Limpiándose las largas uñas de sus dedos pulgares, un viejo anticuario está sentado en el umbral de un local de antigüedades al final de la Avenida Independencia en San Salvador. Sobre la fachada verde está la única vitrina a la orilla de la acera donde se logra apreciar diferentes piezas que están a la venta. Vendedores informales e indigentes cruzan la avenida todos los días y más de un curioso se detiene para ver las antigüedades del local. Nadie compra nada. Descorazonado el viejo anticuario regresa al fondo del oscuro local para seguir ordenando sus más de quinientos artículos que guarda dentro de cuatro paredes carcomidas por el tiempo.
La piel del viejo anticuario es cobriza, sus pómulos y nariz aguileña delatan sus rasgos indígenas. Su cabeza presenta unas entradas de calvicie que no evitan que tenga una mata de cabello larga que cae en sus hombros. Una limpia camisa manga larga viste su escuálido cuerpo. En su mano derecha baila un extraño reloj. Originario de San Juan Nonualco del departamento de La Paz a sus setenta años de edad ha vivido lentamente y buscando antigüedades.
No sabe si tiene sangre indígena pero se proclama fiel admirador del líder indígena Anastasio Aquino, y se sabe de memoria la historia: “Fue rey por un día en San Vicente. Le quitó la corona a una imagen religiosa y el mismo se coronó rey de los nonualcos en el parque central del pueblo. Ahí mismo les dio ‘riata’ a los guardias”, narra.
El anticuario es uno de los más conocidos comerciantes de la zona. Él acepta que la zona donde comercializas sus tesoros es una zona peligrosa, dice que nunca ha tenido problemas con las pandillas de la zona o colonias a aledañas. “Uno no se mete con ellos para que no se metan con uno”, comentó, y agregó: “Uno nunca sabe, por eso mantengo con candado todo el tiempo”.
El anticuario solicitó que su nombre no aparezca en esta crónica para proteger su identidad. Aunque él afirma que la zona es segura, otros vendedores de la Avenida han revelado que si se ven afectados por las pandillas con el cobro de la renta. El anticuario prefiere evadir el tema de seguridad mientras saca sus manos por entre los barrotes de hierro de la única puerta de su local.
Empezó a coleccionar artículos antiguos desde 1968 en su casa en San Juan Nonualco. Sobrevivió a las guerras que azotaron al país y luego de los Acuerdos de Paz en 1992 instaló su primer local formal en un edificio cercano al mercado de artesanías Ex Cuartel en el centro de San Salvador. Años después el dueño de ese edificio decidió venderlo provocando que muchos de los negocios emigraran a otros sitios. El anticuario fue a establecer su negocio de antigüedades a la Avenida Independencia a finales de 1995.
Desde bustos de Buda, mascaras de madera, deidades de animales talladas en bronces, frascos con medicinas naturales, cámaras fotográficas de la II Guerra Mundial, relojes de pedestal ingleses de finales de 1800 y libros de historias son los tipos de objetos que el viejo anticuario guarda en su local. Pero los accesorios de los uniformes de militares salvadoreños y las monedas que circulaban en El Salvador son los artículos más preciados para él, considera que son parte fundaméntela de la historia salvadoreña. “Ya pasó a la historia. Todo lo que se va pasando y terminando va pasando a la historia, usted debe de tenerlo en cuenta”, reitero el viejo anticuario.
Con la llegada de los Acuerdos de Paz entre la guerrilla y el Gobierno en 1992 se acordó que se disolviera La Guardia Nacional y la Policía de Hacienda para que después se integraran al ejército. “Fueron dos de los cuerpos de seguridad más respetados en este país. La Policía de Hacienda, era llamada la “chichera”, porque combatía el trafico de guaro y chaparro en los cantones” relata el mercader de antigüedades.
Hebillas, insignias con letras y botones con el escudo de El Salvador son los accesorios que el anticuario tiene a la venta. Unas de las insignias más rara que tiene es una de la Policía de Hacienda que le vendió un coronel cuando la guardia empezó a disolverse.
“Cuando llegaron los acuerdos y se disolvió la guardia, los tenientes dejaron que los soldados se llevaran lo que quisieran. Unos se llevaron sus uniformes, corvos, otros se llevaron sus cascos. Esas cosas llegan aquí cuando esos soldados andan en momento de necesidad, venden todo”, cuenta el anticuario.
Otros de los tesoros invaluables que posee el anticuario son las monedas de muchas partes del mundo. Desde dólares beliceños, libras esterlinas, monedas de plata de un dólar, monedas de las cortes españolas y moneda conmemorativa del V Centenario del descubrimiento de América hecha en 1992 permanecen en sus estantes.
Era el año de 1883, bajo la presidencia de Rafael Zaldívar cuando se decretó la Primera Ley Monetaria, adoptándose el Peso como unidad monetaria y se descartó el sistema español de división del Peso en 8 reales. “Toda la moneda de El Salvador entre 1883 y 1914 estaba en cobre, níquel, plata y en oro. La gente piensa que porque la moneda es antigua vale un platal. Depende de las condiciones”, explica el anticuario.
Durante la época de la década de 1920 a 1930 El Salvador vivió una época de prosperidad económica. Pero con la depresión mundial de 1929 y la caída de los precios internacionales del café, traerían como consecuencia la mayor crisis económica de El Salvador. “Nosotros teníamos monedas de plata que se traían a costaladas. Nosotros antes de 1950 producíamos monedas de platas. Las monedas de 25 y 50 de esa época que se encuentran ahora son de pura plata”, cuenta el anticuario mientras juega con una “bamba” en sus manos, un colon de 1911.
Fue en el 1 de enero de 2001, durante la presidencia de Francisco Flores cuando llegó la Ley de Integración Monetaria (LIM), que permitía, al dólar estadounidense, junto al colón salvadoreño, circular como moneda legal dentro de El Salvador. En una comparación entre los salarios mínimos entre un empleado salvadoreño aquí en el país y una cualquier persona inmigrante en los Estados Unidos, el anticuario considera denigrante la diferencia. “El más rascuache de los empleados allá ganas más de ocho dólares la hora y aquí uno dándose riata apenas gana los ocho diarios” afirma.
El anticuario guarda sus monedas preciadas dentro de una caja de madera que coloca en un estante en un rincón del local. El sol se poza en lo más alto y la hora del almuerzo se acerca. El viejo busca sin éxito en los bolsillos del pantalón unas cuantas monedas para poder comprar algo de comida. Luego regresa a la plática y con un tono agraviante se refiere al ex presidente Flores. “Paco vendió nuestro patrimonio y lo hizo a su conveniencia y no la conveniencia del pueblo. La conveniencia del pueblo era su moneda nacional”, dice el viejo.
Para el viejo anticuario todos los problemas actuales de la sociedad se agravaron luego de la dolarización. La pobreza, la delincuencia y todos los males, dice el anticuario, son porque perdimos nuestro patrimonio. “La situación aquí no se aguata. Usted debe estar en la casa pidiendo misericordia de Dios que lo guarde, sin salir a ningún lado” dice el anticuario.
Todo tiene parte de historia dice el anticuario. Cada artículo que posee en su negocio, puede valer desde un centavo hasta cientos de dólares pero el valor histórico es lo más importante. “Aquí yo estoy en paz y tranquilidad. Aunque usted no lo crea estar aquí en mi puesto me hace sentir que estoy en otro mundo, lleno de historia, con pedazo de lo que ha hecho la humanidad. Entro en meditación. Y me alejo del mundo en que usted vive”, cuenta el anticuario mientras busca en la calle con la mirada que poder comer en el almuerzo.