Pedro Rodríguez es un veterano periodista que trabajó casi cincuenta años en El Diario de Hoy. Su memoria es una montaña de recuerdos. Cubrió la guerra contra Honduras y la guerra civil salvadoreña.
Comenzó a trabajar a mediados de los años sesenta, cuando los movimientos sindicales y estudiantiles se tomaban las fábricas y las calles de San Salvador. Los años setentas también fueron turbulentos: surgieron las guerrillas salvadoreñas y hubo una serie de secuestros. En los años ochenta estalló la guerra que dejó más de 90 mil muertos.
Pedro, con cámara y libreta en mano, documentó esos grandes acontecimientos de la historia salvadoreña de finales del siglo XX.
En esta entrevista con Diario 1 recuerda esos días de balas y bombas, en los que arriesgaba su vida para informar lo que sucedía.
¿En qué año comenzó a trabajar como periodista?
En 1966. Pero los que entramos a los medios de esa época no sabíamos con lo que nos íbamos a encontrar.
¿Cómo llega a El Diario de Hoy?
Yo recuerdo que cuando era niño le decía a mi abuela que cuando fuera grande quería ser dos cosas: detective, porque miraba muchas cosas de detectives, o periodista. Y casualmente, el jefe de la sección de deportes de El Diario de Hoy, Raúl Roy Archila, conocía a mi abuela y él me llevó al diario. Recuerdo que me preguntó: “¿vos sabés a qué te vas a meter en esto?”. Le contesté que sí. Yo apenas tenía 19 años.
¿Todavía no estaba en la universidad?
Es que yo me enfrenté a una situación muy crítica. La universidad ya estaba tomada por grupos estudiantiles clandestinos y era imposible estudiar y trabajar. Recuerdo que fui a la universidad a preguntar si podía entrar a estudiar periodismo y un amigo me dijo: “Trabajás en El Diario de Hoy y si y te venís a estudiar aquí, te van a considerar espía”. Yo decidí trabajar mejor en El Diario de Hoy.
¿Qué pruebas le hicieron para entrar a trabajar en el periódico?
Me instalaron, primero, en el laboratorio fotográfico. Ahí hacían la conversión de una fotografía de papel a plástico. Este plástico era el que ensamblaban en las tubulares de la impresión: unas iban en plástico y otras en plancha de zinc. Aprendí las dos cosas. Pero eso no me gustaba. Entonces hablé con Roy, porque yo veía que ellos salían a toda prisa con las cámaras y eso era lo que me entusiasmaba. Entonces Roy me dio una cámara y me dijo que iba andar a la par suya. Así comencé, de fotógrafo, sin haber usado nunca una cámara. Como lo aprendí tan rápido, a los veinte días ya estaban saliendo mis primeras fotos en el diario. El jefe de redacción, que se llamaba Francisco Romero Cerna, vio esa hambre que tenía y me regaló una cámara. De ahí no me detuvo nadie. Fue un proceso acelerado. Recuerdo que mis primeras misiones eran manifestaciones y tomas de fábricas. Por esas fechas se dieron acontecimientos importantes. Comenzaban los problemas con Honduras, las balaceras en las calles, los atentados a los policías, la Guardia Nacional detenía a los cabecillas de los sindicatos como solo ellos lo podían hacer. Recuerdo que un día estaba en la Terminal de Oriente, cuando un camión de la Guardia se estacionó y subieron a unas mujeres del pelo. Los camiones eran altos y así las levantaban, del pelo. Yo hice varias fotos.
¿Y le publicaban ese material?
No. Más tardé en hacer la foto cuando me agarró la Guardia, me sometió y me quitaron las cámaras. Yo andaba como cuatro cámaras. Yo me identifiqué y me soltaron. Pero después me llamaron a la Guardia para enseñarme los negativos y el Chele Medrano me dijo: “Muy buenas fotos, vos”. Agarró el encendedor y les prendió fuego. A mí me dio un dolor muy fuerte, porque eran mis primeras fotos de acción.
¿Cuál era el tratamiento que le daban a la información en el Diario de Hoy?
Ahí el tratamiento era: esto se puede decir hasta acá y esto otro hasta aquí.
¿Quién controlaba la información?
En ese entonces los jefes. Pero ya cuando la situación se fue poniendo crítica, el Ministerio de Defensa creó una su oficina de prensa en la que empezó a controlar las informaciones. En una ocasión don Francisco Romero Cerna publicó una nota y sacó fotografías de las tanquetas que ellos habían hecho en la maestranza, la maestranza era el taller de mecánica de la Fuerza Armada, y él sacó información de eso y se lo llevaron preso.
