El Salvador
sábado 5 de abril de 2025

Mario Urbina, el último joyero artesanal de Zacatecoluca

por Gabriela Cruz

Es un testimonio vivo de la historia, que presenció el apogeo de la joyería artesanal en El Salvador.

Mario Urbina solo tenía doce años cuando se convirtió en aprendiz de joyero. “Dedicate a aprenderlo, te va a servir toda la vida”, le dijo su madre, sin imaginar que, con el paso del tiempo, terminaría siendo uno de los joyeros artesanales más reconocidos de Zacatecoluca, La Paz, una ciudad que destacó en el pasado por su maestría en la orfebrería, el oficio de trabajar el oro y la plata en piezas finas y preciosas.

A sus 83 años de vida, se pasea con confianza y determinación por el taller de su joyería La Marqueza, en las cercanías del barrio El Calvario. Pasó décadas moldeando oro y plata, mientras que el oficio también forjaba su destino y el de su familia. El resultado de toda una vida es un orfebre consolidado —el último que aún se mantiene activo de su generación— que fue tanto protagonista como testigo de una época dorada de la historia salvadoreña, cuando la producción de la joyería nacional tenía su epicentro en los artesanos de Zacatecoluca.

“Yo he evolucionado más que todo conservando los conocimientos que me dieron estos maestros, conservándolos”, nos dice con firmeza y convicción. “Uno descalzo y todo fue aprendiendo, con los hombres que habían ahí también que le enseñaban a uno, no había egoísmo”, reflexiona sobre aquellos hombres con los que compartió el oficio.

Foto: D1/Gabriel Aquino
Foto: D1/Gabriel Aquino

La joyería —o platería, como la llamaban los viroleños— en Zacatecoluca vivió sus mejores momentos en los años setenta, un tiempo de gran actividad para los artesanos. Las joyas que producían se caracterizaban por su alta calidad y sus diseños artesanales: anillos de matrimonio y compromiso con incrustaciones de rubíes, circonios u otras piedras preciosas; cadenas cuadradas o de plaquita, aretes de diferentes tamaños y otras piezas que requerían la técnica de la filigrana, el arte de crear diseños delicados con finos hilos de oro y plata.

Don Mario aún recuerda como, cuando era niño, observaba a Abel Pineda, un orfebre destacado en la filigrana, por el mercado de la ciudad trabajando en las fraguas, donde los artesanos calentaban metales preciosos para hacerlos más maleables y así moldearlos, fundirlos y soldarlos. Junto a Ángel Castro, fue reconocido por su creación de coronas y copones para la iglesia católica.

“Los que hacían filigrana se dedicaban solo a eso. Sí eran inteligentes. El oro lo aplastaban bien, como esos hilos carrizos, más delgados que un cordel, eran como los hilos con los que cose la gente”, detalla rememorando el fino arte de la filigrana.

Foto: D1/Gabriel Aquino
Foto: D1/Gabriel Aquino

La vida de un artesano

Al consultarle sobre sus maestros, Don Mario responde que aprendió de cada uno de los hombres con los que compartió el oficio de la joyería. Recuerda la aventura de trabajar en diferentes ‘platerías’ como La Mexicana de Don Mardonio Bairez, una de las más reconocidas de toda la ciudad. Luego, trabajó con Don Manuel Adrián Ramírez hasta llegar a las joyerías de San Salvador. Posteriormente, abrió su propio negocio.

El joyero se especializó en la elaboración de broches redondos o “de resorte” que llevaban las cadenas. Estos artículos se producían en docenas y se distribuían a nivel nacional. También se encargaba de la perfección de los huecos, así como la creación de aretes de media luna y corazón. Su trabajo fue una muestra de su entrega por la joyería.

“La pasión por esto es grande. Quizá es una obsesión, una manía o algo. Yo tengo 83 años y bueno, yo trabajo. Me despierto a las seis de la mañana ansioso por trabajar. Quizás eso ya está en el alma, en el cuerpo, o en lo que sea, ¿va?”.

Mario Urbina
Foto: D1/Gabriel Aquino
Foto: D1/Gabriel Aquino.

Otras de las platerías representativas de la localidad fueron las joyerías El Chorro, La Firmeza y, por supuesto, La Marqueza de Mario Urbina. En su momento de auge, llegó a contar con 20 trabajadores, entre los cuales se hallaban dos especialistas en filigrana. Hoy mantiene sus clientes de confianza, ya sean locales o de Estados Unidos, quienes lo buscan por su experiencia y su buen carácter, trabajando los encargos con herramientas que él mismo ha fabricado.

“Con los que trabajé fueron muchos. Por ejemplo, en Usulután también, más que todo de la filigrana tenía gran conocimiento. Yo tenía buenos amigos; todos se murieron. Eran buenos para hacer cruces, rositas y pimpollos. Ellos se dedicaban exclusivamente a eso. Yo sí recuerdo esto: era mal pagados. Había más pobreza pero se rebuscaba la gente”, reflexiona Don Mario sobre una época que lamenta se haya perdido.

A pesar de la prosperidad que trajo el oro a Zacatecoluca, la mayoría de los artesanos recibían salarios bajos que afectaban su economía y la estabilidad de sus familias, explicó el orfebre. Varios hombres, inteligentes y únicos a los ojos de Don Mario, aliviaron sus angustias con el alcohol.

Foto: D1/Gabriel Aquino.
Foto: D1/Gabriel Aquino

“Desgraciadamente en aquel tiempo, la gente pobre que ponía a aprender a los hijos allí, desgraciadamente y aquí lo voy a hablar claro, desgraciadamente, todos eran bolos. Y yo me pongo a pensar en estos hombres ganando poco, ¿cómo iban a sostener una familia? Ya que tres hijos, cuatro hijos, la mujer y todo eso. ¡Cómo! Todo eso es la seguridad también emocional. Por esas cosas todos esos que tenía yo de amigos y en todas partes de El Salvador se hacían bolos. Y yo también me hice bolo. Y vaya, costó salir de eso. Los demás se murieron”, lamentó sobre la situación.  

