“Espíritu de las tinieblas que entró a través de la brujería va salir. Demonio que está ahí escondido, saaaaal”, grita un hombre brasileño que está frente a mí, intentando derribarme a empujones. Lo intenta varias veces. Pero yo me resisto a caer. Sigo de pie, con un pedazo de algodón lleno de aceite en mi mano derecha. El ambiente está lleno de música extraña y de gente que ora por un milagro. Es martes y esta es la tercera vez que estoy en la Iglesia Universal del Reino de Dios.
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Estoy en el parque San Martín de Santa Tecla. De pronto veo a dos ancianas que caminan a toda prisa, con cara de angustia, en dirección a una iglesia donde cuelga un pequeño banner con el texto “Pare de sufrir”. Me da curiosidad saber qué es lo que sucede, así que decido seguir a las dos mujeres. Es jueves. Mi reloj marca las 9:50 de la mañana y el calendario 19 de julio.
Al ingresar al templo, ubicado sobre la calle José Ciriaco López, observo que todas las paredes están pintadas de blanco y me encuentro en el lobby con dos jóvenes: uno está en una esquina detrás de un mostrador haciendo la función de recepcionista y otro atiende a las ancianas que acaban de entrar. Una de ellas dice tener una dolencia en su columna.
«Levanta tus manos, voy a hacer una oración por ti», dice uno de los jóvenes, de tez morena, mientras empieza a recitar una lluvia de palabras que no alcanzo a escuchar. Finaliza. Guarda silencio por unos segundos y luego las invita a que visiten el templo para participar en las actividades religiosas de todos los días. Las señoras se retiran. Y es entonces que el recepcionista me clava la mirada y me dice: «Vaya, ahorita lo va a atender».
Me acerco al otro hombre y me extiende la mano. Se presenta como Ricardo Dos Santos, uno de los pastores de la iglesia. Tiene 22 años de edad. Viste una camisa manga larga blanca, pantalón negro y zapatos sucios formales. Me dice unas palabras que no logro comprender por su pésima dicción y le pido me las repita. «¿Qué te pasó? Dime, por favor. ¿Cuál es tu nombre?», me pregunta.
Le digo que tengo problemas con mi novia, que ella no se quiere casar conmigo porque sigue pensando en su ex pareja. También le digo que un dolor abdominal me aqueja desde hace cuatro meses. Pero todo eso es mentira. La curiosidad periodística se ha despertado en mí y ahora finjo estar deprimido para conocer las interioridades de esta religión que promete resolver todos los problemas del mundo.
El líder religioso me bombardea de preguntas antes de darme una respuesta:
— ¿Cuánto tiempo tienes de andar con tu novia?
— Catorce meses.
— ¿Cómo te enteraste de nosotros?
— Por la televisión.
— ¿Crees en Dios?
— Sí.
— Nosotros te ayudamos. Mas usted tiene que hacer una cadena de liberación porque en su vida hay algo malo, una fuerza maligna. No es normal. Hay personas que son influenciados por el mal. A ti te han envidiado.
Su respuesta me parece apocalíptica y tediosa. Lo interrumpo para preguntarle sobre su nacionalidad. Un poco molesto, Ricardo explica que es de Sergipe, un estado costero de Brasil. Agrega que desde marzo pasado ha venido al país para pastorear y que aún está aprendiendo el español. Después explica que sus inicios en la iglesia fueron en su tierra natal, en 2012, cuando un predicador lo invitó a que se uniera a la congregación.
Yo también recibo una invitación. Me dice que quiere que asista a un culto de un viernes para que sea “limpio de toda envidia que me ha dañado”.
— Vamos a orar por usted en el culto para que las puertas se le abran. Hay personas envidiooooooosas. Yo fui víctima de ellas— me asegura Ricardo, añadiendo que él ha tenido exactamente los problemas que yo tengo.
Lo escucho atentamente y no le digo nada. Él continúa con su prédica:
— Usted va a tener que hacer una alianza con Dios para que se resuelva su problema.
— ¿Cómo se hace eso?
— Entregándose, bautizándose. Si usted se entrega a Dios…..
— Ya me bauticé.
— ¿Por la Iglesia Católica o Evangélica?
— Por las dos.
— Entonces, ¿qué falta? Solo que se entregue más…
Finalmente le digo que asistiré a un culto.
— ¿Cuánto debo pagar por entrar?, pregunto.
— Usted no va a pagar nada. Luego comprenderá qué es la ofrenda y el diezmo.
