Ivo está en un restaurante frente al parque de Berlin, sereno, con la mirada fija en la nada. Come despacio. Bebe despacio. Habla despacio. Su semblante tiene una textura que no puede repetirse entre la multitud que inunda ese pequeño pueblo de Usulután: una frente amplia, una mandíbula corta, una escasa cabellera plateada. Es blanco, alto y flaco. Por ahora come lento. El reloj marca las doce del mediodía. Es viernes.
Dentro de unos minutos, Ivo inflará el pecho, tensará el rostro y soltará un apagado grito: “Cuilio hijuelagranputa; dale, tirá hijueputa”. Luego guardará silencio y volverá a clavar su mirada en la nada. Sembrará la cuchara en un helado que está sobre la mesa y dirá con un tono menos efusivo: “Así le grité. El guardia se me quedó viendo bien enojado y me apuntó con el fusil. Pero no me disparó. No me disparó porque ellos tenían orden de no disparar”.
Eso ocurrió hace casi sesenta años.
Muchos años después, Ivo recordará esa tarde en que subió a la terraza de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de El Salvador para desafiar a un guardia que amenazó con desplomarlo de un fusilazo.
— ¿Y por qué se refugiaron en la Facultad de Medicina?
—Fueron las circunstancias. La policía rodeó el edificio y ya no pudimos salir. Éramos como doscientos.
— ¿Cuál fue el plan?
— Formamos un Comité de Emergencia para defender la facultad. No sabíamos cuánto tiempo íbamos estar ahí. No teníamos comida ni nada. Pero había dos militares, diputados, que se le habían dado vuelta al gobierno. Ellos llegaron con un montón de cajas de pollos Royal. “Muchachos, aquí les traemos”, nos dijeron. Nos tocó partir el pollo en varios pedacitos. A los dos días nos dejaron salir. Las calles estaban llenas de gente que nos vitoreó y aplaudió. Salimos en hombros. Después de eso fue obligación irse a la clandestinidad.
Para entonces, ni Ivo ni sus compañeros tenían conciencia que acabarían botando a un presidente.
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El despertar
Ivo nació en el municipio de Berlin, Usulután, en 1937. Su padre fue un oficialista que llegó a ser alcalde de ese pueblo en los años cincuenta. Por ese tiempo, se radicó en San Salvador para estudiar secundaria. El año de 1957 fue un enorme despertar. Entró a la Universidad Nacional de El Salvador para estudiar derecho. La atmósfera era distinta a la que se respiraba en las aulas y pasillos del colegio García Flamenco, de donde se había graduado apenas un año antes.
En la universidad estaba la parte académica: códigos, leyes, cuadernos. Pero también una efervescencia política que flotaba en el ambiente. Ivo era uno de los dirigentes estudiantiles más destacados. Presidía la Asociación General de Estudiantes Universitarios Salvadoreños (AGEUS). Tener ese cargo en esa época, cuando el movimiento estudiantil era considerado el partido de oposición más fuerte, significaba mucho.
En agosto de 1960, los estudiantes habían desatado una avalancha de protestas contra el gobierno del presidente José María Lemus. Nada los detenía. Ni las amenazas, ni las apaleadas, ni las redadas de la Guardia Nacional. Las cárceles estaban atestadas de presos políticos. Pero nada detenía a los estudiantes.
El incumplimiento de promesas, la represión política, los encarcelamientos, los exilios, la caída de los precios del café, la crisis económica, la corrupción. Todos esos factores se convirtieron en una bomba de tiempo que acabó en una implosión social de grandes dimensiones.
En ese entonces, el principal centro de conspiración era la Universidad Nacional. Era un hervidero de ideas políticas. Estaban los comunistas, los socialcristianos y los socialdemócratas. Ivo estaba en este último grupo que se hacían llamar los centralistas. Había diferencias de ideas. Pero en esa coyuntura se unieron en contra del presidente Lemus.
