El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

El pueblo ya crucificó al cura de Rosario de Mora

por Bryan Avelar


El pasado 15 de octubre, el obispo de San Salvador, monseñor José Luis Escobar Alas, lo separó de sus funciones como sacerdote por haber sido acusado de abusar sexualmente de cinco menores de edad

Caminando por la calle polvorienta viene una joven rellenita de unos 25 años. Viste un jeans azul roto de la rodilla y una camisa rosada con un escote que le deja en evidencia el celular que trae metido entre los abultados pechos. Aparta la verja de madera y entra a la casa. Adentro está su madre, alterada, señalando hacia la iglesia y hablando no sé bien qué cosas del cura, de los feligreses y de la gente del pueblo. Habla por teléfono.

Una vez ha terminado la llamada, la mujer de unos 60 años llamada Gloria se levanta de la hamaca que atraviesa la ramada de su choza de lámina en que vive, y se dirige hacia la entrada.

-¡Ajá!  – nos dice, y entendemos que nos está preguntando que qué queremos.

-Queríamos saber si usted sabe algo sobre la situación del padre Francisco.

-¡Ah, ustedes quieren que les cuente el chambre del cura!

-Más bien que nos contara lo que ha pasado en estos días.

-Miren – dice con un ímpetu que le arrebata la imagen de señora tranquila que tenía cuando estaba sentada en la hamaca -, aquí la gente ya lo crucificó a él. Pero les voy a decir algo: su único pecado ha sido ser un hombre recto y denunciar los pecados de la gente. Por eso no lo quieren.

***

El padre Juan Francisco Gálvez llegó a la parroquia de Rosario de Mora en el año de 1994 y desde entonces empezó sus tareas de bautizar niños, casar parejas y dar misa en este pueblo de poco menos de 40 kilómetros de terreno. Lo que entonces seguro no sabía era los embrollos en los que estaría metido veinte años después.

El pasado 15 de octubre, el obispo de San Salvador, monseñor José Luis Escobar Alas, lo separó de sus funciones como sacerdote por haber sido acusado de abusar sexualmente de cinco menores de edad, una denuncia que ha llegado a oídos del mundo entero, luego que se revelara el primer caso de pederastia en El Salvador, el pasado 26 de noviembre, cometido por un alto representante de la Iglesia Católica.

Tres días después de que el arzobispado de San Salvador le notificara sobre su separación, el padre Francisco llegó nuevamente a la colonial iglesia de Rosario de Mora a retirar sus pertenencias. Llegó acompañado por un camión cerrado y empezó a empacar.

A pocos pasos del portón de la iglesia, una calle de por medio, está la casa de doña Gloria. Desde ahí lo vio llegar y le extrañó que estuvieran empacando una cama. Se acercó y le preguntó que qué pasaba, a lo que el padre Francisco le contestó lo sucedido en pocas palabras y se marchó, agitando la mano en lo alto en señal de adiós.

Horas después, doña Gloria se encontraba cabildeando una reunión que terminaría en vigilia y más tarde en una toma de la iglesia como medida de protesta por el retiro del padre Francisco. Nadie entendía bien las cosas y las medidas tomadas ameritaban una explicación, por lo que extendieron una carta al arzobispado de San Salvador pidiendo que se aclararan las cosas.

Pero los rumores corren por Rosario de Mora como fuego en paja seca, y pronto todo el pueblo supo una verdad y gran parte del mismo la dio por sentado: el padre Francisco violó a cinco niños y lo quitaron de la iglesia. Desde entonces empezó el calvario y la crucifixión social que el pueblo le propinó en la mitad de episodios que le tocó pasar a Jesucristo con los judíos.

Incluso el mismo sacristán, según cuentan, ha sido linchado socialmente a causa de los señalamientos al padre Francisco, quien ha negado rotundamente los delitos de los que se le acusan. Ricardo, el sacristán, por su cuenta, también armó su protesta y ocho días después de la destitución del sacerdote se tomó la iglesia y dio su propio sermón por los mismos altoparlantes donde suenan las campanas artificiales que llaman a los feligreses, y pidió, dicen, al pueblo entero que rechazaran al nuevo sacerdote que venía desde Panchimalco a usurpar el lugar de su anterior patrón.

-Han obrado mal contra mí – dice doña Gloria, haciendo reseña de las últimas palabras que escuchó del padre Francisco, minutos antes de irse en aquel camioncito donde llevaba sus túnicas, su silla donde leía el periódico y su cama.

Una vez llegado desde Panchimalco, el nuevo padre José Antonio Molina fue recibido con pancartas y protestas que terminaron cerrando la iglesia por al menos tres días y le exigieron que se fuera. Los que en este conflicto apoyan al padre Francisco señalan incluso al padre “Toño” de ir tras los diezmos de Rosario de Mora y de que “le hizo la camita” a su compañero para que lo dejaran en su lugar.

Cierto o no, en este lugar que, en palabras de doña Glora, es un “pueblo chico con infierno grande”, como dice el adagio; mucha gente ha hecho de la historia del padre Francisco un calvario que bien podría dividirse en capítulos o estaciones como las que vivió Jesucristo con los Judíos. De estas, los lugareños destacan seis.

La primera estación, o capítulo de la crucifixión social que resume la historia del padre Francisco en Rosario de Mora fue hace más de 15 años, cuando apenas iniciaba en sus funciones. Habitantes del lugar señalan con lujo de detalles cómo el párroco supuestamente permitió que se robaran a dos o tres santos de la iglesia sin siquiera poner una denuncia por alguna especie de complicidad.

El segundo señalamiento que los lugareños de Rosario de Mora le hacen al padre Francisco es que era borracho y que no le gustaba andar solo. Que salía a “echarse un par” con el mismísimo alcalde Galileo Pérez. Por si fuera poco, basta con preguntar un poco a los señores que se pasean por el parque frente a la iglesia sobre qué se oye decir del padre y rápido se prestan a decir que repartía dinero de la colecta a sus allegados y que estos después iban a invitar rondas de cerveza a una cantina cercana.

Quizá al calor de los señalamientos, un joven que se detiene a observar el portón cerrado de la iglesia, frunce el seño y después de unos segundos asegura algo aún más terrible: que tres miembros del coro parroquial, de preferencias homosexuales, contaban aventuras con el religioso.

Otros dicen que se robó $2,500 que la alcaldía le donó, y que en realidad por eso aceptó irse de la iglesia, algo que la comuna negó presentando la copia del acuerdo del concejo municipal con el que se revoca la donación que iría destinada a la reconstrucción de la fachada de la iglesia.

“Los cambios realizados por el arzobispado de San Salvador en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, que ha dejado sin párroco la iglesia en el municipio de Rosario de Mora, ha generado un caos en los feligreses por desconocer los motivos que han originado tales cambios (…) se acuerda revocar el acuerdo municipal en el que se acordó la erogación de fondos (…) de $2,500 en concepto de apoyo a la parroquia”, reza el acuerdo que bien valdría para librar de un pecado al padre Francisco.

Y el último de los episodios en que se divide esta crucifixión social es el más reciente caso de supuesta violación que se le atribuye al padre Francisco.

-Mire. Yo no sé si sea cierto o no. Lo que sé es que las leyes del hombre pueden perdonar, pero las de Dios no, y esas son las que él enfrentará sin importar adonde vaya – dice doña Gloria, con un tono de desconsuelo en la voz, después de escuchar todos los pecados que se le atribuyen al padre Francisco.