Después me dice que en la Biblia ninguna persona estaba obligada a ofrendar, pero que Jesús pedía el diezmo y la ofrenda. Repite que luego aprenderé porque hay que ofrendar. La conversación avanza y lo que oigo despierta más mi curiosidad.
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El fundador
La Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD) fue fundada en 1976 en Brasil por Edir Macedo Barrera, un hombre de familia católica y que había incursionado en cultos afrobrasileños, según el sitio web Aleteia, especializado en información religiosa con sede en Roma, Italia.
Macedo trabajaba como cajero de Lotería cuando comenzó a comprar espacios en los medios de comunicación de Río de Janeiro y con su fuerte carisma y técnicas de marketing llegó a sumar más seguidores.
De acuerdo con Aleteia, en 1986 Macedo viajó a Estados Unidos y se quedó largo tiempo aprendiendo las técnicas marketing empresarial del tele evangelismo. Es en esa época donde se creó el primer anexo en New York.
La IURD, cuyo eslogan es “Pare de Sufrir”, tiene su sede central en San Pablo, Brasil, con un megatemplo para 11 mil personas. En diferentes partes del mundo es conocida como El Arca Universal, Comunidad Cristiana del Espíritu Santo o nombres similares.
En El Salvador posee 20 iglesias y a principios de la década pasada se popularizó a través de la televisión y perifoneó en colonias. La primera vez que escuché de ella fue en el 2004.
“¿Las enfermedades lo agobian? ¿Tiene problemas para conciliar el sueño? ¿Las deudas no lo dejan dormir? Pare de sufrir y venga este próximo domingo y le daremos su rosa mística”, fueron las palabras que oí allá por el año 2004 cuando un furgón pequeño perifoneaba en una colonia de la ciudad de Santa Ana donde la mayoría de personas que vivían ahí tenían a penas estudios de educación básica.
Desde el furgoncito, un hombre moreno hacía la invitación para que la gente fuera a un servicio religioso en el que se repartiría una rosa que era milagrosa. La gente abría las ventanas de su casa para ver el vehículo y escuchar con atención el comercial religioso.
Una semana después, por la noche estaba viendo en la televisión un canal nacional y la programación fue interrumpida para darle paso a un programa en el que salía un hombre con corbata que intentaba hablar bien español y que decía: “Ven a recibir tu rosa mística, no te quedes sin probar el poder de Dios en esta rosa”.
Entre 2005 y 2006 observé varios locales con el rótulo de “Pare de sufrir” en ciudades como Sonsonate, Santa Ana, Ahuachapán y San Salvador, pues invadieron los principales municipios salvadoreños, instalándose en sectores aledaños a mercados o sectores populosos.
La IURD se ha dedicado a regalar “rosas místicas” que supuestamente son traídas de Israel. También a pasar en sus cultos el “manto de los milagros”, un pedazo de tela que, según los líderes espirituales de esa religión, sirve para que Dios sane a las personas de cualquier dolencia. Pero ahora ya no hacen esos rituales, sino otros como tocar una cruz y ungir con aceite a las personas desesperadas por resolver sus problemas.
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El aceite. Parte I
Ricardo ha seguido hablando, invitándome a que llegue a un servicio. La información previa que yo tengo de la iglesia “Pare de Sufrir” me sirve para que, a medida que profundizamos en la conversación con el joven pastor, le suelte algunos datos que recordaba.
—En sus programas de televisión he visto que usan unos botecitos con aceite con los que suceden milagros…
Me interrumpe. Se para y corre a traer uno para dármelo. No me cobra nada porque en este sitio «nadie paga nada». Para Ricardo, el aceite es símbolo de la unción y está hecho 100% de oliva. «Mañana usted cuando se levante se unge con este aceite mientras hace la oración del padre nuestro», detalla.
Estoy por irme, pero Ricardo no quiere que me retire.
— ¿Puedo orar por ti?
—Sí.
Me invita a pasar al templo y, al entrar, lo primero que percibo es un olor raro como a madera embodegada mezclada con hierbabuena. Me dan ganas de vomitar, pues la sensación es insoportable. Parece ser una iglesia evangélica. No hay imágenes de santos. Hay butacas en lugar de bancas y una pila para bautizos en el altar de cerámica blanca.
