“Muslima”. Esta es la palabra árabe que utiliza el Corán (Quran), la escritura sagrada del islam, para referirse a la mujer musulmana. Su principal distintivo es el hijab, el velo que utilizan para cubrir su cabeza. De variados colores, así son el origen y cultura de millones de musulmanas en el mundo. Un pequeño grupo se encuentra en El Salvador; son las mujeres salvadoreñas que decidieron abrazar el islam.
Su oasis espiritual es la mezquita Dar Ibrahim (La Casa de Abraham), en San Salvador, sitio donde se congrega una parte de la comunidad musulmana en el país, conformada por aproximadamente mil personas que se mantienen activas en las cinco mezquitas establecidas a nivel nacional.
Este grupo de musulmanas aprovecha su tiempo libre para aprender árabe, profundizar los principios del islam y convivir junto a sus familias y toda la comunidad fortaleciendo su fe. Su maestra es la doctora Amira Adel Kahlil, líder de las mujeres de la Comunidad Musulmana Hispanoamericana, y para ella, el aprendizaje y la búsqueda de conocimiento son vitales para la vida de una mujer musulmana.
Entre sus alumnas se encuentran mujeres de diversas edades, contextos sociales y experiencias que viven como toda mujer salvadoreña. Sin embargo, su identidad está estrechamente ligada al islam; es su estilo de vida en su camino hacia la búsqueda Allah, palabra árabe que se refiere a Dios, la misma divinidad absoluta que siguen los cristianos y los judíos.
Una de ellas es Doris Calderón, quien abrazó el islam hace veinte años y es originaria de la capital. No se sintió cómoda con el catolicismo de su familia durante su juventud y decidió estudiar otras religiones, desde el cristianismo evangélico hasta la fe del movimiento Hare Krishna. Sin embargo, el islam le dio las respuestas que necesitaba.
“Alguien me empezó a dar información sobre el islam y empecé a leer. El islam iba contestando todas las preguntas que yo me hacía, por ejemplo, ¿por qué tengo que adorar o pedirle a alguien que no es Dios? En el islam está claro: Dios es único y solo a él nos debemos de someter, solo a Él le tenemos que pedir. Fue la respuesta a la pregunta que, para mí, fue la esencial para entrar al islam”, rememora la mujer de 58 años de edad.
Doris, quien adoptó el velo en su vestimenta dos años después de tomar su shahada (declaración de fe), ha visto durante dos décadas cómo en el país, cuya Constitución permite el libre ejercicio de todas las religiones, se ha vuelto más tolerante con respecto a su imagen como musulmana. Señala que, incluso, fieles de una iglesia evangélica admiraron su modestia y uso del hijab. “No use el velo inmediatamente, pero cuando yo lo usaba, sentía admiración de algunas mujeres y respeto de algunos hombres hacia mi persona. Pero igual, la misma ignorancia de algunos hacían malas miradas o comentarios fuera de lugar”, recuerda.
El ataque del 11 de septiembre a las Torres Gemelas de Nueva York en 2001 y noticias sobre grupos extremistas —que no representan la esencia del islam— en años posteriores hicieron mucho daño a los musulmanes que solo buscan vivir su fe y que no tienen ningún tipo de vínculo con grupos políticos o radicales. Dentro de este panorama, Doris vivió un ataque de intolerancia por portar el velo en público hace diez años.
“Ha sido hasta cierto punto peligroso porque en una ocasión yo iba caminando en una acera y un señor en un carro se subió a la acera, o sea, como que me quería atropellar. Había gente que me gritaba cosas o lo veían mal a uno: ‘Usted no es de este país, ustedes vienen de musulmania, no es de acá’. Es bien estresante porque a veces uno anda tranquilo, verdad… y la verdad es que la gente ignora muchas cosas”, rememoró sobre este incidente.
Los medios de comunicación, grupos políticos y personas influenciadas por la islamofobia refieren que la mujer musulmana es “oprimida”, “no tiene libertades”, no puede trabajar ni decidir por sí misma. Estos prejuicios distan de los principios del islam establecidos en el Quran, en el que la mujer cuenta con un estatus honorable y derechos en cada aspecto de su vida, desde el matrimonio, la crianza de los hijos, la herencia, la educación y la propiedad, que no existía antes de la llegada del islam en la península arábiga entre los años 610 y 661 después de Cristo.
