El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

La borrascosa vida de los limpiaparabrisas

por Bryan Avelar


No se definen como buenos ni malos pero sí rechazan que se les estigmatice como ladrones o delincuentes. Cuentan sus vivencias y el por qué insisten tanto en limpiar sus vidrios aunque los conductores no quieran.

-Vaya, yo te voy a decir algo. La vida de un limpiador se resume así: o bien uno hace el trabajo y le dan una monedita o bien lo hace y no le dan nada. Aquí a nosotros no nos quieren, nos desprecian, nos echan el carro o nos llueven puteadas. Pero eso no nos quita el sueño.

Reunidos en la zona verde que divide los seis carriles del bulevar Los Próceres están unos doce limpiaparabrisas reunidos en un círculo. Todos se ríen de algo y nadie deja ver lo que hay en el centro. Luego el semáforo se pone en rojo y algunos se desprenden del círculo para ver si consiguen algo y regresan sin nada.

Cuando un extraño (un periodista, por ejemplo) se les acerca lo reciben un tanto hostiles. Serios. Se le quedan viendo y se agrupan unos detrás de otros. Emerson toma la palabra y pregunta qué quiere y Carlos tira una pregunta-chiste al aire diciendo que si lo que busco es marihuana. Todos ríen.

Este grupo de limpiaparabrisas llevan más de diez años en esta misma calle y explican que el oficio que ejercen a diario no es fácil. Hoy es lunes y hace tres días mataron a uno de su gremio que trabajaba en el semáforo de la 5° Avenida Norte y la 29 Calle Poniente. Al parecer, luego de discutir con el conductor, el joven le arrancó el espejo derecho del carro y el dueño del vehículo desenfundó un arma y le disparó en la cabeza.

-Nosotros realmente no sabemos en qué clavos (problemas) andaba él. Lo que sí te podemos decir es que aquí la gente nos ha hecho algo así como el racismo, como que nos ven de menos y ya porque nos ven aquí piensan que todos somos delincuentes. Y no es así.

El que habla es Carlos. De hecho, es el que no ha dejado de hablar desde el principio. Ha tomado la palabra y con su poco más de un metro y medio de estatura parece ser el vocero del equipo. Empieza diciendo que no le gustan los reportajes que los hacen ver como “gente de la calle” y que no le gusta que la gente piense que no son gente civilizada.

Foto: Salvador Sagastizado / Diario1

Foto: Salvador Sagastizado / Diario1

Carlos es de piel trigueña y tiene apenas 16 años de los cuales ya lleva seis trabajando aquí. Dice que prácticamente aquí se ha criado y que siente que esta es como su segunda casa. Cuenta que un tiempo pasó estudiando y trabajando de limpiar parabrisas pero ahora ya solo trabaja.

-Pero yo ya sé todo. Sé leer, escribir y contar hasta mil – dice con tanta fuerza que se le hincha una vena del cuello.

Una vez más el semáforo se ha vuelto a poner en rojo y los limpiaparabrisas salen a buscar clientes. Algunos activan los cricos y no dejan ni que les toquen el vidrio con el “limpia”, como le llaman al crico de mano que andan todos aquí.

-La gente a veces no lo deja que uno les limpie el vidrio porque creen que se los vamos a manchar. Piensan que rinso es lo que uno anda, pero no. Mirá, nosotros compramos jabón de carwash, del propio, no andamos rinso – dice Emerson mientras señala con el dedo un bote de químico y otro limpiaparabrisas lo alcanza, lo destapa y me da a oler.

Emerson es, por hoy, el más antiguo de estar aquí. Tiene diez años de trabajar en esta calle y dice que prácticamente aquí se crió. Que antes trabajaba vendiendo cargadores y que aquí todos se conocen, que son como un equipo y que tienen normas.

A pesar de que sus intervenciones son cortas, Emerson parece ser el líder del grupo. Todos lo respetan y parecen estar de acuerdo con sus palabras. Le toca el hombro a cualquiera cuando cree que está hablando de más y lo calla. Por ejemplo, cuando Carlos está diciendo que “aquí todos somos unidos, y cuando alguien se mete con nosotros también nos planchamos en equipo y agarramos a cualquiera”.

Foto: Salvador Sagastizado / Diario1

Foto: Salvador Sagastizado / Diario1

Emerson mide un metro ochenta aproximadamente y usa un sueter gris sobre el cuerpo. Explica que aquí todos usan manga larga para protegerse del sol y que siempre andan una camisa amarrada a la cintura por dos motivos.

-Uno es por si le queda algo chorreado al cliente se lo limpiamos y otro es para proteger nuestra ropa. Aunque la gente no lo crea nosotros tratamos de ser, pues sí, profesionales, ¿va?.

Otro limpiaparabrisas que desde hace rato solo escuchaba la conversación se mete y dice que a él hasta le han “echado el carro” y que otros le han agarrado los dedos con el vidrio por lo rápido que lo suben al dar las monedas.

Cerca hay un niño de unos 12 años que también limpia parabrisas. Habla entusiasmado de sus experiencias en la calle y termina las oraciones siempre con un “¿va?”. A él dice que un día de estos le agarraron el zapato con una llanta y que hace un par de semanas un conductor descuidado le atrapó el pie con la llanta.

