Eran alrededor de las 8 de la mañana del 6 de mayo del 2020, en la entrada de un conocido hotel capitalino ubicado en la Colonia Escalón se encontraba un grupo de policías, doctores, enfermeras y trabajadores sociales, algunos usando un traje blanco parecido al de los astronautas. Entraban y salían ambulancias. El ambiente era tenso, nada usual para un hotel. En el lobby todo olía a desinfectante y alcohol.
Catorce kilómetros al oriente del hotel, en Soyapango, Adriana Rivas, psicóloga de 30 años recibía una llamada telefónica. Era una trabajadora de la Unidad de Salud de Unicentro Soyapango, lugar en donde Adriana se había realizado seis días antes un hisopado de manera preventiva, ya que se encontraba sufriendo un fuerte dolor de cabeza, cansancio y escalofríos.
La trabajadora de la unidad de salud le informó a Adriana que tenía que hacer una maleta porque sería trasladada a un hotel. Ella no lo podía creer. Pensaba que todos sus síntomas de malestar eran a raíz de su asma crónica, el cual padece desde sus 8 años. Nunca pensó ser parte de las tan temidas estadísticas de los contagiados por el Covid-19.
Hizo su maleta: un par de camisetas, blusas, pantalones, ropa interior y también iba un paquete de galletas que su abuelo metió entre la ropa sin que ella se percatara. No quería irse. No quería despedirse de su familia porque temía no volver.
Tres horas después una ambulancia del FOSALUD se parqueó frente a la casa, de ella se bajaron dos hombres quienes vestían un traje especial, blanco de pies a cabeza, de esos que empezaron a salir por televisión y que ahora los asociamos con el virus y sus muertos. Adriana lloró junto a su papá y su despedida no pudo ser un abrazo ni un beso, se limitaron a un “adiós” y un movimiento de manos.
Unos meses atrás esta escena sería irreal para Adriana. Nunca pensó que ella estaría hospedada en ese lugar, o mejor dicho, aislada de su papá, abuelo y hermanos por culpa de un virus que la había infectado desde una semana atrás.
“Cuando pasaba por allí por cuestiones de mi ex trabajo, siempre decía que quería entrar y quedarme. Hoy ya no quiero volver”, dice entre risas nerviosas y con un poco de nostalgia mientras recuerda esos 15 días en donde, por culpa del Covid-19, tuvo que ser separada de sus seres queridos.
Los decesos e infectados a causa del virus
La Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al Covid-19 como pandemia el 11 de marzo del 2020. Hasta la fecha ha sido el responsable de los más de 3 millones de fallecidos a nivel mundial, y en cuanto a la suma de contagiados por el virus esta asciende los 141 millones de personas. En el caso de El Salvador, el Ministerio de Salud reportó 67,851 infectados hasta el 20 de abril del 2021 y una cantidad de 2,082 fallecidos.
Según los estudios, la transmisión del virus SARS-CoV-2, responsable de la enfermedad del Covid-19, es por el contacto con las secreciones respiratorias de una persona enferma o contagiada con el virus. De acuerdo a las investigaciones de la Universidad del País Vasco existe una poca probabilidad de transmisión por el aire a una distancia mayor a dos metros, sin embargo, su grado de contagio puede ser muy alto, tomando en cuenta la carga viral que el paciente posea en sus vías respiratorias.
El primer caso reportado en el país fue el 18 de marzo del 2020, cinco días después de que el presidente Nayib Bukele, por medio de una cadena nacional, decretara la cuarentena domiciliar. Luego inició con la suspensión de vuelos el 14 de marzo, y con el cierre de las fronteras el 17 del mismo mes.
Las mutaciones y consecuencias del Covid
A más de un año de haberse propagado el virus, el infectólogo Iván Ernesto Solano calcula que en el país existen 8 variantes del SARS-CoV-2, a las cuales el doctor agrega las catalogadas como “variantes de preocupación”, estas son: variante británica, variante sudafricana y variante brasileña. “Hay variantes que son mucho más contagiosas y son capaces de evadir el efecto de las vacunas”, comentó el infectólogo con relación a las variantes de preocupación.
Las secuelas físicas que el virus deja en algunos pacientes varían según la condición física de cada individuo, sin embargo, para los casos leves las más comunes suelen ser agotamiento fácil, dolor de espalda, alteración del gusto y el olor y alergias. Lo anterior puede converger a cuadros de hipertensión, problemas cardíacos y dependencia de oxígeno.
