En la entrada de la basílica Nuestra Señora de Guadalupe, entre tantas personas que la visitan este 11 de diciembre, aparece un hombre alto, usa una gorra y unos lentes oscuros para protegerse del fuerte sol de la tarde. Su vestimenta es casual, jeans y una camiseta café. Pero hay algo que no encaja y que llama la atención, que lo hace diferente a los demás visitantes: está descalzo.
El camino hacia el anhelado altar de la iglesia de “La Ceiba de Guadalupe “para venerar a la virgen es empedrado y polvoso, pero eso parece no importarle. Mientras camina se detiene, levanta su pie derecho y observa si la planta no ha sufrido alguna herida, que fácilmente podría ocurrirle en este camino hostil. Se da cuenta de que no hay novedad y avanza en su recorrido.
A la par de él viene una mujer embarazada, sostiene con su mano izquierda a su hija de nueve años y en la otra viene cargando a su bebé de tres años, quien parece distraído y no saber qué pasa a su alrededor. Esta es la familia de Emerson Herrera, el hombre que ha entrado descalzo a la iglesia en signo de sacrificio a la virgen por agradecimientos y peticiones de él y su esposa.
Frente al altar lucen las decenas de velas convertidas en reconocimientos a la virgen. Al acercarse se siente el fuerte calor que estas provocan. Las lágrimas de algunas personas caen al suelo mientras miran fijamente el cuadro que tiene enfrente de su venerada, juntas sus manos, rezan una oración en voz baja, se persignan y siguen su camino hacia el templo.
Otros, capturan fotos de sus familiares, muchos vestidos de indios como es la tradición, y así guardan el recuerdo de la visita en el 2015.
Emerson llega y hace lo mismo junto a sus tres hijos, uno de ellos todavía en el vientre de la madre, quien tiene por nombre Jessica. Ambos toman una vela en sus manos, la encienden y parece que se comunicaran solo con verse. No dicen ni una sola palabra, ellos saben bien las razones que cada año los llevan al altar de la virgen de Guadalupe.
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El 2011 fue un año difícil para los Herrera. Aunque ya tenían una hija, el deseo de Emerson por tener en casa a un varoncito cada día aumentaba y su esposa no deseaba otra cosa más que tener a la “parejita” para sentir a su familia completa.
El primer embarazo de Jessica tuvo varias complicaciones y los doctores le habían dicho que no iba a poder tener otro bebé. Pero cuando la primera hija llegó a una edad prudente (seis años), la lucha de ambos por concebir un pequeño inició. Durante un año, no perdieron la fe.
Ya habían pasado casi 12 meses sin tener éxito. El color rojo en las pruebas de embarazo no dejaba de aparecer, significaba que todavía no habían conseguido su objetivo. Los deseos de concebir eran tan grandes, que en las fechas cercanas a celebrar las fiestas de Antiguo Cuscatlán, decidieron acercarse a la virgen para pedirle que les permitiera tener otro bebé.
Llegó diciembre del mismo año y Jessica se empezó a sentir mal, tenía náuseas y mareos en su trabajo. Pensó que era algo pasajero y no se preocupó. Un día llegó a casa, saludó a su hija, esposo y se dispuso a preparar la cena como de costumbre.
Aquí llegó un momento en el que ya no soportó el olor de la comida, sintió cómo el estómago revolvió todo lo que había ingerido durante el día y vomitó en el fregadero de la cocina porque no alcanzó a llegar al sanitario.
Emerson sabía que podía ser la noticia por la tanto habían rezado en durante el año. Corrió, entró al dormitorio y sacó una de las pruebas de embarazo que ya tenían guardadas.
No se había equivocado, finalmente el color azul había aparecido sin dejar ni una sola duda. Estaba embarazada. Lloraron juntos de felicidad como unos niños. Al llevarles la noticia a sus familiares lloraron de igual forma, todos se habían involucrado en la lucha de Emerson y Jessica por concebir otro bebé. Era el primer milagro que la virgen les concedía, había tardado pero estaba cumplido.
El embarazo fue de alto riesgo, hubo hemorragias, dolor en las articulaciones e inflamaciones. Jessica tuvo los cuidados que le había asignado su doctor, entre ellos reposo absoluto durante algunas semanas.
Cerca del séptimo mes de embarazo, los Herrera recibieron la peor noticia en ese momento. Su pequeño hijo venía con problemas en la columna y en el cerebro. Sin embargo, aceptaron la difícil realidad ya que estaban conscientes que la virgen les había hecho un encargo especial.
Joaquincito, como lo llaman sus padres, nació por cesárea el 7 de octubre de 2012. Era un niño especial, al que sus padres habían esperado casi por dos años. Para ellos, fue un milagro el haberlo logrado concebir y ahora poder tenerlo entre sus brazos.
Desde antes de su nacimiento, la vida de Joaquín fue entregada a la virgen de Guadalupe. Es por esto que su padre hace la penitencia de llegar descalzo todos los años hasta su altar, en señal de agradecimiento por ver el avance de su hijo durante tres años.
Con terapias, y sobre todo la ayuda de la virgen, el pequeño ha logrado progresos significativos que podrían parecer normales para algunas personas, pero para él no es así. Por ejemplo, lograr darse vuelta en la cama, pronunciar ‘mamá’ y ‘papá’, patalear o gritar cuando algo no le gusta y conseguir detener su cuello por él mismo.
Para la familia, Joaquincito es un milagro, y el bebé que viene en camino también lo es. Cada nueva acción que el pequeño de tres años realiza es una maravilla a los ojos de sus padres, abuelos, tíos; y todos los que lo ven crecer.
Emerson y Jessica no dudan que, durante estas fiestas en conmemoración a la aparición de la virgen de Guadalupe a Juan Diego, en un tiempo no muy lejano, ya no llegarán a la iglesia con su hijo en brazos sin poder detenerse; al contrario, Joaquín caminará y podrá poner una velita por él mismo, en señal de agradecimiento por su hermosa vida.
Mientras esto pase, la pareja no dejará de asistir todos los diciembres a esta celebración para visitar a la virgen que tantos milagros les ha hecho.