Primer piso, segundo piso, tercero piso. Walter Béneke subió a toda prisa hasta la azotea del edificio del Ministerio de Educación y pidió ayuda. Estaba nervioso. Minutos después aterrizó un helicóptero y logró escapar. Una horda de maestros enfurecidos quería lincharlo. Pero no lo consiguieron. Afuera gobernaba el caos y los ánimos estaban desbordados. Eran los primeros meses de 1968.
Días atrás, el magisterio había iniciado una huelga general. Los maestros estaban en paro y no había tregua. Las escuelas estaban cerradas. Las protestas se habían intensificado y las demandas habían llegado a la mesa del ministro de Educación.
Béneke era un hombre de baja estatura, blanco, con una calvicie incipiente. Su inteligencia era desbordante y las ideas brotaban en su cabeza con rapidez. Era inquieto, ágil, resolvía problemas con facilidad. Trabajaba incansablemente. Apenas tenía 37 años de edad y ya era ministro de Educación. Había sido nombrado en ese cargo, a mediados de 1967, por el recién electo presidente Fidel Sánchez Hernández, quien tenía en la cúspide de su agenda mejorar la educación y luchar contra el comunismo.
Durante los primeros meses en el cargo, Béneke anunció una reforma educativa. Visitó escuelas. Se reunió con los maestros. En conferencias de prensa aseguró que transformaría el sistema educativo. Todos los días daba noticias nuevas. Detalló que el presupuesto de su ministerio aumentaría en un 6%, que durante el primer año de gobierno se crearían 700 nuevas plazas de maestros y se construirían nuevas escuelas. La gran novedad era la televisión educativa.
Béneke había conocido ese método pedagógico en Tokio, Japón, donde años atrás había sido embajador. En ese país observó cómo los niños aprendían muchas cosas a través de la televisión: desde ejercicios de matemáticas hasta a nadar. Eso lo impresionó mucho. Por eso, meses antes de asumir el cargo de ministro, planificó un proyecto similar para El Salvador y comenzó a reclutar a su equipo de trabajo. Viajó a Bonn, Alemania, a la casa de sus amigos Irma Lanzas y Waldo Chávez Velasco. Ahí reveló sus planes y le ofreció a Irma la dirección de la Televisión Educativa.
“Me tomó de sorpresa. Le pregunté que por qué había pensado en mí. Me respondió que yo era una buena maestra, que había dado clases en todos los niveles, que había cursado muchas especialidades en educación y que tenía una maestría en Ciencias de la Educación. Yo había sacado un doctorado en la Universidad de Bolonia, donde los profesores eran semidioses. Él sabía que a mí siempre me interesó cómo daban clases por televisión en Italia y que había recibido un cursillo sobre el tema”, recuerda Irma Lanzas, medio siglo después, en una sala de la Academia Salvadoreña de la Lengua.
Irma y Waldo eran poetas. Se habían conocido desde muy jóvenes y habían contraído matrimonio a finales de los años cincuenta. Tenían tres hijos. Se habían radicado en Europa y eran de los mejores amigos de Béneke: nunca dejaron de frecuentarse ni de escribirse cartas. Por eso, cuando este llegó a Alemania para revelarles sus planes y ofrecerle a Irma la dirección de la Televisión Educativa, un proyecto ambicioso y de avanzada para un país como El Salvador, ella no dejó de sorprenderse ni de tener dudas. Pero, finalmente, aceptó.
Tres semanas después de asumir como ministro de Educación, Walter Béneke anunció una profunda reorganización del Ministerio de Educación y el proyecto de la Televisión Educativa tomó mucha fuerza. Creó una comisión que estaba integrada, entre otros, por dos poderosos industriales del país: Francisco de Sola y Ricardo Sagrera. Además vinieron asesores extranjeros. Pero Béneke odiaba la burocracia. Era un hombre más de acción que de planificación, deseaba que las cosas se ejecutaran casi al ritmo de su pensamiento. No quería documentos ni informes. Nada. Solo echar andar sus ideas.
Su carácter chocó con algunos maestros que no estaban de acuerdo con su reforma. Algunos creían que la televisión los iba a terminar sustituyendo en los salones de clases. Y se opusieron. También estuvieron en contra de otras medidas como el cierre de varias escuelas normales y de la Dirección de Bellas Artes.
Algunos docentes odiaban la actitud del ministro. Lo sentían autoritario y poco receptivo. Lo criticaban. Decían que a sus colaboradores les había dado autonomía, pero que sus decisiones eran categóricas. Sin embargo, algunos colaboradores muy cercanos, como Irma Lanzas, recuerda que Béneke era una persona que escuchaba y que daba mucha independencia a sus trabajadores, pero que no negociabas cuando las cosas estaban embadurnadas de politiquería.
