En una finca del cantón Flor Amarilla de Santa Ana, después de dejar la carretera principal, después de meterse al monte, después de subir una loma, hay un pozo que nunca sirvió para sacar agua pero sí para meter muertos. Hace un tiempo, ese mismo pozo se tragó a una familia entera. Mamá, papá y un niño de tres años. A los tres los mató la Mara Salvatrucha.
Era la tarde del jueves 22 de octubre cuando Sandra Ramos y David Rodríguez, una pareja de vendedores ambulantes, abordaron un bus sobre 25 calle poniente, en el sector conocido como Mario Calvo, con su niño en brazos. Se dirigían su nueva casa, en el cantón Flor Amarilla a descansar después de una larga jornada de andar vendiendo en las calles y en los buses del centro de Santa Ana.
Apenas habían bajado del autobús cuando un grupo de pandilleros se les acercó y los obligaron, pistola en mano, a caminar monte adentro en dirección opuesta a su casa. Casi cinco kilómetros avanzaron sobre la vereda, dejando la calle pavimentada, y, después de cruzar el zacatal y subir la loma llegaron a un plan donde se hace menos espesa la finca de café, y ahí comenzó la tortura y la muerte que se tragó el pozo.
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Los padres de David están preocupados. No lo han visto ni a él ni a su mujer con su niño desde ayer. No han ido al mercado a comprar mercadería para vender, y tampoco están en la casa. La última vez que los vieron fue a la orilla de la calle 25, subiéndose al último bus, cuando casi eran las 5:00 de la tarde del jueves. Sandra con el niño en brazos y el delantal puesto. David con una bolsa donde a lo mejor llevaba comida.
Pasó el día y la noche. Al día siguiente, la familia de los esposos se reunió y delegaron a dos para que fueran a denunciar a la policía la desaparición de los suyos. Dejaron sus nombres, número de DUI y una foto de David y Sandra con el niño en los brazos. Se marcharon.
La familia tenía apenas un mes de haberse cambiado de casa. El padre de Sandra se las regaló y eso parecería una buena noticia, pero en El Salvador las cosas son diferentes. Antes de aceptar algo hay que saber bien dónde está o de dónde viene. Y la casa que le regalaron a Sandra estaba en un territorio de la Mara Salvatrucha y ella vivía en territorio de la Pandilla 18.
A los cinco días la larga espera había comenzado a desesperar y a los diez ya se había convertido en tortura. Armados de lámparas y palos, la familia armó grupos de búsqueda y caminaron por los montes, buscando a los suyos sin lograr encontrar más que monte y tierra, y palos de café y aire frío del que se cuela hasta los huesos.
-Señor, devuélveme a mi hijo – suplicaba el padre de David, lanzando oraciones al cielo con voz quedita, pidiéndole a Dios algo que él no se había llevado.
Días antes de que David, Sandra y su pequeño de tres años desaparecieran, un grupo de personas ya había comenzado la búsqueda de dos hombres que también se perdieron en esta finca, y tras varias semanas de búsqueda lograron dar con un pozo que emanaba un olor a carne podrida.
Un equipo de bomberos coordinó trabajo con la Fiscalía General de la República y un rescatista se aventó pozo abajo, amarrado de un lazo afianzado en un palo de café, y alcanzó a amarrar dos pies ajenos en medio de la oscuridad para que los de arriba sacaran el cuerpo. Pero cuando los rescatistas tiraron del lazo, las piernas salieron solas, dejando de la cadera para arriba al fondo del pozo. Eran dos piernas de mujer.
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El día tres de noviembre sonó el teléfono del criminólogo forense Israel Ticas.
-Han encontrado un cuerpo adentro de un pozo en Santa Ana. Bomberos intentó sacar algo de ahí y salieron dos piernas. Ya huele a podrido.
Ticas es el criminólogo y antropólogo forense de la Fiscalía y es, desde hace 25 años, quien se encarga de sacar a los muertos que la tierra se traga. En los últimos diez años, cuenta, las pandillas son quienes más trabajo le han dado, pues los cementerios clandestinos y los pozos se han convertido en la manera preferida de esconder sus crímenes.
Así es como el criminólogo termina amarrado de un lazo bajando por lo largo de los 22 metros de hondo que tiene el pozo de Flor Amarilla. Casi llegando al fondo, Ticas, ayudado de una lámpara, logra ver dos cuerpos, o mejor dicho uno y medio: los restos de la mujer, menos las piernas que le sacaron, y un niño. Entonces se confirma que al fondo de este pozo hay muertos y Ticas comienza a planear la excavación.
La Unidad de Criminalística de la Fiscalía coordinó con el Ministerio de Obras Públicas (MOP) el préstamo de una pala mecánica y otras herramientas para cortarle un pedazo a la loma y dejar una pared paralela al pozo con un túnel en el fondo. Antes que criminólogo, Ticas es ingeniero, aunque no ingeniero civil sino en Sistemas Informáticos, algo que más que halagos le ha traído críticas, aunque, según explica, le ha servido para esto de las excavaciones.
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Han pasado trece días desde que tres familias fueron impactadas por la noticia de las piernas que salieron del pozo. La de David, la de Sandra y la de los dos hombres que no están en ahí adentro, o que al menos no se ven.
La gente de la localidad sabe que en este territorio controla la Mara Salvatrucha y es de conocimiento común que el que entra aquí solo sale de milagro. De hecho, mientras están intentando sacar los cuerpos de este pozo llega la familia de un pandillero a preguntar si no es al suyo al que han encontrado aquí.
