Apenas nos hemos bajado del carro y don Roberto Reyes nos recibe con una mala noticia. Sentado en el umbral de su tienda de discos de vinil sobre la Avenida Independencia, el señor regordete se acomoda los vastos anteojos y nos dice que venimos a mala hora. A partir de este jueves 10 de septiembre su negocio está en venta.
Uno de los lugares más valiosos del centro histórico de San Salvador está a punto de ser cerrado por la inseguridad y porque cada día las ventas en este negocio van para mal. Don Roberto Reyes es dueño de “El Pollo Musical”, una venta de discos de vinil en el Centro Histórico de San Salvador que guarda en su interior cerca de 22 mil ejemplares, que constituyen uno de los más valiosos tesoros culturales del centro, según dice él mismo.
–Es posible que para cuando publiquen esto yo ya no esté aquí, pero, si todavía quiere, pase. Me voy a ir a cambiar de camisa por si las moscas– dice, y nos hace pasar adelante a Nelson, el fotógrafo, y a mí.
Adentro de este lugar el tiempo se detuvo. Parecería ser que hemos viajado años atrás y nos detuvimos en la década de los 80´s del siglo pasado. Este pequeño cuarto de unos cinco metros cuadrados se ha convertido en una burbuja musical donde los discos de vinil y los radio cassettes todavía están de moda.
Miro un reloj de pared que marca las 9:40 mientras la aguja que señala los segundos agoniza en un intento fallido por subir un poco más. Reviso la hora en mi teléfono y veo que son casi las 11. Entonces me convenzo de que aquí, realmente, el tiempo se detuvo.
Lo primero que don Roberto nos cuenta es que fue cantante. Señalando con el dedo insistentemente casi nos obliga a que veamos su fotografía impresa en la funda de un disco de vinil pegado en la fachada de su negocio.
-Ese soy yo, y ese es uno de los ocho discos que grabé – nos dice con el pecho hinchado de orgullo mientras se abotona la camisa a cuadros azules que se ha puesto sobre el centro blanco desgastado que vestía cuando llegamos.
La pared del fondo tiene un letrero grande que dice “El Pollo Musical” y arriba unas decoraciones de unos pollitos amarillos cantándole a un micrófono y una corona puesta sobre la letra E. Le hago una señal con el dedo hacia las letras y gustoso se presta a explicar.
-Vaya, lo de pollo es porque ese es mi apodo, “El Pollo Reyes”; lo de musical, pues porque eso se trata el negocio, y la corona porque hace referencia a Rey, o Reyes, que es mi apellido. Y el rombo rojo que está a un lado es como una señal de alto que quiere decir “Alto, pase a El Pollo Reyes”.
Termina la explicación soltando una risotada y se acomoda nuevamente los lentes. Dice él mismo fue quien diseñó y pensó cada detalle del letrero y un amigo pintor le materializó la idea.
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Este hombre regordete de piel trigueña y ojos grandes saca un disco de uno de sus estantes y comienza a contar que los aproximadamente 22 mil discos de vinil que vemos aquí un día fueron simplemente su colección personal, que comenzó en esto de comprar discos porque su mamá era dueña de una refresquería en la década de los 70´s y que él era quien le iba a comprar los discos para una “cinquera” que tenían en el negocio para hacer el ambiente más ameno a los clientes.
-¿No sabe qué es una cinquera? Pues eran las máquinas a las que se les ponía de estos discos y para que sonaran ¡se les tenía que echar una moneda de a cinco centavos! – explica don Roberto con cara de “todo el mundo sabe qué es una cinquera”.
Desde que descubrió su talento en el canto, don Roberto incursionó en el mundo de la música y empezó a viajar por el mundo, unas veces como gaje del oficio y otras por turismo. Hijo de una familia que logró graduarlo de uno de los mejores colegios del país, a “El Pollo Reyes”, como lo apodaban sus amigos, nunca le faltó el conqué y tampoco la oportunidad de conocer mundo. Así fue como pudo llegar a Costa Rica, Guatemala, Paraguay, Estados Unidos y España.
-Tampoco es que yo fuera un magnate, no, no. Es que en aquellos tiempos un vuelo valía trescientos colones – insiste.
Pero don Roberto no se dedicó solo a cantar y a coleccionar discos toda la vida. Contrario a lo que se podría pensar, este artista trabajó como mecánico de diferentes empresas hasta que un día decidió poner su propio negocio, el “Taller Mecánico Rober´s”, dice.
-Ese changarrito terminó en tragedia – explica –. Yo contraté a un muchacho que era epiléptico, pero sin saber. Entonces un día le dio un ataque y se fue al torno de rectificado… lo deshizo. Tuvimos que mandar a reconstruirlo para entregárselo a la familia. Fue tan grande el impacto que ya no pude seguir con el negocio y lo vendí.
Así fue como don Roberto se salió de lo común y pensó en poner un nuevo negocio que fuera más apegado al arte, a lo que le gustaba hacer. Entonces pensó en poner una venta de instrumentos.
-Pero primero mi negocio consistía en venta de instrumentos musicales. Aquí – señala – todavía se puede ver los ganchos donde colgaba la guitarra. Aquí abajo, mire, está este algodón donde descansaba el cuerpo de la guitarra para que no se golpeara. Todo esto era mi negocio – y hace señas en el aire con los dedos, como si todavía pudiera ver las guitarras colgadas.
Pero un día llegaron los “amigos de lo ajeno” y, tras espera que cerrara su negocio por la tarde, barrieron con todo lo que había dentro. Se llevaron incluso los muebles y no se diga del dinero y los instrumentos.
