Hay gente que busca insertarse en el mercado laboral a través de ferias de empleo o anuncios en redes sociales, acuden a empresas que colocan gente en puestos de trabajo o husmean en el periódico la lista de plazas que se ofertan.
Gran parte de esas personas no trabajan o lo hacen solo por pocas horas al día. Hay impaciencia y sensación de desesperanza, más en momentos donde lo ganado no es suficiente, cuando hay gastos que corren y cuentas que llegan, cuando se es profesional y no se logra encontrar una vacante disponible. Estos son solo cuatro de miles de casos.
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San Salvador, San Salvador. Roxana Cárcamo es esposa y madre de dos hijos, vive en San Salvador y está desempleada. Cada vez que puede, toma el periódico y revisa las ofertas laborales. Busca alguna plaza que vire en servicios domésticos, limpieza o cocina. Tiene un año sin encontrar al menos una entre las pocas disponibles. Cuando suena el teléfono y la llaman a una entrevista, acude esperanzada de que será para ella.
—¿Nivel de estudios?
—Noveno grado.
—¿Edad?
—46 años.
Hasta hace un poco más de 15 meses, la señora Cárcamo tenía trabajo en un hotel capitalino. Fue empleada ahí por 13 años. Limpiaba y cocinaba. Su salida se debió a que no respetó una licencia laboral de tres meses, solicitada debido a que tenía dos parientes enfermos y que ella debía cuidar. Se pasó del tiempo y al volver a su trabajo la decisión estaba tomada: despido por abandono. Ella nunca llamó porque no creyó que fuera necesario; pensó que entenderían. No fue así.
Cuando se desespera, aplica a cualquier cosa: atiende los mensajes plasmados en rótulos que dicen “se solicita mesera”, “se busca empleada doméstica”, “se busca muchacha para atender”. ¿Atender el qué?, se pregunta en esos casos. Pero los intentos han sido fallidos: dice que la edad siempre le bloquea las posibilidades o que, como casi siempre sucede, no tiene referencias que hablen de ella en los lugares a los que quiere entrar. “En muchas partes tiene que tener gente conocida que la recomiende”, se lamenta.
San Salvador, San Salvador. Ana López tiene 21 años y un título de bachiller. No ha pensado seguir estudios superiores hasta lograr un empleo fijo. Lo poco que ha encontrado, hasta hoy y a su corta edad, solo le ayuda a acumular experiencias mínimas de atención al cliente o asistente. “Si yo trabajar quiero”, es lo que se repite.
Ha buscado hasta la saciedad en ferias de empleo, avisos de amigos y hasta internet. “Pero ya me dije que internet no lo vuelvo a usar”, asegura. La joven salvadoreña todavía recuerda, entre risas pero con mucha pena, su más reciente experiencia que la dejó con el temor de no aplicar a cualquier anuncio que “solicite señorita”.
“Una vez logré que a través de los buscadores de empleo que hay en internet me llamaran para estar en un display publicitario. Logré que me agarraran, me pondrían a prueba, fui el primer día y nos dijeron ‘vaya, con esto se vestirán”. La labor que le encomendaron, más que ser una especie de impulsadora de marca en un establecimiento cerrado, la llevó a estar en las calles, con poca ropa y dándole información a los conductores que se atravesaran frente a ella.
“No, ese trabajo no se miraba de display; era para otra cosa…”, dice y añade: “y eso que la que dio la cara, la señora que me hizo la entrevista, no se veía así”. Eso pasó hace unos meses.
Ana, desde que dejó de trabajar de asistente, ha enviado unos 21 currículum a empresas de rubros variados. Ha buscado empleo como cajera en farmacia –pero por la edad no la agarraron-. “Y si no le dan chance a uno, ¿cómo?”, cuestiona por la poca apertura a ganar experiencia. También ha buscado en atención al cliente, en laboratorios, zapaterías…
—¿Cuál es la respuesta más común que recibe cuando aplica a un trabajo?
—¡Juuum…! “Le vamos a llamar…”.
Santa Tecla, La Libertad. Hace dos meses, Sofía Martínez, de 30 años, perdió su empleo. Trabajaba en una empresa de telecomunicaciones, que anunció despidos dos semanas antes de cerrar operaciones en El Salvador. La empresa se fue sin fundamentos. Las 30 personas que laboraban en ella creen que el cierre fue por la delincuencia.
Tras hacer un repaso de ofertas en sitios de internet, recibió llamada a entrevistas, pero rechazó los puestos. ¿Por qué? Sofía, quien se ha especializado en administración de redes, sostiene que, para los estudios cursados, en las citas a las que ha acudido le queda claro que ninguna le ofrece lo que busca: los salarios son bajos, no suben de $500. Esos puestos los toman, sobre todo, aquellos que atraviesan por deudas, compromisos familiares o la simple necesidad de tener un ingreso.
Las fotocopias de currículum se le agotan pero todavía no encuentra el trabajo que busca. Si algo critica Sofía es que haya algunas grandes empresas publiquen plazas cuando, internamente, ya tienen a la persona. “Solo lo hacen para seguir con el protocolo”, lamenta.
Soyapango, San Salvador. A sus 21 años, Laura Aguilar tiene un profesorado en Parvularia, estudia la licenciatura en la Universidad Pedagógica y también busca empleo. Mientras logra encontrar un lugar para comenzar a poner en práctica lo aprendido, ha iniciado sus estudios de la licenciatura. Quiere ser maestra, algún día. Sus padres la apoyan, pero ella quisiera costearse los gastos.
Desde que dejó un puesto a medio tiempo como asistente en una oficina, ha enviado cinco currículum a diferentes colegios. En algunos ha sido entrevistada, pero el principal freno es no tener el escalafón. “La experiencia es lo que más pesa”, comenta.
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Aunque el desempleo en El Salvador ha venido presentando bajas en los últimos años, todavía existe un 5.9 % de la población que busca insertarse en el mercado laboral, según datos de la Dirección General de Estadística y Censos (DIGESTYC) en su informe de 2013.
La cifra de desempleados ronda cerca de las 165 mil 649 personas, de los cuales 111 mil 052 son hombres y 54 mil 597 son mujeres, buen porcentaje se encuentran en edad productiva. Sin omitir que entre el año 2000 y 2010 el 7 % de la población estaba desempleada.