Roberto tiró la mano de su madre y salió corriendo para agarrarse de la malla ciclón, justo donde terminaba el rastro de unas huellas multicolor que en el piso se han ido despintado desde hace muchos meses.
“Esperate, ya va a pasar no te desesperés”, le dice la madre a Roberto. El niño triste regresa a un bloque al cemento en donde estaba sentado. La señora repica “vaya ya viene, apurate”. El niño se tropieza, y vuelve a correr. “¡Hey tigre!”, “¡tigre!”, gtita. El felino se encuentra caminando en lo profundo de un foso.
Es el tigre de bengala del Zoológico Nacional. El animal parece nervioso. Frustrado. En el pasto seco de la jaula hay un surco, en donde camina sin parar. “Ya lleva más de 7 vueltas y sigue caminando”, dice la mamá de Roberto. El tigre camina y camina. Como muchos cuando tienen una pena.
Roberto se despertó muy temprano, en la madrugada, y viajó desde Ahuachapán en la excursión de su colegio Doctor Artero Romero del municipio de Ahuachapán, con la ilusión de ver por primera vez a los animales que conocía solo en libros o en cromos. Pero Roberto está decepcionado. El niño dice que ha visto “más jaulas vacías, que animales”, pero su recorrido empieza.
A la par del tigre, que admira el niño, un olor a lejía es muy fuerte. Incluso para el puma que decidió subir a lo más alto del árbol de teca que le pusieron en la jaula. El felino mantenía su vista al cielo, que después del enrejado relucían las nubes y el color azul del cielo. El binomio que para muchos simboliza: Libertad.
Abajo, un hombre con una camisa café clara, jean y botas de hule; con esfuerzo friega la pila donde toma agua su mascota. Es el cuidador. El olor a lejía cada vez es más fuerte. El hombre le dice al niño: “es manso, pero a los desconocidos se los harta”. Mientras habla no quita su vista de la espuma que hace la pila de cemento. Mientras el felino bosteza y espera a que termine.
Pese a que Roberto sigue viendo ilusionado al tigre que tanto le fascinó, el resto de sus amigos se mantiene en los juegos. A ninguno le interesaron los animales, o los pocos que quedan. Ninguno sabe que hubo un elefante, una pantera y zorros. Las jaulas están solitarias. Una tras otra.
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El Zoológico Nacional fue fundado el 26 de mayo de 1953 durante la presidencia del Teniente Coronel Óscar Osorio. Aunque en su génesis compartía instalaciones conel Museo Nacional, el 23 de diciembre de 1953 fue trasladado a los terrenos de la antigua finca Modelo. En un área de 10 manzanas resguardó en sus inicios con 208 animales de diferentes especies.
Pero no fue sino hasta el 29 de junio de 1955 que el parque zoológico se convirtió en la gran atracción, cuando arribaron desde Hamburgo, Alemania, 17 ejemplares exóticos, entre los que destacaban una elefanta asiática llamada Manyula, que murió el 21 de septiembre de 2010; además de cebras, tigres de bengala, antílopes, camellos, carneros del África y mandriles.
Con el pasar de los años, las especies han venido a menos.
Entre los casos más sonados de las muertes por complicaciones veterinarias en el Zoológico Nacional se encuentran el león Yolú Cova en enero de 2004 que murió a los cinco días de nacido tras consumir alimentos sólidos; el hipopótamo Alfredito en junio de 2004 producto de complicaciones gastrointestinales; la Osa Melosa en noviembre de 2005 tras una serie de infecciones productos de una inyección mal puesta; el Tigre Yambo en diciembre de 2008 por vómitos y diarrea; en agosto 2009 el canguro; la elefanta Manyula en septiembre de 2010 que murió a los 60 años de edad por complicaciones en los riñones y que era la única sobreviviente de los animales traídos Hamburgo. También en esta lista está la cebra Marty que murió en mayo de 2014 por un paro cardiorespiratorio ocasionado por un cólico.
El caso más reciente y polémico es el del hipopótamo Gustavito, que murió en febrero de 2017. Las causas de su muerte aun se investigan, ya que ha generado una fuerte polémica por las diversas versiones sobre la salud del hipopótamo. Inicialmente, autoridades de Secultura aseguraron que un grupo de delincuentes ingresó al recinto de “Gustavito” y lo dieron una golpiza.
Según las autoridades de Secultura, los atacantes usaron incluso picahielos para herir al mamífero; sin embargo, esa versión fue desmentida por la Fiscalía General de la República luego que la necropsia revelada que el hipopótamo murió por una hemorragia pulmonar.
