El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

El Salvador está húmedo de sangre y lágrimas

por Bryan Avelar


Solo en los primeros 14 días de este año en este país han matado a 338 personas. En 2015 el promedio de homicidios diarios fue de 18, y el año terminó con más de 6,600 muertos por violencia.

La tierra que tengo entre las manos es como una metáfora de El Salvador. Está húmeda de sangre. Una noche antes mataron a un joven de 16 años y horas después de que Medicina Legal levantara el cadáver los vecinos echaron tierra y arena sobre la escena. Aquí parece que no ha pasado nada.

De hecho, orientado por los vecinos hemos llegado hasta la calle donde mataron a José Manuel, y, mientras avanzamos en el carro, un vecino nos señala con el dedo el bulto de tierra que pasamos desapercibido. Entonces uno piensa que a saber sobre cuántos charcos de sangre disimulados con tierra no habremos pasado ya, sin darnos cuenta.

Solo en los primeros 14 días de este año en este país han matado a 338 personas. En 2015 el promedio de homicidios diarios fue de 18, y el año terminó con más de 6,600 muertos por violencia. 103 homicidios por cada 100,000 habitantes. Un promedio más alto, incluso, que cuando estábamos en guerra.

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La madre de José Manuel llora. Llora y grita alzando la mirada al cielo preguntando que por qué le quitaron a su hijo, que por qué se lo llevaron. Una sobrina intenta consolarla y le soba el pelo, la frente, le unta un agua amarilla con olor a menta y flores en el pecho, le sopla en la cara. La madre sigue llorando mientras mira al fondo del cuarto el ataúd con su hijo de 16 años muerto.

Una a una entra más de una docena de personas que intentan darle un consuelo diferente. Los más hablan del cielo, de descanso; los menos elevan la voz y piden fuerzas para esta mujer que llora y sigue llorando sin importar lo que le digan. Luego de fallar, cada uno va pasando a ver al muerto, a ponerle flores o a hablarle en secreto.

La muerte llamó al teléfono de José Manuel el domingo por la tarde. Llamó cuando tenía un mes de haber regresado de un territorio dominado por el Barrio 18 al lugar donde nació y se crió. Llamó una noche antes de que su padre lo inscribiera en un taller para que aprendiera inglés y computación. Llamó cuando su madre menos lo esperaba.

Luego de contestar la llamada, José Manuel salió en línea recta desde la casa de su tía hasta la esquina a cien metros y luego dobló a la izquierda. Ahí lo esperaban para terminar con su vida. Eran las ocho de la noche.

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Foto: Diario1 / Salvador Sagastizado

Foto: Diario1 / Salvador Sagastizado

José Manuel acaba de llegar a su casa. Venía de trabajar con sus hermanos en un ingenio de caña cerca de Apopa. Venía un poco molesto porque no lo quisieron llevar a otra zona donde irían por más trabajo.  Eso le contó José Manuel a su padre media hora antes de morir.

La colonia San Carlos es una de las pocas zonas de Apopa donde tiene control la MS, la mayoría de este municipio está controlado por el Barrio 18, según lo reconocen los mismos agentes de la PNC.

Aquí tenía el joven a sus amigos de infancia. Esos que con el pasar de los años, y mientras él se mudó a otra zona, se convirtieron en pandilleros, en líderes de la Mara Salvatrucha.

José Manuel insistió en que se quería inscribir a en el curso de inglés y computación. Le dijo a su padre que si él no tenía, su novia le había dicho que le podía prestar el dinero. Acordaron verse temprano para viajar a San Salvador.

La tía de José Manuel pidió unas pupusas y una soda para cenar en familia. Sirvió la  mesa y preguntó por su sobrino. Alguien le dijo que había contestado una llamada y que salió diciendo que iba a poner una recarga a una tienda que queda a dos cuadras de su casa.

Sin embargo, no había necesidad de que José Manuel fuera tan lejos por saldo para teléfonos. A dos casas de donde vivía hay otra tienda donde también venden recargas. Pero no fue ahí. Por algún motivo fue a la tienda que quedaba más lejos a encontrarse con la muerte.

Nueve o diez disparos fueron los que se alcanzaron a escuchar. Unos en la espalda y los demás en la cara. Los asesinos le quitaron, además de la vida, el teléfono y se llevaron consigo el secreto de quién lo llamó.

– Prefiero no saber quién lo mató. Prefiero no saberlo – dice el padre de José Manuel, reconociendo que saber quién mato a quién en una zona gobernada por las pandillas tiene un significado más parecido a muerte que a justicia.

A unos cuantos metros de la casa, quizá a veinte pasos, están cinco sujetos que nos miran fijamente.  Quizá pandilleros.

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Una niña de cinco años camina por la sala mientras llora y dice entre sollozos “ay, mi primito”. Cerca también hay otros cinco niños entre uno y cinco años que ven llorar a la desconsolada madre.

La casa con paredes sin pintar apenas tiene espacio para unas cuatro sillas y el ataúd. La mayoría de personas se ha quedado afuera, dando el pésame al padre de José Manuel y a sus hermanos.

Foto: Diario1 / Salvador Sagastizado

Foto: Diario1 / Salvador Sagastizado

–  Yo ya lo presentía – dice el papá –. Desde hace unos días tenía un presentimiento en mi corazón de que me lo podían fregar. En estos días, así como está la cosa uno solo se puede imaginar la muerte. Y es una idea que no anda nada lejos de la realidad.

Los vecinos se acercan y comentan entre susurros que el joven tenía ya un mes de estar yendo a una iglesia. Que era alto y moreno, que era un buen muchacho.

La Policía, por su parte, no opina lo mismo. Un agente de la delegación que está a menos de doscientos metros de la casa donde ahora están velando a José Manuel y a unos cuatrocientos  de donde lo mataron, dice que era reconocido por acercarse a la Mara Salvatrucha y que es muy probable que ellos mismos lo hayan matado.

–  A él lo más seguro es que lo entregaron. Lo entregaron los mismos amigos de infancia, los de aquí, de la MS. A lo mejor porque venía de zona contraria. Aquí así es, cuando uno se viene a vivir de otro lado donde son de la contraria lo investigan y lo matan – dice un vecino que, por miedo, no dijo su nombre.

Pandillero o no, al fondo de la casa, cerca del ataúd, la madre de José Manuel sigue llorando. “Lo que más me duele es cómo me lo quitaron, cómo me lo quitaron… ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué, Dios mío?”, repite con la cara mirando hacia abajo, mientras se le deslizan las lágrimas por las mejillas y caen al suelo, humedeciendo un poco la tierra. Entonces esa tierra se convierte en otra metáfora de El Salvador. Está húmeda de lágrimas.