Los maestros eran liderados por una mujer que también tenía un fuerte temperamento. Su nombre era Mélida Anaya Montes. Era desafiante y combativa. En sus memorias, escritas poco antes de morir y publicadas con el título Lo que no conté de los presidentes militares, Chávez Velasco recuerda que Mélida se reunía con Béneke en su casa. Ahí conversaban. Pero los diálogos se frustraban porque a los cinco minutos se comenzaban a pelear “como arañas”. Así ocurría siempre. El resultado era que las protestas se intensificaban en las calles.
Muchas veces intentaron linchar a Béneke, pero este se les escapó una y otra vez.
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Nómada
Béneke nació en 1930 en una familia terrateniente. Su padre era de origen alemán y su madre, Sara Medina de Béneke, era una salvadoreña de clase media alta. A inicios de los años cincuenta, después de finalizar sus estudios en un colegio de San Salvador, Béneke se fue a España a estudiar economía y ciencias políticas. En ese país conoció al futuro presidente Fidel Sánchez Hernández, quien por entonces cursaba estudios militares en Madrid. Se hicieron amigos.
Durante esos años, Béneke recorrió algunos países de Europa haciendo autostop, con poco dinero en el bolsillo y una mochila en la espalda. Viajó por Francia, Suiza, Alemania, Noruega, Suecia y Dinamarca. Conoció las distintas ciudades y a su gente. Se empapó de las diferentes culturas. Eso le dio una formación más sólida y lo convirtió en un hombre culto. Además, por ese tiempo se apasionó por el teatro francés.
Regresó a El Salvador a mediados de los años cincuenta e incursionó en el teatro con dos piezas: El paraíso de los imprudentes, ganadora en 1955 del primer lugar en los Juegos Florales de San Salvador, y Funeral Home, ganadora en 1958 del primer premio en el Certamen Nacional de Cultura. Ambas de corte existencialista.
A inicios de los años sesenta trabajó en el Ministerio de Economía. Después fue nombrado diplomático en Alemania y luego embajador en Japón, donde se especializó en el arte tradicional japonés.
En octubre de 1966, durante una convención del Partido de Conciliación Nacional (PCN), Fidel Sánchez Hernández fue nombrado candidato presidencial. A periodistas de El Diario de Hoy, que se encontraban en el evento, les dijo que su principal apuesta sería la educación, pues consideraba que una reforma en esa área era fundamental para crear una fuerza laboral que industrializara la economía. El elegido para dirigir esa gran reforma fue Walter Béneke, quien antes de asumir el cargo armó su equipo de trabajo.
Una de sus colaboradoras estelares fue Irma Lanzas, quien regresó a El Salvador para organizar y entrenar personal. La cosa no fue fácil. Había que comenzar de cero. No existía nada. La oficina de Televisión Educativa era un escritorio, colocado en un rincón, rodeado de otros escritorios. Lo primero que hizo fue trabajar en la producción de libros de texto. También equipó los canales estatales ocho y diez.
“Contraté por horas los equipos de Canal 4, que eran unos equipos tan viejos que había que darle puntapiés para que funcionaran. Hablé con Boris Esersky y le dije que Televisión Educativa no iba a competir con sus canales, que iba ser un tema exclusivamente educativo”, recuerda Lanzas.
El proyecto fue tomando forma. Los cambios en el sistema educativo fueron evidentes a los pocos meses. Y, de pronto, vinieron las protestas de los maestros que se sintieron excluidos e ignorados. Béneke los escuchó, pero nunca aceptó negociaciones. Sus ideas y proyectos eran una avalancha que ya no podía detenerse.
“Gracias a la ayuda extranjera, había un televisor en cada grado y hasta los niños de una remota escuela de Morazán recibían clases al igual o mayor calidad que las del colegio privado de San Salvador. Lo más sobresaliente de lo llamado la Reforma Educativa de Béneke fue la creación de los Bachilleratos Diversificados, innovación que obtuvo mucho reconocimiento internacional”, dice Chávez Velasco en sus memorias.
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El consejero presidencial
Béneke era uno de los hombres de confianza del presidente Fidel Sánchez Hernández. No era el único. También estaba Waldo Chávez Velasco. Ambos le escribían los discursos al mandatario y lo asesoraban en importantes temas políticos. Además de escritores, eran intelectuales que manejaban un cuadro general de época. Eran hábiles y hasta ingeniosos en el terreno político.
Quizá por eso, cuando Sánchez Hernández estaba a punto de dejar el poder, los convocó a su despacho para encomendarles una misión que, de haberse concretado, hubiese cambiado la historia del país. Les pidió que, en su nombre, le ofrecieran la candidatura presidencial a Reynaldo Galindo Pohl, un doctor en leyes que era considerado el padre de la Constitución de 1950 y que había sido uno de los mejores ministros de Cultura que ha tenido El Salvador. Muchos militares de alto rango le tenían respeto. Su probidad era intachable.
Además, Sánchez Hernández estaba convencido que era tiempo que volviera a gobernar un civil y consideraba que Galindo Pohl era la persona indicada, no solo por sus dotes políticos, sino porque era, según dice Chávez Velasco, la persona más inteligente que ha dado El Salvador.