¿Cuál fue su primera misión fuerte?
La primera misión fuerte fue cubrir la guerra contra Honduras, en 1969.
¿Cómo le asignaron esa misión?
Fue un sorteo… Pero sucede que la mayor parte de los periodistas eran personas ya mayores y todos hablaron de sus esposas y sus hijos. Yo era de los pocos que no tenía más que mi vida. Entonces, yo fui el de la suerte. Así me mandaron a una misión que ni me lo imaginaba.
¿Cómo fue el trayecto?
Nos fuimos en helicópteros hasta cierto lugar de Honduras. De ahí abordamos unos vehículos blindados. Pero la balacera se escuchaba con fuerza. Para entrar a Nuevo Ocotepeque esperamos un poco… Ese municipio se lo acabaron. Ahí vi cosas impresionantes, como, por ejemplo, si un disparo de cañón había entrado en una casa, todas las paredes de la demás casas de la cuadra quedaban perforadas. En las calles había más cartuchos de bala que piedras. El suelo estaba forrado de todo calibre.
¿Fue una matazón?
Sí. Recuerdo que un día estábamos en el Estadio Kennedy de Nuevo Ocotepeque, donde el ejército hondureño tenía a los de la Mancha Brava, y como habían llegado varios funcionarios, hubo cierta distracción. Recuerdo que los militares salvadoreños nos dijeron: “Al suelo todos, que nadie levante la cabeza”. Pero nosotros, los reporteros, vimos cómo se acabaron a los de la Mancha Brava. Eran grupos grandes los que se acabaron.
¿Y quiénes eran los jefes militares salvadoreños que estaban a cargo de ustedes?
El jefe de esa zona era el comandante del Cuartel San Carlos, el Diablo Velásquez. Ahí tengo una foto… Ah, bueno, a mí me pararon unas fotos comprometedoras de unos robos y saqueos que hicieron los militares salvadoreños.
¿Y qué fue lo que se robaron?
Muebles, cajas fuertes, de todo. Pero nunca pude publicar nada de eso. Hasta muy después… La guerra contra Honduras fue una gran experiencia. Ahí andaban corresponsales. Esa fue mi mejor escuela. Ahí no hay universidad ni nada de eso. Andaban corresponsales que ya venían de otros lugares y otras guerras. Ellos nos enseñaron hasta cómo moverse, cómo caminar, cómo tirarse. Ellos fueron nuestros maestros.
¿Recuerda a alguien en especial?
Eran muchos. Había franceses, alemanes, de varios países. Eso me ayudó mucho. Porque yo, antes de entrar al periódico, había escuchado un par de disparos, pero estar oyendo esos cañonazos era otra cosa. Por eso, cuando vino el problema interno, ya no sentí tanto temor.
¿Cuánto le pagaban a un periodista en ese entonces?
Había salarios bases. Pero eran salarios bien jodidos.
¿Pero, por ejemplo, cuál era el salario de un periodista base?
Unos 300 colones.
A inicios de los años setenta surgen las primeras guerrillas y comienzan los secuestros…
Ahí si se puso fea la cosa. Los periodistas andábamos juntos para trabajar. Y cuando uno comienza a trabajar en los medios, lo que no quiere es andar a la par de otros, porque sino no logra la exclusiva. Pero ahí no podíamos. Imagínese yo, cómo me ponía el carnet de El Diario de Hoy. Me mataban. Yo, en los años ochenta, fui parte de una lista que envió la guerrilla a El Diario de Hoy en la que decía que iba a matar a uno por uno. Entonces, lo recomendable era andar identificado como prensa internacional.
Usted trabajó con Napoleón Viera Altamirano ¿qué recuerda de él?
Era un señor muy cuidadoso, quizá por eso lo admiraban tanto en sus editoriales. No era de agarrar la máquina y ponerse a escribir cualquier cosa. El señor, cuando ya tenía muchos datos del tema que iba a discutir, empezaba a preguntar. Le preguntaba a un profesional. Le preguntaba a una ama de casa. Le preguntaba a un obrero. Tenía ese cuidado. Fue un hombre que dejó mucha escuela en ese sentido. Recuerdo que yo hice la diferencia, porque yo era de los nuevos, la mayoría eran señores. Me dieron un turno de noche: entraba a las tres de la tarde y salía a las doce de la noche. Y él, a las nueve de la noche, ya iba para su casa. Llegaba y me preguntaba cómo íbamos para el siguiente día. Él me enseñó esas cosas. Yo, aunque había estado ocupado todo el día, tenía que saber qué informaciones importantes iban para el siguiente día, porque sabía que él me iba a preguntar: cómo estamos, qué se dice, qué es lo último. Eso me hizo ponerme las pilas. Ahí me di cuenta de la calidad de un trabajo. Él me enseñó que el trabajo no solo se hace y se termina. El trabajo se hace, se termina, se revisa y no es malo darle la última mirada.