Estas se suman a la cifra negra que pocos conocen de los muertes de los especímenes que habitan el Zoológico Nacional que arrojan que en el año de 2013 se registraron 36 decesos, entre los que incluyen 13 reptiles, 20 aves y 9 mamíferos; en 2014 el zoo reporta 60 muertes entre 27 reptiles, 16 mamíferos y 17 aves; y en 2015 se confirmaron 34 muertes, entre estas 11 mamíferos, 11 reptiles y 12 aves.
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Desde hace algunos años, don Alfredo ha sido destacado para brindar seguridad en el zoológico Nacional. Él asegura que conoce a cada animal.
Alfredo es un hombre viejo, quien sobre sus hombros cuelga una escopeta calibre 12. Aunque en su cintura no existe munición, porque asegura que en esa zona no hay necesidad de “usarla” El seguridad dice que cuenta con los perdigones suficientes para “joder” a cualquiera que llegue a molestar a los animales del parque.
“Acá se ve de todo”, confirma el vigilante mientras peina con su mano el espeso bigote sobre su boca. “Viera que viene gente a joder a los animales”, lamenta. Alfredo hace memoria y recuerda con enojo a un hombre que visitó el zoológico con su hijo. “El desgraciado le decía al niño: querés ver que el león reaccione, y le comenzó a tirar palos y piedras. El león solo lo miraba. Él creía que el animal iba a correr o a gruñir”, dice.
Con su experiencia, Alfredo dice que “a Gustavito no lo mataron. Esa es mentira”, dice mientras arregla su escopeta y habla sin reparar en las palabras que dice. “Yo estuve el día que dicen que fue el ataque y acá no se escuchó nada”, continúa y de forma clara y contundente agrega que “el animal estuvo enfermo desde hace meses”.
Además, asegura que “solo un pendejo entra y piensa que va a joder a un animal de esos con un picahielos o un corvo. Gustavo se lo hubiera hartado. Estos creen que uno es tonto. Esa fue pura negligencia. Él tenía días de estar enfermo”, concluye.
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“Gustavito” era el hipopótamo que reemplazó a “Alfredito”. “Gustavito” llegó al Zoológico Nacional procedente del auto Safarí Chapín el 1 de octubre del año 2004. Esta fue una compra realizada durante la gestión del director Mario Guevara, cuando el presidente de CONCULTURA era Federico Hernández.
De acuerdo con la periodista Lorena Baires y medios de comunicación guatemaltecos, “Gustavito” nació en Guatemala. Era la tercera generación de hipopótamos que nacieron en Auto Safari Chapín, en Escuintla. Sus abuelos y padres aún viven en el parque recreacional.
“El hipopótamo fue separado de su familia cuando era aún pequeño”, según relata la periodista Lorena Baires. Tenía dos años de edad al llegar al país.
El hipopótamo murió el pasado domingo en horas de la noche. En un primer momento, las autoridades del Zoológico y de la Secretaría de Cultura (Secultura) aseguraron que un grupo de desconocidos ingresaron a las instalaciones para atacar al mamífero con objetos cortopunzantes y contundentes.
Asimismo, manifestó que Vladlen Henríquez, director del Zoológico Nacional, destacó que el hipopótamo se estresaba y que esto le causó una parálisis en sus intestinos.
La Fiscalía General de la República (FGR) refutó la declaración de Secultura y afirmó el miércoles pasado que el hipopótamo “Gustavito” murió por hemorragia pulmonar aguda y no por las lesiones causadas con objetos contundentes por una golpiza.
“La necropsia indica que el animal murió por hemorragia pulmonar y no se ha encontrado lesiones con picahielos u objetos contundentes. Debo destacar que un hipopótamo tiene un grosor en su piel de 2.5 centímetros y es difícil que ingrese un picahielo”, explicó el funcionario en conferencia de prensa.
La investigación fiscal, además señala que va dirigida en dos vías: el ataque armado, como lo indicó la Secretaría de Cultura, o negligencia en cuanto al cuido del mamífero, daño intencional o directo.
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Roberto desistió de continuar su recorrido por el zoológico y prefirió unirse a sus amigos en los juegos. La vida en el parque continúa. Las carretillas con zacate, fruta y algunos vegetales, que más parecen las sobras de una ensalada de los comedores cercanos por sus lechugas marchitas, tomates mallugados y berros negros, son llevadas a media mañana a las jaulas.
Esta vez las ratas no salen. No es la hora del concentrado. “Las frutas no les gustan”, dice una trabajadora.
Entre las rejas con óxido y algunos rótulos pálidos del sol, que han dejado describir a quienes resguardan o resguardaron, algunos ejemplares cuentan sus días. Su exposición es más parecida a la de espectros que se niegan a abandonar a sus carceleros.
El recorrido puede durar horas o minutos. Todo depende de la tolerancia del visitante.