Este lugar es custodiado por dos policías desde que inició la excavación. Aseguraron que el pozo se mantuviera tapado para protegerlo de la lluvia y de los pandilleros. Es dos de diciembre y el túnel está listo.
El equipo de criminólogos ha llegado hasta el fondo del pozo y empieza a limpiar la escena, a quitar los trozos y las piedras que les dejaron caer encima a los cuerpos y luego retirarlos. Estas tareas de limpieza duran dos días y la familia de David, Sandra y su niño se han acercado a hablar con los investigadores desde el principio de la excavación. Hay posibilidades de que sean estos los suyos y la espera se pone intensa.
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Ticas se baja del camión junto a tres técnicos en criminología. Se ponen sus trajes especiales de plástico, un casco y dos rodilleras y se adentran en el túnel al fondo del pozo. De adentro emana una bocanada de olor a podrido que llega incluso hasta donde están los familiares de David, Sandra y su hijo.
Casi dos horas después, Ticas y su equipo salen del túnel. Han terminado las labores de limpieza. Se quitan hasta la mitad los trajes y las bolsas que traen en los zapatos. Confirmado. Son tres los cadáveres que hay allá adentro: un hombre, una mujer y un niño de aproximadamente tres años.
A la orilla de la excavación están sentadas tres mujeres y un hombre. Él es delgado y de piel morena. Usa una camisa negra con rayas blancas y un jeans azul. Es el padre de David y ha traído una foto de su hijo con su familia por si sirve para identificarlos.
También está la madre de David y la hermana de Sandra, quien viste una camisa azul con flores sin mangas y una falda tipo jeans. Los tres están con los brazos cruzados esperando que le entreguen a su familia muerta.
El ingeniero Ticas se acerca a la familia y empieza a explicar la situación: ha pasado mucho tiempo y de los cuerpos ya solo quedan huesos. Cada vez que Ticas menciona palabras crudas del proceso de descomposición – las moscas, los gusanos, el olor a carne podrida y los huesos desnudos – la hermana de Sandra aprieta los músculos de la cara y su piel blanca se torna roja. Levanta la cabeza y respira hondo, como conteniendo un grito, un llanto agudo, un dolor que la come por dentro.
Cuando Ticas explica que ya no es necesario comprar cajas térmicas, que de hecho no es necesario compara tres cajas sino una sola para los tres, los padres de David parecen no comprender.
-¿Pero siempre los podemos velar? – preguntan, confundidos.
-Sí – explica Ticas – lo único que cuando se los den les van a dar tres bolsitas en las que van a ir las osamentas de cada uno, no se los van a dar armados.
La familia de las víctimas llora. Esperan llorando como lo han hecho desde hace más de un mes, desde que la pandilla se llevó a los suyos, los mató y los aventó al pozo.
-Yo digo que si ya la llevaban con ellos, por qué no les dieron cincuenta balazos y los dejaron ahí… no que tuvieron que aventarlos – dice la hermana de Sandra, con más lágrimas en los ojos.
– Yo lo que pienso es que ¿qué deben los niños? El muchachito ni hablar podía. ¿A quién iba a acusar? – reflexiona la madre de David.
Los cuatro familiares se sientan en el suelo, sobre la tierra con olor a muerto, y continúan esperando.
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A Ticas los muertos le hablan. Le cuentan cómo los mataron, qué les hicieron, a quién torturaron primero, si lo ahorcaron o lo violaron. Si se murió del golpe o de un disparo. Todo. Los muertos le hablan y dice que lo hacen a través de algo que se llama lenguaje corporal. Que un detalle como la posición de las manos le puede decir qué estaba haciendo el muerto cuando exhaló su último respiro.
Pero la familia que se tragó el pozo de Flor Amarilla, la que mató la pandilla, no dicen nada. Su estado de osificación no les deja hablar.
Es difícil explicar cómo en este lugar, en este país, se puede matar a una familia sólo porque se cambió de casa y pasó de vivir en un territorio controlado por el Barrio 18 a uno “propiedad” de la Mara Salvatrucha.
Ticas no sabe lo que sucedió antes del pozo pero entiende algunas señales que le permiten determinar lo que ocurrió minutos antes de la muerte de la familia y permiten darle fin a esta historia.
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Parados los tres frente al pozo, los pandilleros empezaron por Sandra. Le quitaron el delantal, la blusa de colores y el jeans azul. La violaron. Luego le dieron un tiro en el abdomen. El niño, seguro llorando, lo vio todo.
El segundo fue David. Patadas, puños, palos. Un tiro certero, de cerca, con una escopeta 12 milímetros. Los balines destruyéndole los órganos. Fue el primero en caer al pozo. Lo aventaron de cabeza y al momento de su muerte quedó en un intento de posición fetal, quizá porque así cayó o quizá porque aún estaba vivo y por reflejo buscó juntar el pecho y las rodillas.
La segunda en caer fue Sandra, y el último fue el bebé a quien le quedaron dos opciones de muerte según la evidencia encontrada en el lugar: o lo ahorcaron con un pedazo de cinta o lo aventaron vivo para que muriera del golpe.
Al final de la matanza, sobre los cuerpos al fondo del pozo, los pandilleros aventaron ramas, piedras, tierra, la ropa de Sandra y los dos casquillos de escopeta 12 utilizados para quitarles la vida a las víctimas. También iba un pedazo de cinta rosada de unos 30 centímetros.