El Salvador
sábado 23 de noviembre de 2024

El último ferrocarrilero sobre los rieles salvadoreños

por Redacción


Los trenes que Carlos tanto ama le han dado todo: un trabajo honrado, amistades en todo el país y hasta el amor de su vida.

Parado sobre los antiguos rieles que cruzan la estación de Ferrocarriles Nacionales de El Salvador (FENADESAL), en San Salvador, está Carlos Antonio Herrera Villeda, mejor conocido en la mitología ferroviaria como Carlos Villeda. Viste un overol clásico de color azul reluciente y lleva puestas unas botas gastadas, lustrosas para una ocasión especial. En su cuello tiene una pañoleta roja, símbolo legendario que todo maquinista debe usar en sus largos viajes. Es el último maquinista de trenes de El Salvador.

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Carlos Villeda es oriundo de Sonsonate. Es el quinto de una familia de doce hijos. Tiene 60 años de edad, pero ha dejado más de la mitad de su vida en los vagones de los trenes. Ha laborado 39 años para FENADESAL. La mayor parte del tiempo ha pasado encarrilando las locomotoras, las mismas que desde la noche del pasado once de diciembre pasaron a formar parte a la salas de exhibición del nuevo “Museo del Ferrocarril” en las instalaciones de FENADESAL.

Es hijo del ferrocarrilero Manuel de Jesús Villeda, quien fue maestro en el campo ferroviario. “Cuando mi papá estaba de turno me traía para viajar por los trenes. Con mi padre compartí muchas experiencias sobres estas máquinas. Me enseñó la pasión por los trenes, la habilidad de la pesca y el placer de la música”.

El padre de Carlos perdió la vida en un accidente de trenes a mediados de los años cincuenta. Eso ocurrió cuando trasportaba hierro para la empresa de siderurgia La Corinca, ubicada en el municipio de Quezaltepeque, departamento de La Libertad. “El cargamento de lingote de hierro que trasladaba no estaba bien sujeto, se desprendieron y le cayeron a mi papá encima. Eso le provocó su muerte”, relata Villeda con ojos vidriosos.

Dos años después de la muerte de su padre, con 16 años cumplidos, Carlos siguió los pasos de su progenitor. Inició su vida en el mundo de los ferrocarriles como mecánico en la estación de Sonsonate, cuando la administración del ferrocarril estaba aún a cargo de la empresa norteamericana International Railway of Central America y The Salvador Railway Company Limitad, esta última de origen inglés. Ahí pasó once años reparando los vagones de los trenes, conociéndolos parte por parte.

Después ascendió a ayudante de maquinista y pasó dos años viajando hasta que se trasladó a San Salvador para conocer mejor el ramal ferroviario y así poder ascender a Maquinista de trenes. “Me tuve que someter a un examen de 480 preguntas referente a los ferrocarriles. Eran teóricas y prácticas. Era un examen para ver cuánto sabíamos sobre trenes. En la parte práctica obtuve un nota perfecta, quizá porque había pasado once años reparando trenes y los conocía muy bien”, cuenta con una sonrisa de orgullo el maquinista.

Los trenes que Carlos tanto ama le han dado todo: un trabajo honrado, amistades en todo el país y hasta el amor de su vida. Fue ahí donde conoció a Marta y  trazó una historia de amor sobre los vagones. Ella es su esposa desde hace 34 años y han procreado cinco hijos.

“Marta caminaba 10 kilómetros desde el municipio de Caluco para tomar el tren. Ella me contó años después que me veía cada vez que se subía al tren. Ahí nos conocimos. Desde el principio me impactó. Después, cuando pasábamos por la estación donde ella se subía, yo estaba pendiente para ver si la miraba en alguno de los vagones. En ese entonces yo era mecánico”, dice Carlos mientras recuerda con entusiasmo todas las historias que ha vivido de estación en estación.

