Minutos antes de que lo mataran, el soldado del Comando de Fuerzas Especiales de El Salvador, Carlos Enrique Ramos, salió de su casa para bañarse en un tanque, loma arriba, antes de que saliera el sol. Carlos había salido de licencia y pasaría ese día ayudándole a su padre en las tareas agrícolas, como lo había acostumbrado durante años. En la casa quedaban dormidos don Santos Ramos, su padre; José Adrián Ramos, su hermano; y su primo Santos Alberto Ramos, de apenas 17 años. También estaban su madre y una hermana.
Ramos tenía dos años de estar de servicio como elemento del CFE con el batallón de paracaidista de la Fuerza Armada. Su corta edad no evitó que Ramos perteneciera “a la crema y nata” del cuerpo de seguridad más importante del Estado salvadoreño. Además, él participaba en patrullajes a nivel nacional contra el accionar de pandillas.
Aunque a sus 19 años de edad, Carlos iba iniciando en este Comando, pero el solo hecho de pertenecer al mismo hablaba mucho de su valentía y disciplina. Ser un miembro del Comando, según cuentan los mismos soldados, es pertenecer a “la crema y nata” de la Fuerza Armada.
La casa del padre de Ramos es un terreno donde se forma un complejo de tres casas que son utilizadas por varios de sus familiares. Esa mañana del nueve de marzo, Ramos gozaba de su día de licencia. Alrededor de la seis de la mañana se dirigía a bañarse en un tanque de agua que está ubicado cerca de la casa lujosa de los patrones, la familia d´Aubuisson, a quien le cuidan el terreno desde hace años. Vio a un hombre merodear en la zona.
Inquieto, Carlos se volvió a vestir y regresó a su casa para informarle a su padre. Don Santos reunió a los hombres de la casa en la pequeña salita y acordaron salir a buscar al bandido que, posiblemente, se quería meter a robar a la casa de los patrones. Sin embargo, existía también la posibilidad que fueran pandilleros, pues en la zona hay presencia de la Mara Salvatrucha (MS-13).
Juntos salieron los cuatro, caminando loma arriba, a unos cuantos metros de su casa, para dar con la sombra que merodeaba la casa de ladrillo pintado y techo de fibrocemento, y una virgen de Guadalupe en alto relieve que adorna la pared. Las mujeres se encerraron en su casa y echaron llave a la puerta.
La búsqueda se extendió por más de dos horas, y cuando a la madre de Carlos le pareció demasiado extraño que no volvieran ni llamaran, decidió salir a buscarlos. Los encontró. Pero muertos.
Los cuatro hombres cayeron en la emboscada que un grupo de pandilleros del Barrio 18 – que habían bajado hasta el lugar donde opera la MS – les tendió. Estos habían llegado a la zona y, con el señuelo del ladón que merodeaba la casa de los patrones, hicieron que se alejaran de la casa para luego salirles al paso y, a punta de pistola, amarrarlos de las manos y pies y matarlos.
Según las investigaciones preliminares, cinco sujetos más los esperaban detrás del que sirvió como señuelo. Los encañonaron, los maniataron con cintas de zapatos y los llevaron monte adentro, al cafetal, y los sacaron del camino principal hacia una vereda escabrosa.
Separados por poco más de un metro de distancia, los pandilleros hincaron a los cuatro hombres y les amarraron también los pies antes de ejecutaron con un disparo en la nuca a cada uno, para luego mutilarlos con un machete.
Allí quedaron tirados los cuatro cuerpos hasta que un familiar los encontró y fue a dar la noticia que se hizo pública hasta cerca del mediodía.
Este hecho, sin embargo, no es un hecho aislado. Desde noviembre del año 2009, cuando el entonces presidente de la República Mauricio Funes Cartagena autorizó que efectivos militares realizaran tareas de seguridad pública junto a los elementos de la Policía Nacional Civil (PNC), estos también se han vuelto blanco de las pandillas.
De acuerdo con estadísticas de la Policía, luego de la ruptura de la Tregua entre pandillas que bajó los índices de homicidios en El Salvador durante aproximadamente 15 meses, el número de ataques a policías y militares casi desapareció, mientras que el número de pandilleros muertos en enfrentamientos también disminuyó.
Las cifras de la Unidad Central de Análisis y Tratamiento de la Información de la PNC, revelan que desde el año 2008 al 2012, el número de pandilleros muertos en enfrentamientos con policías nunca había pasado la línea de los 20; sin embargo, para finales de 2013 la cifra subió a 27 y para el 2014 llegó a 90.
Asimismo, luego de la ruptura de la Tregua, a mediados del año 2013, el número de ataques a policías y soldados incrementó, paralelo al número de pandilleros muertos en supuestos enfrentamientos con las autoridades, al punto de que entre los años 2013 y 2014, la cifra de pandilleros y policías muertos en enfrentamientos se multiplicó por tres.
De igual manera, entre los años 2013 y 2014, el número de policías muertos a manos de pandilleros pasó de 14 a 39 en un año, algo que las autoridades atribuyeron en su momento a una “respuesta de las pandillas ante el accionar policial”.
Solo en 2015 murieron 63 policías en diferentes ataques provenientes de pandillas, y al igual, fueron asesinados 23 soldados, entre ellos dos que fueron asesinados el mismo día, cerca de la terminal de Oriente, mientras regresaban de almorzar.
La tarde se alargó y la mayoría de periodistas se había marchado del lugar de la masacre. La calle empezaba a despejarse de aquel tumulto de autos. El reloj de unos de los soldados de Fuerzas Especiales de la Fuerza Armada marcaba las seis de la tarde cuando el vehículo de Medicina Legal aparecía por el portón principal de la finca.
