En 2018 fueron cuatro. En el transcurso de 2019 también; en menos de dos años ocho caravanas de migrantes, en las que huían miles de salvadoreños, partieron rumbo a Estados Unidos. ¿Por qué? Los motivos más repetidos fueron violencia como consecuencia de la guerra entre El Barrio 18 y la Mara Salvatrucha, desplazamientos que provocaron policías o soldados, desesperanza sobre el futuro de El Salvador, reunificación familiar, empleo precario y mal pagado o, en el peor de los casos, desempleo.
El 31 de octubre de 2018, por ejemplo, los migrantes que iban en la caravana aseguraron que se largaban por: “el hambre”, “aquí no hay futuro”, “la mayoría no tenemos trabajo”, “no es fácil llevar comida a casa”, “mucho cuesta ganarse el dinero aquí”, entre otros.
El motivo que más se repite entre los migrantes es el económico. Tanto en los que se fueron en las caravanas como en los centenares que por cuenta propia y con el frío de la madrugada salen de sus casas sin despedirse de sus amigos de toda la vida. Esto es lo que, por mencionar otro ejemplo reciente, ocurrió con Óscar Martínez Ramírez, su esposa Tania Vanessa Ávalos y la hija de ambos, Angie Valeria. Con ellos el país entero sabe lo que ocurrió cuando intentaron cruzar el Río Bravo, en los límites entre Matamoros, México y Brownsville en Texas, Estados Unidos.
En el mundo académico hay muchas teorías que intentan explicar las migraciones. Una de las más conocidas es la de Repulsión-Atracción que tiene como centro gravitacional las angustias económicas de los migrantes de los países de origen. Entre los factores de expulsión suelen tenerse la pobreza, el desempleo, salarios miserables, explosión demográfica, persecución política y falta de libertad política o religiosa; como factores de atracción están un mercado laboral atractivo, mejor remuneración, mejores condiciones de vida, mejor expectativa de futuro.
La teoría de la Dependencia, de seso marxista, dice que el subdesarrollo es el resultado del desarrollo. En palabras llanas: desde sus inicios el capitalismo partió el mundo en países pobres y países ricos. Los que nacen en los primeros son los desafortunados que deben migrar; los que nacen en los segundos son los privilegiados de la humanidad. Es como un signo de la desgracia con el que se nace y se muere: la pobreza está determinada desde el momento de la concepción.
Las dos teorías tienen en su centro los motivos económicos. Parten de las nociones que en los países de origen hay desempleo, la mano de obra no está tecnificada ni tiene preparación académica básica por la incapacidad de costearse formación, entonces la migración ocurre para sobrellevar los gastos básicos personales y familiares. Por el contrario los países receptores brindan oportunidades laborales, buena remuneración y espacios para lograr movilidad social.
En los años 60 los salvadoreños migraron a Honduras, donde había gran cantidad de tierras por sembrar, pero fueron expulsados en el momento previo a la guerra de 1969; en la segunda mitad de los años 70 otro grupo de salvadoreños se largó a Estados Unidos con permisos de trabajo y, otras veces, sin éste; en la década siguiente muchos más huyeron como consecuencia de la inestabilidad política y el inicio de la Guerra Civil.
Firmados los Acuerdos de Paz los salvadoreños siguieron largándose pero ya no por la violencia, más bien nuevamente por la situación económica. Progresivamente, sin embargo, el mercado laboral estadounidense ha ido cambiando: en los años 80 y 90 los escáneres de códigos de barra y los cajeros automáticos marcaron la ruta del inicio de la robotización y la automatización de ocupaciones específicas; los sustituidos fueron contadores, cajeros y operadores telefónicos.
Entonces comenzó a transformarse el trabajo: algunas máquinas comenzaron a sustituir a los trabajadores de carne y hueso. Ese futuro de ciencia ficción en realidad no lo es tal. Ya está en el mercado del mundo Occidental industrializado y funcionando.
La investigación El Futuro del Empleo: ¿Cuán Susceptibles son Algunos Trabajos a la Robotización?, de la Universidad de Oxford, publicada en 2013, prevé dos oleadas de automatización del trabajo: la primera afectará a los empleados del transporte y las ocupaciones logísticas, los trabajadores de apoyo administrativo y la mano de obra en ocupaciones de producción, así como las ocupaciones en servicios, ventas y construcciones.
¿Por qué esas ocupaciones? El desempleo aumenta en ocupaciones cuyas rutinas son bien definidas y que pueden ser modeladas con algoritmos sofisticados. Es decir: una máquina puede ser programada para realizar tareas que no requieren improvisación ni toma de decisiones en situaciones adversas. Pierden las destrezas manuales.
Por el contrario el empleo tiende a crecer en áreas que requieren habilidades cognitivas, por ejemplo, originalidad, bellas artes, negociación, persuasión.
“Los conocimientos heurísticos humanos y las ocupaciones especializadas, que involucran el desarrollo de ideas innovadoras y fabricación de artefactos, son menos susceptibles de informatización”, puede leerse en un extracto del informe.
La preocupación por el desempleo tecnológico es antigua. A mediados de 1500 William Lee inventó el tejido de malla para aliviar la carga laboral de los tejedores a mano. Fue a inscribir su patente pero la Reina Isabel I se negó a hacerlo; estaba preocupada por el desempleo que podía provocar. Los sindicatos también se opusieron y forzaron la expulsión de Lee. Dijeron: “Defendemos los intereses de nuestros miembros contra los forasteros que con sus nuevos equipos y técnicas amenazan con perturbar la situación económica de nuestros miembros”.
Es evidente que en las décadas siguientes esa resistencia se resquebrajó hasta llegar al estado actual de la informatización y el trabajo.
“La informatización sustituirá, principalmente, la baja habilidad y los empleos de bajos salarios en el futuro cercano”.
Esto es lo que el economista John Maynard Keynes llamaba el desempleo tecnológico generalizado como consecuencia del “descubrimiento de medios para economizar el uso de mano de obra superando el ritmo al que se puede encontrar nuevos usos para el trabajo”.
De acuerdo con el estudio, el 47 por ciento del empleo total en Estados Unidos está en alto riesgo.
Óscar Cabrera, presidente del Banco Central de Reserva, dijo en enero de 2018 que hasta el año 2010 el 38.8 por ciento de los migrantes salvadoreños tenían, como mínimo, título universitario. A eso lo describió como fuga de cerebros.
No aclaró, sin embargo, qué porcentaje llega a Estados Unidos a desempeñar la profesión que estudió en su país natal, ni explicó cuán protegidas están las profesiones, ni el nivel de competitividad en ese mercado laboral.
Generalmente los migrantes salvadoreños, cuando se les aborda, aseguran que su nivel de escolaridad máxima es el noveno grado y van al país al norte del Río Bravo a trabajar “de lo que sea”.
¿El cierre de la frontera estadounidense es consecuencia únicamente de la xenofobia? ¿O es que se intenta proteger para los nacionales el poco trabajo manual que irá progresivamente quedando?