-¡Ay!, le dije yo, y el maitro solo se me quedó viendo cuando le aventé el limpia en el vidrio. ¡El pie! Le grité, y me pidió perdón y me dio un dólar. Hasta me hizo llorar del dolor… pero me gané un dólar – dice con una sonrisa dibujada en su cara.

Aunque todos tratan de hablar al mismo tiempo de los maltratos que sufren por los motoristas, no dejan de aceptar que muchas veces tienen un grado de culpables. Aunque no todos, según dicen.

-Lo que pasa es que sí. Hay unos que de un solo se te van con el chorro de químico al vidrio y ahí la gente no tiene chance de decirte si sí o no. Pero nosotros en esta calle tenemos normas. Aquí el que anda de loco le ponemos su sanción y hasta lo podemos despachar unos tres días para la casa. Pero la gente no ve eso. Ya nos estig-matiza-ron – dice Emerson, con dificultad para armar la última palabra.

Este grupo de limpiaparabrisas de verdad tiene normas. Hasta han hecho un horario de limpieza porque la alcaldía antes los venía a multar y los amenazaba con desalojarlos. Ahora cada quién sabe cuándo le toca. “El Faller” va el lunes. “El Frijol” y “El Burro” van el jueves, y el viernes “El Pachón” y “El Chino”. Todos tienen su apodo.

-Vaya, yo acepto que sí, a veces le limpiamos el vidrio a la fuerza a la gente, pero ya cuando le vamos a pedir la moneda no es a la fuerza. O sea que nosotros buscamos siempre limpiarle el vidrio al cliente y si no quiere darnos algo le decimos que a la próxima. El problema es que muchos se enojan y hasta lo putean a uno o le ponen la pistola – dice Carlos, en tono de enojo.

Los limpiaparabrisas de esta cuadra son muy amenos. Pasan haciendo chistes el uno del otro y se avientan químico para limpiar en los ratos de ocio. Dicen que siempre se molestan y que todos se ven como una gran familia.

De hecho, el que quiere venir aquí a limpiar vidrios a esta esquina no lo dejan. “Uno no sabe qué mañas puede traer o si es pandillero. Después van a decir que todos somos pandilleros… bueno, aunque ya muchos lo piensan, va”, dice Carlos.

Foto: Salvador Sagastizado / Diario1

Foto: Salvador Sagastizado / Diario1

Pandilleros, huelepega, ladrones. Todos esos son los adjetivos que se han ganado por trabajar en la calle, dicen. “¿Pero usted cree que un pandillero se va a venir a asolear todo el día en la calle para ganar un par de dólares? Nombre, ellos viven tranquilamente de la extorsión y de andar poniendo. No necesitan venir aquí”, dice un limpiaparabrisas.

Uno de ellos saca un teléfono andorid y muestra un reportaje que les hicieron en un canal de televisión. Todos lo andan en su teléfono. Es como si les hubieran dado un trofeo, un premio. Se sienten orgullosos porque, según ellos, les “hicieron el paro”. Por fin los sacaron como son, dicen.

-Lo que no nos gusta es que la gente nos saca en temas de trabajo de la calle, en trabajo infantil, en delincuencia, en robos… todo lo malo. Y es cierto que uno no puede decir que somos santos, pero tampoco pueden decir que somos diablos. Al menos no pueden decir que todos – dice Emerson.

Aunque el trabajo puede resultar pesado y duro – más que todo por las puteadas y las echadas de carro –, un limpiaparabrisas puede ganar hasta $15 diarios, según cuentan. Todo depende de cómo esté el día, y eso implica que hay que tomar en cuenta si es día de pago o no y si es temporada festiva.

Otras veces, sin embargo, un limpiaparabrisas se puede ir con menos de lo que trajo. A veces los rechazos son casi generalizados y la competencia se vuelve complicada.

-A nosotros hasta nos sale un bolado, una enfermedad en la piel, en la cara, de tanto sol que aguantamos – dice Carlos con voz de reclamo.

-Esas son espinillas las que te han salido – grita otro y algunos ríen.

-Nombre, no son espinillas, es hongo – grita otro y entonces la carcajada nos contagia a todos.

La jornada que empieza a las nueve de la mañana va terminando a las seis de la tarde. Luego de pasar el día entre el bullicio de los vehículos y el estruendo de la ciudad, los limpiaparabrisas regresarán a sus casas. Cada uno con sus verdades a cuestas. Cada uno con su familia, si es que tiene, o con sus vicios, o deudas.

Aquí nadie es del todo lo que aparenta. Emerson, por ejemplo. De quien uno podría deducir fácilmente que es el que más tiempo ha ido a la escuela, hasta tiene carro. Otros, más pequeños, dicen que tienen hijos. Otros dicen que tienen vicios. Todos son buenos y son malos a la vez. Como todos.

-Lo que no nos gusta es que nadie nos juzgue… estábamos pensando hacer algo para que nos identifiquen a nosotros, al equipo. Para que la gente nos diferencie de los demás. Hasta pensamos en hacer camisas y todo eso.

-¿Camisas? ¿Entonces le van a poner un nombre al equipo?

-No sabemos, pero a lo mejor sí.

-¿Cómo le pusieran?

-La gente nos dice cheles, jaja,y somos bien negros. Pero la gente dice de todo. Yo creo que nos pondríamos algo así como Los Limpiaparabrisas de Los Héroes. O algo así, ¿va? – dice Emerson.

-Mejor que nos pongan Los Cae Mal – grita otro al fondo – de todos modos a todos les caemos mal.