El FMLN debe ser rescatado y transformado, el ideario debe ser el mismo, pero ya no puede continuar bajo el control de mentes anticuadas y retrógradas que dirigen el partido a su antojo. Esas eran las ideas que rebotaban en la cabeza de Hugo Martínez a mediados de 2004. Había llegado al convencimiento que eso tenía que cambiar, que alguien debía de ponerle fin a esa situación. Y decidió renunciar a la jefatura de la Secretaría de Comunicaciones del partido.
En ese entonces Hugo Martínez tenía 36 años. Era uno de los diputados más jóvenes del FMLN. Pero su trayectoria política se remontaba a la guerra civil, cuando, siendo todavía un estudiante universitario, se había incorporado a las Fuerzas Populares de Liberación (FPL). Eran los años ochenta. Tras la firma de los Acuerdos de Paz asumió cargos importantes dentro del FMLN y se posicionó como uno de los rostros más visibles.
Pero en cierto momento observó que el partido no avanzaba, que se estaba quedando estancado en antiguas posiciones. La muestra del fracaso era que habían participado en tres elecciones presidenciales y las tres las habían perdido. Algo no funcionaba bien. Con el tiempo concluyó que el FMLN estaba en manos de viejos dirigentes que no permitían el debate ni el disenso, que no admitían que el partido caminara hacia posturas modernas y moderadas.
Hugo Martínez creía que ya no se podía actuar como si el país estuviera en guerra. Era necesario acabar con los radicalismos. Por eso renunció a la Secretaría de Comunicaciones y se incorporó a un movimiento que quería reformar al FMLN. El líder de ese grupo era Óscar Ortiz.
Muchos se sorprendieron que Hugo Martínez se colocara al lado de los reformistas. Años atrás había sido férreo defensor de la postura oficial del partido y algunos lo tenían como cómplice de los ortodoxos. A mediados de junio de 2004, en unas declaraciones a La Prensa Gráfica, aclaró su postura: “Nunca me ha gustado ubicarme en bandos, pero ya eran demasiadas señales negativas como para continuar en la inercia”. Además lanzó fuertes críticas a la dirección del partido. La catalogó como “mediocre” y “acomodada”.
Hugo comenzó a reunirse con los reformadores. Lo hacían en hoteles y en casas particulares. Ahí conspiraban en secreto. El plan era acabar con la hegemonía partidaria de Schafik Hándal y Salvador Sánchez Cerén, quienes eran considerados dictadores y verdugos, artífices de una potente maquinaria que desprestigiaba a todo el que se atreviera a refutar y desafiar sus órdenes. El método para purgar a los disidentes era sencillo: difamarlos, denigrarlos, boicotearlos. Los acusaban de traidores, desleales y derechistas.
En las reuniones secretas conversaban estas cosas. Celina de Monterrosa advertía que no debían cometer los mismos errores del pasado. Ella había respaldado, pocos años antes, el movimiento renovador de Facundo Guardado, quien también intentó desplazar a Schafik y acabó expulsado del FMLN. Monterrosa apuntaba dos desaciertos: el personalismo de Facundo y su acercamiento con la derecha. Esas dos cosas debían evitarlas para no caer en las trampas de siempre.
Los reformistas elaboraron una serie de análisis y estudios que luego plasmaron en documentos que sirvieron para desarrollar un plan de acción. Hugo Martínez tenía el panorama claro: “No se trata de modificar el ideario, con eso estamos comprometidos. El problema es que se lucha con métodos y estilos de dirección de hace un siglo”. Esas palabras también se las dijo a La Prensa Gráfica.
El otro Martínez
Gerson Martínez sabía moverse. Algunos crían que él y sus seguidores estaban del lado de los rebeldes. Pero había dudas. Era evidente que también mantenía relaciones cercanas con Schafik Hándal y Salvador Sánchez Cerén. Los reformistas estaban informados de eso. Por eso desconfiaban de él.
Hubo quienes creyeron que Gerson era un oportunista que únicamente buscaba su propio beneficio. Su característica era la prudencia. Actuaba de manera sigilosa para ganar adeptos de los dos bandos en guerra. Su estrategia era mantener un discurso de unidad.
En 2001 había hecho algo similar. En ese entonces la batalla era entre moderados y ortodoxos. La primera corriente era liderada por Facundo Guardado y la segunda por Schafik Hándal.
Gerson había negado pertenecer a alguna corriente. Descartaba tener un papel de líder. Pero de pronto surgió una tercera vía que fue conocida como Los Tulipanes. El primero en unirse fue Óscar Ortiz, quien entonces tenía la viñeta de ortodoxo. Luego se integró el magistrado del Tribunal Supremo Electoral (TSE), Julio Hernández. Además se sumaron las diputadas Ileana Rogel y Celina de Monterrosa.
