-Los vamos a matar a todos. Ya van a ver.
El Scrapy dio una chupada larga al cigarro que sostenía entre los dedos índice y medio de la mano derecha y la brasa brilló un buen rato en la oscuridad. La onda está caliente y tenemos que ponerlos más abeja que las detectoras, dijo mirándolos a todos, al Skayny, al Extraño, al Troncón, y al Happy, que había prestado la casa para hacer la reunión, o, mejor dicho, el Party, como se le llama a las reuniones de la pandilla Barrio 18.
-Puta, pero hay que estar temprano en San Francisco. Antes de las seis. El Extraño nos va a pasar a traer en la nave – dijo de nuevo el Scrapy, esta vez con un tono en la voz que dejaba claro quién era el primer palabrero en la libre, el que tenía contacto directo con el Gato, el palabrero mayor recluido en el penal de Quezaltepeque.
La brasa brilló un par de veces más entre la luz tenue que entraba por los resquicios de la puerta y las ventanas cerradas. La sala estaba nublada por el humo del cigarro. El Scrapy hurgó en la bolsa derecha de su jeans holgado y sacó un teléfono. Lo marcó y en minutos estaba la voz del Gato saliendo de la bocina, pidiendo informes breves de los últimos acontecimientos y preguntando que cómo iba el plan para matar a “la detectora”, seña utilizada para referirse al detective de la Policía Nacional Civil que vivía en la zona, en Suchitoto, departamento de Cuscatlán.
A cada orden del Gato, todos, incluido esta vez el Scrapy, asentían con la cabeza sin levantar mucho la mirada al teléfono puesto sobre una mesa pequeña de madera, al centro de la reunión, como si el mismo palabrero mayor los estuviera observando y no fuesen dignos de verlo a los ojos.
Abajo estarían el Extraño, el Skayny, el Happy y el Troncón. La misión de estos era acercarse lo más posible al policía y bajarlo de la moto e inmovilizarlo, porque segurito que anda armado. No vaya a ser, dijeron. También va a estar La Tímida, el Brake, el Chimbolo, el Pink, el Cucky y El Niño de la pandilla. Todos estos colaboradores del Barrio.
-Hey, a los postes hay que darles ya un celular con saldo cada uno porque la detectora pasa temprano mañana. Así lo tenemos controlado con tiempo – intervino el Happy, acurrucado en el suelo, con las manos tiradas entre las piernas abiertas, y con el torso desnudo, no tanto por calor sino por ostentar el enorme y negrísimo XVIII que se ha tatuado a lo ancho de la blancura de su espalda.
El Happy, a sus 19 años, era el segundo palabrero de la cancha (del cantón) La Asunción. Tomaba decisiones cuando no estaba el Skyny, y también se encargaba de totiar la marihuana, es decir, porcionarla para que los demás pandilleros, los soldados, la vendan y luego le traigan el dinero.
-Y le volamos el repollo – dijo el Happy mientras sonreía y con la mano derecha haciendo la silueta de un revolver hacía como que se disparaba en la sien.
Mientras, el Scrapy, sentado en el piso, y la espalda apoyada en la pared, pulía con una franela, gozoso, una pistola calibre diez, y sonreía.
El Gato dejaba siempre trazadas las líneas gruesas de los homicidios, mientras que lo demás quedaba a discreción de la pandilla.
Afinaron los últimos detalles. Recordaron que la moto en que vendría el detective no tenía placas porque estaba nueva, y solo la identifica un cartón blanco en la parte de atrás. No la vayan a cagar y le den a otro.
El Party terminó como a las cinco de la tarde. Fue una reunión bastante rápida.
***
Ese mismo martes, mientras en la casa del Happy se planeaba su muerte, el detective Luis Adilio Rivera había pedido licencia de trabajo para acompañar a su hijo a una actividad en la plaza mayor del parque de Suchitoto, para verlo bailar “El Carbonero”, vestido de indio y con un bigote de carbón.
Rivera era un agente de la PNC destacado en la delegación del municipio de San Juan Opico.
