Hace 14 años, José Giovanni Elías conoció a Julia Mendoza −la mujer conocida como “La Bruja de La Zarcera” que mató a su hija e hirió a sus otros dos hijos− cuando él trabajaba como empleado de un car wash en el municipio de San Marcos y ella en un restaurante de comida rápida. Después de un año de relación, decidieron vivir juntos.
Elías recuerda que su compañera de vida era normal: no tenía ningún comportamiento extraño o que padeciera algún trastorno bipolar. Fue así como la pareja tuvo a su primer hijo, Marco; luego, vino al mundo Rosa y por último, Juli.
Al parecer, el matrimonio era normal, entre la rutina del trabajo y los quehaceres hogareños en el cantón de La Zarcera, municipio de San Luis La Herradura, departamento de La Paz. No obstante, la conducta de la mujer comenzó a cambiar drásticamente, cuando empezó a practicar brujería en su vivienda.
“Hace dos años, ella cambió mucho. Ella pasaba llorando. Yo le decía que saliéramos a comer o que la llevaría a una clínica, si se sentía mal. Pero ella se negaba y decía que estaba bien y que no quería salir de la casa. Ella le decía a los niños que los vecinos eran malos y que debían permanecer encerrados”, recordó.
Elías está seguro que la iniciación a la brujería de su esposa empezó por medio de su cuñada, Sandra Mendoza, y otro brujo conocido en el municipio como Andrés Canecho. Al principio, José no le tomaba importancia, ya que llegaba muy cansado de trabajar en diferentes rubros: pesca, agricultura, venta, entre otros. Pero pronto se percató que la brujería se convirtió en una obsesión para Julia, ya que pasaba día y noche haciendo rituales.
“Hablé con ella y le dije que yo quería seguir una vida sin velas, lociones ni rituales. Yo creo más en Dios que en esas cosas. Dos días antes, yo acepté a Cristo y ella también. Por eso se realizó la quema de sus artículos de brujería”, indicó.
Hasta ese momento, Elías, un hombre de aproxidamente 1.70 de estatura, de complexión delgada y de semblante tranquilo, nunca se imaginó que su vida cambiaría junto a la de sus hijos en cuestión de horas, después de esa quema de altares de brujería.
El 18 de noviembre, Elías se levantó a las tres de la madrugada para encender la leña para la cocina, cuando escuchó los gritos de sus hijos. En un arranque de furia, Julia Mendoza tomó un machete y mató a su hija Rosa, de seis años, y causó lesiones a sus otros dos hijos, Marco y Juli.
Los vecinos ayudaron a que los niños fueran rescatados de los ataques de su madre. Después de observar el crimen, la mujer intentó suicidarse ocasionándose varias heridas en la cabeza.
Después de la tragedia, las víctimas salieron de esa casa para no volver nunca más. El lugar quedó desordenado y desolado. Afuera, una camisa que perteneció tal vez a Rosa y las hojas de un silabario permanecen regados junto a un manojo de leña y un barril, que probablemente funcionaba como cocina en el hogar.
La ventana trasera de la vivienda quedó abierta para que los visitantes observen lo que sucedió en aquel fatídico día. Adentro, los colchones se encuentran desordenados y llenos de sangre, la ropa tirada por toda la casa junto a un armario de plástico.
José aseguró que quemará las pertenencias que quedaron en esa casa, ya que muchas están llenas de sangre y evoca malos recuerdos para él y para sus dos niños.“La tragedia ya pasó. Ahora debo seguir adelante y luchar por mis dos hijos”, manifestó, mientras Juli se aferraba a su padre para dormir la siesta de la tarde.
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Ha pasado una semana en La Zarcera. Las mujeres lavan sus ropas mientras sus esposos están trabajando en el campo o en la ciudad. En una vivienda cercana al homicidio, los niños que sobrevivieron al ataque de su madre juegan en el corredor y el patio de tierra.
Ellos se están recuperando de su salud. A Marco, de diez años, se le observa una cicatriz en el cuello y a Juli, de tres años, una cortadura de aproximadamente 10 centímetros en su mentón.
Los dos pequeños viven en la casa de sus abuelos. Con ellos, también viven sus tíos y primos. El viernes 25 de noviembre, Marco estaba contento porque sus vecinos le habían regalado varios juguetes. El niño no fue a la escuela este año porque su madre le prohibió relacionarse con otros niños.
“Ella no me dejaba jugar en el patio. Solo pasaba encerrado en la casa. Cuando papá llegaba, podía jugar un rato con mis hermanas aunque él llegaba en la noche”, comentó.
Ahora se siente un poco tranquilo porque sus abuelos, tíos y primos le dejan jugar todo el día, aunque sabe que tarde o temprano deberá asistir a primer grado en el centro escolar más cercano.
En cambio, Juli juega tranquilamente con su muñeca. A pesar de su edad, ella juega en silencio, sin hacer ningún ruido y sin interactuar con otros niños. Tal vez sea por la influencia de su madre.
“La verdad que yo no me esperaba que ella hiciera lo que hizo. No parecía que fuera capaz de matar a su hija. Recuerdo que cuando iba a verlos, los niños pasaban cohibidos”, expresó Eduardo Elías, abuelo de los niños.
La abuela comentó que a veces Juli se levanta de su silla o de su hamaca para buscar algo o alguien o se duerme junto a su hermano. Para ayudar a borrar las secuelas del ataque de Mendoza, la familia Elías cuida a los niños con esmero.
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Rafael Elías, tío del padre de José, no olvida esa madrugada que saltó de su cama para rescatar a sus sobrinos que gritaban por ayuda a las tres de la mañana.
“Yo me metí en la casa para sacar a los otros dos niños. Incluso, mi hijo y un sobrino me ayudaron a sacarlos. La mujer tenía una fuerza descomunal. Me decía que me moriría junto a ella en la casa”, aseguró.
Rafael utilizó pequeños costales de maíz que se encontraban en la casa para protegerse de los ataques de la encolerizada mujer. “La gente creerá que estamos en shock pero yo recuerdo que cuando estaba tratando de controlarla, la puerta de la casa se cerró de portazo, como si alguien estuviera detrás de mí, y le gritaba a mi hijo para que abriera la puerta”, relató.
Incluso, Elías manifestó que al momento de abrir la casa para desgranar el maíz, vieron una persona sentada en el interior de la vivienda. “Al momento de hacer el desgrane, mi sobrino me dijo que no lo dejara solo. La verdad que todos los vecinos necesitan ayuda psicológica”, indicó.
Después del acontecimiento, los vecinos que viven alrededor de la vivienda temen salir de noche o incluso pasar cerca de la casa y buscan vías alternas. “Nadie nos ha apoyado con psicólogos. Ni la alcaldía, ni la policía ni la unidad de Salud. Pero ni la Iglesia Católica se ha hecho presente. Debería venir alguien a la comunidad para que platiquen con los habitantes y les indiquen que ya pasó la tragedia y debemos seguir adelante”, manifestó.
También aseguró que se hacen gestiones para que José Elías y sus dos hijos reciban atención psicológica.