El Salvador
domingo 24 de noviembre de 2024

El martirio del pequeño Gerson

por Luis Canizalez


Gerson Daniel Alvarado, de seis años de edad, fue estrangulado por pandilleros en San Cayetano Istepeque, San Vicente. Sin embargo, en torno al crimen aún hay algunas interrogantes por resolver.

El día que Gerson fue velado, la casa estaba en penumbra. Las débiles llamas que brotaban de unas velitas de vaso apenas iluminaban algunos esquinas de la vivienda. En la pequeña sala, frente al ataúd, estaba su madre, su padrastro y la vecina de al lado. Nadie más había llegado al velatorio.  El silencio prevalecía en aquella atmósfera fúnebre.

De vez en cuando, la vecina recordaba las travesuras que el niño solía cometer, pero la  madre solo  sonreía. No decía nada, ni una sola palabra. Tampoco lloraba. Su mirada estaba fija, extraviada, clavada en el vacío. Su mente parecía volar por otros lugares; lejos, muy lejos de la casa donde estaba el cadáver de su hijo.

A las once de la noche, apagaron las velas y se fueron a dormir. La vecina salió un poco confundida. Ofuscada. Todavía no comprendía lo que había ocurrido. No terminaba de asimilar que el vecinito que jugaba con sus hijos estaba muerto.  Lo habían asesinado de una forma cruel, despiadada y abominable.

Una noche antes, el pasado 28 de octubre, un grupo de hombres cubiertos con gorros navarone llegaron a la casa donde residía Iris con su hijo de seis años.  Simularon ser agentes policiales que realizaban un operativo en la zona. Cuando la mujer abrió la puerta se enteró que todo había sido una trampa. No eran policías, ni tampoco andaban realizando un operativo en ese sector. En realidad eran varios pandilleros vestidos con ropas oscuras.

Ella intentó cerrar la puerta, pero fue demasiado tarde. Los sujetos entraron a la fuerza y  le exigieron que les entregara todo el dinero que guardaba en la casa. La mujer les respondió que solo tenía unos pocos dólares. Fue entonces que uno de los atacantes agarró del cuello al niño, quien estaba parado junto a su madre, y lo comenzó a estrangular.

“Tan poco vale tu hijo para vos”, le manifestó el victimario con un tono furioso.

La mujer le suplicó que no le hiciera nada a su hijo, le pidió que la mataran a ella, pero no al niño. El atacante no escuchó ninguno de los ruegos de la mujer  y le continuó apretando el cuello al menor de edad, con fuerza, sin tregua, hasta que el niño ya no pudo respirar. Instantes después, el cuerpo de Gerson cayó al suelo, inconsciente, con los ojos cerrados y sin ningún movimiento en su cuerpo.

La mujer se quedó inmóvil, sin saber qué hacer. Otro de los atacantes agarró el lazo de una hamaca y se abalanzó hacia ella, se lo enrolló en el cuello y la comenzó a asfixiar. Iris puso resistencia y luchó durante varios segundos. De pronto, se escuchó el motor de un vehículo que ingresaba al pasaje donde estaba la casa de Iris. Los victimarios se alarmaron y huyeron del lugar a toda prisa.

Cuando Iris se acercó a su hijo, este ya estaba muerto. No se movía, ni tampoco respiraba.

Las agujas del reloj marcaban las diez de la noche.

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Foto D1. Salvador Sagastizado.

Los otros hijos muertos

La colonia Entrevista del municipio de San Cayetano Istepeque, departamento de San Vicente, es una calle larga, con pasajes a los extremos. Algunos están  pavimentados y otros empedrados. En uno de esos pasajes, combinados con tierra y maleza, residía Iris con su hijo Gerson desde hacía cuatro años.

La casa tiene un extenso patio donde abundan plantas y palmeras. Un cerco divide el terreno de las demás viviendas.  Ahora está abandonada. Iris se marchó cinco días después del crimen de su hijo y nadie la ha vuelto a ver.

En torno a ella giran algunos comentarios que, incluso, han llegado a oídos de los agentes de la delegación policial de ese municipio. Algunos de sus vecinos coinciden en que la mujer siempre ha tenido amistades extrañas y su actitud siempre fue esquiva.

Algunos aseguran que siempre se le vio indiferente en el trato con su hijo. Muchas veces salía y dejaba al niño solo. Gerson aprovechaba ese tiempo para salir a la calle y andar de casa en casa, sobre todo, en los lugares donde era bien recibido porque había otros niños, de su edad, que lo invitaban a jugar fútbol.

Iris no trabajaba y Gerson no estaba matriculado en ningún centro de estudios. La mayor parte del tiempo lo pasaban en la casa o donde la vecina de al lado. Con ella era la única que tenía confianza y la visitaba con frecuencia. A veces hasta se quedaba a dormir con ella.

Su vecina dice que todo fue extraño porque jamás observó que Iris tuviera malas amistades. Todo era normal. El único que la visitaba era su compañero de vida, quien le ayudaba con los gastos de Gerson y los pagos del arrendamiento de la casa. Nadie más llegaba a ese lugar.

La mujer recuerda que un mes antes que ocurriera el crimen de Gerson, un grupo de sujetos también había entrado a la vivienda de su amiga, la habían asaltado y golpeado en el rostro. Al siguiente día, ella la aconsejó que interpusiera una denuncia en la Policía. Pero Iris se negó.

La respuesta fue que tenía temor y que lo mejor era quedarse callado. Su vecina no insistió más. Los días siguientes transcurrieron con normalidad.  Pero, el comentario que la mujer no cuidaba a su hijo y que lo maltrataba constantemente circulaba por toda la cuadra.

Además, todos en ese pasaje sabían que a Iris se le habían muerto otros dos hijos. La primera fue una niña que se habría muerto de neumonía y el otro falleció ahogado en un huacal con agua en el patio de su casa. Los dos eran menores que Gerson. Su vecina, la más cercana, también confirma esa historia.

El día del crimen, por la tarde, Gerson estuvo jugando con los vecinos de al lado. Cuando se cansaron, horas después de correr de un lado a otro, se fueron a ver televisión. Iris estuvo hablando con su vecina hasta las siete de la noche. Cuando se despidió le dijo que iría con su marido a un velatorio. Regresó una hora después.

Cuando el reloj aún no marcaba las doce de la noche, Iris le gritó a su vecina desde el otro lado del cerco. Le dijo que unos hombres le habían matado a su hijo. La otra mujer salió de su casita de láminas y se quedó estupefacta.

Al inicio no supo qué hacer. Se quedó muda, observando el rostro desmejorado de su amiga. Luego le dijo que mejor llamara a la Policía para denunciar lo que había ocurrido. Iris se negó. Estaba temblando, con los ojos rojos y el cuello amoratado. Horas después llegó el compañero de Iris y fue él quien llamó a la delegación para informar sobre el asesinato.

En la bitácora de la Policía Nacional Civil (PNC) también aparecen los dos hijos muertos – previo al crimen de Gerson – de Iris. Sin embargo las investigaciones aún están en proceso y todavía existen algunas interrogantes por resolver. Lo cierto es que, en el vecindario, el asesinato de Gerson todavía continúa generando indignación.