Bajo esta premisa, estas salvadoreñas se sintieron atraídas al islam para profesar la unicidad de Dios y sentirse valoradas como mujeres y seres humanos. Así lo explicó Jessenia Amaya, una usuluteca que hace cinco años hizo su conversión y que, junto a las mujeres de la comunidad, ha adoptado el islam como su estilo de vida. Conoció de la religión mediante las redes sociales e investigó sobre su origen, sus historias, las creencias y el comportamiento de un musulmán antes de dar el primer paso.
“Alhamdullilah (‘Todas las alabanzas sean para Dios’), ha mejorado mi vida en todo aspecto. En el ámbito general de la vida uno está como perdido. Entonces cuando los problemas acechan y pues uno de mujer tiene diversas actividades, madre, esposa, hermana, hija, hay muchas cosas que nos involucran a la mujer en la vida que hay veces que el estrés nos hace que nos perdamos un poquito. Entonces vino el islam a recuperarme, a recuperar mi estabilidad de vida y a mostrarme que la mujer es muy valiosa. Y que yo puedo tener una estabilidad a pesar de que sea esposa, madre, hija y hermana”, expresa Amaya.
Derechos de la mujer en el islam
La doctora Kahlil rechaza los estereotipos y desinformación acerca de la mujer musulmana, entre ellos, la sumisión ante el hombre. Sentada entre un grupo de salvadoreñas, algunas ataviadas con el hijab y otras sin él —pues el uso del velo es una elección personal— les recuerda que, al igual que los hombres, la verdadera sumisión solo ocurre ante Dios: “¿La mujer sometida al hombre? No. La mujer y el hombre paso con paso. No es que la mujer anda atrás del hombre. La mujer o el musulmán en general sometidos a la voluntad de Allah, no la mujer sometida al hombre”, refiere.
Kahlil señala que la mujer musulmana tiene el derecho a trabajar, estudiar y ejercer una vocación. El islam promueve entre sus creyentes una búsqueda constante del conocimiento basada en varios preceptos del Corán, donde la fe y la ciencia no se oponen, sino que se complementan. Por ello, también se fomenta que las mujeres desarrollen diversas profesiones que enriquezcan su crecimiento personal.
“Yo soy veterinaria, mi mamá es profesora, mi hermana es profesora, mis tías son doctoras y así…y todas las que están alrededor mío, que son vecinas todas son musulmanas, son entre profesoras, doctoras, ingenieras. Mi cuñadas es ingeniera y así toda la familia y las familias que alrededor mío y toda la gente generación atrás de generación”, ilustra la doctora.
De hecho, Khadija bint Khuwaylid, la primera esposa del profeta Muhammad, era una respetada comerciante de La Meca, la ciudad más sagrada en el islam en Arabia Saudita. Provenía de una familia noble y desde joven manejó exitosamente su propio negocio de comercio, algo poco común en su época. Khadija fue la primera persona en aceptar el mensaje del islam cuando el profeta Muhammad recibió la revelación hace 1,446 años.
El matrimonio
Nadie puede obligar a una mujer musulmana a casarse y, si lo hace a la fuerza, el matrimonio es inválido. Solo ella tiene el derecho de decidir quién será su esposo. La ceremonia nupcial se llama nikah y, en ella, la mujer cuenta con un wali o tutor que garantiza que sea respetada, tratada con dignidad y que no exista la coacción en su decisión. También recibe una dote (mahr) que consiste en dinero, bienes o cualquier cosa que ambos consideren valiosa, accesible y que solo ella podrá usar como desee. La pareja firma un contrato con las condiciones, derechos, deberes y responsabilidades que desempeñarán en su matrimonio.
Por otra parte, la mujer musulmana no está obligada a trabajar si ha contraído matrimonio, ya que su total mantenimiento (alimentación, vivienda, vestimenta y necesidades básicas) depende de su esposo. También no está obligada a dar dinero al hogar a menos que así lo quiera y, si ha decido laborar, son sus ingresos y no está obligada a dividirse los gastos del hogar con su pareja.