El pastor comienza a llenar sus dedos con aceite que reposa en una copa de metal y me anega la frente y los brazos. El aceite, me explica, ayudará a que Dios haga que mi novia se case conmigo porque “seré liberado de la maldición”. En seguida empieza una larga oración:
— Señor, mi Dios y mi padre, en el nombre de Jesús yo pongo mis manos aquí sobre la cabeza de este hombre, mi Dios. Determina ahora que todos los males que estén contra él y toda la familia sean deshechos. Todos los espíritus malos, todos los espíritus de las tinieblas salgan del cuerpo de él ahora. Salgan de la vida de él. Ustedes espíritus que recibieron trabajo de brujería y hechicería para acabar con él y todos los trabajos de envidia que recibió él en su vida sentimental sean quebrados, quebrados. Señor mi Dios, quiebra ahora esa maldición».
Finaliza. Después nos despedimos. Ricardo me enfatiza que si quiero transformación debo orar mientras me unto aceite cada mañana. Me voy a mi casa con el aceite, un bote con un extraño líquido amarillo que supuestamente resuelve todas las dolencias, todas las tristezas, todos los sufrimientos de la vida.
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Volví a ir a la iglesia al siguiente día. No hubo mayor novedad respecto a supuesto aceite milagroso. Pero el martes de la siguiente semana, el aceite vuelve a tomar protagonismo porque nos llenan la frente de aceite con la promesa de ser sanados.
Ese día entro por tercera vez a la iglesia. Son las 3:10 de la tarde del día en el que, de acuerdo con Ricardo, hay una cruz en la entrada para que yo la toque y pueda pedir mi milagro. En efecto, la cruz de madera y metal está en el lobby.
Tomo asiento en la iglesia. El servicio religioso ya ha empezado y es dirigido por Fabián Nacimiento, un brasileño que aparentemente tiene 30 años de edad.
El sudamericano predica acerca de la parábola bíblica que narra cómo Jesús sanó a diez leprosos, pero solo uno regresó a darle las gracias. Cuatro minutos más tarde, finaliza el sermón. Nos pide que pasemos al frente del altar y dice: “El pastor Ricardo les va a dar a cada uno de ustedes un algodón. Ese algodón lo vamos a mojar en el aceite que ha sido consagrado al Padre, Hijo y Espíritu Santo. Después que yo consagre, usted va a untarse el aceite donde le duele”.
Somos diez personas y a todos nos pregunta en voz alta cuál es nuestro malestar de salud. Cuando llega mi turno, Fabián se para frente a mí.
—Buenas tardes. ¿Qué le duele a usted?
— A mí me duele el abdomen.
— ¿Desde hace cuánto?
—Tres o cuatro meses.
— ¿Y no se le quita, ya pasó con los doctores?
—Sí, ya pasé.
— ¿Qué le han dicho?
— Que probablemente es una hernia.
— ¿Y usted cree que esta hernia puede desaparecer?
— Sí, creo.
— Amén.
Al terminar, da media vuelta y se dirige a las demás personas para interrogarlas. Ahora que ya sabe el problema de salud de todos, Ricardo pasa con una bandeja plateada entregándonos un pedazo de algodón. Fabián dice que no solo basta con meter el algodón en aceite, sino que además hay que tener fe.
Ya con el pedazo de algodón en nuestras manos, Fabián sostiene una copa llena de aceite. Comienza una oración: «Padre Celestial, nosotros ahora presentamos a ti este aceite porque en el pasado todavía la orden era que, untado con el aceite, hacer la oración de la fe y el enfermo se sanaría. Cuando este aceite toque el lugar del dolor, el lugar de la enfermedad se irá. Que este malestaaaaar desaparezca en el nombre del señor Jesús”.
Ricardo vuelve a pasar y ahora es para que mojemos el pedazo de algodón en el aceite que él lleva en la copa. Fabián indica que nos unjamos la parte del cuerpo donde está el malestar y acatamos la orden.
«Vamos ahora a ordenar que este espíritu de enfermedad salga de este cuerpo !yaaaaaaaaa!», dice el pastor, quien pone las manos en la frente de una mujer robusta que afirma que le duele la cabeza. Se le acerca y le dice: «Sale espíritu. Hay un trabajo de cabeza. Le hicieron un trabajo de cabeza. Están trabajando con animales. Están trabajando con la cabeza de un borrego, con la cabeza de un animal para provocar esta migraña intensaaaaa. ¡Saaaaale ahora! ¡Yaaaaaaaaa!».
La voz de Fabián se torna un tanto extraña como que estuviera batallando con alguien. La gente solo cierra los ojos y no se percata lo que sucede en su entorno.