Pero la aparición del virus no solo afectó físicamente a las personas, sino que también tuvo su impacto en las psiquis a un nivel personal y colectivo a raíz del aislamiento y el desconocimiento sobre el manejo de la enfermedad. De acuerdo al primer análisis sobre la afectación psicológica de la cuarentena por Covid-19 realizado en China, país en donde se confirmó el inicio de la enfermedad, los expertos detectaron una variedad de factores que afectaron al bienestar físico y psicológico de la población durante la cuarentena, los dos más perjudiciales y negativos fueron la pérdida de hábitos y rutinas y el estrés psicosocial. Según el estudio, los ciudadanos instauraron en su día conductas poco saludables, como malos hábitos alimenticios, patrones de sueño irregulares, sedentarismo y mayor uso de pantallas.
Estadio mental de los salvadoreños a causa de la cuarentena
En el país, La Fundación pro Educación de El Salvador (FUNPRES) realizó un sondeo de opinión de manera virtual a 45 días de haber iniciado la cuarentena estricta. La investigación tuvo como objetivo principal tener una aproximación sobre el estadio mental por el cual se encontraba atravesando la población ante el encierro a causa de una pandemia.
Los datos publicados en mayo del 2020 indicaron que durante la cuarentena estricta la población presentó cuadros de depresión, ansiedad y problemas de sueño. Del universo encuestado solo el 12% de estos se encontraban recibiendo ayuda psicológica previo a la pandemia.
Asimismo, a los encuestados se les preguntó si sentían la necesidad de buscar algún tipo de apoyo psicológico para sobrellevar los problemas que les surgieron durante la pandemia y el 79.95% de ellos respondió que sí. Entre las preocupaciones que enfrentaron durante los primeros días de cuarentena, encabezando la lista se encontró la sensación de incertidumbre sobre el futuro familiar; seguida de la sensación de encierro; en tercer lugar la pérdida de contacto físico con sus seres queridos.
Cinco meses después, FUNPRES realizó otra investigación sobre el tema, de la cual, de una muestra de 411 encuestados, el 70.6% de los participantes manifestó un nivel normal o leve de depresión y el 72.5% un nivel normal o leve de ansiedad. Además, el 34.8% de los participantes en el sondeo manifestó que tuvo dificultades para conciliar el sueño o permanecer dormido frecuentemente o casi siempre.
De la población encuestada el 35% de ellos indicaron que su salud psicológica es peor o mucho peor al período previo a la cuarentena obligatoria. El 40.4% de los participantes expresó que necesita mucho o algún apoyo psicológico para sobrellevar las situaciones relacionadas a la depresión y ansiedad (molestias por la sensación de encierro, problemas con su situación laboral y la sensación de incertidumbre sobre el futuro familiar).
Los cuadros de depresión afectan el estado mental de los pacientes, provocando en estos una pérdida de interés en su desarrollo individual y social, de igual manera su entorno escolar y laboral se ven perjudicados. En cuanto a la ansiedad, la Asociación Americana de Psiquiatría (American Psychiatric Association [APA]) dice que este tipo de padecimiento “puede provocar ataques de pánico con episodios recurrentes e inesperados de miedo e incomodidad extrema, además de aislamiento social severo”.
El encierro como analogía del post trauma
El psicólogo José Manuel Ramírez, integrante de Psicolegas de El Salvador, afirma que la cuarentena que se vivió en el mundo es lo más cercano a un post trauma, ya que el “choque psicológico” que generó el encierro repentino causó la reproducción y/o conexión con traumas y miedos no superados. Por lo tanto esto genera cuadros de estrés, pánico, ansiedad y shock.
En el caso de Adriana, ella sufrió ansiedad, trastornos alimenticios y problemas de sueño, también padeció una gran tristeza. Asegura que no llegó a la depresión gracias a la guía y apoyo que tuvo por parte de sus colegas psicólogos, amigos y familia.
“Lo que yo hacía era limpieza dentro de la habitación para distraerme, porque habían días en donde sentía que pasaban demasiado lentos y yo me desesperaba. En repetidas ocasiones lloraba a mares”, recuerda Adriana, mientras se le pregunta cómo pasaba sus días en el encierro. También explica que desarrolló un trastorno obsesivo compulsivo al volverse extrema en cuanto a la limpieza y desinfección de cualquier tipo de objeto. “Cuando yo llego de la cuarentena extremé las medidas. Incluso yo tuve dermatitis por contacto por tanto uso de lejía y materiales de limpieza”, dice Adriana.
