miércoles 16 de octubre del 2024

Francisco Peccorini, el filósofo de las profecías de guerra

por Luis Canizalez


Es uno de los filósofos salvadoreños más destacados. Fue asesinado por la guerrilla el 15 de marzo de 1989 por puras divergencias ideológicas.

Minutos después de que Francisco Peccorini fuera asesinado, Carlos Ernesto Mendoza llegó a un hospital capitalino y observó el cadáver por varios minutos. Lo hizo en silencio. Se acercó, le tomó una mano y le agradeció por su ejemplo de vida, por su obra, por sus enseñanzas. Le dio un beso en la frente y lloró. Lloró por su amigo, por su hermano, por su maestro. Era 15 de marzo de 1989.

Un año antes, Mendoza había contestado el discurso que Peccorini había leído en su ingreso al Ateneo de El Salvador. Era uno de sus grandes amigos. Lo consideraba un maestro. Había leído sus libros, sus artículos, sus ensayos. Admiraba su formidable formación filosófica y la profundidad de sus análisis políticos. Era su compañero de desvelos intelectuales.

Ambos eran hombres de derecha. Ambos combatían las ideas comunistas. Ambos escribían en periódicos contra la guerrilla y la izquierda más radical.

Francisco Peccorini Letona nació en la ciudad de San Miguel el 27 de noviembre de 1915. Ingresó a la Compañía de Jesús siendo muy joven y tuvo una formación jesuita de alto nivel. Su agudeza intelectual le hizo destacar entre sus demás compañeros y lo posicionó como un vigoroso hombre de letras.

Le apasionaba la filosofía y leía con penetración todo lo que llegaba a sus manos. Estudió a los clásicos griegos, sobre todo a Platón y Aristóteles. También penetró en los laberintos de San Agustín y Santo Tomás de Aquino. Bebió del pensamiento de Kant y Heidegger.

Su actividad periodística comenzó en los años cincuenta. La Compañía de Jesús lo nombró director de la revista ECA por su alta formación intelectual. Peccorini no tenía experiencia en el trabajo editorial pero aceptó el reto. Y lo hizo muy bien. La revista ECA comenzó a ser muy respetada a nivel internacional.

A finales de la década de los años sesenta abandonó los hábitos sacerdotales y se radicó en Estados Unidos, California, para dedicarse a la enseñanza de la filosofía por muchos años en la Long Beach University. Su producción filosófica durante el tiempo que se dedicó a la docencia fue vasta. Escribió muchos artículos en revistas norteamericanas e inició un estudio sobre el pensador existencialista Gabriel Marcel, a quien trató personalmente y lo consideró su maestro. Luego escribió otros libros sobre Michelle Federico Sciacca y Emmanuel Kant.

Con sus obras se convirtió en el filósofo más universal de los pensadores salvadoreños de esa época. Era un hombre culto. Manejaba siete idiomas: español, inglés, francés, alemán, italiano, griego y latín. Muchos de sus textos eran densos, enmarañados, cargados de citas en diferentes idiomas. A veces parecían una prestidigitación retórica. Pero no lo son. El hilo constante de su pensamiento filosófico podría entenderse en la siguiente fórmula: la unidad de los seres en el ser, es decir, la fusión del hombre con Dios.

“Con Peccorini ingresamos a la mayoría de edad en la filosofía y ya no se puede discutir si hemos tenido o no filósofos. Los clásicos de la filosofía (Aristóteles, Kant) se han hecho manejables para nosotros al apoyarnos en su trabajo”, escribió Mendoza en un artículo publicado en El Diario de Hoy pocos días después del asesinato de su amigo.

Matías Romero, otro sacerdote que abandonó sus hábitos y que fue amigo de Peccorini, lo considera el filósofo más profundo y más completo que ha producido El Salvador: “El ser fue su obsesión. No había artículo, libro o conferencia, ni había conversación amigable o alegre tertulia en la que no apareciera la palabra mágica, la fórmula ontológica, la voz de Parménides llamando siempre desde la montaña del sol”.

Batallas políticas

Peccorini regresó al país en medio de una guerra que devastaba a El Salvador. Lo hizo  a pesar de gozar de prestigio como intelectual y haber sido nombrado profesor emérito de la universidad donde había impartido clases durante muchos años. Estimaba que podía dar importantes aportes al país.

Acá también hizo trabajo académico e intelectual. Ingresó a la Academia Salvadoreña de la Lengua y al Ateneo de El Salvador e impartió clases en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) y en la Universidad Nacional de El Salvador (UES). Eran los dos centros de estudios más prestigiosos del país pero invadidos con ideas políticas que Peccorini veía con desconfianza. Pronto se empapó de la realidad nacional y no dudó en tomar posiciones alejadas de la guerrilla.

Siempre rechazó la violencia como vía para resolver las diferencias políticas. Descifró, con una lucidez única, las trampas y los mensajes ocultos de la guerrilla. Y quizá lo más importante que logró evidenciar en sus análisis políticos fue la psicología guerrillera: consideraba a los comandantes unos demagogos que prometían una sociedad igualitaria con valores que ni siquiera implementaban en sus propios campamentos guerrilleros donde reinaba el peor de los autoritarismos.

