En El Salvador, ver morir a otra persona es fácil. Basta con salir a la calle, caminar de forma cotidiana, ir hacia el trabajo o detenerse en una parada de buses. En un país tan pequeño donde todos los meses hay más muertos que días, encontrarse con la muerte parecería una cuestión de suerte.
San Salvador es uno de los departamentos donde más se mata. Y para muestra un botón: la tasa de homicidios con que cerró el año pasado fue la más alta de los 14 departamentos. Aquí quedaron el 32 por ciento de los 6,665 muertos del año y se albergó, desde entonces, a cuatro de los diez municipios más violentos del país.
Los que presencian la muerte lo hacen en diferentes circunstancias. Algunos la ven por error. Por estar en el lugar equivocado a la hora equivocada, viendo algo que nunca quisieron ver. A lo mejor iban pasando, saliendo de su casa y se encontraron con la muerte. No la de ellos sino la de otros. Pero quedaron marcados para siempre.
Otros la ven porque quisieron, y no solo vieron sino que también participaron de la muerte del otro. Esos, muchas veces, son parte de los mismos criminales que planearon y ejecutaron la matanza y que luego se arrepintieron o vieron la posibilidad que les ofrece la ley de quitarse unos cuantos años encima si traicionan a su pandilla. Esos son los más miserables de los traidores.
Otros, incluso, ven porque estaban enfrente o a la par del que mataron. Vieron porque a ellos también les zumbaron las balas, porque se escaparon de la muerte, porque no los alcanzaron a matar.
De los primeros es, por ejemplo, Jacinto. Jacinto es el nombre que el Estado le ha puesto a un hombre que iba pasando por la calle principal del cantón Quezalpa Uno del municipio de Panchimalco cuando mataron a Gerson.
La muerte del panadero de Panchimalco
Si uno es, por ejemplo, un trabajador común, estudiante, profesor o un médico que quiere llegar temprano desde el cantón Quezalapa, en Panchimalco, hasta San Salvador, tiene que caminar un tramo de calle hasta la parada de buses donde va a abordar uno que lo lleva directo al centro de la capital. Pues por ahí, por esa calle principal de Quezalapa venía caminando Jacinto cuando se encontró con la muerte. No la de él. La muerte de otro. Una muerte de la que él fue testigo y que quiso contar.
Una noche antes, Jacinto se había quedado a dormir donde unos familiares que viven en el caserío Melara, de ese cantón, pues necesitaba salir temprano a trabajar. Jacinto en realidad no se llama Jacinto, sino que ese es el nombre que el Estado salvadoreño asignó cuando decidió convertirse en testigo bajo régimen de protección del sistema de justicia.
Cerca de las 5:30 de la mañana, Jacinto avanzaba tranquilamente sobre el sector conocido como “El Amate”, cuando de pronto escuchó unos ruidos extraños y levantó la mirada. Más adelante, a la orilla de la calle, vio que cuatro sujetos acorralaban a un panadero que apenas iniciaba su jornada con su bicicleta y su canasta con pan.
Asustado, Jacinto se deslizó sigiloso hasta un predio baldío a la orilla de la calle donde no la luz del amanercer no le daba tanto, y se escondió. Desde allí lo vio todo. El que estaba a punto de morir también era un conocido suyo a quien solo alcanzó a nombrar como “Gerson Tecolotillo”.
Jacinto también reconoció a los otros cuatro. El Chuky, El Forastero, El Chumacera y El Charra son los alias de los cuatro pandilleros de la Mara Salvatrucha que asechaban al panadero y le anunciaban su muerte blandiendo los corvos que portaban en sus manos cada uno. El Chuky, además, tenía una pistola puesta sobre la cabeza de su víctima.
Al cabo de un rato, y luego de hacerle la sentencia final, El Chuky jaló el gatillo. Pero, contrario a lo esperado, la bala no salió. Jaló el gatillo una vez más. Nada. Una tercera vez. Tampoco. Furioso por el imprevisto, El Chuky decidió usar la segunda opción y le descargó el primer machetazo al panadero.
Uno a uno los pandilleros se fueron encimando sobre Gerson hasta darle muerte. Uno a uno le iban dando machetazos con furia. En la cara, en el pecho, en los brazos, en las piernas, hasta verlo morir. Jacinto también lo vio. Lo vio en unas circunstancias que solo pudo describir con una palabra: “aterrorizado”.
Luego de darle muerte al panadero, los cuatro pandilleros se descolgaron por las veredas que van a dar al Río Papaturro y ya nadie más los vio volver. El testigo de la muerte buscó cómo salirse de las sombras y no dio aviso a la policía de lo que había visto porque tuvo miedo. Fue hasta más tarde, cuando capturaron a los pandilleros, que se atrevió a contar.
