Adelante, cargando la Santa Cruz, iban los hermanos mayores. El resto caminábamos en pos viendo al suelo. Lentos y silenciosos con un vago recogimiento que nos mantenía distantes unos de otros. Las ancianas descalzas alzaban cirios al sol como antorchas en mitad de la negrura. Sonaba una trompeta y un redoblante y un bombo y un platillo. La música era cadenciosa, espesa; quizá melancólica, quizá fúnebre, igual que las tonadillas de los viejos templos a orillas del Mediterráneo. La procesión entró a la iglesia Santa Cruz de Roma: blanca, paredes de adobe, campanario macizo, piso de ladrillos, colonial, más de 300 años de antigüedad. La cruz fue puesta frente al altar. Los cofrades la siguieron bañando de incienso y la siguieron venerando con oraciones. Era la cruz de mayo, la que simboliza el cambio de la época seca a la lluviosa, la que simboliza el esperanzado deseo de abundancia frutal y verde.
—Si no llueve no hay frutos y no tendremos nada que comer— advirtió en la celebración de la misa Kelvin Romero, párroco de Panchimalco—.
—La cruz se adorna en agradecimiento a las lluvias que ya cayeron y para pedir más lluvias para el maíz—, contó Magdalena Romero, miembro de la Cofradía de la Santa Cruz.
La cruz de mayo representa conjunción de creencias, de cosmovisiones que crean nuevas costumbres, de asumir conductas y prácticas. Sincretismo. Esa es la palabra. Antes de la invasión española los indígenas mesoamericanos veneraban deidades relacionadas con los elementos terrestres: agua, tierra, aire. El Xipe Totec. O Tláloc. Entregaban ofrendas a esos dioses. Construían altares para ellos. Los sacerdotes católicos que vinieron con los colonizadores (muchos se convirtieron en cronistas) observaron esas costumbres. Las estudiaron. Las comprendieron. Sabían que la única manera de cambiarlas era aprehendiendo los lenguajes no visibles de las conductas humanas. Sobre esos códigos montaron los códigos de su propia religión: el cristianismo. El resultado es un híbrido en el que se funden los viejos elementos con los nuevos elementos. Plutarco ocupaba la palabra para describir cómo los cretenses se reconciliaban rápidamente con sus viejos enemigos. En el siglo 16 Erasmo también describía, con esa palabra, la reconciliación entre los que habían tenido disputas teológicas.
La veneración de la cruz se montó sobre la veneración de la tierra. Por eso la cruz debe dar frutos.
Ahora, sin embargo, no se sabe si la cruz dará suficientes frutos.
El mundo científico occidental ha concluido que el cambio climático está en marcha. La temperatura global ha aumentado un centígrado más, comparada con la época del inicio de la Revolución Industrial. Desde que existe registro los últimos 20 años han sido los más calurosos de la historia. En 2018 la temperatura aumentó 0.98 grados por encima de los niveles de 1850 y 1900: hubo olas de calor, deshielo en los polos, aumento del nivel de los mares, pérdida de territorio en islas de variadas partes del mundo. Oxfam dice: cada vez las temperaturas serán más cálidas, las tormentas más intensas, los huracanes más peligrosos, se extinguirán más especies, se propagarán más enfermedades y los alimentos serán más caros.
La mayoría de estos efectos ya están ocurriendo en Centroamérica, según el informe que a mediados de junio de 2018 presentó el Instituto Interamericano para la Investigación del Cambio Global. En El Salvador, de acuerdo con el balance ambiental 2017 de la oenegé Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES), la temperatura aumentó más de 1.3 grados centígrados en los últimos 60 años y probablemente aumentará entre 2 a 3 grados centígrados en los siguientes 60 años.
A finales de abril de 2019 el Foro del Clima de América Central y el Foro Hidrológico de América Central concluyeron que entre mayo, junio y julio habrá sequía en las zonas Oriental y Costera. El Fenómeno del Niño, además, persistirá en esos meses.