Yo quiero ir al pueblo porque le quiero tomar unas fotos al niño, le había dicho temprano por la mañana a doña Teresa, su madre. Pediste permiso, preguntó la señora. Sí pedí, mamá. Había madrugado con el niño vestido de indio. Él vestía una camisa celeste y un jeans azul.
Al regresar de la celebración, Luis le enseñó las fotos del niño a doña Teresa. Deberías mandárselas a tu hermana para que las vea, le dijo su madre, sonriendo. ¡Qué ratos se las mandé!, respondió Luis.
-Mire, no la quiero afligir, pero tengo que contarle que me han vuelto a amenazar los cipotes.
Suspiros de una madre preocupada por su hijo, llenaron la sala de la casa de doña Teresa, a pocos metros, de la otra casa donde el agente Rivera dormía.
Un silencio profundo e incómodo se impuso en el ambiente, y el detective decidió marcharse a su casa, al otro lado de la calle, donde se había apartado para hacer su familia. Se despidió, no sin antes darle un beso largo a la frente de su madre.
***
A las cinco de la mañana, el testigo y partícipe de este asesinato, a quien identificaremos con la clave Cometa, se alistó y se fue a recoger el teléfono que el Skayny le había dejado en la casa del Happy.
Las indicaciones fueron claras: La Tímida se queda en caserío El Líbano, y vos (Cometa) en los gramales de la calle que conduce hacia Aguilares, por donde pasa todos los días la detectora cuando va para el puesto. Tu trabajo es avisarnos si viene alguien en el momento que estamos haciendo la onda – había dicho el Happy.
Cometa regresó a su casa con el teléfono y como a las 5:30 de la mañana salió apresurado hacia la carretera que de Suchitoto conduce a Aguilares, acompañado por la Tímida, otra colaboradora de la cancha La Asunción.
Las misiones comunes de la Tímida son recoger la marihuana en El Paraíso y venderla en su cancha. La guarda y la esconde. También cobra las extorsiones. Tiene contacto directo con el Gato en el penal. Este le ordena directamente a quien extorsionar, y ella obedece.
La Tímida tiene un niño de dos meses de edad, al que ocupa de pantalla. Siempre lo carga cuando anda vendiendo mota (marihuana) o extorsionando. La mota la guarda en la pañalera o debajo del algodón del coche en que anda al niño. Participa en homicidios de poste.
En algún momento, la Tímida fue la morrita de la pandilla. Cabello rubio hasta la espalda, delgada, y vestida con licras pegaditas al cuerpo o con camisas ajustadas que le marcaran la silueta y el busto, logró colarse en la pandilla y se ganó el respeto aguantando la brincada de un minuto sin contar, que implica que los miembros ya activos de la pandilla la agarran a patadas por un tiempo que su muy mal cálculo les dice que son sesenta segundos.
Pero luego quedó embarazada y la desactivaron inmediatamente. Ahora solo les colabora vendiendo la mota y cobrando la renta. También participa en algunos homicidios, como este.
Estando en la parada de buses donde hay una tienda, y pasa el bus de la ruta 163, el Cometa y la Tímida se suben sin pagar, ya que por ser colaboradores de la pandilla tienen ese “beneficio”.
Cuando el bus pasa frente al caserío El Líbano, La Tímida se baja del bus, no sin antes advertirle a Cometa: “te ponés buxo”.
La Tímida se dirige a una parada de buses donde está una caseta de color ocre sobre la calle que de Suchitoto conduce a Aguilares. Ahí se queda posteando al detective, a unas seis cuadras de donde lo iban a matar.
***
El silencio incómodo que había acabado con la conversación del agente Rivera y su madre, luego de que este le revelara la segunda amenaza de los pandilleros, se había roto.
-Mire, hijo, tenga cuidado, al ratito me le puede pasar algo – había dicho doña Teresa.
-Ay, mamá, no se aflija tanto – respondió el detective, chasqueando con la lengua – No se aflija. De todos modos esta es mi lucha. A los policías así nos toca.
En un mundillo donde morir con violencia es morir de muerte natural, a doña Teresa no le sorpendió la naturalidad con que su hijo le advertía que en cualquier momento podía caer abatido por el plomo de los pandilleros.
-Ay, no, primero Dios que no – le respondió, angustiada.
