El Salvador
jueves 22 de mayo de 2025

La herencia del barro, el corazón que late en Santo Domingo de Guzmán

por Gabriela Cruz

La alfarería de este pueblo de Sonsonate se nutre de El Barrial, un terreno centenario donde se extrae el barro negro que le da vida a la cerámica artesanal de técnicas ancestrales.

“Solo le pedí a Dios que me regalara un trabajo que pudiera manipular”, recuerda Medardo López, quien halló la respuesta en la alfarería artesanal, una herencia moldeada por siglos en la cultura de Santo Domingo de Guzmán, distrito de Sonsonate. Hoy es uno de los cientos de artesanos que mantienen viva esta tradición ancestral con sus propias manos.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Junto a su esposa, Rosa Emilia García de López, camina hacia El Barrial, el corazón que bombea la sangre que permite al pueblo vivir de la cerámica. Es un terreno de dos manzanas de extensión, rodeado de árboles de conacaste, que contiene el preciado barro negro: de textura oscura y brillante —como el chocolate negro—, es la materia prima para la creación de los artículos artesanales.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Todos los habitantes del pueblo acuden a El Barrial para extraer este recurso desde 1808, aunque trabajan en este arte desde mucho antes por herencia de sus antepasados. El dueño original del terreno se percató que el trabajo derivado del barro traía beneficios a la economía local, por lo que decidió donar estas tierras.

Foto: D1/Gabriel Aquino

López afirma que la identidad del generoso donador ha permanecido desconocido desde hace más de dos siglos, dado que su nombre aparece en un documento que es tan antiguo que apenas se pueden extender sus hojas. “Él hizo la escritura y la puso a nombre de los hijos de Santo Domingo de Guzmán”, indica. Una junta directiva conformada por artesanos se encarga de cuidar el sitio y darle mantenimiento, principalmente a los cercos para que no ingresen los animales de campo.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Alrededor de 64 familias se dedican a la elaboración de cerámica de barro en Santo Domingo de Guzmán. En ellas, la mayoría de mujeres se dedican a este oficio. Lo hacen desde sus casas, lo que les permite armonizar el trabajo con otras responsabilidades. De esta manera, ser artesanas les da un sentido de autonomía dentro de su rol doméstico, al permitirles generar ingresos sin descuidar el hogar.

“Yo me dedico a trabajar el barro aquí, y también me dedico a hacer las tortillas, hacer la comida. Digamos que atiendo las mismas cosas del trabajo y la comida”, expresa Rosa.

Foto: D1/Gabriel Aquino

“Es bien bonito, porque uno trabaja dentro de una casa y no se asolea», añade con entusiasmo. «Porque trabajar en el campo… mucho sol. Aquí se trabaja duro porque el trabajo del barro es pesado. El primer paso de ir a traerlo hasta El Barrial se requiere de mucha fuerza también. Es bonito porque también se vende bastante barro, la gente lo apetece, la olla y el comal siempre se vende”.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Medardo y Rosa crecieron viendo a las mujeres de sus familias trabajar la cerámica en barro. También aprendieron a identificar el bueno del ‘pedorro’ —o de baja calidad. Al excavar en El Barrial, la tierra cambia de una tonalidad marrón a oscura señalando la ubicación del barro adecuado. Posteriormente, una capa de tierra arenosa y rocosa indica cuando la veta (la porción de barro bueno) ha entregado todo el material.

La pequeña cueva de la que Medardo ha extraído barro cuenta con ocho años de uso. Unos 25 sacos de barro de 200 libras cada uno le duran para la producción de cinco meses aproximadamente.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Es un trabajo de generación en generación, ancestral. Nosotros estamos en la cuarta generación ahorita de artesanos de barro”, explica Medardo durante una pausa mientras extrae barro de una pequeña excavación. Los hijos de los artesanos aprenden desde pequeños a identificar el barro, así como las técnicas ancestrales que sus padres practican como una tradición y medio de subsistencia.

Foto: D1/Gabriel Aquino

El vínculo de Santo Domingo de Guzmán con la alfarería de origen ancestral se evidencia en la declaratoria emitida por el Ministerio de Cultura en 2019 que reconoció como Bien Cultural las técnicas artesanales tradicionales derivadas del barro rojo. Los pobladores que poseen terrenos con barro rojo comercializan este material en el pueblo, ya que usualmente es mezclado con el negro para que no pierda tonalidad durante la preparación.

Familia de artesanos

A Rosa, su abuela le enseñó el oficio de la alfarería desde muy pequeña. La veía, al igual que a su madre, moldear el barro y crear varias piezas en el hogar. Posteriormente, como la mayoría de las mujeres en el pueblo, les enseñó a sus hijos cómo trabajar la cerámica artesanal. Por su parte, su esposo creció observando a su madre trabajar la olla y el comal durante años.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Ahora, el hijo mayor de ambos también se dedica a la elaboración de piezas de cerámica con su pareja, mientras que su hija moldea pequeñas esculturas de barro que van más allá de los utensilios tradicionales, un talento posiblemente heredado, dado que su bisabuela también modelaba figuras.