Por otro lado, el matrimonio musulmán sí puede finalizarse y la mujer tiene el derecho a divorciarse si su esposo no cumple con sus expectativas, no la protege o la ha maltratado. Aunque existe esta opción de separación, se insta a los esposos a honrar y mantener su matrimonio mediante la fe, la misericordia y la compasión. También, se motiva a la mujer a cuidar de su esposo y respetar su rol como líder de la familia, así como a velar por el bienestar de sus hijos y el orden del hogar.
“El hombre es líder, pero no puede humillar a una mujer. El hombre gasta el dinero para la mujer, trabaja duro para que tenga la mujer lo suficiente, pero también la mujer tiene que ser una persona amable, tranquila, que no pida al hombre lo que él no puede aguantar”.
Por otra parte, el hombre musulmán tiene la obligación de conocer sobre los derechos de la mujer musulmana, protegerla, respetarla, sustentarla, escucharla y brindarle amor, bondad y cariño, sin obligarla a realizar actos que no desee. A la vez, el hombre debe cumplir con las responsabilidades con sus hijos, familia y comunidad. Aquellos que no cumplen con estas condiciones, en especial, los hombres que infligen daño emocional, físico y psicológico a sus esposas y otras mujeres, no son verdaderos musulmanes, afirma Kahlil:
“Haram, prohibido lastimar a una mujer. Ningún hombre creyente hace algo así a su esposa. Hay árabes que lo hacen pero no son practicantes del islam. Son ignorantes, hay muchos hombres que necesitan que alguien les enseñe del islam, son maleducados. Religiosamente mal educados. Entonces, son ignorantes, no viene un hombre que no hace caso y dice que es musulmán y practicante”.
Esta premisa contradice las noticias que afirman que el islam permite “golpear las mujeres”, idea que nace por interpretaciones y traducciones erróneas del Quran. Esta perspectiva se contrasta con los dichos y hechos del profeta Muhammad en los que rechazó el maltrato físico contra las mujeres: “Me asombra que un hombre golpee a su esposa, cuando es él mismo, más que su esposa, quien merece ser golpeado. ¡Oh, gente! No golpeéis a vuestras mujeres con palos porque tal acto tiene qisas [represalias]”. En su peregrinación de despedida, también recalcó la importancia de la bondad hacia las mujeres y comparó la violación de sus derechos matrimoniales con una ruptura del pacto de la pareja con Dios.
La doctora Kahlil puntualiza a sus alumnas: “La mujer musulmana está sometida a la voluntad de Allah, al igual como el hombre. Las órdenes de Allah dicen que el hombre es el líder, tiene su posición, nunca faltarle el respeto a su esposo y aclarar las cosas. El amor, el respeto, el cariño, la casa no tiene que perder eso. Hay que buscar la manera y las mujeres son muy inteligentes para eso”.
El velo, símbolo de respeto e identidad
La figura de la virgen María o Maryam en árabe, cuenta con un grado de respeto y admiración dentro de la fe musulmana. Es considerada la madre de Jesús de Nazareth (Isa en árabe), quien es el Mesías dentro del islam —no es referido como el hijo de Dios— y cuya segunda venida también es esperada por los musulmanes.
Dentro de la iconografía católica y ortodoxa, entre otras religiones, es retratada vistiendo un velo como un símbolo de devoción. Este significado se traslada al uso del hijab para una mujer musulmana: el amor y sometimiento a la voluntad de Allah (Dios).
El uso del velo es un deber para la mujer musulmana y, a la vez, es un acto que debe ser voluntario y no impuesto en contra de su voluntad. Aquellas que deciden utilizarlo lo muestran con orgullo, de diversas formas y colores, como un acto de adoración hacia Allah y sus preceptos. También simboliza una de las principales características de un musulmán creyente: la modestia en ambos géneros, tanto en su vestimenta como su comportamiento, como una señal de respeto para uno mismo y hacia los demás.
Samadia Castillo es una estudiante universitaria de 22 años de edad de San Salvador que viste el velo de forma permanente al igual que su madre, Doris. Adoptó su uso luego de fortalecer su fe y comenzar la memorización del Quran. Al principio, temía la reacción de las personas a su alrededor, ya que en su infancia experimentó acoso escolar por pertenecer a una familia musulmana en El Salvador.