De él bajó un hombre de expresión dura con anteojos oscuros. Buscó a un soldado que le indicara el camino de la escena del crimen. El soldado que había visto su reloj le señaló con el arma el camino que conducía hasta la escena del crimen. El forense retornó al carro para sacar todo su equipo. Se armó con una mochila pesada, una brújula que colgaba de su cuello, un chaleco que le cubría hasta las rodillas y un bastón azul de aluminio. Parecía un niño boys scout que se prepara para escalar una montaña o realizar una larga caminata.
Doce horas después del asesinato de Ramos a sangre fría, el comando de Fuerza Armada había desplegado un operativo para dar con los perpetradores del atentado. En la zona del cantón La Esperanza operan miembros de la pandilla Mara Salvatrucha, pero las investigaciones de los militares señalaban que los miembros de la pandilla 18 eran los ejecutores del crimen.
Antes de irse, les preguntamos a un soldado que para dónde van, que si van a un operativo y que si los podemos acompañar.
-No, no, no, no. No vayan. Nosotros vamos a meternos a una montaña ahorita. No van a poder andar ahí, se nos aseguro.
-No importa – le decimos –, nosotros vamos hasta donde ustedes vayan.
-No. Es que de lo que vamos a hacer ahorita no dejamos evidencia.
-¿De qué?
-A pegar vamos – dice, con una sonrisa burlona en el rostro.
Arrancan y se van.
Las historias de El Tigre, el soldado cazapandilleros
Los chasquidos de la ráfaga en falso de una fusil suenan en la cabeza de un pandillero hincado cerca de las llantas de un pick up 4×4 de la Fuerza Armada. Un grupo de soldados lo ha capturado hace unos minutos, y uno de ellos, a quien solo llamaremos “El Tigre”, le pone la punta del arma en la cabeza mientras dispara una ráfaga con el cargador bloqueado y se ríe.
-Me dan ganas de volarte la cabeza, hijueputa – le dice, mientras deja ir otra descarga en falso, y el pandillero vuelve a hacer un gesto de terror con la cara, como esperando que no se le vaya a escapar un tiro por error.
Ese supuesto pandillero, alias El Caballo, fue capturado junto a dos pandilleros más durante este operativo de búsqueda que los soldados han emprendido con el objetivo de dar con El Panza, el palabrero del Barrio 18 que, según la información que han obtenido, fue quien ordenó la muerte del soldado junto a su padre, hermano y primo en la finca que cuidaban en Oloculta.
Un convoy de vehículos artillados del Ejército se ha desplegado hasta San Francisco Chinameca, municipio vecino de Olocuilta, donde fueron asesinados el soldado, su padre, su hermano y un primo hacía unas horas.
Son pasadas las 8:00 de la noche, y los soldados, dirigidos por un teniente a quien en este relato nos referiremos como el “Charlie Mayor”, bajan por las empinadas calles de Chinamequita, como también se le conoce al municipio.
Los soldados abandonan los vehículos en una planicie y continúan bajando por las calles en busca de más pandilleros. Se detienen un momento y esperan instrucciones del Charlie Mayor, quien los divide en dos el grupo y avanzan por un camino escabroso con casas a ambos costados.
-¡¡Ahí está uno, ahí está uno!! ¡En la casa!– Grita un soldado, apuntando con la lámpara del fusil hacia una casa de lámina y bahareque.
Tres elementos se quedan en la calle y tres más ingresan a la vivienda donde una señora empieza a gritar, pidiendo que, si quieren, le revisen la venta, que ella trabaja y no debe nada. Los soldados alcanzaron a ver que El Caballo corrió a esconderse en un cuarto de la casa y lo sacan por la fuerza.
-¡¿Por qué te escondés, pues?! ¡Salí! ¡Salí! – le gritan.
Lo sacan y lo hincan en la calle. La mujer soldado del equipo le ordena que se ponga las manos en la nuca y le pregunta su nombre y de qué pandilla es.
Arriba sigue caminando El Panza, quien acepta tranquilamente que pertenece al Barrio 18 y con orgullo cuenta en los penales que ha estado preso.
Su trabajo, básicamente, según cuenta El Tigre, es pedir información directa de Inteligencia Policial e ir hasta la colonia donde opera la clica a la que se le atribuye la muerte de un soldado. Entonces llegan, capturan e interrogan. A su modo.
-La policía investiga por las buenas, nosotros venimos por las malas – dice El Tigre, mientras se carcajea y descansa un poco de la tunda de patadas que le ha dejado ir a dos pandilleros hincados cerca del carro.
El Trigre relata otros operativos de “investigación” en los que ha participado. Cuenta que cuando mataron a un soldado llamado Gerardo Ortiz Vega, en Panchimalco, llegaron y capturaron al pandillero que “pegó”, es decir, al que disparó contra Vega.
Mientras algunos soldados continúan el operativo de búsqueda calles abajo, por la calle donde han dejado estacionados los carros artillados, pasan algunas hombres y mujeres, algunos con sus hijos, y otros solas. Entonces el Charlie Mayor señala con el dedo a un grupo que camina y dice: “¿usted qué cree que anda haciendo esta gente a esta hora de la noche aquí?”, sugiriendo que se trata de colaboradores de la pandilla que solo han venido a ver qué pasa, oculto bajo la piel de un inocente para informar por teléfono a los pandilleros.
Los soldados se reagrupan cuando son cerca de las 12 de la noche. Un equipo ha recibido información de dónde pueden encontrar a otros pandilleros que podrían haber participado en el asesinato del soldado y su familia.El Tigre se ríe mientras nos dice en tono burlón. “Esto se va a poner bueno”. Arrancan y se van.