Caso # 3
Hay otros testigos de la muerte que no vieron los hechos de lejos sino que participaron – unos más que otros – directamente. Este es el caso de Sergio, otro testigo protegido con nombre clave. Este goza, además del régimen de protección de víctimas y testigos, del Criterio de Oportunidad.
El caso que vio y relató Sergio a las autoridades nombrado en el expediente como “Caso #3” y trata sobre cómo perdió la vida César Arnoldo Navarro Quintanilla a manos de un grupo de pandilleros de la Mara Salvatrucha entre los que estaba Sergio.
Según narró el testigo, eran cerca de la 5:00 de la tarde de un día del año 2010 cuando él junto a dos pandilleros más se encaminaron hacia la canchita del centro urbano del municipio de San Martín.
Los pandilleros estaban reunidos en una casa en lo alto de una loma desde donde se veía la cancha. Luego bajaron armados El Poison, El Bambucha, El Grillo y otros colaboradores de la Mara Salvatrucha que residían en la zona. El primero llevaba una 9 milímetros marca Taurus y El Grillo una Makarov.
Al llegar a la cancha observaron a un grupo de cinco o seis sujetos jugando basket ball y unos agentes policiales cuidando, por lo que Sergio junto a dos más se quedaron a que los agentes entraran a la delegación que está cerca del lugar.
El Poison se acercó a la víctima a menos de un metro y le dejó ir tres plomazos en la espalda a menos de un metro y luego cayó como boca arriba. En ese momento también le disparó El Grillo otras dos o tres veces con el hombre ya de frente.
El testigo, según quiso relatar, se quedó de poste a unos cinco metros, en la esquina de la cancha, observando que no viniera la policía. Ratos viendo hacia la cancha, ratos hacia el puesto policial.
Los que estaban cerca corrieron desesperados, algunos se tiraron al suelo. Serio solo oyó que gritaban “no”. Los agentes salieron al oír los disparos.
El Poison, el Grillo y Sergio huyeron a un costado de la cancha a salir de la entrada de la comunidad Santa Teresita.
Sergio dice que recuerda a la víctima como un joven de unos 25 o 27 años, alto, moreno, vestía camisa manga larga de portero de fútbol. No recuerda qué zapatos andaba, no sabía cómo se llamaba, no sabía cómo le decían. Nada. Solo sabe que lo mataron porque, por información de El Bambucha, supieron que pertenecía a la pandilla 18, ya que el centro urbano es límite con la pandilla contraria.
Caso #11
Otra historia de un traidor de la pandilla que existe entre los miles de casos que acumula el centro judicial Isidro Menéndez es la que relató el testigo clave Victoria. Este hecho se titula “Caso #11” entre los muchos que cometieron los pandilleros de la MS de San Martín.
En este caso son dos los muertos. El primero se llamaba Mario Eriberto Hernández, un pandillero de la 18 a quien conocían en la zona como “El Caja”. En este asesinato participaron tres pandilleros de la Mara Salvatrucha identificados como El Mafioso, El Gato de Guazapa y El Despiadado.
Según relató el testigo, la muerte de esos sujetos se ordenó desde el penal de Chalatenango por el palabrero de la MS alias Mafioso.
Días antes, una jaina que conoce como Estela que cooperaba con la mara, quien vendía en el mercado municipal de San Martín, había ubicado a El Caja, que tenía poco tiempo de haber salido del penal.
El Mafioso le ordenó al testigo que se fuera con El Gato de Guazapa y El Despiadado, al primero le entregó el arma que portaba en ese momento. Era una nueve marca Taurus. A El Gato le entregó una 38 mm y al Despiadado la Makarov.
Abordaron una coster a eso de la 1:00 de la tarde. En el camino se realizaron las llamadas del imputado con El Mafioso y la jaina conocida como Estela. Esta dio las características, cómo andaba vestido y dónde estaba ubicado.
Dijo que estaba frente al puesto de CD´s a mano derecha del mercado, como buscando el parque. Pasaron por la cruz calle y observaron que el sujeto ahí estaba. También había otro que la jaina había dicho que era pandillero. El Mafioso ordenó que también lo mataran.
Cuando llegaron a San Martín, estacionaron la coster como a unos ocho metros de donde esteba la víctima. El Gato se acercó y le disparó en la cabeza a El Caja unas tres veces con la 9. El otro se quiso correr a la Lee Shoes, pero El Gato le disparó por la espalda.
El Despiadado terminó de rematar a El Caja con la 38 y la Makarov.
El testigo, según contó, se quedó de poste en el microbús. Solo viendo cómo El Caja se moría en el suelo.