“¡Está delicioso el tufo, veá! ¿Ya almorzó? Porque si todavía tiene hambre agarre una tortilla, dóblela a la mitad y la pasa encima para que coma bien rico… ja, ja, ja”. Todos los policías se unieron en una carcajada coral cuando escucharon la sugerencia de menú que ofrecía su compañero a quienes llegaban al cantón La Flecha, Santiago Nonualco, a preguntar cuántos cadáveres esconde un pozo ubicado a un lado de una carretera llena de piedras y tierra que coronan una bandada de buitres que vuelan en círculos atraídos por el olor a carne putrefacta.
Los muertos pueden ser cinco, cuatro, dos o uno. O casi una docena. O quizás más. Al asomarse al brocal sube un vaho de humano en descomposición. En los primeros metros la estructura está repellada pero en los siguientes no. Luego la oscuridad se apodera de la garganta del pozo hasta que se pierde el rastro de cualquier forma; no importa si es la de un pie o un zapato.
Ahorita todo es confusión. La primera versión asegura que la clica Leeward de la Mara Salvatrucha (MS-13) cobró la malacrianza –supuestamente se quedaban con una parte del dinero mal habido de las extorsiones- de cuatro de sus miembros torturándolos hasta la muerte. Después tiró con todo el desprecio del mundo los cuerpos en el pozo ubicado en la lotificación Las Conchas.
Se presume que las dos primeras víctimas fallecieron hace más de 15 meses; las últimas sus familiares las reportaron como desaparecidas el 12 y 22 de diciembre de 2015. Pero todo empezó a aclararse el día 25 cuando un pandillero contó a los padres angustiados que la Mara había lanzado un cadáver en el pozo que hace mucho tiempo dio vida a La Flecha pero ahora sirve para esconder muertos. Con esa información los familiares fueron a la Fiscalía General y, este martes en la mañana, fiscales y policías bajaron una cámara a la zona oscura y grabaron a un muchacho que está con las manos amarradas en posición fetal. Se supone que cuando escarben más encontrarán otros cuerpos.
Hasta el momento la información confirmada es la del muchacho con señales de tortura. Pero los policías que ofrecieron un bocado con olor a carne putrefacta saben más. Según las palabras de sus informantes las víctimas asesinadas en diciembre salieron una noche con la clica vestidos de verde olivo a matar enemigos del Barrio 18 pero, monte adentro, se dieron cuenta que habían caído en una emboscada de sus compañeros que los acribillaron en venganza por traiciones pasadas. Los nombres de los fallecidos son: Walter Francisco C de entre 16 a 17 años y Manuel de Jesús R, de edad desconocida.
La lotificación La Concha es un bastión de la MS que vigilan vecinos de ojos inquietos que agachan la cabeza con disimulo cuando ven una patrulla pero la alzan furibundos cuando un desconocido camina cerca de sus aceras. Las casas construidas de bloques de cemento las rodean unos pocos árboles, enormes extensiones de terrenos aparentemente abandonados y un sol negro que derrite la frente.
Los policías, después de dejar el pozo, se adentran a la comunidad en sigilo y despacio. A bordo de la patrulla observan en el horizonte a un muchacho que al verlos se tira de la motocicleta en la que esta montado en la esquina de una tienda y se escondió en un pasaje que integraban unas diez casas. Los agentes se bajan en tropel, cruzan una calle, salen por un lado, por otro, interrogan a cuatro mujeres que vieron la huída y a un adolescente con corte de cabello estilo cantante de reggaetón que sonríe con disimulo cada vez que lo cuestionan por el sujeto que acababa de abandonar la motocicleta.
“Quizá andaba una pistola o droga, por eso se corrió”, dijo uno de los agentes con el fusil empuñado. Una mujer en la otra esquina que prepara la masa para las pupusas le grita que ninguno de sus vecinos había escondido a un marero. Él responde que la entiende, está bueno que tenga miedo de denunciar pero que no lo tome por pendejo porque lo encabrona más. En la radio se oye que frente al cementerio general de Zacatecoluca ha sido hallado un cadáver putrefacto decapitado y mutilado de un brazo.
Como el dueño de la motocicleta nunca apareció los policías se la llevan a la delegación. Zacatecoluca está a menos de media hora de distancia desde Santiago Nonualco.
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La estación de la Policía Nacional Civil (PNC) de Zacatecoluca está clavada bajo el sol caliente de una de las calles del casco urbano del municipio, a tan solo tres cuadras de la Catedral Nuestra Señora de los Pobres. Dentro de la estación y detrás de un escritorio viejo está unas de las pocas policías en guardia. Los sargentos y comisionados habían salido temprano de trabajar.
La policía, una morena cuarentona, mantenía pulcras sus uñas pintadas de rojo y su uniforme azul oscuro que no escondía su regordete cuerpo. Un reloj pegado en unas de las paredes de la estación señalaba las cuatro menos quince minutos, mientras ella, en guardia, contestaba con cierto alarde las preguntas acerca de las desapariciones ocurridas en los últimos días en los municipios del departamento de La Paz.
– ¿Sabe cuántos desaparecidos ha habido en Zacatecoluca?
– ¿Desaparecidos?… no si ahorita no nos han reportado nada. Este mes ha estado calmado, fíjese.
Responde con un poco de inseguridad mientras juega con el cable rizado del teléfono que adorna su escritorio.