— En esa época, como éramos estudiantes contra el gobierno, todos éramos unidos. Con Schafik Hándal anduvimos del brazo montones de veces en las mismas manifestaciones. Las diferencias estaban, pero en ese momento éramos unidos. Había un gran amigo mío que le decíamos Negro Gómez, que era un estudiante brillantísimo, que cuando andábamos en la lucha le decía a Schafik: “Mirá, que te quede bien claro, cuando vayamos a tomarnos la Casa Presidencial, yo te voy a matar, sino me vas a matar vos a mí”. Eran bromas. Pero en realidad sabíamos que andábamos con un amigo irreconciliable.
Por esos días, los estudiantes convocaron a una multitudinaria marcha. El presidente Lemus llenó las calles de gendarmes, pero temiendo una batalla campal, trató de negociar con los estudiantes para que desistieran de realizar nuevos mítines y nuevas concentraciones en las calles de San Salvador.
Ivo estaba reunido con un grupo de dirigentes cuando llegaron a decirle que el presidente Lemus lo estaba esperando en su despacho de Casa Presidencial. Entre los estudiantes estaba el periodista Abel Salazar Rodezno a quien Ivo le pidió que lo acompañara a dialogar con el mandatario.
—Entramos con Abel, nos sentamos y comenzamos a plantear nuestras propuestas. Le pedimos al presidente que liberara a los presos políticos y que trajera de regreso a los exiliados. A cambio nosotros suspendíamos todas las manifestaciones. Él aceptó todas nuestras propuestas, todas…
— ¿Pero no cumplió?
— No solo no permitió el regreso de los exiliados, sino que sacó a más.
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Complot
A inicios de octubre de 1960, Ivo vivía en la clandestinidad. Se movía de casa en casa, iba de un lugar a otro. En una ocasión fue contactado por Ricardo Falla Cáceres, un abogado vinculado a un grupo de militares golpistas encabezado por el expresidente Óscar Osorio, quien cuatro años atrás había elegido a José María Lemus para que lo sucediera en el gobierno. Se sentía traicionado y quería quitarlo del poder.
— ¿Qué les dijo Falla Cáceres?
— Llegó a donde estábamos clandestinos y nos dijo: “Dice Osorio que ya se ataron unos nudos que no se desatan; vayan nombrando al Consejo de Gobierno; los militares los van a poner ellos y ustedes nombren a los civiles”. Yo le mencioné a René Fortín Magaña y Fabio Castillo Figueroa. Él también se ofreció y le dije que de mi parte no había problema pero que lo hablara con Osorio.
— ¿Por qué pensó en Fortín Magaña y Castillo Figueroa?
— Porque eran hombres de mucho prestigio y sabía que los demás estudiantes iban a estar de acuerdo con esa elección.
El 26 de octubre el presidente José María Lemus fue derrocado y exilado con su familia en Costa Rica. Una Junta de Gobierno tomó el poder. Tres meses después, Ivo fue capturado mientras se dirigía a la finca del poeta Serafín Quiteño, quien era tío de Albino Tinetti, uno de sus mejores amigos de entonces. Un contragolpe lo había sorprendido y sabía que iba ser uno de los primeros encarcelados. Y así fue. No pudo escapar y fue exiliado a Guatemala.
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Exilios y embajador
Esa no fue la última vez que Ivo fue expulsado del país. Doce años después, luego de las elecciones presidenciales de 1972, fue capturado por participar en un frustrado golpe de Estado contra el entonces presidente Fidel Sánchez Hernández, quien se disponía a entregar el poder al coronel Arturo Armando Molina.
Este último había obtenido una polémica victoria sobre José Napoleón Duarte, un democratacristiano que había competido bajo la bandera de la Unión Nacional Opositora (UNO) y que muchos años después llegaría a ser presidente de El Salvador. Pero, en ese tiempo, en 1972, estaba reclamando un robo electoral e instando a la población para que se rebelara.