Llevaba puesta una camisa roja cuadriculada que su madre le había comprado. Había pasado a despedirse y a mostrarle lo tallada que le quedaba. Se puso una chumpa negra encima dejándose medio abierto el zíper a la altura del pecho.
-Qué chulo te vez, papa – le dijo.
-En la tarde vengo, mamá.
Arrancó la moto negra ninja que había comprado la semana anterior y se fue la mañana de ese 16 de junio de 2014. A los 15 minutos estaba muerto. Ya no regresó.
***
Cometa se había bajado del bus llegando a la cancha de fútbol de la colonia San Francisco, que está como a media cuadra de los túmulos de donde mataron al policía, a una cuadra de un puesto policial.
Ya estaban ahí el Brake, el Chimbolo (a quien también le dicen el Sayper), el Pink y el Niño de la pandilla. Estos estaban posteando desde hacía unos minutos para, cuando pasara el detective, avisarles a los demás.
Estando en los gramales donde le habían ordenado, Cometa vio venir al Scrapy; tenía una pistola calibre diez en la mano derecha, la que un día antes había estado puliendo, lenta y gozosamente, en el Party del día anterior.
El Scrapy se hace al lado derecho de una champa donde hacen tortas que está en un desvío que va a la escuela San Francisco. Desde ahí, el Cometa ubica a el Skayny, al Happy y al Extraño. Pendientes, con su mirada viendo hacia debajo de la calle, hacia Suchitoto, de donde saldría en pocos minutos el detective.
A bordo de una moto ocre venían subiendo El Humilde y El Chucky. A la par venía el Troncón, pedaleando una bicicleta niquelada.
-¡Ya son las 7 así que pónganse buxos que ahí viene! – alertó el Extraño.
-Vos ponete a vigiar la papa (patrulla policial), que no vaya a venir de los gramales, ¡o de Aguilares! – le grita el Scrapy al Cometa. Este se pone en la jugada y comienza a ver hacia todos lados.
El reloj marcó las 7:01 de la mañana. Todo estaba listo.
De la calle de Suchitoto a Aguilares venía una moto color negra. Despacio. Llegando al primer túmulo disminuye aún más la velocidad. Pasa el primer túmulo. Despacito. Y sigue con la velocidad disminuida para pasar el último túmulo. El último de su vida.
Montando la moto viene el investigador Rivera, portando un casco rojo y vistiendo una chumpa color negra y un jeans celeste.
El Scrapy carga la pistola calibre diez, se le acerca apresurado a la moto y le apunta al detective a la altura de la cabeza. Este hace como que se quiere quitar el casco de y baja la mano nervioso para buscar algo en su bolsón, en cuestión de segundos.
El Extraño, el Skayny y el Happy se le acercan y empiezan a forcejear con el detective, tomándolo de los brazos, jalándolo de la chaqueta, le quitan el casco, le pegan en el rostro hasta que lo botan de la moto. No se alcanzan a distinguir palabras exactas, solo súplicas, por favor, por qué, y una amenaza de hoy sí te vas a morir hijueputa.
El Scrapy se le acerca y se escuchan unas ocho detonaciones. Silencio. El cuerpo queda embrocado sobre el túmulo y el Scrapy toma la moto y sale rumbo a Aguilares, acelerando a más no poder.
El Humilde y El Chucky se suben en la moto ocre y escoltan al Scrapy. “Te pegás el corte”, le grita al Cometa, dándole a entender que se fuera de ahí en el momento.
-¡Apurate hijueputa que ahí viene un chacuatete (soldado)!
Cometa pasa cerca y ve a la víctima embrocada con una mochila color verde en la espalda.
Esperó un bus por la escuela y se puso camino a su casa, donde se encontró de nuevo con La Tímida, quien le preguntó si todo bien, a lo que contestó que, efectivamente, todo bien.
Una llamada interrumpe la plática entre el Cometa y la Tímida. No se escucha lo que dicen en la bocina porque no está en altavoz, pero sí lo que dice la colaboradora de la pandilla, dando cuentas a su jefe.
-Qué ondas, Gato. A la detectora ya la palmamos. Ahorita tranqui. Te hablo otro rato, no vaya a ser que se ponga caliente aquí.