En su estadía en el hotel nunca tuvo pesadillas o sueños molestos, sin embargo, sí sentía mucha zozobra influida por los gritos y lamentos de otros contagiados por Covid que se encontraban aislados en el mismo hotel. Este también fue uno de los motivos de su trastorno del sueño.
El estudio “Trastorno de estrés postraumático en padres y jóvenes después de desastres relacionados con la salud”, publicado en el 2013 por Ginny Sprang y Miriam Silman (psicólogas e investigadoras estadounidenses), demostró que las sociedades que han cruzado por una cuarentena provocada por enfermedades pandémicas son más expuestas a los trastornos de estrés agudo y de adaptación y dolor. Entre las principales variables relacionadas con el impacto psicológico de dichos trastornos en la población se encuentran el miedo a la infección por el virus y enfermedades, la manifestación de sentimientos de frustración y aburrimiento, no poseer información y lineamientos de actuación clara, no cubrir con necesidades básicas y la reaparición o agudización de problemas psicológicos. Así mismo, en la sociedad se empieza a manejar un estigma y rechazo ante aquellas personas que se vieron afectadas por el virus o tuvieron relaciones estrechas con aquellos que la padecieron.
Lo anterior fue vivido por la familia de Adriana, ya que las ventas de comida típica de su hermana se vieron afectadas debido a que los vecinos empezaron a comprar menos sus productos. “Nos veían como si tuviéramos alguna peste. En ese tiempo no solo fue el drama mío, también fue para mi familia, porque no les quisieron vender cosas en las tiendas de la colonia, los hicieron de lado desde que se enteraron que yo estaba infectada”, recuerda la chica.
Adriana estuvo lejos de su familia por 15 días, sola en un hotel, en el cuarto 215 del segundo nivel, el cual tenía dos camas individuales separadas por una mesita de noche de madera, un piso de cerámica blanco, ventanas selladas de las cuales colgaban grandes cortinas verdes musgo, paredes color crema, un baño pequeño pero equipado con lo esencial, una televisión plasma y un closet a la entrada de la habitación. El único contacto que tenía con alguien era con los doctores o enfermeros quienes llegaban a preguntarle cómo estaba y le tomaban la temperatura dos veces por día, a las 6 de la mañana y a las 4 de la tarde.
Al preguntarle si hubiese querido tener algún tipo de atención psicológica en el lugar ella responde que sí, que eso hubiese sido lo adecuado. “Creo que nos hubiera hecho bastante bien el haber tenido a alguien que nos pudiese haber escuchado, guiado de forma adecuado para poder solventar los problemas emocionales”, dice Adriana.
La OMS realizó un estudio relacionado a los servicios de salud mental durante la pandemia, el cual abarcó a 130 país, de los cuales el 93% de estos se vieron paralizados o perturbados en el área de atención psicológica. La investigación también puso de manifiesto la necesidad urgente de un incremento en la financiación de la salud mental a nivel mundial.
El psicólogo Ramírez concuerda con dicho estudio y explica que “al estado hay que recomendarle que genere programas de salud mental en donde la gente pueda tener acceso y buscar ayuda, por ejemplo, la depresión es un tema que se sigue dando. Esta pandemia expuso la carencia que hay en el país y en el mundo sobre el tema y la poca importancia sobre la salud mental”, concluye Ramírez.
Al regresar a su casa, Adriana se encontraba fuera de peligro físicamente, sin embargo, el volver a adaptarse a su entorno fue un poco difícil debido a que en muchas noches se pensaba en el cuarto de hotel. Esta sensación le duró dos meses, así como la presencia de pesadillas.
Si bien ella se volvió a infectar del virus en noviembre pasado debido a que su papá fue contagiado por otro familiar, en esta ocasión el estrés, la angustia y la ansiedad que presentó fue manejada de diferente forma, ya que se puedo aislar en su casa con su abuelo y su hermano, mientras que a su papá lo trasladaron al Hospital de El Salvador. Después de diez días y de pasar por UCI, el papá de Adriana regresó a casa. Volvieron a aislarse todos por otros 15 días como medida sugerida por los doctores.
– Y cuando transcurrieron los 15 días de aislamiento preventivo, ¿a dónde salió por primera vez?
– A la farmacia a comprar vitaminas, dice Adriana mientras ríe a carcajadas.