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Es una noche caliente  y Carlos saluda cordialmente a los invitados que van llegando con sus sacos y vestidos elegantes. Entran por  los portones oxidados de los antiguos talleres de reparación y caminan al lugar donde se han colocado un centenar de sillas, frente a una mesa de honor decorada con flores. En el de fondo, los viejos vagones de trenes están aparcados. Le piden a Carlos que se fotografíe con ellos para capturar un recuerdo de la inauguración del museo. Otros piden poder tomarse una foto arriba de la GA-4  General Motors 858. Es una locomotora diésel cubierta por una capa amarilla de pintura. Carlos la llama “la 58”. Es su locomotora preferida.

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Foto D1. Marco Paiz.

Foto D1. Marco Paiz.

Lo que más recuerda Carlos en sus viajes a lo largo del país sobre “la 58” son sus estadías en El Puerto de Cutuco, ubicado en el Golfo de Fonseca, en la Bahía del departamento La Unión. En ese lugar encallan los buques pesqueros.

“Cada vez que sabía que tenía que ir y pasar más de un día ahí, iba listo con mi caña de pescar para ir al puerto y traer pescado”, rememora Carlos satisfecho de su vida sobre los trenes mientras observa cómo un centenar de personas miran los vagones repartidos en un predio que funciona como sala de exhibición de antigüedades de trenes.

Carlos conoce las líneas férreas salvadoreñas como las líneas de la palma de su mano. Y una de esas líneas, la más peligrosa de todas, eran los rieles que corría sobre una pendiente que se ubicaba en el departamento de Sonsonate, entre el casco urbano del municipio de Armenia y el cantón Tres Ceibas; esa es la parte más baja del municipio, localizada a 350 metros sobre el nivel del mar.

“Esa es considera como una pendiente. Varios se han descarrilado en ella. Yo pasaba con cuidadito para que no fuera suceder un accidente”, cuenta Carlos mientras contempla a su querida “58”

Ya con una vasta experiencia sobre las vías del tren, Carlos también tuvo su peor día sobre un tren. El 10 de junio de 1987, el tren que piloteaba sufrió un desperfecto mecánico mientras hacía su recorrido por las vías ferroviarias del occidente del país. Provocó un accidente que hizo que la locomotora se descarrilara. En el accidente perdió su oreja izquierda. “Fue un día terrible. Todo pasó de improvisto. Gracias a Dios no paso a más. Ese día vi la muerte de cerca”, relata Carlos con seriedad.

A pesar de ese accidente, Carlos considera al tren uno de los medios de transporte más seguro de El Salvador. En todo el tiempo que el lleva trabajando en los trenes, nunca supo de un caso de asalto o asesinato dentro de los trenes. “En los vagones siempre iba con nosotros un agente de la Policía que hasta lo considerábamos parte de la tripulación” afirma Carlos, convencido de la eficacia del tren.

Carlos tiene la fe que algún día los trenes se vuelvan a reactivar para ponerlos al servicio de la comunidad. Los trenes movieron durante muchos años del siglo pasado la actividad económica y productiva del país. Formaron parte de la “Revolución industrial” que hubo en los años cincuenta y sesenta. Además de ser un medio de trasporte eficaz, es económico y ecológico. “Un tren de estos mueve lo que 23 rastras pueden mover y contamina menos porque su motor diésel no emite ningún tipo de gas dañino para el  medio ambiente”, asegura Carlos.

Toda la vida de Carlos ha estado sobre las vías de un tren. Su sueño de niño fue ser ferrocarrilero. Asegura que si volviera a nacer, volvería ser maquinista de tren. El día de su muerte le gustaría ser sepultado con el uniforme de maquinista de tren y su pañoleta roja y que en su entierro le canten una de sus canciones rancheras favoritas, de esas que cantaba mientras recorría todas las sendas del país sobre su locomotora fiel. “Me voy en ese tren que va con rumbo al Sur y quiero que esta noche me des mi despedida, muy pronto volveré primeramente Dios, deséame buena suerte pedacito de mi vida”.

Foto D1. Marco Paiz.

Foto D1. Marco Paiz.