Cuando se escucha la palabra ‘ayuno’, lo primero que viene a la mente es no comer. La idea parece difícil, ya que pasar horas sin alimento parece un reto que no cualquiera se atreve a enfrentar. En el islam, el ayuno (ṣiyām) es uno de los pilares obligatorios de la fe y se realiza durante el mes sagrado de Ramadán que, en este año, coincidió exactamente con marzo del calendario gregoriano.
En El Salvador, Blanca Julia Villatoro vive esta experiencia con especial intensidad. Como gerente general del restaurante de comida pakistaní ‘Pali Lo’ en el Salvador del Mundo, San Salvador, ha pasado los días de Ramadán realizando esta práctica rodeada de intensos sabores y aromas, pero su fe y disciplina han sido constantes.

Afirma que, desde semanas antes de su llegada, sintió la dulzura de la espera de Ramadán. “Siento que Dios en su inmensa misericordia te da este tiempo para que tú olvides tu vida acá y te centrés en tu vida allá con Él. Si mi actitud y mi compromiso con Dios es firme, yo sé que estoy haciendo puntos para mi otra vida. Entonces, este pensamiento te hace ver cada día como una oportunidad de ganar un mejor futuro”, reflexiona.
El ayuno está prescrito en el islam como un medio para alcanzar mayor consciencia de Dios. Se realiza en este mes para conmemorar la revelación de los primeros versos del Corán, la escritura sagrada de la fe, al profeta Muhammad hace más de 1,400 años. El creyente se abstiene de comer y beber líquidos desde el amanecer hasta el atardecer como un acto de adoración para Allah (Dios en árabe), la misma divinidad única que comparten los musulmanes con los judíos y los cristianos.

Esta práctica está indicada para personas adultas que posean las capacidades físicas y mentales necesarias para llevarla a cabo, aunque puede iniciarse desde la pubertad. Los niños, los viajeros, los ancianos y las personas con enfermedades mentales o crónicas no deben ayunar. Tampoco deben hacerlo las mujeres embarazadas, lactantes o aquellas que estén menstruando, para salvaguardar plenamente su salud.

“Yo me preparo unas tres semanas antes de Ramadán. Empecé a preparar, por ejemplo, para el restaurante un horario diferente, un menú diferente, contratamos más personal para que estuviera en el día porque yo no puedo probar la comida, no puedo saber qué sabor tiene”, expresa. “Cuando uno tiene la necesidad de alcanzar la gracia de Dios, tú mismo vas acomodando todo para alcanzarlo”.

Para Julia, originaria de La Unión, Ramadán ha tenido la función de purificar su alma a través de la disciplina. Así como ella, un musulmán que observa el ayuno debe levantarse durante la madrugada a preparar sus alimentos para el suhoor, una comida sustentable con muchos líquidos para que el cuerpo esté preparado para las horas del día que no habrá alimentos ni bebida. En su caso, un sandwich, un par de dátiles y agua antes de las 4:30 de la mañana la preparan para el resto del día.

Tres años realizando esta práctica le han enseñado, por ejemplo, que comer yogur evita que te dé sed durante el día, que el sueño es fundamental para mantenerte activo, que los alimentos muy azucarados o ultraprocesados entorpecen la salud y que el mejor alimento para romper ayuno —conocido como iftar—, que ocurre alrededor de las 6:09 de la tarde, es fruta y agua. Así ha podido superar cada ayuno, el cual en El Salvador se extendió hasta más de 13 horas al día aproximadamente.
“Dios tiene sabiduría en toda su palabra, si Él nos prescribe el ayuno, no es porque va a ser malo para nuestro cuerpo, sino porque es bueno. Tienes que ser consciente de que el ayuno es algo espiritual, pero también físico. Yo lo veo como un reinicio de mi cuerpo. Si yo estuve comiendo mal o tomando muchas azúcares, este es un buen comienzo para nutrirlo”, explica sobre los beneficios de esta práctica.