Pero antes del 3 de mayo en Panchimalco llovió. Fueron tormentas torrenciales, de esas que en el mundo rural obligan a tapar los espejos por miedo a los truenos. Eulalio Carrillo contó que ha vivido en dos cantones de Panchimalco desde que tiene memoria. Cuando era joven sembraba dos manzanas con maíz, frijoles y otros. Hoy no puede sembrar más. La tierra ahora es asfalto. Las luciérnagas ahora son faroles chinos que se arruinan dos meses después de instalados.
—Si me quiero comer un elote tengo que ir a comprarlo, pero para ir a comprar lo menos que hay que llevar son diez dólares— explicó este exagricultor que también es historiante. Recordó también que hasta hace menos de 15 años el clima en la zona era completamente frío y nunca había escasez de agua potable. Hoy es distinto: ya hay pleitos por agua y algunas zonas fueron deforestadas para construir residenciales para la clase media.
A principios de 2018 el Ministerio de Medio Ambiente (MARN) identificó 77 puntos críticos de deforestación provocada por mano humana. Estos mismos lugares están incluidos dentro del Corredor Seco y son afectados por sequías recurrentes como consecuencia de la incapacidad de filtración de las aguas lluvias. Estos lugares están en San Miguel, La Unión, Morazán y Usulután. En 2016, por ejemplo, el país llegó a consumir más agua de la que pudo recargar en los mantos acuíferos.
El agua y la tierra son algunos de los elementos subyacentes en la cruz de mayo.
En la cosmovisión indígenas agua y tierra desempeñan elementos fundamentales. En los años 30 del Siglo 20 Leonhard Schultze-Jena investigó durante tres meses los mitos de los indígenas de Izalco que fueron transmitidos oralmente durante más de 80 años. En esos mitos se recrea una concepción del mundo y en ellos hay latente una ideología que se cristaliza en cuatro grandes visiones: la fruta del campo se convierte en su carne y su sangre, de la tierra la fruta succiona su fuerza, todo crece gracias al agua, y los astros imperan sobre todas las cosas. Estas visiones fueron los pilares de su vida económica, social, religiosa. Un ejemplo de mito: un hombre sale a cazar venados. Hiere a uno pero no lo derriba. El hombre sigue el rastro de la sangre. A la orilla de un río encuentra a una muchacha que lava la ropa. Le pregunta: ¿vio pasar a un venado que sangra? Ella se quita un listón de la cabeza. Caen gotas de sangre. Ella le reclama: ¿por qué has matado a todos mis hermanos? Le pide que cierre los ojos y él los cierra. Al abrirlos está montaña adentro. Un viejo le reclama: ¿por qué has matado a todos mis hijos? Le muestra los huesos de los venados muertos. Le exige reponerlos a todos y le obliga a copular con su hija todos los días: ella queda preñada y cada día pare durante 20 días. Al terminar de engendrar a los venados, el viejo le da permiso de regresar a su casa, pero antes le concederá un deseo y le dice que puede pedir lo que quiera. Pero le advierte que no puede pedir dinero porque se termina y volverá a matar venados. Le dice que le dará guineos y otros frutos porque la tierra y la lluvia siempre se están regenerando.
La lluvia y la tierra nuevamente.
Eulalio dejó de recordar la lluvia con la mano estirada mientras decía ¿sale para las sodas? y se sumó a sus compañeros historiantes para bailar en la procesión que lleva la Cruz de Mayo de la iglesia a la casa del mayordomo. Era una danza circular que incluía choque de machetes y brinquitos y grititos. La música también sonaba lenta, psicosomática: capaz de desacelerar el efecto de tres tazas de café en ayunas. Dos cuadras adelante la casa esperando la cruz.
El ritual de la cruz de mayo terminó. Ahora hay que esperar que venza la sequía.