Foto: D1/Gabriel Aquino

“La abuela tenía bastante de trabajar el barro. Y ella ahorraba para cuando llegaba el tiempo de comprar un refajo [falda indígena tradicional], porque la gente hacia fajada antes. Compraba sus refajos de puro trabajo del barro. Ella hacia toda clase de dibujos, hacia tuncos de barro”, recuerda la mujer.

Aunque la tradición también vino de parte de la familia de Medardo, él no se dedicó a este oficio hasta quedar sin empleo hace más de 17 años. “Me llegó a la mente que el barro nos daba cómo sobrevivir y allí empecé a trabajar”, rememora. Hoy preserva como recuerdo la primera pieza que creó en sus primeros años como artesano.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Medardo forma parte de la Asociación cooperativa de producción agropecuaria artesanal turística Huixapán de R.L., cuya marca “Sugi” ha logrado posicionar sus productos como una muestra del trabajo artesanal del pueblo y el desarrollo del comercio local a beneficio de los pobladores.

Foto: D1/Gabriel Aquino

La elaboración de artículos va desde ollas, tazas, platos, pailas, macetas, ollas arroceras y frijoleras, que llegan a comercializarse en San Salvador, Santa Ana, Ahuachapán, La Libertad y, en algunas ocasiones, al oriente del país, con precios que van desde $1.00 hasta $8.00 dependiendo del artículo.

Herencia ancestral

Desde que su esposo, Medardo, se convirtió en artesano, Rosa también se dedica al oficio a tiempo completo; es la principal fuente del sustento familiar. Esta tarde calurosa de mayo se dedicó a pulir varias ollas, previamente elaboradas con ocho libras de barro, que pueden contener hasta dos libras de frijoles.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Este paso sella los poros de la superficie de la olla para que el agua no se cuele a través de ellos. Varias piedras, en su mayoría de obsidiana, son halladas en los ríos donde los antepasados indígenas trabajaron la cerámica. Un alfarero experimentado las detecta a primera vista y las hereda como una joya preservada en la naturaleza.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Después de la extracción en El Barrial, los artesanos proceden a machacar el barro en bruto y lo pasan por un molino. Luego, amasan el barro con arena extraída del río Paz, colada finamente para garantizar mayor calidad en el resultado final de las piezas. Para ahorrar tiempo y energía, a veces utilizan una máquina amasadora prestada por la Comisión Nacional de la Micro y Pequeña Empresa (CONAMYPE) que acorta esta parte del proceso.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Después de amasar el barro inicia la etapa del moldeo. Tradicionalmente se coloca la masa en el suelo con una capa de barro como base. El artesano gira alrededor del barro dándole forma a los ‘gusanitos’ de barro, que luego se transformarán en la pieza deseada. Para mejorar su producción en el taller, ubicado en el centro histórico de Santo Domingo de Guzmán, utilizan un torno artesanal también donado por la institución.

Foto: D1/Gabriel Aquino

“La máquina ha venido a evolucionarnos la producción. Es todo artesanal, mis manos son las que producen. Lo que transforma son las manos, la máquina es simplemente hace que gire y yo no me muevo. Cuando se trabaja en forma ancestral, yo tengo que girar en torno a la pieza. En cambio aquí, es la pieza la que gira”, explica el artesano.

Foto: D1/Gabriel Aquino

En el torno, el barro amasado gira hasta formarse un tubo que, posteriormente, se le dará forma de olla. Se definen las orillas y la superficie con un hilo para cortar y un caucho. Luego, se deja secar durante tres horas. Pasado este tiempo, se alisa con una piedra de río, se deja al sol por seis horas según el tamaño y se lleva al horno para su acabado final.

Foto: D1/Gabriel Aquino

“Así quedan las orejitas”, señala Rosa mostrando las asas de una olla que acaba de finalizar. “Quedan como si cemento le pone uno, no se despegan cuando uno baja la olla de frijoles. Es algo misterioso. Yo coso cuatro libras de frijoles, la agarro y no les pasa nada a las orejas”, menciona sobre la resistencia del material.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Aunque cada vez son menos quienes se dedican a la artesanía en barro en Santo Domingo de Guzmán —en especial porque muchos artesanos son adultos mayores que hoy prefieren descansar tras décadas de trabajo—, Medardo busca motivar a más personas, especialmente jóvenes, a aprender y continuar con el oficio que mueve la economía de este pueblo sonsonateco.

Foto: D1/Gabriel Aquino

Constantemente imparte talleres y capacitaciones en asocio con organizaciones no gubernamentales e instituciones, a fin de que el conocimiento pase a más personas interesadas en este oficio y así continúen transmitiendo una herencia cultural que forma parte de la identidad de El Salvador.

Foto: D1/Gabriel Aquino