– Ahora sí ya cruzaron la línea.
Atrás hemos dejado el cementerio inundado por una nube de polvo. Ahora abordamos una calle de tierra, estrecha, inestable, con árboles y arbustos a los extremos. Avanzamos hasta llegar a un predio árido, desolado, donde los rayos del sol golpean los rostros de los que ahí caminamos. Somos tres: dos periodistas y un policía vestido de civil.
El agente nos ha guiado por ese camino poco accesible. Está indignado y molesto. Ha dormido poco, pero está alerta, con la mirada fija en los cuatro puntos cardinales. A ratos suelta algunas frases que quedan en el vacío.
– Ya cuando te tocan a la familia… uno no sabe lo que va a pasar. Pero uno agarra más coraje contra esos cabrones.
Nadie contesta nada. Seguimos caminando, en silencio, hasta llegar a una casa construida en una pendiente bastante pronunciada. Abrimos un portón verde y entramos. Adentro huele a incienso. Hay un extenso patio. Atravesamos un pasillo oscuro y observamos las chapas de las puertas: están aplastadas.
En ese lugar residía Dinora, la hermana de un agente policial destacado en el municipio de Cojutepeque, quien fue sacada de su habitación junto a su hijo, a punta de pistola, la madrugada del martes, por un comando pandilleril que vestía ropas oscuras y usaba gorros navarone.
Los atacantes fingieron ser policías y botaron las puertas con almádanas. Sacaron a la mujer y a su hijo, les amarraron las manos, los subieron a un vehículo y los llevaron a una calle desértica. Ahí los ejecutaron a balazos.
– Cuando recibí la llamada ya los habían matado — comenta el agente, quien participó en el operativo de búsqueda.
– ¿Qué hora era?
– Quizá como la una y media de la madrugada.
– ¿Y qué hicieron?
– Coordinamos con la delegación de El Carmen y comenzamos a buscar por todos estos lugares. Pero no los encontramos. Ya se los habían llevado.
***
Afuera los perros estaban ansiosos. Ladraban, ladraban. No paraban de ladrar. Era de madrugada. Las agujas del reloj marcaban la una. Las calles estaban oscuras. Un ruido estridente, similar al estallido de un cilindro con gas, alarmó a Dinora y a su familia. Luego escucharon dos golpes más, simultáneos, retumbantes, similares al primero. En seguida comprendieron que algo no estaba bien.
Afuera de la casa estaba un grupo de cinco pandilleros, armados, vestidos con ropas oscuras, parecidas a los uniformes de la Policía Nacional Civil (PNC). Uno de ellos golpeaba con una almádana el portón principal. Pero no lo podía derribar. Siguió intentándolo, pero sin mucho éxito.
Fue entonces que se dirigieron a la zona trasera de la casa y cortaron, con una tenaza, el cerco que divide el patio con el plantel. Después derribaron una puerta, cruzaron un pasillo y botaron otra puerta que les impedía el paso. Sacaron a la mujer y a su hijo de las habitaciones y los amarraron de las manos.
La hija de Dinora les suplicó, a gritos, que no les hicieran nada. Se abalanzó contra los atacantes para tratar de detenerlos. Uno de ellos le apuntó con una pistola y sentenció: “vaya bicha puta, quédese, sino quiere morirse aquí”. No insistió más.
Otro pandillero entró a una habitación y encontró al esposo de Dinora sentado en una silla de ruedas. Le alumbró el rostro con una lámpara y le preguntó: “¿vos estás enfermo?”. “Sí, estoy amputado del pie”, le respondió. “Entonces no te vayas a levantar”, le dijo.
Se dio la vuelta y se fue.
Sacaron a Dinora y a su hijo por el portón que no pudieron derribar. Caminaron al menos cien metros y los subieron a un vehículo. Los llevaron hasta una calle del cantón Palacios, municipio de San Rafael Cedros, departamento de Cuscatlán. Ahí los ejecutaron. Les destrozaron sus cabezas. Los cadáveres quedaron juntos, a la orilla de la calle, en medio de un zacatal.
Una llamada alertó a la delegación policial del municipio El Carmen, que en uno de sus cantones habían privado de libertad a madre e hijo. Se activaron las alarmas y montaron un operativo de búsqueda. Una patrulla policial llegó hasta el cantón El Barillo, donde está ubicada la casa de Dinora, pero ya no encontraron a nadie.
Medicina Legal levantó los cadáveres horas después. Las víctimas fueron identificadas como David Oseas Díaz, de 16 años de edad, y Dinora Alicia Hernández, 36 años. En el lugar donde quedaron los cadáveres ya han aparecido otros más, apiñados, llenos de balas. Es un sector con presencia de la Mara Salvatrucha. La hipótesis preliminar de la Policía indica que el doble crimen se debió a que la mujer tiene hermanos que trabajan en la Policía. Pero las investigaciones apenas comienzan.
***
Los ataques
El año 2015 cerró con 62 policías asesinados y , según los registros de la Policía, tres familiares de agentes de la corporación ultimados. Sin embargo, desde los primeros días de enero de este año, los crímenes de parientes de policías han arreciado: suman nueve hasta el pasado martes.
Mauricio Ramírez Landaverde, director de la PNC, ha reconocido que los ataques contra familiares de los elementos de la institución policial han tomado otras dimensiones, pero no confirma la hipótesis sobre la existencia de un plan de las pandillas para elevar este tipo de ataques.
Ya son varios los casos registrados en este 2016: la esposa de un subinspector acribillada en Sonsonate, el padre de un policía asesinado en Ciudad Delgado, el sobrino de otro (un joven agricultor) ejecutado en Santa Ana y otros más; pero, el que desató más indignación fue el crimen de una señora de 70 años de edad, madre de un agente ejecutada a balazos en Tenancingo. Esa muerte aún pesa en ese municipio.
***
Doña Blanca
A doña Blanca la mataron por la espalda. Eran las seis de la tarde del pasado domingo 3 de enero. El cielo comenzaba a oscurecer. La señora recién regresaba a su casa. Había salido a vender las quesadillas y empanadas que ella misma preparaba. Los atacantes esperaron que regresara. Tenían rodeada la casa. Ella apareció a la misma hora de siempre, abrió el cerco y dio algunos pasos en dirección a la puerta. No alcanzó a llegar. Una ráfaga de balas la perforó. El cadáver quedó tendido en el patio de la vivienda.
Nadie en el caserío Hacienda Nueva del municipio de Tenancingo, departamento de Cuscatlán, supo explicar ese crimen. Nadie tenía respuestas, ni explicaciones, ni justificaciones. Lo cierto es que no fue una equivocación. La anciana fue asesinada con alevosía.
Días atrás, el 31 de diciembre, se había reunido con algunos familiares para recibir el año nuevo. Quería estar más alegre, dejar la soledad de su casa y se fue donde su nuera. Ahí lo pasó. No habló de nada en particular, su vida parecía transcurrir con normalidad. Así lo recuerda su familia.
Las hipótesis de la Policía es que la señora fue asesinada por ser madre de un agente de la Policía Nacional Civil (PNC). Pero, de acuerdo con las investigaciones, doña Blanca se había hecho cargo, desde hacía algunos meses, de una nieta que estaba embarazada.
La adolescente, según fuentes cercanas a la investigación, tenía relación con pandilleros del Barrio 18 que controlan esos caseríos. Debido a ello, las autoridades no descartan que el asesinato de doña Blanca Hernández Zavaleta también esté ligado a los vínculos de su nieta con la pandilla.
Pero este caso, como los demás, está en la larga lista de casos a investigar.