El sol ya calentaba el asfalto de las calles del Barrio Santa Anita cuando Hebert Eliú Menéndez Landaverde se encaminaba a la estación central del Cuerpo de Bomberos de El Salvador. Una llamada telefónica le confirmaba la aprobación de su solicitud como aspirante y le decían que tenía que presentarse en la central. Eran las nueve de la mañana de un viernes nueve de febrero de 1990. El joven aspirante, santaneco, de diecisiete años de edad, tocó el portón principal. Estaba decidido a convertirse en bombero.
A las doce del mediodía ya tenía la cabeza rapada. También le habían asignado la litera donde dormiría. Estaba enlistado en la decimonovena promoción de la academia del Cuerpo de Bomberos con todas las instrucciones habidas y por haber. El fin de semana, tiempo suficiente de adaptación al lugar para todos los candidatos a bomberos, serían las últimas horas que pasaría sosegado. “Lo bueno comienza el lunes” le dijeron.
El entrenamiento empezó a las cinco de la mañana de lunes siguiente. Todo el destacamento de novatos se formaba en una fila sobre la cancha de la estación. Después de los ejercicios de calistenia se corría durante media hora por toda la colonia Málaga. A las seis de la mañana rendían honores a la bandera, luego a desayunar, después reunión general con todo el cuerpo de bomberos y por último a clases. Así empezaba la vida de un alumno a bombero. “Era bonito porque uno se ponía en forma y todos los días se aprendían cosas nuevas”.
Al completar el curso, que duraba cuatro meses, un aspirante a bomberos ya podía poner un parche de bomberos en su hombro derecho. Era ganarse el derecho de portar el emblema de los bomberos de El Salvador. “Uno se siente diferente, ya no ve la camisa tan sola”, recuerda Landaverde, quien con 26 años de experiencia y con el cargo de Sargento de Bomberos ha visto la evolución de la institución y enfrentado a decenas de catástrofes.
En las postrimerías la guerra civil de los años ochenta, Landaverde recuerda cómo se les enseñaba a disparar arma a los bomberos. La estación de bomberos compartía instalaciones con la Marina Nacional permanecía en constante alerta. Poseía personal “de choque” capacitado para enfrentarse contra la guerrilla. Una de las principales razones por la que Hebert decidió enlistarse como bombero era evitar ser reclutado por el ejército o la guerrilla. “Cuando entro me doy cuenta que los bomberos pertenecían al Ministerio de la Defensa”, comenta con una risa provocada por la ironía que vivió.
Unas de las tareas comunes de ser bombero es la recuperación de cadáveres en pozos. Debido a que Landaverde era uno de los más delgados y de menor peso era escogido para la extracción de los cadáveres. A la fecha ha realizado más de diez recuperaciones en pozos de cuarenta metros de profundidad, sin el equipo adecuado, solo con su uniforme. Los descensos los hacía a puro pulmón. “En el fondo uno encontraba cadáveres con cinco días de muerto. Ya en estados de putrefacción. Y uno, sin basilar, los tenía que abrazar; poner cachete con cachete con el cadáver para amarrarlo y subirlo”.
Una de las experiencias más difíciles para Landaverde, que se ha vuelto una marca indeleble en su memoria, llegó la mañana del 10 de agosto de 1995.Cuando fue parte del equipo de recuperación de cadáveres del accidente de la avioneta vuelo 901 de la aerolínea AVIATECA que se estrelló en el Volcán Chinchontepec de San Vicente.
La tragedia de la avioneta de la línea aérea guatemalteca dejó a siete tripulantes y los 58 pasajeros a bordo muertos. El vuelo tenía como destino el aeropuerto Internacional de San Salvador. Había partido del de aeropuerto Internacional La Aurora, en la capital de Guatemala. La terea fue una odisea. La topografía del terreno y el clima dificultaron las tareas de búsqueda.
Ese fue considerado uno de los peores accidentes aéreos en la historia salvadoreña. Además, la caja negra del avión nunca fue encontrada y eso complicó las investigaciones. “Ver la cantidad de personas muertas, esparcidas en el lugar, unas enteras y otras como si eran trapos, y los cuerpos colgados en los árboles ha sido unos de los escenarios que más me han impactado”, relata con un dejo de seriedad, mientras suena su radio comunicador que tiene pegado a su cinturón.