Hoy, con más de sesenta años de sobriedad, comparte su experiencia y testimonio con la lucidez y la elocuencia que siempre lo caracterizaron, ayudando a otras personas que atraviesan problemas de alcoholismo, así como lo vivieron sus amigos artesanos.

Foto: D1/Gabriel Aquino

La joya de la familia

El amor de Don Mario por la joyería no solo llenó su taller, sino que impulsó el crecimiento y desarrollo de su familia, cuyos miembros muestran admiración y respeto por su patriarca. Mario Urbina, hijo de Don Mario, relata cómo su padre les enseñó a él y sus hermanos el arte de la joyería. Aunque no se dedican directamente a este arte, resguardan el conocimiento obtenido de su padre y se esfuerzan por preservarlo.  

“Mi papá, a través de su esfuerzo, todos sus hijos nos preparamos académicamente de esto. Y hemos sobrevivido hasta el día de hoy gracias a él. Porque es la verdad. Él, hasta el día de hoy, digamos, es el único de los orfebres de aquellas buenas épocas. La orfebrería se fue muriendo”, dijo el hijo del joyero.

Recuerda que el aprendizaje con su padre fue difícil, dado que Don Mario mantiene su estilo ‘rústico’ elaborando sus propias herramientas, como buriles y laminadores; utilizando técnicas artesanales de fundido, moldeo y soldadura; así como preservando máquinas con décadas de antigüedad, brindando atención al detalle y a petición de lo que pida el cliente.

Foto: D1/Gabriel Aquino

“Nosotros aprendimos a fundir el oro, soplando así este soplete con esa varita que tiene él, el candil. Se fundían cantidades grandes de oro en aquella época. Por ejemplo, yo si quería hacer un anillo de de 10 gramos, tendría que fundir 20 gramos a pura boca, a puro pulmón. Ese se funde, el oro se hace agüita, se prepara un molde y así salía un anillo, o se podía forjar también. Es decir, las hechuras de los anillos en aquella época, manualmente o artesanalmente, tenían diferentes procesos para fabricarlos”, explicó Mario.

El hijo de Don Mario, quien es un profesor de biología y química retirado, se especializó en la elaboración de cadenas y anillos para hombre, en especial, los de montadura rota. Trabajó anillos con piedras preciosas como rubíes y circonios, así como los buscados para graduaciones. Este saber lo llevó a tener su propia joyería en el centro de Zacatecoluca por más de veinte años, hasta su cierre por compromisos familiares.

Para Mario, la joyería de Zacatecoluca ha sufrido una «involución» desde la llegada de la industrialización en la fabricación de joyas. La producción en masa de bisutería y fantasía, junto con la importación y la reventa, ha desplazado la producción local y el arte tradicional de los joyeros de la región.

Foto: D1/Gabriel Aquino
Foto: D1/Gabriel Aquino

Además, el cierre de la Cooperativa de Joyeros de El Salvador en los 2000, que brindaba créditos, materia prima —como oro de Canadá, Estados Unidos y Argentina— y los químicos necesarios para trabajar los metales, también afectó a los joyeros artesanales. Esta entidad también apoyó la formación de dos generaciones de bachilleres con especialidad en joyería, que tuvo la aprobación del Ministerio de Educación y eran recomendados por los joyeros de la ciudad.

En la actualidad, Zacatecoluca cuenta con joyerías que elaboran joyas con técnicas modernizadas, sin enfocarse en la elaboración propia que antes caracterizó a la ciudad: “Hoy le ponen joyería, pero normalmente no lo trabajan ahí. Son bien raros, hay algunos discípulos de mi papá que vinieron a aprender acá y que tienen sus joyerías. Dionisio, Félix, Tito, tienen sus platerías, sus tallercitos, hacen sus cositas, una cadena o un anillo, pero normalmente lo que se hace es la reventa. Traen ya cositas elaboradas, las compran y ya se revenden, hoy el digamos el truco del comercio es eso. Ya no es autóctono, ya no es fabricación propia”.

Don Mario y su familia consideran fundamental recuperar la joyería de Zacatecoluca por su valor artístico, histórico y cultural, ya que fue parte de un período de esplendor en El Salvador, así como brindó lecciones para el respeto con los derechos de los trabajadores que se vieron afectados por las desigualdades sociales de la época. Establecer una escuela que enseñe este arte sería clave para su preservación, señalaron, al igual que otorgar reconocimiento a figuras como Don Mario, quienes son considerados leyendas vivientes por su aporte a la ciudad viroleña.

“Yo la verdad lo admiro mucho. Muy admirable y a la vez estoy muy orgulloso. Empezar únicamente como un aprendiz, luego ser un operario y, ya después, convertirse él en el propietario del negocio del arte que le ha gustado tanto, la verdad es muy admirable. Es muy admirable cómo durante el paso del tiempo todavía se conserva y él se mantiene pues hasta esta altura de su edad trabajando en esto”, expresó con orgullo su nieto, Alberto Urbina, al hablar del legado de su abuelo.

“Yo estas cositas las hago para que no se me olvide”, dice Don Mario mientras moldea un anillo con sus manos llenas de experiencia. Sabe que no puede competir con las grandes empresas, pero la pasión que pone en cada joya que elabora es inigualable. Su talento, forjado con años de dedicación, sigue siendo un legado que no podrá replicarse jamás.  

Foto: D1/Gabriel Aquino
Foto: D1/Gabriel Aquino