Fabián llega donde yo estoy e inicia una plegaria por mi hernia: «Espíritu que está en forma de una hernia va a manifestarse ahora. Demonio que quiere llevarlo a un quirófano, demonio que quiere matarlo en un quirófano va a manifestarlo ahora. Espíritu de muerte. Espíritu de enfermedad sal ahora ¡Yaaaaaaa! Salga toda dolencia, enfermedad, malestar, sal ahora espíritu. Suelta el cuerpo de él». Le pide al pastor Ricardo ayuda y le dice que ore por mí.
Su compatriota acata la petición pronunciando: «En el nombre de Jesucristo, va a salir. Espíritu de enfermedad sale de su cuerpo ahora. Usted que entró a él a través de un trabajo de brujería, hechicería. Usted que recibió un trabajo sal de ahí. Sal de ese cuerpo ahora. Vamos. Espíritu de las tinieblas», pronuncia mientras tiene sus manos sobre mi cabeza, moviéndola en círculos. Yo pongo resistencia y a él no le importa y continúa moviéndola. Intenta derribarme hacia atrás. Yo adopto una postura de firmeza y rigidez. La oración que me hace todavía no acaba.
«Espíritu de las tinieblas”, —continúa— “ fue hecho un trabajo contra él y la familia. Fue hecho un trabajo para destruir la salud de él. Sal de ahí. Usted que está en esta hernia, sal de ese cuerpo ahora. Vamos. El trabajo que fue hecho contra él yo ordeno que sea destruido ahora. Usted espíritu que está en la cabeza, usted controla la cabeza de él. Usted controla la cabeza de él, el cuerpo y la salud de él, va a salir. Sal de ahí. Yo estoy ordenando en el nombre de Jesús que salga, que sale ahora en el nombre de Jesús. Espíritu de las tinieblas que entró a través de la brujería va salir. Demonio que está ahí escondido sal», exclama Ricardo, al mismo tiempo que me empuja la cabeza, presionando mi pecho para botarme. Yo me resisto. Al notar que no me puede arrojarme deja de orar por mí.
“Reciba el milagro. Ahora, ahora. Por la fe ahora los curo y los sanó por el poder del padre, del hijo y espíritu santo”. Con esas palabras, Fabián termina el tiempo de la oración y pregunta cómo estamos. Todos dicen que están bien, excepto yo que me quedó observando a una señora que se mira un poco asustada por lo que acaba de escuchar. Pide que digamos «Gracias a Dios estoy curado» y que respiremos hondo.
Una anciana camina, comenta que antes le dolía el talón del pie, pero que ahora ya no. Otra mujer comenta que siempre había tenido un dolor de garganta, alega que acaba de desaparecer el malestar. Cada vez que alguien declara ser sano, los brasileños nos ordenan aplaudir.
— ¿Y usted que siente?, me interroga Fabián.
— El dolor no lo siento siempre, solo es por momentos, pero espero no seguirlo sintiendo.
— ¿Usted cree que este dolor se fue al infierno? Usted está curado ya en el nombre de Jesús
— ¿Usted lo cree?
— Sí.
— Diga gracias a Dios.
— Gracias a Dios.
Los pastores nos hacen cantar el estribillo de un himno que dice: «Y nuestra fe es poderosa como la gracia de Jesús. Enfermedades van saliendo porque no resisten más. Salen, salen, salen en el nombre de Jesús».
El ritual no ha terminado. Nos vamos a sentar y Fabián continúa predicando en voz alta:
—Este algodón usted lo va a ir a dejar en el altar hoy. ¿Usted cree que esta enfermedad nunca más va a volver? ¿Ustedes creen que esta enfermedad nunca va a volver?
— Amén.
— ¿Qué es lo que quiero que usted haga ahora? Cuando Jesús curó a los diez leprosos, solo uno regresó para darle gracias. Los demás siguieron su vida. Pero, ¿cuál fue la orden de Jesús? Mandó que los leprosos se presentaran en el templo con la ofrenda determinada por Moisés. Mientras ellos caminaban dentro para presentar la ofrenda, el cuerpo que era todo leproso fue totalmente sanado. Diga conmigo, Gracias a Dios. Si usted cree, va a tomar en la mano derecha una ofrenda de fe. Va tomar el mayor billete que usted trae. No importa si es un billete de 100 dólares. Entienda que si Dios te pide es porque le tiene algo para darte. Dios no le debe nada a nadie. Si su mayor billete es uno de a diez o cinco dólares, entonces usted va tomarlo con la mano derecha junto con el algodón y cuando usted coloque esta ofrenda en el altar, usted va a decir:”Enfermedad nunca más”.
