Un cuerpo que nunca sintió como suyo, muñecas estranguladas para ir tras la alegría que le producía un balón de fútbol, las horrorosas faldas que más de alguna vez tijereó en su cabeza, ese nombre en el DUI que quisiera ver deteriorado, el mismo por el que era llamado en su infancia produciéndole un silencio ensordecedor, aunque nunca lo escuchó de los labios de su amada, quien desde pequeña traspasó la piel para descubrir el ser que habita tras esa fachada construida socialmente.
Aldo Peña es un hombre transexual o trans masculino, es decir, que su identidad de género no corresponde con su sexo biológico ni con el nombre asignado por sus padres.
En cuanto a su opción sexual, Aldo se define como heterosexual al sentirse atraído por las niñas desde pequeño. Cuando tenía 11 años conoció al amor de su vida luego que la familia de Gabriela, quien lo flechó a primera vista, se mudara al mesón en el que él vivía en Ciudad Delgado, San Salvador.
Para ese entonces su expresión de género era un tanto confusa, pues tenía el cabello largo, pero sus actitudes, comportamiento y vestimenta eran masculinos, y aunque la mayoría lo llamaba por un nombre de mujer y le trataba como niña, Gaby lo vio diferente.
“Siempre preferí usar shorts. Como todavía no había desarrollado, era como ver un niño pelo largo jugando, pero la gente me trataba como niña, ella fue la única en ese momento que me trató como un niño. Fue como que ella se enamoró de algo interno mío”, manifiesta Aldo. “Yo nunca lo percibí en femenino. Pesaba más como él me trataba, que lo físico”, respalda Gabriela.
Entonces forjaron una relación de noviazgo que duró cinco años, la cual describen como una de las etapas más lindas en su vida, pero al darse cuenta sus padres los separaron, llegando hasta a someterlos a terapia psicológica debido a que no veían “normal” su comportamiento.
“Para ellos era como ‘¡ah!, son amiguitas’, pero en nuestra mente éramos pareja”, cuenta Gabriela. “Jugamos de mamá y papá, y yo era el papá. Después, del juego nos pasábamos a los besitos y se formó la relación muy bonita”, añade su compañero.
“Pero luego nuestros papás se comenzaron a fijar y nos pusieron de guardaespaldas a nuestros hermanos que eran bien metiches, porque para ellos eso no era normal, aunque para nosotros sí. Así que nos mandábamos cartitas, fotitos, listones y chocolates a escondidas, pero nos confrontaron y nos pusieron psicólogo a los dos”, recuerda Aldo.
“Aunque el psicólogo nunca me preguntó ¿por qué te gusta una niña?, sino que me preguntó qué era lo que pasaba, entonces yo le conté los problemas que tenía, como que solo a mí me ponían a lavar trastes”, dice entre risas Gabriela.
“En cambio a mí, sí. Mi mamá le dijo a la psicóloga que yo hacía cosas de niño, que me gustaban las niñas y la psicóloga era bien masculina. Entonces yo decía, ‘mi mamá me trae a que me cure ella y ella es así como yo’. Yo estaba pequeño y no tenía entendimiento”, comparte Aldo, quien ahora tiene 36 años.
Ambos fueron separados luego que la familia de él optara por cambiarse de casa, pero se hicieron la promesa de buscarse cuando fueran mayores de edad, pacto que sellaron con un beso debajo del agua en el Lago de Ilopango.
“Cuando nos mudamos de casa yo sentí que mi corazón se quedaba ahí. Yo lloraba debajo de las cobijas, pero era un dolor que me lo tenía que tragar porque ¿cómo le explicaba a mi mamá que yo estaba llorando por ella?”, se pregunta Aldo. En ese entonces tenía 15 años.
“En mi mente estaba que nos separaron porque éramos niños, porque estábamos pequeños, no porque fuera algo erróneo por su transexualidad”, sostiene Gaby.
El reencuentro como adultos
Aldo y Gaby permanecieron alejados durante 10 años, aunque él continuó buscándola y enviándole regalos, pero ella actuaba indiferente porque su madre le decía que si seguía con la relación la iría a dejar con su padre.
En ese período que estuvieron separados, los dos tuvieron otras relaciones, pero nada como lo que ambos habían experimentado, y entonces la promesa que se hicieron la cumplieron en 2009, con una llamada telefónica de Aldo.
“Después de esa llamada, todos los días hablábamos en la noche y ni dormía. Mi mamá vio el cambio y me preguntaba qué me pasaba y decidí contarle. Ella se puso mal al inicio, pero luego lo aceptó. Ahora hasta le cocina”, afirma Gabriela.
Aceptar la identidad de Aldo le ha tomado más tiempo a su madre, pero, a partir del abuso de autoridad que sufrió su hijo en 2015, al ser golpeado por los agentes policiales, ella comenzó a cambiar.
“Mi mamá me decía que jamás me iba a tratar como Aldo porque ella había parido a una niña. Pero me ha tocado defender lo que soy. Ella comenzó a cambiar desde el 2015, con lo que me pasó, en parte al haber convivido con las amistades de mi comunidad”, sostiene.
Ahora la familia ve a un Aldo más empoderado y con más conocimiento sobre sus derechos, tras emprender una lucha junto a otros hombres trans en 2014 al fundar HT El Salvador, organización que tiene registrados alrededor de 150 trans masculinos en el país.
A los 30 años, este chico decidió iniciar su proceso de hormonización, con la cual ha logrado alcanzar una expresión de género totalmente masculina, y su compañera siempre ha estado ahí apoyándolo.
Una pareja heterosexual
La identidad de género es independiente de la opción sexual, lo cual suele generar confusión, pero no hay donde perderse al tener claros los conceptos. Aldo es un hombre trans atraído hacia el género opuesto y Gaby es una mujer cisgénero (su identidad de género es concordante con su género biológico) con opción heterosexual.
“A mi no me gustan las niñas. Yo soy heterosexual”, aclara. “Si ella fuera lesbiana yo no tendría una relación con ella. A mí me gustan las mujeres heterosexuales”, manifiesta Aldo.
Y aunque él confiesa que a veces quisiera que su identidad de género correspondiera a su sexo biológico, ambos aseguran llevarse muy bien en el aspecto sexual.
“Como hombre yo quisiera darle eso (tener pene), pero aprendí que una mujer no lo necesita para ser feliz. Yo siento que en lo sexual nos complementamos y me rebusco, para eso Dios me ha dado mi cerebro”, alardea Aldo con una sonrisa.
“Yo nunca sentí diferencias en ese aspecto. Para mí siempre ha sido un hombre. Yo me enamoré de él, de la persona, de su esencia y he estado en todo su proceso. Siempre me referí a él en masculino y nos entendemos”, respalda Gaby. “Estoy con Aldo porque hay amor de verdad y en los noviazgos que tuve antes yo no sentí que amaba a esa persona. Con Aldo tenemos una historia en la que los dos perseveramos”, cierra.