“Al principio fue bastante difícil porque yo decía ay, la gente me va a ver mal, la ansiedad y todo eso, pero empecé así, lento, lento. En 2022 ya dije hoy sí lo voy a usar permanente y empecé a llevarlo a la tienda y así. No me esperaba que una señora de la tienda me dijera ‘ay, qué bonita se ve’. O incluso una señora, que no sé si era evangélica, que iba con un velo, me dijo ‘ay, qué bonita’ y varias personas me anduvieron diciendo así. Todo eso me dio más ánimo de usarlo ya permanente”.
La cultura salvadoreña está marcada por el acoso callejero y la violencia contra la mujer en múltiples formas. En este punto, el velo es adoptado como una pieza que brinda protección e inspira respeto ante los demás. Sumado a su conexión espiritual, estas salvadoreñas cuentan con un sentido de control sobre su imagen y apariencia, lejos de la aprobación o la atención masculina que tiende a desviar la atención a los aspectos físicos en lugar de las habilidades y cualidades de la mujer.
El velo se usa únicamente para salir de casa y si hay personas externas dentro de ella. Solo el esposo, hermano, hijo, padre, abuelo, suegro, sobrinos en general y el esposo de la hija pueden ver a la mujer sin velo. También es una práctica que implica reservar la belleza únicamente para la vida privada, con personas de confianza como la pareja y la familia.
“El país no está relacionado con este tipo de vestimenta, pero in sha Allah (si es la voluntad de Dios), que Allah nos vaya facilitándonos más. Que la gente ya nos pueda ver diferente y puedan ir aceptando que la diferencia de ideología está en todos los países y estar en un país latino no es diferente porque también tenemos derecho a elegir la religión que queremos. In sha Allah, que Dios nos permita ir poco a poco, que la gente nos vaya aceptando nuestra forma de vestir acá en un país latino”, reflexiona Jessenia sobre este punto.
Ella indica que, gracias a las redes sociales y su comportamiento para con los demás, las personas a su alrededor conocen acerca de la fe y observan de primera mano cómo es una persona musulmana en la vida real. Aunque no puede utilizar el velo en su trabajo, muchos han admirado su carácter y valores como mujer y como ser humano tras su conversión.
“Cuando yo empecé a vestirme diferente, algunas personas lo ven bien porque uno se viste modestamente. Es como dar respeto hacia los demás. Pero siempre hay diferentes ideologías, diferentes pensamientos y lo primero que me decían es ‘no me vayas a venir a poner una bomba aquí’. Lo tomé como una broma, pero ya de a poquito a poquito, yo fui haciendo Dawah, mostrando en mis estados todo lo que hacemos en la mezquita, las reuniones, los estudios, las enseñanzas…así es como me fueron aceptando y pues Alhamdullilah me he ganado al respeto de mi trabajo”, afirma Amaya.
Para estas salvadoreñas, el islam forma parte de su identidad y acercamiento espiritual a Dios. La libertad de profesar su fe las unifica y las fortalece en comunidad, donde no son juzgadas, sino respetadas y protegidas en un país que tiene poco o nulo conocimiento de los verdaderos fundamentos del islam.
Tras su conversión, afirman que se sienten fortalecidas como mujeres y seres humanos, a pesar de ser las primeras musulmanas de sus familias. Algunas han vivido el rechazo e incomprensión de sus parientes, al punto de alejarse de ellas. Así lo vivió Beatriz Girón, una tecleña de 39 años de edad que abrazó el islam en diciembre del 2023 tras conocer de la fe gracias a musulmanas mexicanas.
“En el camino correcto siempre va a haber dificultades, pero su mente y su corazón tienen que estar enfocada en Dios, no en las personas que están a su alrededor y en lo que dirán, porque solo uno con Dios y Dios con nosotros. Y Él no nos abandona”, reflexiona Girón.
Por esta razón, así como sus compañeras, se siente en paz identificándose como una salvadoreña musulmana: “Para mí es una cosa que yo no me imaginaba que podía estar aquí, no tenía, pero ni idea, pero a mí me gusta bastante compartir, saber y llenarme de conocimiento. Aquí he respondido muchas preguntas en las que yo en otras religiones yo me hacía y nadie me daba respuesta. La verdad es que me siento muy bien, me siento como que aquí pertenezco”.
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