El jueves 2 de marzo, José Balmore Callejas Callejas mató. Esperó a Roxana Maricela Jiménez, caminó detrás de ella unas tres cuadras, calculó el momento oportuno y le provocó tres lesiones mortales en el cuello. Lo hizo porque no soportó el rechazo a una proposición amorosa. Esa es la principal tesis de la Fiscalía General de la República (FGR).
Pasaban las 8:30 de la mañana, de ese 2 de marzo, cuando Ana llevaba su barril con ruedas al final de la avenida Teotl de Cumbres de Cuscatlán, en el municipio de Antiguo Cuscatlán, La Libertad. Ella sacó su rastrillo y comenzó a rascar la grama. Fue un día más de trabajo, entre jardineros, vigilantes y empleadas domésticas en las residenciales exclusivas que hacen colindar La Cima y Santa Elena.
La primera casa siempre cuesta más de lo habitual. No solo porque cueste que arranquen las ganas, sino por las hebras secas de un pino que se encuentra en una de las casas. Pero Ana barre hasta el último rastro de suciedad.
La mujer se pone un pañuelo en la nuca, para evitar quemarse por el sol y para secar el exceso de sudor. La mañana se hace cada vez más caliente.
Ana, entre cada barrida, hace cuentas en su mente. Ella sabe que falta una empleada que habitualmente camina desde el centro de Antiguo Cuscatlán, donde la deja el microbús de la ruta 44. “A lo mejor pidió permiso para venir tarde”, pensó. Y siguió barriendo.
Ya pasan las 10:30 de la mañana. Ana sigue barriendo. A esa hora, Roxana Maricea sabe que va tarde; camina con paso acelerado, pero sin correr.
A lo lejos Ana ve que camina rápido la que hacía falta. Desde lejos Roxana Maricela levanta la mano, en señal de saludo. Ana le contesta igual. Todo seguía igual, normal.
Arriba de la hilera de residencias está un hombre de un poco más de 50 años, con una camisa negra de botones desteñida y con un pantalón color beige, unas dos tallas más grande del que tendría que utilizar. Se ve ansioso, como quien espera algo o alguien. Es José Balmore Callejas Callejas.
Roxana Maricela, al ver que José Balmore estaba en la esquina lo saludó y aceleró más el paso. No quería hablar con él. Ella creyó que lo había dejado atrás. Pero no. El hombre la seguía a unos cinco metros de distancia. Ella no se había percatado. Balmore sabía que las casas de la zona tienen cámaras de seguridad. Solo la seguía.
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Con paso cada vez más firme, Balmore acortó la distancia. Con la vista fija en Roxana Maricela y su frente sudorosa caminaba, casi corría. Un pie lo flexionada, el otro lo mantenía tieso.
Al final de la zona residencial, Roxana Maricela sacó de la cartera negra que colgaba de su hombro derecho su teléfono celular. Ella bajó el ritmo de sus pasos. En ese momento Balmore la alcanzó. La agarró del hombro y discutieron. Le quitó el teléfono y ella se enojó más. El se le declaró. Ella le respondió con un seco “no”; fue un rechazo sin ninguna posibilidad. Él no soportó, según testigos.
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José Balmore Callejas Callejas era un jardinero callado. De esos que mucha gente no cree que son pendencieros o violentos. No se llevaba mucho con los hombres, pero les sonríe a las mujeres.
Balmore era jardinero pero no andaba machete a la vista. “Era bien raro, el camina como patojo, porque escondía el machete entre el pantalón y la pierna. Lo andaba sin vaina, pero bien afilado”, dice uno de los empleados de seguridad de la residencial en donde trabajó Balmore.
Balmore gustaba de los corvos. Nunca trabajó con cuma. Machetes y navajas eran sus herramientas favoritas, además de una “cebadera” donde andaba unos gramos de abono, para la grama San Agustín que le gustaban a sus patrones.
De la familia de Balmore no se sabe nada. Sus excompañeros jardineros aseguran que él nunca habló de familia. Él es callado y contundente para hablar. “Acá nadie se da a la broma”, dice un vigilante. “Hay reglas y son serias. No pueden haber relaciones entre empleados”, añade.
Pero esa prohibición no era impedimento para que Balmore buscara una relación sentimental del portón de sus patrones para fuera. Ahí pretendía ser un don Juan.
Balmore trabajaba todos los lunes y viernes en la avenida Tonatiú, siempre en Cumbres de Cuscatlán, y un par de días más, o cuando lo llamaban, en la avenida Teotl y en otros jardines solo cuando era requerido. Pero eso a menudo caminaba por la calle Cumbres de Cuscatlán. Ahí miraba a las empleadas domésticas y barrenderas de la alcaldía de Antiguo. Ellas eran las que conocían la sonrisa de Balmore.