Julio Adolfo Rey Prendes, uno de los más prominentes políticos de la democracia cristiana, escribió en sus memorias—tituladas De la dictadura militar a la democracia— algunas anécdotas de ese fracasado golpe. En una de ellas dice: “Yo me dirigí a un local de la UNO que se encontraba cerca del cuartel San Carlos (…) Recuerdo que estando en el local en cuestión, llegó Ivo Príamo Alvarenga que traía apuntándole con una pistola a un tembloroso repartidor de leche y entonces nos dijo: `En nombre de la revolución he requisado el pickup de este hombre´. Al momento despedimos al angustiado lechero con nuestras disculpas”.
— ¿Y eso fue cierto? —le pregunto a Ivo más de cuarenta años después.
— Ciertísimo —dice mientras suelta una carcajada.
— ¿Después del fracaso del golpe fue capturado?
—Nos encerraron en unas celdas donde había un calor horrible y una tufarada. No había luz. Nos daban de comer las sobras de los policías, unos yoyos que eran dos tortillas con arroz y frijoles rancios. Éramos como doce y pasamos en un jolgorio, haciendo bromas, contando cuentos, haciendo chistes. Parecía como si estuviéramos en un cumpleaños. Del que más me acuerdo que estaba ahí era Miguel Sáenz Varela, que era del Partido Comunista desde que tuvo uso de razón.
Con otros presos políticos fueron exiliados a Nicaragua. Estando en Managua, Ivo hizo contacto con un venezolano que tenía una asociación mundial de derecho agrario. Lo invitó a un congreso realizado en Bogotá. De ahí le ofreció que se fuera a trabajar con él a Caracas, ciudad donde se encontró y fortaleció su amistad con José Napoleón Duarte. Cuando este último fue electo presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, en diciembre de 1980, Ivo fue nombrado embajador en Italia. Ahí se mantuvo hasta 1989, cuando Duarte dejó la presidencia de El Salvador.
—Yo no pertenecí al Partido Demócrata Cristiano. Fui colaborador oficioso, sobre todo por Fidel Chávez Mena, quien fue mi gran amigo. En el PDC había dos bandos: los que estaban con Rey Prendes, que era lo peor del gobierno de Duarte, y los que estaban con Fidel.
— ¿Por qué el PDC no pudo mantenerse en el poder tanto tiempo?
— Es que el gobierno de Duarte tuvo unos ladrones descarados que él mismo les decía: “Miren, ya sé lo que están haciendo, mejor renuncien”. Pero Duarte nunca decidió quitarlos. Eso afectó mucho.
Mujeres
Las agujas del reloj han avanzado con rapidez. Han transcurrido casi tres horas y durante ese tiempo Ivo ha hecho varias pausas para dirigir su mirada, ya no a la nada, sino a mujeres que caminan por las calles de Berlin. Algunas las conoce; a otras no.
—Descuide, usted va a ver que yo hago esto con constancia. ¡Es que hay tantas mujeres hermosas aquí!
—¡Jeje!
Más tarde, cuando nos hayamos trasladado a su casa para ver su archivo fotográfico y dos pequeños museos que tiene instalados en dos amplias habitaciones, Ivo cogerá de su biblioteca la copia de uno de sus libros y me lo obsequiará. Me dirá que la edición fue escasa, que circuló únicamente entre sus amigos.
De regreso a San Salvador, abriré el libro —titulado Días de vino y Roma— y leeré en la primera página: “Siempre he adorado a las mujeres. Las amaba incluso mucho antes de conocerlas. Cuando era niño, sin conciencia todavía de verdaderos deseos sexuales, soñaba con mujeres desnudas (…) Los sueños sexuales, dormido o despierto, me han acompañado el resto de mi vida. He sentido siempre sed de mujer (…) Si hubiese crecido en un ambiente menos estrecho que los de mi pueblo y mi país, me hubiera dedicado a una profesión que me hubiese mantenido en contacto con la belleza femenina: fotógrafo, modista, maquillador”.
Pero Ivo no fue ni fotógrafo, ni modista, ni maquillador. Fue un político que viajó mucho, que conoció los secretos del poder y que en tiempos remotos derrocó a un presidente.