-Aquí tenía guitarras, congas, timbaletas, consolas, power. ¡Todo! Pero me barrieron. Lo único que no se llevaron fue esto –dice–, un mostrador.
Entonces don Roberto se lamentó y le pidió a su Dios que lo iluminara, que le diera una idea de cómo podía hacer para sobrevivir si lo habían dejado sin nada. Hasta que un día, con todo el dolor de su alma, se decidió por vender su enorme colección de discos de vinil.
-Es que yo siempre fui un coleccionista de discos. Un loco por la música. Llegué a tener, en mi tiempo, 58 mil Long Play y me tocó venderlos – dice con un tono de tristeza en la voz tenor que todavía conserva.
Toma un par de discos y empieza a explicar que para separar las canciones se dejaba una línea “en blanco” o lisa para que el tocadiscos no reprodujera nada por un tiempo. Mientras saca algunos ejemplares de su funda para mostrarlos gustoso una señora de unos sesenta años se asoma a la puerta de su negocio y saluda en voz alta.
-¿En qué os puedo servir? – pregunta don Roberto en tono ceremonioso y ecualizando la voz mientras sonríe.
-Aquí, visitándolo – responde la señora y le hace señas con la mano para que se acerque.
Don Roberto se disculpa y atiende a la mujer. Hablan en secreto y luego de algunos segundos la pasa adelante. Se apartan de la puerta y se hacen a un lado, donde no se puedan ver de la calle. Entonces continúan su plática en secreto. Apenas se escucha que hablan de dinero y me acerco fingiendo que busco un disco en especial.
Continúan la plática un minuto más y la señora se despide en voz alta, con toda normalidad.
Dándose la vuelta y viéndonos a los ojos, don Roberto se acerca triste y nos dice que ella es otra señora que tiene un negocio aquí cerca y que ha venido a desahogar sus penas con él, que casi no vende y que su negocio va mal, producto también de la inseguridad.
-Es terrible – dice don Roberto al tiempo que detrás de los lentes de cristal se le ponen los ojos rojos y se le llenan de agua – ¡cuánto trabajo le he metido yo! – continúa mientras la voz tenor se le quiebra y hace una mueca de sonrisa que más parece llanto.
Don Roberto está angustiado. Desesperado. Los 25 años que tiene de vender discos en este mismo lugar han pasado y los tiempos ya no son los mismos. El entusiasmo con el que dice haber venido durante los primeros años en el negocio quedó en el olvido y ahora solo pasa pidiéndole, rogándole a su Dios que le el asecho de las pandillas cese en la zona y que la situación mejore.
-Tengo un cliente que es de Costa Rica. Él tiene una venta igual a esta y un día me dijo que si estaba interesado en venderla, que él me la compraba. En ese entonces le dije que no, pero fíjese que anoche mismo le mandé un correo diciéndole que si todavía está interesado, que se la vendo – cuenta con la misma cara de tristeza.
La sonrisa con que empezó contando su historia se le ha ido de la cara y ahora solo habla de tristezas, de dificultades, de lo duro que está la situación de la violencia y lo pensativo que se viene y se va todos los días. Que la tienda de vinil ya no es rentable y que tiene miedo de que lo maten por no pagar, dice.
-Pero ya no hablemos cosas tristes – dice, restregándose los ojos – mejor platiquemos cosas más interesantes y menos dolorosas – continúa.
Don Roberto se va hasta el fondo de la tienda y empieza a señalar los estantes con el dedo índice y explica cómo está distribuida su tienda.
-De aquí hasta allá es salsa y merengue. De ahí para acá es pura música mejicana. Aquí y aquí, música folklórica y de contenido social. De ahí hasta aquí, voces femeninas en Español. Grupos varios: Mitos, Abra cadabra, Mocedades, Los Hermanos Castro. Aquí, música cristiana. De aquí hasta el final, música tropical: La Sonora Matancera, Los Melódicos, todo eso. De aquí hasta el principio: voces masculinas en español. De aquí hasta el final, dando toda la vuelta hasta llegar al final, música en inglés. Los tres bloques de allá: el primero es música salvadoreña, el segundo es música infantil y el tercero juvenil Los Chamos, Los Chicos, todo eso.
Cuando don Roberto compraba discos no lo hacía pensando en venderlos. “Los compraba para mí”, dice, “a mi gusto”. Este hombre se describe musicalmente como un amante de los instrumentales, pero de los instrumentos de viento: “saxofones, trompetas, trombones”, enumera.
Para don Roberto una pregunta difícil de responder es cuál es su canción favorita, pero puede nombrar a Ray Antony y Harry James entre sus favoritos. “Yo soy de la línea romántica”, dice.
Hablando está todavía de sus gustos musicales cuando otra mujer, esta vez más joven y con una pinta no tan buena se asoma a la puerta.
-¡Ajá!, ¡¿Qué tal?! – le grita desde la entrada.
Entonces don Roberto parece sorprendido, contesta el saludo con una expresión de sorpresa y de inmediato nos despide del lugar.
-¡Bueno!, yo creo que con eso ya terminamos, verdad. Muchas gracias – dice en un tono de quien está literalmente sacando de un lugar a alguien.
Entiendo que quien ha llegado posiblemente es una mujer miembro de la pandilla que ha llegado a “visitar” a don Roberto. No tenemos oportunidad de mediar más palabras y de inmediato nos expulsa por la puerta principal.
Mientras, don Roberto se queda conversando con la mujer en el umbral de su negocio, el baúl de los recuerdos que se mantendrá vivo mientras la violencia no lo termine de obligar a cerrar.