Un día, Ana estaba cansada de barrer y se sentó a tomar agua. Balmore la vio:
– Te traje unos churros, querés – le dijo el hombre.
– A todas les ofrecés churros, ya sé – le contestó.
– Tampoco, te los traigo a vos – le contestó Balmore, mientras Ana se disponía a aceptar la bolsa de golosinas. Al ver el gesto, él agregó: ¿a ver cuándo salimos? Podemos ir a dar una vuelta al centro, los dos solos. Ana, que no había agarrado del todo “los churros”, se arrepintió y regresó su mano a la grama en donde estaba apoyada.
– Vos solo andá – le dijo y siguió sus labores. El hombre comenzó a reír.
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Al final de la calle Cumbres de Cuscatlán, hay una zona sin construcciones. Es la finca La Esperanza. Esta son las únicas parcelas que no han sido vendidas en la exclusiva zona. Frente a ellas hay un portón de lámina y un bordo de tierra con un rótulo que dice “se vende barato”. Debajo de ese rótulo Roxana Maricela y Balmore pelearon.
Ante el rechazo de Roxana Maricela, Balmore la agarró del hombro con la mano izquierda; la otra la metió en la bolsa mientras la joven de 21 años le reclamaba. Con su mano en el hombro la llevó al muro de una residencia, a la par del terreno en venta. En un movimiento rápido sacó la navaja y le dio un corte en la garganta.
Roxana Maricela fijó su vista en su atacante, pero se desvaneció, sobre su costado izquierdo. Su mano derecha reposó sobre su cadera. Balmore sacó su corvo y le ocasionó dos heridas más en el cuello.
El agresor escuchó el motor de una motocicleta que venía en dirección de La Cima. Balmore salió corriendo. Saltó el alambre de púas de la finca La Esperanza y corrió entre los cafetales. Buscaba Huizúcar.
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Eran las 10:40 de la mañana cuando Ana se disponía a empujar su barril. En ese momento se asustó. Un motociclista paró frente a ella y le dijo:
– Señora, tenga cuidado, acaban de matar a una mujer allá arriba.
– ¿Andaba con uniforme como este? – le contestó asustada.
– No, andaba blusa verde y pantalón negro.
En ese momento Ana se puso a llorar. “Se siente feo cuando te das cuenta que mataron a la persona que acabás de saludar”, dice Ana llevando su mano sobre su pecho.
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Tardaron 40 minutos para que localizaran al presunto culpable. Lo encontraron elementos del Cuerpo de Agentes Municipales de Antiguo Cuscatlán cuando huía en la finca La Esperanza, a dos kilómetros del cuerpo de quien creía estaba enamorado.
Elementos del Cuerpo de Agentes Municipales de Antiguo Cuscatlán y de la Policía Nacional Civil (PNC) montaron un operativo de búsqueda y lograron capturar al victimario, quien tenía manchas de sangre en sus pantalones.
Los agentes del CAM aseguran cuando localizaron a Balmore, este tiró a un costado del camino un teléfono celular, un corvo y una navaja. El teléfono era de Roxana Maricela, el corvo y la navaja tenían la sangre de la joven.
El Juzgado 1° de Paz de Antiguo Cuscatlán decretó el martes pasado instrucción formal y seis meses de prisión mientras se profundizan las investigaciones contra José Balmore Callejas, quien es acusado por la Fiscalía por feminicidio agravado en contra de Roxana Maricela Jiménez de 21 años de edad.
Según el representante fiscal de la Unidad de Casos Especializados para la Mujer, Callejas habría cometido el asesinato porque la víctima “no atendió sus pretensiones amorosas”. El imputado la acosaba constantemente vía telefónica, confirmaron amigos y parientes cercanos.
La Fiscalía, además, señaló que José Balmore Callejas cuenta con cuatro expedientes abiertos. Estos son sobre acoso sexual, desobediencia en caso de violencia intrafamiliar, tenencia ilegal de arma de fuego y disparo ilegal de arma de fuego.
Balmore sabe de qué lo acusan. Fue seco y claro en su declaración. Sin vueltas dijo en la audiencia:
“Si me meten preso, llévenme ya a un penal. Ahí al menos me van a dar de comer. En la bartolina ni eso dan”.
Desde el 2 de marzo, Balmore guarda prisión en las bartolinas de Cangrejera, en las cercanías del Puerto de La Libertad. Nadie le ha llevado agua, comida ni utensilios de higiene personal. Balmore está solo.