El 25 de agosto de ese año, periodistas de El Diario de Hoy documentaron una reunión de la cúpula en una sala de té de un local conocido como Los Tulipanes. En la mesa principal estaban Gerson Martínez, Héctor Silva, Óscar Ortiz y Julio Hernández. Todos ellos trataron de incidir en las decisiones del partido. Pero no lo lograron. Fracasaron. Eso sí: esa sería la génesis del movimiento que tres años después lideraría Óscar Ortiz.
En 2004, cuando Hugo Martínez y Óscar Ortiz batallaban contra el bando de los ortodoxos, Gerson Martínez era el presidente de la Comisión de Hacienda de la Asamblea Legislativa. Su postura era la misma de tres años atrás. En una entrevista con El Diario de Hoy, al abordar ese tema de reformadores y radicales, lo único que dijo era que detestaba las purgas. Nada más. Su estrategia continuó siendo la cautela.
El eslabón más fuerte
Hugo Martínez y Óscar Ortiz querían presidir el partido. Pero las cosas no eran fáciles. Schafik y Sánchez Cerén ejercían un fuerte liderazgo y también tenían su escuadrón de seguidores. Hay quienes los veían como unos caudillos, como los únicos capaces de derrotar al partido de derecha que por entonces gobernaba el país.
Mientras los reformadores planeaban desplazarlos, los ortodoxos construían un plan para continuar gobernando el partido. El hombre elegido para derrotar y enterrar al movimiento de Hugo Martínez y Óscar Ortiz era Medardo González, quien durante el conflicto armado había sido un reclutador y formador de guerrilleros en las FPL.
Medardo comenzó a ser promovido en la prensa. Sus primeras apariciones fueron tímidas, de pocas palabras. Eran sus compañeros quienes lo empujaban a base de elogios. Sánchez Cerén, por ejemplo, recordó que durante la guerra González fue muy respetado por su capacidad de análisis, de organización y movilización.
“Estoy convencido de que hay que hacer muchas cosas y que voy a poner algún sello personal. Para eso hay que tener identidad propia, optimismo, determinación… Y claramente una postura revolucionaria socialista”. Las palabras anteriores las había dicho Medardo a un periodista de La Prensa Gráfica.
Los reformistas sabían que Medardo era un dirigente histórico, pero tenían pocas opiniones favorables para su persona. Hugo Martínez, quien había sido su subordinado en las FPL, lo definía de la siguiente manera: “Es una persona acostumbrada a obedecer”.
El camino para desbancar a los ortodoxos no era fácil. René Canjura, quien por entonces era un reconocido alcalde efemelenista, llegó a considerar que en el partido había una “Santa Inquisición”. Su conclusión partía de que los ortodoxos tenían el control de casi todos los organismos del FMLN. Una de esas instituciones claves era el Tribunal Electoral, que era manejado por Guillermo Ramirios, esposo de Norma Guevara, una de las dirigentes más fuertes que apoyaba a Schafik Hándal.
¿Cuál era la estrategia de los ortodoxos? Eduardo Sancho, jefe histórico y uno de los primeros proscritos en el FMLN tras la firma de los Acuerdos de Paz, creía que la militancia estaba “idiotizada” con dogmas del pasado. En declaraciones a la prensa aseguró que si Medardo González ganaba la elección interna significaría “el suicidio” del partido.
Lo cierto es que no hubo ningún suicidio. Medardo ganó la elección y mantuvo a los ortodoxos en el poder. Óscar Ortiz, Hugo Martínez y Gerson Martínez se plegaron a la nueva dirección del partido. Muchos de los reformistas se fueron del FMLN, no solo frustrados de no haber podido transformar al partido, sino también decepcionados de sus compañeros que habían terminado arrodillados ante la vieja jefatura de siempre.
Actualmente los tres tienen aspiraciones presidenciales. Gerson Martínez ya renunció al ministerio de Obras Públicas y ha comenzado a promocionar su trabajo. Hugo Martínez tiene un escenario más complicado: la crisis migratoria lo obliga a mantenerse alejado del proselitismo, sabe que entrar en esos terrenos podría acarrearle un repudio generalizado. Óscar Ortiz parece haber sido relegado a un tercer plano por sus relaciones con José Adán Salazar, quien está encarcelado por lavado de dinero y ha sido vinculado por los Estados Unidos al narcotráfico internacional. Su candidatura podría resultar peligrosa para el FMLN y favorable para sus adversarios. Pero Ortiz no se considera un cadáver político. Y ya ha dicho que también dará la batalla.
ESPERE TERCERA ENTREGA: La historia contemporánea del FMLN ha estado marcada por una cadena de purgas. El último expulsado ha sido el alcalde de San Salvador, Nayib Bukele. Pero antes hubo otros desterrados. Los motivos han sido similares. La tercera entrega profundizará esos detalles.