Todos llegaron a la hora acordada al salón del hotel capitalino que habían reservado. La reunión era secreta. Por eso era necesario actuar con cautela. Para ese entonces, las cosas habían llegado al límite y no había otra alternativa que conspirar en secreto. Era necesario establecer un plan de acción. Las palabras ya no eran suficientes. Transcurría mayo de 2004.
El clandestino plan era una maniobra de un pequeño grupo de políticos del FMLN. Ahí estaba Hugo Martínez, Ileana Rogel, Celina Monterrosa, René Canjura y Óscar Ortiz. Los tres primeros eran diputados. Los últimos dos eran alcaldes. A la cita también llegó Julio Hernández, quien días antes había dejado de ser magistrado en el Tribunal Supremo Electoral (TSE).
El factor común en esa reunión era la inconformidad. Todos estaban molestos con la dirección del partido, ya no les gustaba la forma en que se manejaban los asuntos políticos. Por eso habían llegado a una conclusión: era necesario transformar el FMLN. Para eso era indispensable articular esfuerzos. No quedaba otro camino más que unirse y dar la batalla con una estrategia definida. No era cosa fácil. Enfrente tenían a Schafik Hándal, un viejo comunista con un ejército de fieles soldados dispuestos a todo para mantenerse en el poder.
El líder de ese grupo de disconformes era Óscar Ortiz. Él había convocado a esa reunión secreta para acabar con la hegemonía de Schafik en el FMLN. Ortiz era el alcalde de Santa Tecla desde hacía tres años. Su primer período había sido exitoso y eso había disparado su popularidad. Su fama de buen funcionario no solo abarcaba al FMLN, sino otros sectores y otros territorios del país.
Quizá por eso, en las elecciones internas de 2003, de donde saldría el candidato presidencial del FMLN para pelear por el Ejecutivo en 2004, Ortiz no dudó en lanzar su precandidatura. El desafío era gigantesco: se enfrentaría al hombre más poderoso de la izquierda, al líder histórico, al comandante del extinto Partido Comunista Salvadoreño. Ese hombre era Schafik Hándal.
Pero a Ortiz no le tembló el pulso y compitió en las internas. El ganador fue Schafik. Sin embargo, los resultados fueron dudosos. La palabra fraude gravitó en el ambiente. Ahí comenzó a germinar la raíz de la inconformidad. Ortiz no se rebeló, pero comenzó a maquinar un plan para desbaratar el liderazgo de Schafik en el FMLN.
La crisis se fue agudizando. Para mayo de 2004 habían ocurrido muchas cosas, entre ellas, Schafik había sido derrotado por Elías Antonio Saca, candidato de ARENA, en la elección presidencial. El resultado fue estrepitoso. La diferencia fue de más de medio millón de votos. Pero su liderazgo no se debilitó. Al contrario, su mando era más sólido, más fuerte, más arraigado. Nada ni nadie le hacía sombra. Y entonces surgieron las críticas de los llamados reformadores. Ortiz encabezaba esa tendencia.
Las voces de descontento eran diversas: diputados, alcaldes y otros dirigentes hablaban, incluso, de una dictadura que no toleraba disensos. La palabra de Schafik era implacable, no se discutía ni se refutaba. Se hacía lo que decía. Sus adversarios solo tenían dos caminos: agacharse y aceptar sus dictados o romper con el partido.
En aquella reunión secreta, realizada en el salón privado del hotel capitalino, se selló un compromiso: identificar los problemas en la dirección del partido, marcar una agenda de trabajo y definir tareas y campos de acción. Esa no fue la primera ni la última reunión.
El 19 de mayo se volvieron a encontrar. Esta vez lo hicieron en una casa particular ubicada en el pasaje Mar de Plata, en la colonia Buenos Aires de San Salvador. Ese lugar se convertiría en la base central para planificar el derrocamiento de Schafik en el FMLN. Pero los reformadores también utilizaban otro lugar para conspirar: era una sala de un hotel propiedad del empresario Rogelio Cervantes, quien era parte de un oscuro negocio que, muchos años después, significaría el descalabro político de Óscar Ortiz.
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Esa mañana de abril de 2016, el vicepresidente Óscar Ortiz estaba nervioso. No sabía cómo defenderse ante la ráfaga de preguntas que hacían los periodistas tras finalizar la inauguración de una agro-feria en el Centro de Ferias y Convenciones (CIFCO). El escándalo era porque una investigación periodística revelaba que Ortiz aparecía, en una sociedad llamada Desarrollos Montecristo, fundada en junio del año 2000, como socio de José Adán Salazar Umaña, alias Chepe Diablo, quien había sido declarado capo internacional de la droga por los Estados Unidos. En ese negocio también aparecía su viejo amigo Rogelio Cervantes, el mismo que le había prestado uno de sus hoteles para que conspirara contra Schafik Hándal.
Esa publicación no solo desprestigiaba la figura política de Óscar Ortiz, construida desde finales de los años setenta, cuando se incorporó a las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) para dirigir un comando guerrillero en el departamento de Usulután, sino que representaba el freno más grande a sus aspiraciones presidenciales.
Que el vicepresidente apareciera vinculado a un hombre perfilado en las listas del Departamento del Tesoro estadounidense como capo internacional de la droga no era poca cosa. Ortiz trató de restar importancia a esas publicaciones. Pero no pudo. El golpe fue duro. Sobre todo porque en esos días se había puesto al frente del Gobierno.