¿Cómo fue la cobertura en los años de guerra?
Ahí sí se puso crítico. En los años de la guerra teníamos que persignarnos a diario. Recuerdo que en la esquina del diario estaban los guerrilleros. Bueno, al mismo diario llegaron a poner bombas. Hubo una que arrancó el portón de hierro. Una vez iba manejando mi motocicleta, yo usaba una moto grande, y de repente veo un montón de gente que venía corriendo cerca de la alcaldía de Soyapango. Me dijeron que me fuera. Pero no lo hice. Cuando entré a la alcaldía, en lugar donde se hacían conferencias, me encuentro con los guerrilleros haciendo una rueda y el alcalde hincado en el centro. A los empleados los tenían en las oficinas con candado. Pero como me vieron el chaleco de prensa internacional, no me dijeron nada. De repente entra un guerrillero y dice: “La Guardia”. Y empiezan a sonar las campanas de la iglesia que estaba frente a la alcaldía. Pero no era que el sacristán estuviera repicando las campanas, sino que la Guardia se quería bajar a balazos a los guerrilleros que estaban ahí. Entonces, uno de los guerrilleros le disparó al alcalde. Y se oyó el balazo bien fuerte. Todos ellos salieron con sus armas y me dejaron solo en el salón. Pero uno de los guerrilleros me volvió a ver y se regresó para ayudarme a salir por la puerta de atrás de la alcaldía. Salieron disparando sus fusiles a diestra y siniestra. “Corré, corré”, me decía. Me dejaron cerca de una gasolinera y de ahí salí corriendo. En Mexicanos, cerca de la alcaldía, los guerrilleros le estaban dando armas a la población. Y llega la Policía de Hacienda y se arma otra balacera. Yo quedé en fuego cruzado. Solo me cubrí en un poste.
¿Cubrió el asesinato de Monseñor Romero?
Sí, estuve en la balacera que hubo en catedral.
¿Y conoció a Eulalio Pérez, el fotoperiodista que retrató el asesinato de Monseñor Romero?
Sí, como no. El día que mataron a Romero, como a las cuatro de la tarde, yo estaba escribiendo y llega Lalo, así le decíamos, y me dice: “Mire Peter, cómo ve usted esto?”. Y me enseñó un anuncio del Diario Latino. Era una invitación a misa de la familia Pinto. “Mire, le dije yo, esto es más que todo familiar, es un aniversario de alguien que ya no está aquí. “Yo por Monseñor”, me dijo. Aunque él por estar en comunicación con los corresponsales sabía de primera mano muchas cosas. Pero algo le había llegado y me llegó a preguntar si consideraba que valía la pena, y sobre todo para que le autorizara llevarse el vehículo y un motorista. Yo le dije: “Bueno, si no tenés otra cosa”. “Voy a ir”, me dijo. Y se fue. Como a las siete y media de la noche la entrada principal de El Diario de Hoy era un alboroto. Lalo regresó sangrando del cuello. Se le veía la piel dañada. Las monjas lo habían dejado así. Pensaron que él había disparado. Dicen que las monjitas se le colgaron del cuello y le quitaron la cámara y fueron a revelar las fotos. Como dos horas después llamaron a conferencia. Habían sacado las fotos a 8 por 10 y las habían puesto en un pizarrón. Ahí llegaron los corresponsales a tomar fotografías.
¿O sea que Eulalio regresó a El Diario de Hoy?
Sí, regresó. Pero, según sus palabras, las monjas lo querían secuestrar. Pero, a saber cómo, él logró salir. Pero sí, le quitaron todo, hasta los rollos de otras cosas que llevaba en las bolsas. Todo se lo sacaron. La cosa es que antes que las monjas llamaran a conferencia de prensa, llegan a El Diario de Hoy los corresponsales de todas partes. Como cerraron las puertas del diario, desde afuera, los corresponsales decían: “Con Lalo, con Lalo”. Y al fin salió Lalo. Le pedían que les vendiera el rollo. Él les dijo que no tenía nada. Y le decían de todo, en todos los idiomas, de todas formas. Y como creían que él no quería colaborar con ellos, empecé a ver cosas que nunca las había visto. Los corresponsales comenzaron a firmar las chequeras. Solo le ponían los ceros y se las tiraban: “ponele vos el primer número”, le decían. Pero él no tenía nada de ese material. Nada de nada.