Béneke localizó a Galindo Pohl y lo invitó a comer ostras en su finca en compañía de Chávez Velasco. Aceptó. Horas después estaban en ese lugar. En la mesa había un saco de ostras y cuchillos afilados para abrirlas. No hubo preámbulos. Béneke le comunicó a Galindo Pohl el mensaje del presidente, le dijo que si aceptaba la propuesta el gobierno pondría los recursos necesarios para su campaña electoral.
“El doctor Galindo Pohl nos veía divertido y esperó a que Walter terminara de hablar. Cuando yo le dije que estábamos hablándole en serio, que era la oportunidad para devolver la presidencia a los civiles y que el general Fidel Sánchez Hernández lo consideraba como el único candidato que le convenía al país, reflexionó unos minutos. Parece una broma, musitó. Voy a tomarlo en serio porque me lo dijeron ustedes dos, a quienes quiero mucho… Dígale al señor presidente que agradezco su generoso ofrecimiento, pero no lo acepto porque estoy dedicado a cuestiones intelectuales y la presidencia del país es lo que menos me interesa”, recordó sobre ese hecho Chávez Velasco en sus memorias.
Lo que ocurrió después también está detallado en el mismo libro. Béneke se enfureció y le gritó a Galindo Pohl. Le faltó al respeto. Trató de convencerlo, pero el interlocutor no solo siguió sin aceptar sino que se retiró del lugar. Béneke se quedó comiendo ostras y después invitó a Chávez Velasco a un bar de mala muerte ubicado en el Puerto de La Libertad. Al siguiente día visitaron al doctor Galindo Pohl para pedirles disculpas. Le llevaron un canasto de uvas y de manzanas, y todo quedó en el olvido.
Béneke era un hábil político. Sus ideas eran complejas. Creía en la libertad como una fuente de progreso y como una manera civilizada de coexistir. Pero, además, creía en un Estado fuerte, sólido, con la facultad de dirigir las actividades de la sociedad. Era una paradoja. Por eso muchos lo consideraban fascista. Pero sus ideas estaban influenciadas por el liberalismo y también por el franquismo que conoció de cerca cuando residió en España.
Cuando el presidente Sánchez Hernández entregó el poder, Béneke se dedicó más a sus propios negocios. Siguió en la política. Pero ya no como actor principal. Los años siguientes los pasó sin mayores sobresaltos.
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Funeral-Home
A Béneke lo mataron de un balazo en el pecho. Su asesino lo estaba esperando, escondido detrás de un árbol, afuera de su casa. Lo agarró a quemarropa. Todo ocurrió con rapidez. Béneke bajó de su automóvil y una bala atravesó su cuerpo. Caminó unos metros y se desplomó frente a su casa. Una persona trató de auxiliarlo pero ya había fallecido. El atacante huyó en un automóvil que lo esperaba a poca distancia. El calendario marcaba 27 de abril de 1980.
Minutos después llegaron agentes policiales y familiares de Béneke. Nadie brindó declaraciones. El crimen rondaba el misterio. Periodistas de La Prensa Gráfica se quejaron porque a colegas extranjeros que habían llegado a reportear les impidieron el paso. Los que estaban adentro fueron desalojados. Algunos se molestaron, sobre todo porque quienes bloquearon el trabajo fueron personas desconocidas y de poca influencia.
Al siguiente día, en la portada de El Diario de Hoy apareció una fotografía donde cuatro hombres cargan un cadáver embolsado. Al fondo hay un grupo de personas que observa la escena con frialdad. A lado derecho de la misma página hay un retrato encabezado por el título Asesinado el Lic. Walter Béneke. Abajo hay una pequeña descripción de la víctima.
El funeral de Béneke se realizó al siguiente día en la cripta de la iglesia Corazón de María, ubicada en San Salvador. Familiares, amigos y diplomáticos le rindieron homenaje, lo recordaron como un gran amigo y como un formidable funcionario público.
La hipótesis del homicidio siguió siendo difusa. No hubo pistas. Ninguna organización guerrillera se atribuyó el crimen, tal como había sucedido con otros asesinatos políticos cometidos por esas fechas. Eran días agitados. Dos meses atrás habían asesinado al arzobispo de San Salvador Monseñor Óscar Arnulfo Romero. La guerrilla se había fortalecido y preparaba una ofensiva con la que pretendía derrocar a la junta que gobernaba por esos días.
Quizá, el que más luces arrojó sobre el crimen de Béneke fue el editorialista de El Diario de Hoy, quien sin ambigüedades atribuyó el atentado a viejas rencillas que sectores de la izquierda le tenían desde los años en que este se había desempeñado como ministro de Educación. Para Enrique Altamirano, director de ese periódico, ahí se había originado la tragedia que le costaría la vida muchos años después. “Podríamos afirmar que muy pocos salvadoreños en esta segunda mitad del siglo veinte han tenido la brillantez, la inteligencia, la inquietud cultural y el patriotismo de nuestro desaparecido amigo Walter Béneke, una víctima más del fanatismo enloquecido que está llevando a esta tierra a un sangriento caos”, escribió.
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