Guadalupe “La China” era la pareja de David Ulises Mejía, alias “El Morro”. Desde hace tres años lo busca. Ella ha preguntado por él en hospitales y morgues, pero desde hace dos años está convencida que ya no vive. Que está enterrado bajo un árbol de pepeto y que sus victimarios fueron sus “familiares” de la pandilla.
“La China” asegura que la última vez que vio a su compañero de vida fue un 23 de julio de 2014. Ese día David Ulises Mejía, quien era el palabrero de una clica de la Mara Salvatrucha (MS-13) de Colón, en La Libertad, salió a las 2:40 de la tarde, junto a otros pandilleros, se subió a un vehículo color rojo. Ese fue el último día que supo de él.
Ella dice que no quiso ser mujer del pandillero. Pero se vio en la obligación de acceder y se convirtió en su “jaina”.
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“La China”, una mujer de aproximadamente 1 metro y 65 centímetros de estatura, es madre de un niño de 11 años, quien era seducido por los pandilleros de las Moritas, de Colón. A su edad ya estaba listo para engrosar de la estructura pandilleril. Pero su madre no lo permitía.
Las Moritas es una zona semirural de Colón. Entre sus calles adoquinadas, de tierra y algunas pavimentadas, se encuentran pequeñas lotificaciones urbanizadas, que entre la mezcla de predios boscosos y habitados hacen la combinación perfecta para que las estructuras de la MS puedan habitar y huir.
En ese sector, quien llevaba la palabra era David Ulises Mejía, alias “El Morro”. “Él tenía un estatus”, dice “La China” con orgullo, aunque después llora.
Un día “El Morro” llegó a la casa de “La China”. Ella se asustó, su hijo también. Le preguntó “qué quería” y el pandillero contestó: “a tu hijo”. Ella le extendió el brazo al niño, acomodándolo a un costado de su cadera y lo apretó. Su señal era clara. No se lo iba a dar. “El Morro” entendió y cambió la plática.
A los dos días la encontró de nuevo. Esta vez “La China” estaba sola. Otra vez le exigió al niño, pero él en verdad tenía otras intenciones.
– No te voy a dar a mi hijo. Entendé
– Tenés otra alternativa.
– Ajá, ¿cuál?
– Me das al niño o te venís conmigo, vos decidís. Si te venís conmigo tu hijo queda tranquilo y nadie lo va a joder.
Tras algunas semanas, “La China” accedió. Ya era la “jaina” de “El Morro”. Pasaron varios días para que “La China” asimilara su nueva relación. “Yo no quería ser la mujer de ese, pero tenía miedo que le hicieran algo a mi hijo”, señala.
La mujer asegura que tenía temor. No dormía tranquila. No vivía bien.
Pasaron pocos días para que “La China” se diera cuenta que “El Morro”, el palabrero de la MS de Las Moritas, no pretendía hacerle daño, al menos físicamente. El pandillero decidía qué golpes se daba, cuánto se pedía de extorsión, quién vivía o quién moría. “Sabía que él era un asesino, pero lo aprendí a querer”.
“Yo siempre quise a un hombre del que dijeran que era trabajador. Pero tenía uno al que la gente le tenía miedo porque dejaba sin comer a varias familias, porque también era asesino”, dice “La China”.
Un día “La China”, quien estaba embarazada y no le quería decir a su pareja por temor a su reacción, le dijo que dejara la pandilla. “El Morro” se asustó y le dijo que eso no se podía.
Los homboys de “El Morro” sabían que algo estaba mal. Su cabecilla se había enamorado de una mujer y estaba “aflojado”.
“Un día lo encontré llorando; me asusté”, cuenta “La China”. La pandilla había activado sus reglas contra uno de sus palabreros. Era “El Morro” o “La China”. Él tenía que decidir quién se entregaba. El punto de entrega era la casa destroyer. Faltaban dos días para la entrega.
“La China” tenía curiosidad. Le preguntó a su compañero de vida.
– ¿Y qué me harán si me agarran?
– Todos se van a reunir y entre todos te van a violar, cuando se aburran te van a matar.
– ¿Y por qué hacen eso?
– Son las reglas de la mara.
– ¿Y vos ya hiciste eso?
– Sí, a todas les hacen eso.
“La China” sabe las reglas, que todas las mujeres de los pandilleros terminan enterradas.
La pareja pensó. No podía decidir. Ese fue el día que “El Morro” se dio cuenta que iba a ser papá, eso lo hizo decidir rápido. “Te cuidás y cuidás al niño. Nunca vayas a creer en nada que te digan los demás homeboys, ellos solo te van a buscar joder. Nunca confiés en ellos”, le dijo. Después de eso ya no tocaron el tema.
Un día antes de la entrega, pasado el mediodía, la pareja comió, con tranquilidad. Esa fue la última vez que compartieron mesa. “El Morro” vestía una camisa blanca, con la manga izquierda color rojo y la derecha azul. Andaba pantalón negro y zapatos blancos. Eran las 2:40 cuando llegaron los homeboys, ese día decidió entregarse “El Morro”. Era el 23 de julio. A la China solo le dijo “te cuidás y acordate lo que te dije”. Esa fue la última vez que lo vieron. Desde ahí ya no saben más del palabrero.
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Ahora ya no es “La China”. Es la hermana Guadalupe; desde que su compañero de vida desapareció se congrega en una iglesia evangélica, donde aparentemente ha encontrado consuelo.
“Un día soñé con ´El Morro´. Lo vi golpeado y sangrando. Ese día me dijo que los homeboys lo habían dejado debajo de un palo de pepeto. Me dijo que no me preocupe, pero que cuide al niño. Yo le dije tu hijo ya casi cumple los dos años”.
Desde ese día Guadalupe dejó de ir a Medicina Legal de Santa Tecla. Ella llegaba casi todas las semanas a preguntar a la morgue y al hospital San Rafael. Esa era su rutina de los martes.
Ahora ya no busca en las morgues y hospitales. Ella se mantiene pendiente de los noticieros y espera a que anuncien los cementerios clandestinos de las pandillas. Ahí es donde, después de dos años, busca los restos de “El Morro”. Solo recuerda los colores de su camisa y pantalón. Los investigadores de la zona ya la conocen y ellos adelantan sus respuestas. Todavía lo busca.
“Yo quiero que mi hijo sepa adonde está enterrado su padre”, dice.
En esta historia, los nombres, alias y direcciones fueron cambiados para proteger la identidad de la mujer.