– Pero en la subdelegación de Santiago Nonualco reportan unos diez casos…
– No puede ser. Aquí es donde llegan los reportes de este sector de La Paz. No sé quien le ha dado ese dato, pero no es cierto.
Zacatecoluca, durante el 2015 ha sido considerados unos de los municipios más violento de El Salvador. En lo que va del año solo en este municipio se registraron más de 300 desaparecidos, según datos de la Fiscalía General de la República.
– Mire, otra consulta. ¿Es cierto que encontraron un cadáver putrefacto cerca del cementerio?
– No, aquí no han hecho el reporte de nada.
Del fondo de la estación sale otra policía con su pelo desarreglado y una camisa azul descolorida con un borroso escudo de la PNC a la altura de su seno. Interrumpe a su compañera que está sentada en el escritorio.
– Qué no sabes que hay un muerto por el cementerio. Ya ratos nos informaron.
La primera policía, con su cara ruborizada de la vergüenza, descubrió su desconocimiento de lo que estaba pasando en el municipio que trabaja.
Esto es lo que pasaba mientras ella estaba en turno de trabajo: sobre la calle que conduce al centro de Zacatecoluca, a unos dos kilómetros de distancia, está el centenario cementerio general. Frente al camposanto se encuentra un callejón abrupto que conduce al cadáver putrefacto de Óscar Vladimir Martínez.
Oscar tenía 27 años de edad, y vino desde San Salvador para celebrar las fiestas navideñas con su familia. En el domingo posterior a la navidad, él no apareció. Ese día sus familiares reportaron a las autoridades que había desaparecido. En horas de la mañana de este martes la policía fue alertada sobre un cuerpo en estado descomposición tendido en una vereda del caserío Domínguez dentro del cantón El Espino, a casi tres kilómetros de la estación de policía más cercana de Zacatecoluca.
Era el cuerpo de Óscar el que Fiscalía había encontrado mutilado. “el cuerpo presentaba en el cuello una cortadura profunda y la mano derecha cercenada. Se presume lo realizaron las bandas criminales que operan en esta zona” relata el fiscal que investiga el caso. Los municipios de Santiago Nonualco, San Luis Talpa, San Pedro Masahuat y Zacatecoluca la cabecera departamental de la Paz son una de las zonas violentas del país de lo que va del 2015 según la Fiscalía.
El reloj marcaba las cuatro más veinte minutos, y de una oficinas dentro de la estación de policía aparece otro agente que posa detrás de la agente que desconocía lo que pasaba en Zacatecoluca y simulando que se corta el cuellos con un dedo, le pregunta en clave algo a la oficial que acaba de llegar. Ella le responde: “A dos se palmaron en Montelimar”
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La mujer dice que solo quiere saber si es su hijo el que está muerto en un bosque escabroso ubicado al final de la colonia Montelimar, Olocuilta, La Paz. Le explica a los policías encapuchados que salió en la mañana a dejar tortillas vestido con una camisa negra y un pantalón beige de vestir y que tenía la maña de salir corriendo cada vez que veía una patrulla.
– ¿Tenía tatuajes el muchacho?- pregunta un policía.
– Sí, un 503 en el brazo- responde la señora dibujando en el aire los números.
Se escuchan murmullos y risas sarcásticas de los demás policías que andan de un lado a otro mientras llegan los cuerpos de salvamento a rescatar los cadáveres de esa tarde.
– ¿Y en la espalda tenía tatuajes su muchacho?
– No, es que él no andaba en nada…
Alejandro S. P., según la versión oficial, era uno de diez pandilleros que cerca de las 3.30 del martes en la tarde estaba reunido con sus compañeros cuando un comando policial los intentó capturar para llevarlos a los tribunales porque sobre ellos caen acusaciones de agrupaciones ilícitas y violaciones. Al verse acorralados los sujetos sacaron sus armas y dispararon a los agentes que respondieron con una lluvia de plomo. En el tiroteo murió otro supuesto delincuente y uno más se sospecha que resultó herido.
Cuando escucharon la teoría de la mamá que llegó a reclamar el cuerpo de su hijo varios policías soltaron una risa socarrona. Uno sacó una cámara en la que almacenaba varias fotografías del cuerpo bañado en sangre y una pistola que quedó tirada a unos pasos de la mano. Alejandro, además, tenía antecedentes penales por posesión y tenencia de drogas así como por resistencia a las autoridades.
“O sea que la pistola era para cobrar a los que no querían pagarlas”, se burló uno. “Nombre, andaba bien calientitas las tortillas”, bromeó otro.
¿Y la 503 qué es? Según un policía destacado en el lugar es una fusión de los retirados de la Mara Salvatrucha que están en los penales de Izalco con una facción de integrantes jóvenes del mismo grupo criminal. Esa organización es la que extorsiona y asesina a los vecinos de Montelimar, que ha ocupado una gran parte del bosque para enterrar cadáveres –se supone que cinco desaparecidos en diciembre, incluido un padre con su hijo de nueve años, están ahí- de los que se resisten a la ley del ver-oír-callar y ha provocado el desplazamiento de varias personas.
La vida en una de las colonias más pobladas de Olocuilta no es fácil. En las noches los agentes confirmaron que un grupo armado suele entrenarse en el bosque pero está tan bien organizado que los postes no dejan pasar ni una mosca sin alertar a los entrenados.