Ante las ausencias del presidente Salvador Sánchez Cerén, Ortiz emergió como un redentor. No solo dirigía tareas económicas, sino que también lideraba al complicado Gabinete de Seguridad. Aparecía en la prensa casi todos los días. Sus discursos eran fuertes y constantes. Pero tras las publicaciones que lo vinculaban a Chepe Diablo, todo se le vino al suelo. En el FMLN lo relegaron a un tercer plano.
En el partido sabían que no podían seguir fortaleciendo la figura de Óscar Ortiz como el próximo candidato presidencial. Tenían que exponer a otros de sus liderazgos, otros que no tuvieran manchas, que no tuvieran puntos flacos que fueran aprovechados en el futuro por sus adversarios. Y aparecieron en la escena los ministros Gerson Martínez y Hugo Martínez.
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Óscar Ortiz y Rogelio Cervantes eran viejos amigos. Coincidían en muchas ideas políticas. Una de ellas era la de romper con la ortodoxia del FMLN. Eso pasaba por quitarle el poder que Schafik tenía en el partido. Quizá por eso Cervantes le prestó uno de sus hoteles a Ortiz para que se reuniera con un grupo de efemelenistas descontentos.
Cervantes era un empresario hotelero con la mayoría de sus inversiones en Antiguo Cuscatlán. En 2003 intentó ganar la alcaldía de Antiguo Cuscatlán arropado por la bandera del FMLN y otros partidos de centro izquierda como el CDU. Tenía el apoyo de varios dirigentes del FMLN, entre ellos el de Ortiz. Una de sus promesas fue cerrar los casinos. Pero no pudo ante el imperio municipal de Milagro Navas.
El empresario creía que el FMLN debía evolucionar, dejar la polarización, progresar en el sendero de las ideas políticas. Cuando Elías Antonio Saca tomó posesión como presidente de la República, Cervantes acudió a la ceremonia acompañado del alcalde de Nejapa, René Canjura, otro de los rebeldes del FMLN.
Mientras tanto, Óscar Ortiz seguía moviendo los hilos del plan acordado con los otros reformistas. En otra reunión elaboraron un documento clave que contenía el perfil del candidato que desplazaría el mando de Schafik Hándal y Salvador Sánchez Cerén de la coordinación general del FMLN.
Algunas de las características que debía tener el elegido eran la honestidad, la capacidad de concertación y conciliación con las diferentes expresiones dentro del partido. También debía tener un liderazgo reconocido y suficiente experiencia en puestos de dirección y en cargos públicos.
Los nombres que sonaban como candidatos eran los de Óscar Ortiz, Hugo Martínez y Julio Hernández. Los dos primeros reconocían su interés públicamente. El tercero era más reservado. Para ese entonces se habían sumado al grupo otras figuras que se oponían a la dureza ideológica del FMLN. Carlos Rivas Zamora, Hugo Flores y Roberto Hernández eran algunos de ellos.
Ortiz era optimista. Sabía que buena parte de las bases apoyaban a los reformadores. Incluso, habían hecho cálculos y estadísticas. Hugo Flores manejaba números: los resultados indicaban que tenían el control territorial en los departamentos de Chalatenango, San Vicente, La Libertad, La Paz, Cabañas y Cuscatlán. En San Salvador el escenario tampoco era desfavorable: controlaban toda la zona norte.
Esos números fortalecían las esperanzas de Ortiz y del movimiento que lideraba. Era la oportunidad de darle otro rostro al partido. La fecha clave era el 7 de noviembre de 2004. Ese día serían las elecciones internas en el FMLN. En declaraciones con La Prensa Gráfica, en junio de 2004, Ortiz expresó lo siguiente: “No es honesto no reconocer cuando se tiene que pasar la estafeta al que viene creciendo. El dirigente debe saber cuándo tiene que hacer esos virajes”.
Pero eso no ocurrió así. Los radicales, dirigidos por Schafik, ya tenían a su candidato. Se trataba de Medardo González, un dirigente comunista que acabaría con las esperanzas de los reformadores. El día de las elecciones solo hubo un ganador. Y ese ganador fue Medardo González. Los reformadores solo tuvieron dos caminos: continuar o irse del partido. Algunos rompieron con el FMLN. Otros como Óscar Ortiz y Hugo Martínez se quedaron.
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Los elementos en común entre Óscar Ortiz, Gerson Martínez y Hugo Martínez son sus aspiraciones presidenciales. Pero también, en algún momento, los tres han disentido de la línea ortodoxa del FMLN. Cuando el pasado 1 de noviembre Gerson anunció a través de un video, publicado en su cuenta oficial de Twitter, que había renunciado al ministerio de Obras Públicas, Ortiz supo que el camino hacia la silla presidencial ya no sería tan fácil. Por eso corrió a anunciar que también participaría en las elecciones internas del FMLN para pelear en 2019 en las elecciones presidenciales.
ESPERE SEGUNDA ENTREGA: En el FMLN no solo Óscar Ortiz se ha rebelado. Hay otros con aspiraciones presidenciales que también han conspirado para hacerse con el poder. Dos de ellos son Hugo Martínez y Gerson Martínez. ¿Qué han hecho? La segunda parte de esta historia profundizará esos detalles.