Estudios científicos recientes han demostrado que el ayuno de treinta días puede generar importantes beneficios para la salud, ayudando a tratar la obesidad, la diabetes y el hígado graso no alcohólico. Además, facilita la desintoxicación del colon, los riñones y la piel, mientras que el proceso de autofagia contribuye a la regeneración celular. Para aprovechar estos efectos, es fundamental reponer nutrientes, carbohidratos, proteínas e hidratación en el cuerpo durante las horas nocturnas.

La comida pakistaní está llena de sabores, esencias y especias que despiertan el olfato y el paladar. Influenciada por la comida persa, india, afgana y árabe, es natural encontrar pollo, cordero, ternera y hasta mariscos —a excepción del cerdo, cuyo consumo está prohibido en el islam y el judaísmo— ricamente sazonados con cúrcuma, comino, cilantro, cardamomo o gengibre, entre otros. El biryani es uno de los platillos más conocidos, que consisten en arroz basmati (largo y aromático), carne y especias.
Entrar a la cocina de Pali Lo en una jornada de total actividad culinaria puede ser un reto para una persona que ayuna. “La comida tú la ves ahí, tú sabes que la puedes tomar, nadie te va a ver, nadie te va a decir nada, pero tu compromiso es con Dios, decidís por convicción propia. Dios está en todas partes, ve todo, entonces vas aprendiendo a calmar tu cuerpo y a dominar tu mente”.

Julia también revela que, durante los días de Ramadán, al prescindir del sentido del gusto, el olfato se agudiza, permitiéndole percibir si los platillos se han cocinado completamente. Además, algunos días presentan mayores desafíos que otros, ya que El Salvador atraviesa una temporada de verano con temperaturas cálidas.

“Hay momentos en los que tengo mucho calor, mucha sed. Lavo mis manos hasta los codos, me echo agua helada en la cara, helada. Trato también de ponerme como cubitos de hielo para que se me calme el calor. Trato de hacer mucha oración, hacer súplicas. Hacer las cinco oraciones diarias puntuales”, explica sobre los momentos donde el calor de la cocina puede ser desafiante.
“Parece mentira, pero cuando tú le decís a Dios ‘Dios, tengo sed. Siento que ya no aguanto, ayúdame’, te ayuda. Misteriosamente, se te quitó el calor, se te quitó el hambre. Dios es alguien que está ahí esperando que tú le pidas. En el islam nos dicen que a Dios le gusta que le pidamos. A veces uno piensa que solo puedes pedirle cosas importantes como una casa o algo así, pero también Dios le gusta que le pidas las cosas pequeñas”, reflexiona.

No solo Julia adaptó su rutina a Ramadán, sino también su familia, que no es musulmana. Valores como el amor, el respeto y la comprensión trascienden las diferencias religiosas y han llevado a sus seres queridos a tratarla con empatía, a pesar de no compartir las mismas creencias. “Mi hermana sale de la U y me dice ‘Juli, salí de la U, voy a ir para tu casa o voy a ir al restaurante. ¿Qué quieres que te lleve para que rompas el ayuno?’. Entonces, todas van guardando cositas para venir a romper el ayuno conmigo”, indica con una sonrisa.
Para Julia existen tres tipos de hambre: el hambre física, que busca el alimento; el hambre de superación, que te pide alcanzar tus metas en el mundo terrenal; y el hambre espiritual, que representa la búsqueda de conexión con lo trascendental, la cual solo se sacia por medio de la reflexión y la devoción. Cuando el hambre espiritual se colma, las otras pasan a segundo plano.

De esta manera, Julia reflexiona que “siempre todo lleva a la misma conclusión: los creyentes son perseverantes y son pacientes. Y pues no hay nada más satisfactorio que tener una prueba y sentir que la pasaste”. El fin del mes de Ramadán se celebra con una fiesta de gratitud y devoción llamada Eid al-Fitr, que tiene lugar el 30 o 31 de marzo, según el avistamiento de la luna nueva.