Ana Saldaña tiene 92 años. Conserva una sonrisa luminosa que desafía el paso del tiempo. Su voz es suave, y al escucharla relatar el pasado, parece que las décadas no han hecho mella en su memoria.

Sentada entre los rollos de tela que aún vende, en una tienda modesta del centro de Ciudad Barrios, legado que le dejó su padre, recuerda con claridad al primo que volvió al país convertido en sacerdote, luego de estudiar en Roma. “Él era bien sencillo, no hacía diferencia con nadie”, dice mientras mira al horizonte, como buscando las calles donde jugó de niña.

El 24 de marzo se conmemoran 45 años desde que Romero fue asesinado mientras oficiaba misa en San Salvador, un crimen que marcó la historia de El Salvador. Ana, conocida por todos en el pueblo, recuerda cómo ser familiar del obispo no siempre fue motivo de orgullo público.

“Ahora es fácil decir que sos familiar de un santo, pero cuando él denunciaba en las radios los atropellos de aquel tiempo, no era tan fácil levantar la cabeza”, afirma con serenidad. En esa época, ser cercano a Romero significaba compartir su compromiso y también los riesgos.

Aunque no lo conoció de niño, Ana guarda con cariño la primera vez que lo vio: “Vino a la casa, celebró su primera misa en la parroquia de su pueblo, y todos lo recibimos con alegría. Fue como si nunca se hubiera ido”. A pesar de los años, su linaje sigue vivo.

La familia de Romero aún habita Ciudad Barrios y, como su legado, no deja de crecer. “Nos sentimos parte de lo que él fue. Esta tierra lo vio nacer y todavía lo siente cerca”, dice Ana mientras muestra fotos que conserva con cuidado.

En su tienda, la venta de telas se ha convertido también en punto de encuentro para quienes buscan conocer más sobre el santo salvadoreño. La gente la escucha con respeto, sabiendo que cada palabra suya viene cargada de historia. “Él no se creía más que nadie, ni cuando ya era obispo. Siempre fue igual de humilde”, dice.

Capilla y cafetería en la cuna de Romero
En el mismo lugar donde Monseñor Romero nació, la Cooperativa de Cafetaleros de Ciudad Barrios ha levantado una capilla como homenaje. El espacio, que antes funcionaba como oficina de la cooperativa, fue remodelado durante tres meses hasta convertirse en un lugar de oración.

Tiene cinco metros de ancho por siete de largo y una capacidad para 30 personas. Está abierta al público desde las 5:00 de la mañana hasta las 9:00 de la noche.

“Queríamos darle a la casa de Monseñor el valor que merece, cuidar su legado y que no se pierda en el tiempo”, explicó Ricardo Ventura, presidente de la cooperativa. Desde el 28 de febrero, además, el lugar también funciona como cafetería, lo que permite que visitantes conozcan el espacio, se reúnan y compartan alrededor de la memoria del santo.

El proyecto ha sido bien recibido por los habitantes de Ciudad Barrios y visitantes que llegan cada año a la tierra natal de Romero. La capilla es ahora un punto de reflexión, pero también de encuentro comunitario, donde el recuerdo de Monseñor se mantiene presente.


Para Ana, ver que la casa de su primo se ha transformado en un espacio de fe, es motivo de alegría. “Es bonito saber que la gente viene, reza, y todavía habla de él. Aquí, donde empezó todo, sigue vivo”.

