Salvador (INDES).
“A los tres meses de estar en Francia me quería regresar, mis padres me decían que me apoyaban en la decisión que tomara, pero soy muy terca y no me regresé, hubo días fríos y de soledad. Todo eso valió la pena, pues me ayudó a crecer personalmente”, manifiesta la atleta.
Luego se fue a vivir en el centro de París, donde alquilaba un cuarto de nueve metros cuadrados que estaba en la azotea del edificio. Ahí tenía su cama, la ducha, el escritorio, la cocina y baño compartido. Fue en esta difícil estancia donde vio el tubo desde otra perspectiva.
“El deporte lo conocí cuando estudiaba en Europa, dentro del contexto deportivo, ya que anteriormente solo lo conocía desde un contexto erótico. Siempre fui gimnasta, y todo lo que tenía que ver con movimiento corporal y la expresión, me llamaba la atención. Soy artista y como bailarina, la curiosidad me llevó a experimentar ese deporte que mezcla todo tipo de danzas, sobre todo el contemporáneo y el lírico”, indica Paulina.
“Me emocioné tanto y pensé: puedo ser gimnasta otra vez, puedo ser acróbata, puedo ser bailarina; el menú era amplio para hacer lo que a mí me gustaba”, añade.
Fue así como continuó ascendiendo en la barra y en 2014 consiguió una beca de estudio-trabajo en una academia en New York llamada Peridance Capezio Center, donde aprendió más sobre el pole art.
Después se fue a vivir a Buenos Aires, Argentina, en 2016, donde obtuvo una certificación como Elite Máster Pole Instructor, y luego comienza a competir en grandes eventos internacionales en Estados Unidos, Europa, México y Sudamérica.
En el 2017, conoció al presidente de la Federación Salvadoreña de Fisicoculturismo, Fabrizzio Hernández, quien la indujo a involucrarse con el fitness coreógrafo, modalidad del fisicoculturismo en la que Paulina nunca se imaginó incursionar, pero, debido a que el 50 % de lo que se califica es acrobacia y baile, lo dominó muy bien, gracias a los conocimientos adquiridos en el pole art y en la gimnasia.
Esta atleta y artista le dio otra dirección al tubo en El Salvador, sacándolo del estigma de los burdeles y usándolo como trampolín para tocar el cielo en agosto pasado al llegar a lo más alto del continente.