Sentado con su uniforme naranja y unas botas lustrosas, el bombero reflexiona cómo la rutina de los rescates de este tipo vuelve a los bomberos más duros. La rutina de los rescates de este tipo vuelve a los bomberos más duros. Landaverde relata que, por ejemplo, en los accidentes de tránsito, al encontrarse con víctimas que, además de perder la vida, sus cuerpos quedan mutilados, el bombero debe de comportarse conforme a las normativas. O cuando una persona queda atrapada entre los hierros retorcidos de un carro accidentado. “Ahí uno aplica la psicología. Se pone a platicar con ella, como se llama, sobre su familia, darles algún consejo. Se trata de tener creatividad”.
Los bomberos no solamente se dedican a apagar incendios. También atienden otras emergencias que van desde: capturar serpientes dentro de las casas y hasta destruir enjambre de abejas. También el bombero se enfrenta a casos inusuales: automovilistas ebrios atrapados en sus carros después de un accidente. En ocasiones los accidentados les dan pechadas, los insultan y les echan la culpa a ellos confiesa Landaverde.
El caso más inusual que le toco asistir fue el de una vaca atrapada dentro de una quebrada. Un ganadero, que llevó a pastar a sus animales en un predio del Cantón Los Toles, en Ahuachapán. Al percatarse que unas de ellas se le había perdido salió a buscarla, encontrándola momentos después en una quebrada del lugar.
La zona era inaccesible para que un camión de bomberos realizara el rescate. Para ello, se tuvieron que utilizar las mangueras contra incendios. Las ataron a las costillas del animal y después la arrastraron hasta sacarla del hoyo. El animal tenía fracturadas las patas traseras. Al final, el hombre la llevó al rastro.
Los bomberos son vistos como personas excepcionales y al preguntarle si él se considera un héroe, el bombero responde que no. “La gente lo considera héroe a uno por la labor que se desempeña”, dice Landaverde y agrega que “cuando voy por mi casa escucho a la gente decir: allá va el bombero”.
Lo que mucha gente no sabe, y tampoco sus compañeros, es que Landaverde, además de arriesgar su vida por servir a la comunidad, también es albañil de oficio. “Desde muy pequeño aprendí la albañilería. Mi papá era maestro de obras y todo lo que sé, me lo enseño él”, expresa con aire de orgullo.
Es por ello que en 2008 ayudó a construir las oficinas de comunicaciones y administraciones de la estación central de bomberos. En su tiempo libre da capacitaciones a empresas privadas sobre medidas de precaución contra los incendios y primeros auxilios.
Este año los bomberos cumplen 133 años de existencia desde que el Dr. Rafael Zaldívar determinara su creación por Decreto Legislativo el 12 de febrero de 1883. En la actualidad el Cuerpo de Bomberos cuenta con más de 500 miembros, 150 son personal administrativo y 350 bomberos distribuidos en las 16 estaciones en todo el país.
Según Landaverde, faltaría aproximadamente un cuarenta por ciento más para poder cubrir el tiempo adecuado en cada estación. “Santa Rosa de Lima pertenece a La Unión pero está tan lejos de la estación que nos tardaríamos más de media hora en llegar”, añade.
De 1990 hasta la fecha, Landaverde asegura que la institución ha crecido considerablemente en equipo técnico. “Hay más variedad en el equipo”. Pero, según la Asociación Nacional de Protección contra el Fuego (ANPF), cada camión de bombero tiene una vida útil de cinco años. “En 2001 se compró un lote nuevo de camiones, que hasta la fecha aún ocupamos, pero ya están más allá que para acá”, afirma.
A pesar de las dificultades y lo insuficiente del material para prestar un servicio más digno a la comunidad, el bombero siempre está listo con disciplina, servicio y solidaridad, capacitándose constantemente. “Aquí aprendí a conducir, computación y a dar clases”.
Landaverde fue y, posiblemente será, el único de su familia que porte un uniforme de bomberos, pero que orgullosamente llevará para el resto de su vida, sirviendo a la comunidad y protegiendo a las personas de cualquier catástrofe habida y por haber.