Peccorini manejaba con un dominio extraordinario los temas políticos. Sus estudios históricos le daban una visión más profunda de los escenarios coyunturales. Pero, además, en sus artículos políticos, la mayoría publicados en El Diario de Hoy, se evidencia a un hombre informado.

Tuvo desaciertos. Algunos de sus análisis fueron errados y rozaron la radicalidad de la extrema derecha. Muchas de sus posturas se alejaron del equilibrado juicio crítico que siempre lo caracterizó. Pero sus acertadas predicciones resultaron más ilustrativas en cuanto a interpretar el desarrollo y accionar del FMLN. Por ejemplo, vaticinó que la guerrilla estaba condenada a desaparecer y que el único camino que le quedaba era el diálogo. También, en uno de sus artículos titulado Los hechos se hacen eco de la admonición de un mártir, publicado en el contexto de las elecciones de marzo de 1989,  pocos días antes de sus asesinato, develó los planes de la guerrilla para debilitar a la Fuerza Armada y realizar una insurrección final.

“El FMLN acabó ofreciendo nuevamente unas negociaciones en las que entraría otra vez la exigencia de que las elecciones se prorrogaran hasta septiembre. Yo me imagino que la intención de la guerrilla es de ceder en lo de la fecha —que no cree se la concedería— con miras a forzar al Gobierno a ceder, por su parte, en puntos tan vitales como la reducción numérica del Ejército… El ardid, aquí, consiste en que, si bien se toleran las elecciones, el debilitamiento del ejército hace más viable la insurrección final”, escribió.

La insurrección final, que el FMLN denominó Hasta el tope, ocurrió ocho meses después que Peccorini fuera asesinado. Por ese tipo de aciertos, muchos lo consideraban el ideólogo más lúcido de la derecha.

Matías Romero, quien lo conoció muy bien, no solo porque fueron compañeros en la Academia Salvadoreña de la Lengua sino porque se frecuentaban y conversaban sobre las coincidencias en sus vidas (ambos ex sacerdotes, con pensamiento de derecha, apasionados de la filosofía, columnistas de El Diario de Hoy), recuerda que Peccorini era un personaje que le daba mucho prestigio a la derecha salvadoreña y que eso no le gustaba a la guerrilla ni a los movimientos de izquierda.

“Era un patriota concreto y comprometido. Su plataforma ideológica estaban encerradas en dos palabras: bien común. Peccorini fue en política el defensor del bien común y, en el área de los derechos humanos, el pensador que más exaltó la dignidad de la persona y los derechos que son irrenunciables e incondicionados”.

En sus artículos políticos era duro. A veces irónico. Analizaba los comunicados de la guerrilla de una manera implacable, rama por rama, hasta llegar al fondo del mensaje. Pero no solo eso. Peccorini también pertenecía al Comité Pro Rescate de la Universidad de El Salvador, un grupo de docentes y académicos que querían limpiar el principal centro de estudios de las influencias comunistas. Eso incomodaba al FMLN.

Sus intervenciones en programas televisivos fueron muchas. Participó en foros y debates. Ahí también defendió sus ideas y desenmascaró muchas de las argucias del FMLN. Tuvo dos polémicas con el jesuita Ignacio Ellacuría, uno de los más importantes ideólogos de la Teología de la Liberación y de los intelectuales más sólidos que se han radicado en El Salvador.

Peccorini era la antítesis de Ellacuría. En los dos programas televisivos que se enfrentaron, Ellacuría se puso iracundo. En el segundo debate, el entrevistador le preguntó a Peccorini si estaba dispuesto a dar la vida; este le contestó que sí, que si era necesario estaba dispuesto a morir por liberar a El Salvador de ideologías extranjeras que perjudicaban el orden social.

Peccorini fue asesinado por un comando guerrillero el 15 de marzo de 1989, mientras se conducía en su automóvil en la Avenida Olímpica en San Salvador. Tenía 74 años de edad. Dos vehículos interceptaron el carro en el que se conducía y tres hombres que usaban lentes oscuros se bajaron y le dispararon. Tres balas calibre 45 atravesaron el cuerpo de Peccorini: dos en el tórax y otra en el codo izquierdo. Fue llevado al Hospital Militar, pero ya había fallecido.

Su muerte causó consternación en diversos sectores del país. El padre José María Tojeira recuerda que, incluso, los jesuitas de la UCA se sintieron indignados con el asesinato de Peccorini. “Fue un crimen estúpido. Una estupidez política porque se le asesina solamente por no estar de acuerdo con su pensamiento. Eso no puede ser”, dice.

Ocho meses después, Ellacuría y otros jesuitas de la UCA fueron asesinados por el Ejército. Las causas fueron las mismas: odio e intolerancia. Pero el crimen de Peccorini, a pesar de estar documentado en la Comisión de la Verdad, ha estado envuelto en un silencio profundo.

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