Nos levantamos y alzamos nuestra mano con el pedacito de algodón lleno de aceite junto al dinero que debe ser el billete de mayor denominación que tengamos como posesión. Fabián comienza a orar: “Así como esta persona se levanta de la butaca, así quiero que la vida de ellos se levante. Mi Dios, tu vas curarla, no solamente de la enfermedad, más bien vas a curar de la miseria y liberarla de la pobreza y la derrota. Padre Celestial, trae ahora la prosperidad, lo mejor de esta tierra para tu pueblo. En el nombre de Jesús. Amén y gracias a Dios”.
Desfilamos a dejar el algodón con la ofrenda. Veo que todos han dejado un dólar, nadie ha dejado más que eso. Todos al depositar su ofrenda dicen: “Enfermedad nunca más”.
Se anuncia que el próximo domingo se dará el aceite consagrado en el templo de Salomón. Fabián muestra un botecito con aceite y dice que ha sido consagrado por más de 10 mil obispos y pastores, por ello, Fabián asegura que el aceite está bendecido.
“El infierno que sea tocado con este aceite será curado. La familia que sea tocada con este aceite será restaurada”, afirma el predicador brasileño. Agrega que en ningún otro día del año se entregará ese aceite y que nadie se puede quedar. Pide que llevemos invitados ese día.
Muchos están quedándose dormidos, ya que cuando Fabián pregunta si ya tenemos la invitación, nadie le contesta y los pocos que le contestamos lo hacemos en voz baja. Él quiere hacernos reír para que nos despertemos. Realiza imitaciones de lo desganado que estamos al hablar. Logra su objetivo porque el público estalla en risa.
Fabián nos pide que traigamos invitados el domingo que será la repartición del aceite y da algunas indicaciones sobre lo que hay que hacer ese día: dormirse temprano un día antes, llegar al templo temprano y llevar una botella con agua.
“No sea sinvergüenza”
Una cosa más me sorprende. Además de la ofrenda que hace diez minutos dimos, hay que dar dinero una vez más. Esta ocasión es una “semilla” la que daremos para que Dios bendiga a nuestra familia. “Terminando la reunión usted va a colocar en el altar y va decir: Señor salva y sana toda mi familia. Aquí estaré dando la bendición para tu familia. Cierre los ojos y levante la semilla”, expresa Fabián.
Una nueva oración surge: “Espíritu Santo en el nombre del Señor Jesús, gracias te damos por esta tarde señor porque creemos que toda tu iglesia ha sido bendecida y creo que todos tendrán una tarde feliz y bendecida. Te pido de todo corazón que guardes a tu iglesia, nuestra casa y familia. Coloca a tus ángeles alrededor de cada uno de ellos para guardarlos y protegerlos”. Seguido, comienza a rezar el Padre Nuestro.
Fabián dice que oficialmente la reunión ha terminado. Solo debemos desfilar para ir a poner la “semilla”. Lo hago, pongo dinero en el altar y me dice sonriente “sea bendecido”. Simultáneamente me pone aceite en la frente.
Nadie está obligado a dar, pero si alguno no puede o no quiere dar puede ser humillado como la escena que presencié el viernes, el día en que un pastor venezolano que hablaba con un acento caribeño predicó.
Ese día, el predicador dijo: «Colóquese de pie mi gente, vámonos para la casa y agarre la moneda de la semilla. Si usted no tiene, pídale al compadre que le regale una». Para ejemplificar lo que acaba de pronunciar, le pide a una señora que le regale una moneda. Pregunta si alguien se ha quedado sin ofrenda, todos gritamos que no.
Hay un señor con ropa sucia y vieja que ha dicho que tiene, pero al ser cuestionado por el venezolano sobre cuanto dará, acepta que no va a dar nada. El predicador lo humilla delante de todos y le dice: «No sea sinvergüenza. Yo le voy a regalar». Ejecuta la acción y vuelve a pedir otra moneda a una señora a quien por molestar la ha apodado como «señora Juana».
El viernes también pidieron una “semilla”, además de la ofrenda y diezmo. “Bendecimos la semilla y la levantamos hacia el cielo y te pedimos que bendigas a nuestros familiares, que bendigas nuestra casa, nuestros seres queridos. Por la fe que las puertas sean abiertas para ellos». Con esa frase desfilamos a poner dinero al altar y salimos. Afuera me encuentro a Ricardo, quien me pregunta si regresaré. Le respondo que sí y en su rostro se dibuja una sonrisa maliciosa.