Una imagen de Jesucristo con una palma de ramos en la mano es cargada sobre los hombros de cuatro hombres por una calle empinada, en las periferias de la colonia Guadalupe, en el municipio de Soyapango. Un puñado de personas camina en procesión detrás de la imagen, recorriendo las calles que dividen los territorios de la Mara Salvatrucha y el Barrio 18.
A ambos lados de la calle empinada hay pasajes. Una anciana se apresura a tirar agua sobre la canaleta que pasa frente a su casa, en un intento por lavar la suciedad acumulada, antes de que pase el santo. En la pared de la casa alguien ha dibujado unas letras. Son la eme y la ese que simboliza que es territorio controlado por la pandilla. Al ver la figura de Jesús a cuestas, la anciana se mete a su casa y cierra rápidamente su portón.
Casi llegando a la cima de la calle, dos jóvenes se apostan sigilosos, observando a la muchedumbre desde una cervecería. Cerca de ellos, en la entrada a otro pasaje de la calle que conduce hasta la iglesia de la colonia se pueden ver más grafitis de la MS. La calle termina en un redondel con una placita está adornada por un árbol, donde una patrulla de la policía con dos agentes, espera la procesión.
Los fieles avanzan hasta llegar a la iglesia, y sin dejar de cantar los cánticos y alabanzas, se encierran para poder dar inicio a la celebración de la misa de Domingo de Ramos. Este día inician las celebraciones de la Semana Santa y aquí, en uno de los municipios más violentos del mundo, también lo celebran. Pero con algunas diferencias.
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La oficina del párroco de la iglesia Nuestra Señora de la Paz es pequeña. Sentado en una silla detrás de su escritorio, observa unas cuantas hojas de papel. Al fondo, dos estampas, una del papa Francisco y otra de Juan Pablo II, vigilan la entrada.
Después de misa de domingo, el padre acostumbra hacer un tiempo en su agenda para escuchar a varios de sus feligreses que se acercan a confesión. Sin embargo, este Domingo de Ramos es él quien agacha la cabeza y confiesa algo: el miedo ha llegado a la iglesia. Pero no el miedo al demonio ni a cometer algún pecado en cuaresma, sino el miedo a las pandillas que se disputan a muerte cada cuadra de este lugar.
Vestido con un grueso habito franciscano color café, el padre admite que en el último año las pandillas han ido ganando terreno en la comunidad a costa de plomo. También admite que dentro de la zona que su iglesia custodia,por midedo se han tenido que modificar los recorridos de las procesiones de la Semana Santa.
“Los fieles están temerosos”, dice el religioso. Y no es por nada. Soyapango ha sido catalogado en los últimos años entre los primeros tres municipios más violentos de El Salvador, que de por sí es ya el más violento del mundo. Basado en las estadísticas de homicidios del Instituto de Medicina Legal, y en los testimonios de los lugareños, en este municipio la muerte espera a cada esquina.
La parroquia del padre franciscano queda entre la colonia Guadalupe y el Reparto Guadalupe, dos comunidades asediadas por la MS. Más arriba, después de la iglesia y después de la calle Xochimilco, está el Reparto Los Santos, donde quien controla es el Barrio 18.
A la parroquia asisten habitantes de la colonia Guadalupe, Reparto Guadalupe, la Urbanización Bosques de Prusia, el Reparto Los Santos 1, la colonia Los Conacastes, la Urbanización La Coruña y el Reparto San Fernando.
Un bloque de pasajes, ubicados entre la calle Veracruz y la calle San Pablo, dentro de una zona dominada por la 18, separa a la comunidad de Repartos Guadalupe de la Urbanización Bosques de Prusia, un territorio controlado por la MS. Por ese laberinto de calles y pasajes, la Iglesia de del sacerdote franciscano decidió ya no cruzarla.
En Soyapango, como en muchos otros municipios controlados por pandillas, los habitantes cruzan a diario fronteras invisibles donde lo que se juega es la vida. Aquí una calle puede significar la vida o la muerte. Los territorios disputados entre la MS y el Barrio 18 son tan celados por los pandilleros que quien cruce de un lado a otro debe saber dónde pisa o muere.
Los pandilleros que custodian las esquinas, también llamados “postes”, son quienes se encargan de vigilar quién cruza y quién no. También los hay a quienes les llaman “gatilleros”, que son los que escupen plomo para poner raya a los “extranjeros”.
Por eso los feligreses tienen miedo. Porque, en la lógica pandilleril, un “enemigo” puede ir colado entre las gentes que avanzan en la procesión con intención de atacarlos. Por eso no dejan pasar a nadie.
“El Santo Entierro ha tenido que modificar su recorrido. Años atrás llegábamos hasta el Reparto Los Santos. Pero este año no. Hoy solo vamos a llegar hasta el límite de la urbanización Bosques de Prusia, en la periferia del territorio de la 18”, dice el párroco con un tono como de quien da misa.
Los jóvenes de la parroquia son quienes más corren peligro. Por el rango de edad en que oscilan los pandilleros, entre 16 a 35 años, las pandillas han adoptado la modalidad de “vigilancia” con todo el que tenga esa edad y pase por su territorio.
Aquí nadie se puede perder. El que entra a un territorio dominado por cualquiera de las dos estructuras criminales debe llevar un destino concreto y se debe identificar con su DUI ante los pandilleros.
Pero no solo las procesiones se han visto afectadas por la violencia en estos lugares. También los horarios de las reuniones de grupos católicos carismáticos se han modificado. Estas se realizan cada semana frente a la iglesia, en la escuela Reino de Dinamarca. El propósito de haber cambiado los horarios, según explica el párroco, es simple: que no los maten.
Un puñado de peticiones de la boca de los parroquianos ha llegado a los oídos del párroco. La solicitud es simple pero preocupante: quieren que se cambien los horarios de las misas. Los argumentos también parecen ser sencillos: aquí ya nadie puede andar tranquilo después de la ocho de la noche en las calles de la colonia Guadalupe.
Los lugareños temen por sus vidas. Muchos no se atreven a cruzar por los pasajes o por la calle principal para llegar a la iglesia. El miedo se ha implantado en los pobladores de la colonia Guadalupe. Y no es para menos. En los últimos meses los asesinatos en la zona se han vuelto casi tan frecuentes como las misas.
Por eso hay quienes han preferido ya no llegar a la iglesia o congregarse en otra donde no tenga que cruzar fronteras. “Desde que aquí se ha vuelto más inseguro, la gente que viene a misa se ha reducido un quince por ciento”, calcula el padre.
Sin embargo, el padre sostiene que no están solos. Además de sus oraciones, un grupo de policías fuertemente armados los acompañan en las actividades de noche y les dan seguridad. Por eso la iglesia le ha enviado a la Policía Nacional Civil (PNC) un mapa de la ruta a seguir en todas sus actividades en esta semana santa.
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Un policía viene caminando desde el fondo del pasillo de la delegación de Soyapango-Ilopango. En sus manos trae dos hojas de papel tamaño oficio. Se acerca hasta donde estoy sentado y me extiende la mano con los papeles en un tono poco amable.
“Ahí está la programación y los croquis de cada actividad que va a desarrollar en cada iglesia de Soyapango”, dice, refunfuñando.
En este municipio la policía trabaja de la mano con la iglesia. Para cubrir las procesiones de Semana Santa, por ejemplo, el agente explica que reciben apoyo de las sub-delegaciones más cercanas con cuatro elementos que dan seguridad a los religiosos. “Dos al final de la procesión y dos al frente. Depende también del personal disponible”, resume.
Aunque no hay un plan policial específico para las actividades religiosas, dice el policía, aquí se despliegan elementos tan armados como la ocasión lo demande en cada lugar. Y tambiéndepende de cómo estén de armados los pandilleros del lugar.
Para la policía, oír disparos en Soyapango es “el pan de cada día”. Aquí todos los días se mata. Solo en los últimos días de marzo, la congregación de la Parroquia Nuestra Señora de la Paz ha denunciado más ataques de lo común. Según datos brindados por delegación de Soyapango-Ilopango, en estos últimos días en la zona de iglesia se han muerto cuatro hombres, y otros tres se salvaron, quizá de puro milagro, de las balas de los pandilleros.
Pero en Soyapango no solo se mata. En la jurisdicción de Parroquia Nuestra Señora de la Paz la policía también reporta robos, hurtos y se amenazas en contra de las población.
El fenómeno de las pandillas se ha enraizado tanto en la sociedad salvadoreña que ha modificado hasta los actos cotidianos. Desde cómo y a qué hora ir a comprar a una tienda de la esquina hasta a qué iglesia ir y por qué calles caminar, y este municipio es un ejemplo claro.
Luego de que se posicionara durante varios meses como uno de los municipios con más homicidios del país, el Gobierno lo incluyó en la lista de los lugares que recibirán “medidas extraordinarias”. Estas medidas, según las autoridades, podrían implicar condiciones parecidas a un estado de sitio.
Mientras tanto, la población en general sigue cruzando a diario fronteras que los libran o los llevan a la muerte. Fronteras invisibles que de una u otra manera todos conocen y que cada vez más se hacen más evidentes.